Hegel, ChatGPT y las revueltas urbanas
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A comienzos del siglo XIX, el
filósofo alemán G. W. F. Hegel formuló su concepción del Saber Absoluto como
culminación del proceso del “espíritu”. Según Hegel, la realidad estaba
gobernada por una entidad metafísica - la Idea o el Espíritu absoluto - que se
desplegaba históricamente a través de un proceso dialéctico. Este proceso
alternaba momentos de interiorización o recogimiento ideal (tesis), con
momentos de externalización en la materia y la historia (antítesis), hasta
alcanzar una síntesis superior. En cada fase, decía Hegel, el Espíritu avanzaba
en su autoconocimiento, reconociendo que el mundo y él mismo son en última
instancia una misma realidad. El Saber Absoluto representaba el punto en que el
Espíritu lograba plena conciencia de sí mismo a través de la totalidad del
saber humano. Si la bruma del paso de las décadas no me confunde, alguna vez
leí o escuché que el Saber Absoluto podría “operacionalizarse” como la
integración total del conocimiento acumulado en las ciencias, las artes y las
formas creativas de la humanidad. No tengo claro si es una interpretación
correcta de Hegel, pero asumamos por un momento que sí.
Las
diferencias entre ChatGPT (y otras formas similares de inteligencia artificial
como DeepSeek o Gemini) y el Saber Absoluto son evidentes. Las primeras son
invenciones humanas, fruto de una acumulación progresiva de conocimiento
técnico. En cambio, el Saber Absoluto es una entidad metafísica viviente, con
un estatus al menos suprahumano, y quizás trascendental o incluso divino. Sin
embargo, ChatGPT se parece al Saber Absoluto en que representa el intento más
ambicioso de condensar el saber acumulado por la humanidad - al menos el saber
accesible digitalmente y disponible en Internet. Es decir, Hegel podría haber
anticipado algo como ChatGPT, pero los repertorios conceptuales de su época lo
llevaron a describirlo como una entidad abstracta, a medio camino entre la
filosofía y la religión, y no como inteligencia artificial.
El Saber
Absoluto era tacaño con los humanos: concentraba vastas cantidades de conocimiento,
pero no generaba símbolos que lo hicieran accesible o interpretable para
nosotros. Se precisaba un genio iluminado como Hegel para desentrañar su lógica.
En cambio ChatGPT (y sistemas similares) es extraordinariamente generoso. A
partir de instrucciones mínimas, puede producir una diversidad coherente de
palabras e imágenes que satisface casi cualquier demanda del usuario. Con esto emerge
el cuarto (como explico abajo) y hasta ahora último mecanismo de producción
simbólica en la historia humana. Este mecanismo marca un giro radical: los
humanos dejamos de ser los principales productores de símbolos y comenzamos a
consumir los que son generados por tecnologías artificiales. Reemplazamos los
antiguos receptáculos de símbolos – tabletas de arcilla, papiros, libros, cintas
magnéticas, memoria digital – y nos convertimos nosotros mismos en depositarios
de esta producción simbólica, albergándola en nuestros cerebros, emociones y
cuerpos.
Esta inversión
de la dirección tradicional entre producción y consumo simbólico tiene una
historia larga. ¿Cuáles son los tres mecanismos previos de producción simbólica[1] y por qué emergen?
Mi hipótesis (probablemente errónea y parcial, pero al menos parsimoniosa)
es que cada nuevo mecanismo de producción simbólica surge a partir de la
apropiación humana de ciertas innovaciones tecnológicas (en un sentido amplio).
1)
El primer mecanismo es la producción simbólica horizontal, y se
originó gradualmente hace cientos de miles de años, durante el paleolítico. En
este tipo de producción, emisor y receptor de símbolos son pares: individuos
con estatus y poder equivalentes. Este mecanismo emergió de forma inconsciente
en nuestros antepasados homínidos, a través de innovaciones en sus propios
cuerpos. Se debió al desarrollo evolutivo de la capacidad faríngea - que permitió
vocalizar una amplia gama de sonidos - y de estructuras cerebrales que
permitieron asociar esos sonidos con objetos externos o estados internos. Por
ejemplo, dos cazadores en el sur de África hace 30 mil años seguramente podían simbolizar
sus intenciones y planes intercambiando sonidos y gestos para coordinar la caza
de un gran animal. Este tipo de producción simbólica horizontal sigue siendo
esencial hoy en día, como cuando hablo con un amigo para coordinar dónde
encontrarnos a tomar un café, o cuando pongo en riesgo el futuro de mi hijo al tratar
de convencerlo que estudie sociología.
2) Una segunda
innovación tecnológica - la escritura, por ejemplo sobre arcilla, papiro o huesos
- posibilitó un nuevo mecanismo: la producción simbólica unidireccional, de
tipo top-down. En grandes civilizaciones agrícolas como Mesopotamia,
Egipto o China - sociedades altamente jerárquicas, con clases sociales
diferenciadas y aristocracias – las élites políticas y religiosas emplearon la
escritura para generar símbolos dirigidos a sectores subordinados (que los
recibían oralmente dado que generalmente no sabían leer). Estos símbolos
representaban tipos y cantidades de producción, deudas y tributos, mitos sobre
el origen divino de los reyes o sus campañas militares, cánones morales y, más
adelante, edictos legales. Esta forma de producción simbólica requirió la
consolidación de una clase de especialistas simbólicos como jueces, sacerdotes
y sacerdotisas, escribas y demás funcionarios al servicio del Estado.
3) En algunas civilizaciones
agrarias, pero con mayor fuerza en los comienzos de la Europa moderna, se
institucionaliza un tercer mecanismo de producción simbólica: el modelo bottom-up.
Actores subordinados o de poder intermedio - como clases medias - comienzan a
aprovechar innovaciones tecnológicas (por ejemplo, la imprenta) para generar y
difundir símbolos en forma de libros, manifiestos o proclamas. Estos mensajes
circulan, son leídos en cafetines y tertulias, recitados en salones y
apropiados por diversos grupos, desafiando así el monopolio simbólico ejercido
por las élites en el mecanismo top-down. Un ejemplo temprano es Martín Lutero, clavando
sus 95 tesis en la iglesia de Wittenberg en 1517 y desafiando la autoridad de
la Iglesia Católica. Las élites europeas se acostumbraron a interpretar estos
símbolos con urgencia y preocupación, reconociendo su capacidad de
desestabilización de los regímenes de dominación de la época. Esta dinámica se
consolidó durante el siglo XIX con movimientos revolucionarios que cuestionaban
los antiguos regímenes, y con los movimientos de descolonización en Asia y África
a mediados del siglo pasado.
Desde entonces, varias innovaciones
tecnológicas funcionaron como catalizador para nuevas formas de producción
simbólica desde abajo. En Estados Unidos a principios del siglo XX, los músicos
negros innovaron en el uso de la trompeta y el saxofón (inventado como un
instrumento para marchas militares) para crear el jazz, que al cabo de unas
décadas se convirtió en un símbolo de resistencia ante el status quo blanco[2].
La amplificación de la voz y los instrumentos musicales eléctricos permitieron
el surgimiento del rock, un símbolo de rebelión generacional de los jóvenes
blancos contra sus padres. En las revueltas urbanas de las últimas décadas por
todo el mundo, los teléfonos celulares “inteligentes” (a veces más que sus
usuarios) sirvieron a los manifestantes para capturar y difundir imágenes de la
represión estatal o el entusiasmo de las masas, agrietando el control narrativo
de los hechos por parte de los gobiernos. Estas revueltas a veces producen, de
manera un poco azarosa, íconos que duran algún tiempo en la cultura popular. Por
ejemplo, en la revuelta chilena de 2019 figuras como la “Tía Pikachu” o el perro
apodado “Negro Matapacos” se convirtieron en símbolos de la protesta.
Aparecieron eslóganes como el archirrepetido “No son 30 pesos, son 30 años” o
el renombramiento de la Plaza Italia como “Plaza Dignidad” – símbolos que nunca
se habrían difundido masivamente en ausencia de tecnologías digitales. También
obedecen a la producción simbólica bottom-up las fake news creadas por
usuarios anónimos que buscan afectar la opinión pública, o los youtubers
que difunden teorías terraplanistas, posturas antivacunas o predicciones
“conspiranoicas”.
4) Retomando lo
del principio, el mecanismo más reciente (ejemplificado por ChatGPT) es la producción
simbólica de máquina a humano. A partir de los tres mecanismos previos -
todos ellos exclusivamente humanos - ChatGPT ejerce su magia recombinatoria y produce símbolos que
nosotros consumimos. Ahora una máquina simboliza y los humanos reciben, decodifican
e interpretan. Estos
símbolos no expresan sólo datos, hechos o teorías (principal uso del estudiante
apurado por terminar su ensayo, o el investigador terminando su artículo), sino
también relatos emocionales (como en el consumo terapéutico de ChatGPT,
reemplazando terapeutas, amigos o sacerdotes)[3].
Este giro
tiene dos implicancias fundamentales. Primero, desde la Revolución Industrial,
los avances tecnológicos solían amenazar principalmente a quienes desempeñaban
labores vinculadas a la producción material – como obreros, trabajadores
textiles y manufactureros. Pero hoy la inteligencia artificial amenaza a los
trabajadores simbólicos: sectores profesionalizados y con alto nivel educativo,
tradicionalmente considerados inmunes al reemplazo tecnológico, como abogados, diseñadores
gráficos, publicistas, periodistas y novelistas (y por qué no, cientistas
sociales). ¿Quién será el Ned Ludd posindustrial que derrame un café ristretto
en los computadores centrales de OpenAI?
Segundo, los mecanismos de
producción simbólica se acumulan y mezclan, pero no se reemplazan entre sí. Que
surja la inteligencia artificial no elimina la conversación interpersonal. Que las
masas produzcan símbolos de rebeldía bottom up no reduce, sino quizas aumenta,
los incentivos de las élites para suprimirlas produciendo símbolos denigratorios
de forma top down (por ejemplo, acusando a los maniestantes de subversivos,
o terroristas, esto último común en las revueltas peruanas recientes).

Tomado de Razones y Personas. Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución 3.0 No portada.
[1] Prefiero hablar de producción de símbolos y no de
comunicación, que además de símbolos implica intencionalidad y quizás también bidireccionalidad.
Un cuadro pintado hace 100 años puede simbolizar un fenómeno histórico - por
ejemplo, una batalla por la independencia uruguaya – y producir emociones o
reflexiones al verlo, pero no hay “comunicación” entre quien lo pinta y
nosotros.
[2]
Ver el magnífico libro de Mariano Peyrou, “Free Jazz: La Música más Negra del
Mundo” (Editorial Anagrama, 2024).
[3] First Session. (2025). Should
I use ChatGPT as a therapist? First Session. https://www.firstsession.com/resources/should-i-use-chatgpt-as-a-therapist