Erradicar la pobreza monetaria en Uruguay: la falsa oposición entre crecimiento económico y agenda redistributiva

Nota: La imagen fue generado utilizando OpenAI

Un problema serio y una solución con problemas: el resumen

Uruguay tiene un problema serio de pobreza. La estrategia del gobierno entrante es promover un fuerte crecimiento económico que permita generar los recursos fiscales necesarios para enfrentarlo. Esta apuesta es razonable y, bien aplicada, puede resultar exitosa. Pero tiene dos problemas. El primero es que es una estrategia que, a diferencia del período de marcada reducción de la pobreza de los dos primeros gobiernos del Frente Amplio, no pone en juego ningún mecanismo explícito para reducir la desigualdad, lo que la vuelve más inefectiva y, sobre todo, más lenta. El segundo problema es que no es claro qué pasa si no crecemos lo suficiente.

El supuesto de partida de esta columna es que, por razones tanto éticas como políticas, la izquierda no puede darse el lujo de tener otro lustro sin reducción de la pobreza como el de 2015-2020, independientemente de qué pase con el crecimiento. Es necesario desplegar un conjunto de políticas que aceleren considerablemente la reducción de la pobreza si hay crecimiento económico, y que permitan caídas más modestas pero aun así sustantivas si no lo hay. Esto puede instrumentarse por medio de una política de incrementos de salarios sumergidos, en detrimento de los elevados y de los ingresos por capital, o, alternativamente, puede organizarse socialmente por medio de cambios impositivos que logren generar los recursos para desplegar las políticas públicas necesarias. Contrario a lo que se ha vuelto un lugar común en el debate público, la evidencia sobre los efectos de los impuestos redistributivos sobre el crecimiento es, en el peor de los casos, mixta, con una creciente literatura empírica que muestra efectos moderados o directamente nulos sobre el crecimiento. En marcado contraste, la evidencia sobre los efectos positivos de las políticas de reducción de la pobreza (en particular la infantil) es simplemente abrumadora.

Crecer es difícil, pero no es para nada claro que la redistribución de ingresos si quiera amenace a la gallina de los huevos de oro. Lo que sí es claro, como nos recordaba Fernando Isabella, es que la reducción de la pobreza infantil es clave para el crecimiento de largo plazo. No hay estrategia de desarrollo posible con una quinta parte de los niños viviendo en la miseria. 

Un imperativo ético y una apuesta conveniente

Que hayamos asumido colectivamente que Uruguay tiene un problema de pobreza infantil es uno de los principales productos de la discusión pública de los últimos años. Este es un problema que es en primer lugar ético, pero además es económico[i]. La evidencia señala que las políticas dirigidas a la infancia son tremendamente efectivas y, además, convenientes. Los estudios del Nobel James Heckman ya mostraban hace tiempo cómo las intervenciones tempranas tenían un rendimiento económico superior al 15% anual (Heckman 2006), en virtud de los efectos positivos que generaban en el desarrollo de esos niños y niñas conforme crecían. Estudios posteriores, más sistemáticos, han mostrado cómo este tipo de políticas tienen beneficios sistemáticamente superiores a la inversión que implican (Aizer, Hoynes y Lleras-Muney 2022), y en muchos casos se pagan solas, simplemente considerando el incremento de recaudación futura que generan (Hendren y Sprung-Keyser 2020).

En este contexto, las políticas de transferencias monetarias juegan un rol central. Las transferencias en Uruguay no solo han sido exitosas para reducir la pobreza monetaria (Amarante, Colafranceschi y Vigorito 2014), sino que además tienen efectos positivos en otras dimensiones clave, como el peso al nacer de los niños/as asociados a mejoras en la nutrición de las madres (Amarante, Manacorda, y otros 2016). Los efectos son además duraderos. Sobre del Plan de Emergencia (2005-2007), hay nueva evidencia que muestra que quienes fueron beneficiarios del programa cuando niños/as tienen más probabilidad de haber trabajado, más tiempo trabajando y mejores ingresos cuando adultos[ii].

Pobreza infantil, pobreza, y desigualdad

Pero para hablar de pobreza infantil es necesario ampliar la mirada. Uruguay tiene un problema de pobreza infantil porque tiene un problema de pobreza, y tiene un problema de pobreza porque tiene un problema de desigualdad. Hay muchas razones sustantivas, tanto éticas como económicas, para plantearse como objetivo reducir la desigualdad. Pero desde el punto de vista estrictamente instrumental, es decir, aún si nuestra única preocupación es reducir la pobreza, la forma más rápida de hacerlo es reduciendo al mismo tiempo la desigualdad. Reducir la desigualdad la mayoría de las veces se reduce a que los ingresos de los hogares más pobres crezcan más rápido que los ingresos de los más ricos, por lo tanto, al bajar la desigualdad, la pobreza cae -por definición- mucho más rápido que si el ingreso de los pobres creciera al ritmo promedio. Como discutían Gonzalo Salas y Andrea Vigorito, los momentos de mayor caída de la pobreza en Uruguay fueron además de grandes reducciones de la desigualdad. Además, para financiar las políticas de combate a la pobreza, la opción más razonable es recurrir a los grupos con mayor capacidad contributiva, que es justamente lo que permite que esta dinámica se materialice.

Uruguay ya mostró que está a la altura del desafío. En un período muy breve de tiempo (2008-2013), el índice de Gini se redujo en 0.07 puntos, lo que representa una caída espectacular de la desigualdad: recorrimos entre un tercio y la mitad de la distancia que nos separaba de los países más igualitarios del mundo, al tiempo que la pobreza alcanzaba sus valores mínimos de todo el período. Para que eso pasara, hubo que no solo lograr tasas de crecimiento elevadas, sino incrementar dramáticamente el salario mínimo, reinstaurar los consejos de salarios, rediseñar y ampliar sustantivamente el sistema de transferencias monetarias a los hogares e introducir un impuesto a la renta de las personas físicas.

La conclusión que uno puede extraer de nuestro propio pasado reciente es que es posible reducir la desigualdad y la pobreza, pero es necesario actuar con audacia en toda la línea de frente. Se necesitan un nutrido conjunto de acciones redistributivas, ninguna política aislada va a resultar efectiva. Pero además son necesarios recursos considerables, porque ninguna acción de pequeña escala, por bien diseñada que esté, va a mover la aguja.

Las dos velocidades del crecimiento y la desigualdad

A esta altura no debería ser necesario explicar que el crecimiento no tiene por qué generar una caída de la desigualdad. De nuevo, tomando nuestra propia experiencia como ejemplo, vemos que entre mediados de los 90 y 2007, la economía creció, entró en recesión, luego en crisis y finalmente volvió a crecer, siempre con incremento de la desigualdad. Lo mismo puede decirse del último lustro bajo gobierno de la Coalición Republicana: crisis y recuperación con incremento de la desigualdad en cada etapa. La “teoría del derrame” debe ser enterrada en el cementerio de los mitos peligrosos, sin tumba ni flores.

El gobierno entrante se aleja decididamente de dicha teoría, en el sentido que el crecimiento se pone al servicio de una agenda redistributiva. El objetivo central de la política económica, de acuerdo a los planteos repetidamente explicitados, será el de retomar la senda de crecimiento, después de una década de estancamiento, lo que, además del propio impacto positivo en el ingreso de los hogares, generaría los espacios fiscales necesarios para sostener y apuntalar la matriz de protección social, y en particular para reducir la pobreza infantil. La cuenta gruesa que las nuevas autoridades tienen en mente es simple: como la presión fiscal está cerca de una tercera parte del PIB, entonces por cada tres puntos de crecimiento, se obtiene un punto de espacio fiscal. Por tanto, si Uruguay crece el 3% anual, hay 1% del PIB cada año para desarrollar políticas públicas, sin necesidad de incrementar la presión tributaria como porcentaje del PIB. Es un esquema con un potencial distributivo considerable, que no genera la tensión social y política de tener que alterar la estructura tributaria.

Aunque es un planteo que se aleja de la teoría del derrame en el aspecto clave de que el crecimiento se pone al servicio de la matriz de protección, es sin embargo similar en términos de la secuencia. Porque para que exista ese espacio fiscal, hay que crecer. La pregunta evidente es qué pasa si no crecemos como esperamos.

Este fue exactamente el nudo del último lustro de gobiernos de izquierda: sin crecimiento, el Frente Amplio se quedó sin agenda distributiva, y tanto la desigualdad como la pobreza entraron en una meseta de consecuencias dramáticas. Es imprescindible contar con una agenda distributiva que pueda operar en dos velocidades: acelerando considerablemente la caída de la pobreza y la desigualdad cuando las condiciones de crecimiento lo permiten, y permitiendo avances más modestos pero sustantivos cuando el crecimiento es más lento.

Como decíamos antes, si hay crecimiento es todo más sencillo, porque no es necesario que unos pierdan para que otros puedan ganar. Pero si no hay crecimiento, la única forma de reducir la pobreza es mediante un proceso redistributivo en el que los pobres ganan lo que pierde el resto. Esto puede darse en la propia distribución primaria del ingreso (a nivel de las empresas), porque suba el empleo y los salarios más sumergidos a costa de las ganancias del capital y los salarios muy altos[iii]. Alternativamente, puede organizarse socialmente mediante mayor imposición a los ricos para transferir ingresos a los pobres. Ambos mecanismos son importantes y complementarios, pero es clave asumir que ambos deben estar en juego si nos tomamos en serio el objetivo de erradicar la pobreza, y no como un objetivo subordinado al de crecimiento.

Ahora bien, puede argumentarse que son las propias políticas redistributivas (por ejemplo, algún tipo de binomio impuestos-transferencias) las que justamente impidan crecer y entrar en la dinámica virtuosa de crecimiento y distribución. Si ese es el caso, desplegar esas políticas equivale a darse un tiro en el pie. La pregunta es, ¿hasta qué punto es eso cierto?

Una discusión con evidencia

Empecemos por explicitar algo que no por obvio debamos olvidar: en una economía capitalista, se invierte si las condiciones de rentabilidad son las adecuadas[iv]. Es evidente que no hay un margen infinito para cobrarle impuestos al capital sin que eso afecte el desempeño de la economía. Otro tanto podría decirse de las decisiones de trabajo de las personas: si se les cobra impuestos suficientemente altos sobre sus salarios, bien podrían tomar la decisión de trabajar menos, y eso también repercute negativamente en el crecimiento.

Este tipo de intuiciones son las que están detrás del clásico trade-off entre eficiencia y equidad de los manuales de economía. Uno puede hacer políticas redistributivas, pero esto tiene un costo en términos de eficiencia (porque los agentes económicos alteran sus decisiones, alejándose del “óptimo”) y por ende en el crecimiento. Asumiendo que el efecto existe, la pregunta más importante es: ¿qué tan grande es? O puesto de otro modo: ¿estamos cerca del punto en el que subir los impuestos reduce el esfuerzo productivo de forma sustancial? Si uno escucha a la mayoría de los comentaristas económicos en Uruguay, queda la impresión que el efecto negativo sobre el crecimiento de cualquier acción redistributiva es tan grande que la invalida como opción de política. Pero lo cierto es que la evidencia, como señalaba Marcelo Bérgolo, es mixta.

Nuestra pregunta se reduce entonces a cuál es el cambio en variables importantes para el crecimiento como ahorro, inversión u horas trabajadas, que podemos llamar “respuestas comportamentales reales”, frente a cambios en los impuestos[v]. Los últimos años han visto importantes avances en lo que sabemos sobre esto. En lo que refiere a los impuestos al trabajo, los estudios clásicos encontraban respuestas comportamentales grandes, es decir, cambios en lo que parecía ser el esfuerzo laboral de las personas (Feldstein, 1995, 1999). Sin embargo, conforme se incrementaba la rigurosidad de los estudios y su sofisticación metodológica, esta imagen fue cambiando. Actualmente se reconoce que las respuestas son moderadas y, en general, no son predominantemente respuestas reales, en el sentido que no es que la gente trabaje menos horas, sino que emplean mecanismos de evasión pero, sobre todo, de elusión fiscal para pagar menos impuestos[vi]. La evidencia para Uruguay en relación al IRPF-II, apunta en el mismo sentido (Bérgolo, Burdín y otros, 2021, 2022).

¿Qué pasa con los impuestos al capital? Aquí hay que distinguir según tipos. Donde parece haber más evidencia de un efecto negativo sobre el crecimiento, es en relación a los impuestos a las empresas (el IRAE en el caso de Uruguay). En general, los estudios basados en correlaciones muestran que su aumento se asocia a menor inversión y crecimiento[vii]. Aunque escasa, la evidencia causal[viii] apunta en el mismo sentido (Zwick y Mahon 2017), incluyendo la relativa a Uruguay (Llambí, y otros 2018), que sugiere que la Ley de Promoción de Inversiones sí tuvo un efecto sobre la inversión[ix], por lo que sin dudas hay que ser cuidadosos con esta clase de impuestos. Resulta más clara, en cambio, la evidencia en relación a los impuestos a los dividendos, es decir, al pago de los accionistas una vez que la empresa obtuvo ganancias (en el caso uruguayo, corresponde al IRPF-I). Los estudios con identificación causal sólida, muestran que el efecto de los impuestos a la distribución de dividendos son inexistentes en variables clave como la inversión o el salario (ver Alstadsaeter, Jacob y Michaely  (2017), Bach, y otros (2024) y Yagan (2015)), y por tanto sobre el crecimiento.

Finalmente, la otra variedad son los impuestos no a los ingresos por capital, sino directamente al patrimonio. Hay una gran variedad de estudios con resultados disímiles en función del diseño de los impuestos (Scheuer y Slemrod 2021), pero la evidencia señala que cuando los impuestos están adecuadamente diseñados, las respuestas comportamentales son relativamente modestas, reduciendo la recaudación en un 7-17% (Advani y Tarrant 2021)[x]. Estas respuestas refieren, nuevamente, mayoritariamente a evasión o elusión fiscal. La literatura muestra que los efectos sobre variables que impactan en el crecimiento como ahorro pueden ser incluso positivos (Ring 2024), porque los agentes ahorran más para hacer frente a sus obligaciones tributarias[xi]. También puede gravarse el patrimonio al momento de la muerte, por medio de un impuesto a las herencias. La evidencia causal sobre los efectos de un impuesto a las herencias es relativamente escasa, pero muestra respuestas comportamentales modestas (Goupille-Lebret y Infante 2018) y tiene efectos mixtos sobre variables reales como el ahorro, debido en parte a que recibir herencias reduce el ahorro de los herederos (Druedahl y Martinello 2022).

Una propuesta moderada para este lustro

De la evidencia discutida en los apartados anteriores, podríamos decir que el efecto de los impuestos sobre el crecimiento es modesto, y el de realizar políticas redistributivas, en especial de erradicación de la pobreza infantil, es robusto y duradero. Con esto en mente, ¿cómo podría lucir un paquete redistributivo moderado para Uruguay?

Empecemos por los impuestos. Una agenda redistributiva para Uruguay tiene que usar impuestos directos de base amplia[xii], porque son los que más recaudan y tienen mayor efecto distributivo, pero con un foco marcado en el 1% más rico. Esto se debe a que incluso en el período de fuerte reducción de la desigualdad, la participación del 1% de más ingresos se mantuvo estable e incluso creció, lo que parece haber sido un patrón Latinoamericano. Lo mismo puede decirse para la concentración del patrimonio[xiii]. Las debilidades de la reforma tributaria para alcanzar adecuadamente al 1% es una de las principales lecciones aprendidas del proceso redistributivo reciente.

Del conjunto de los impuestos con potencial redistributivo claro, descartemos por ahora el IRAE porque es donde la evidencia sugiere que el riesgo de afectar el crecimiento es relativamente más alto[xiv]. Del resto, hay evidencia que indica que un impuesto al patrimonio de 1% al 1% más rico, podría recaudar 1% del PIB, aun después de incorporar respuestas comportamentales (De Rosa y Vilá 2024). Un impuesto progresivo a la herencia, adaptando el actual ITP, puede recaudar, en una estimación muy conservadora, un 0.1% del PIB[xv]. Del lado de los ingresos, podría elevarse el IRPF-I sobre los dividendos, de 7% a 12%[xvi]. Si bien no tenemos estudios sobre esto, un cálculo sencillo nos dice que aun asumiendo un 20% de evasión o elusión, esta mayor tasa incrementaría la recaudación en 0.45% del PIB[xvii]. Finalmente, se podría incrementar el IRPF-II (a los salarios, a lo que debería sumarse una equiparación del IASS). Ahí la estimación de la recaudación es bastante más complicada, pero digamos al menos que hay amplio margen para incrementar las tasas más altas. De hecho, a la luz de lo que sabemos de las respuestas comportamentales de los individuos del 1% superior frente a cambios en el IRPF, la tasa máxima óptima de IRPF-II sería cercana al 45%, muy lejos del 36% que hoy rige[xviii].

Aun asumiendo que no se va a hacer todo al mismo tiempo, o que por cualquier motivo la recaudación es menor que la que imaginamos, podemos decir con cierta seguridad que es relativamente sencillo recaudar 1-1.5% del PIB adicionales por medio de impuestos progresivos. Se puede hacer sin generar ningún descalabro económico, y además esto nos seguiría ubicando aproximadamente en el promedio de la recaudación que se espera para un país del desarrollo relativo de Uruguay[xix].

Solo a los efectos de entender los órdenes de magnitud involucrados, y no como propuesta concreta o como único destino de los recursos, pensemos qué pasaría si destinamos ese monto transferencias monetarias. Uruguay tiene montado un sistema de transferencias que cubre a la mitad de los menores del Uruguay con una transferencia directa[xx]. Una simulación sencilla muestra que una inversión incremental de 1% del PIB en las transferencias ya existentes, llevaría la pobreza al entorno del 6%, y la pobreza en menores de 12 años al 10-12%. Estamos hablando, en ambos casos, de una reducción muy sustantiva, que llevaría ambas variables a mínimos históricos. De modo un poco más general, una inversión de un punto y medio del PIB en una combinación de transferencias y políticas de empleo protegido podrían llevar la pobreza monetaria infantil a menos de la mitad. De eso estamos hablando.

Naturalmente, una reforma tributaria menos moderada, que permitiera destinar mayores recursos a otras inversiones de efectos ampliamente documentados sobre el crecimiento de largo plazo (como educación, investigación o ciencia y tecnología) directamente nos ubicaría en una senda de desarrollo completamente distinta. También hay también alternativas no tributarias, por ejemplo mecanismos de control democrático directo de las empresas, que reduzcan la desigualdad sin reducciones de empleo o inversión (al final del día, como señalaba una carta de multimillonarios en favor de los impuestos al Foro de Davos de 2022, “it’s taxes or pitchforks”). Pero eso es materia de otra columna.  

Un mandato ético, una conversación rigurosa

La izquierda no puede darse el lujo de otro lustro sin mejoras distributivas. Repetir la historia de 2015-2020 simplemente no es una opción. La apuesta centrada en el crecimiento, después de otra “década perdida”, es más que acertada, pero no puede estar todo subordinado a alcanzar el 3% de crecimiento anual.

En esta columna argumenté que tenemos la oportunidad de reducir la desigualdad y la pobreza sin comprometer nuestras posibilidades de crecimiento. Lo argumenté en base a la mejor evidencia con la que contamos, la que, lejos de la heterodoxia, es la que está sugiriendo la corriente principal de la economía y se está publicando en las mejores revistas del campo.

Es cierto que la evidencia se revisa y cambia, y que los papers son, en el mejor de los casos, apenas una forma de conversar intentando ser rigurosos. Pero si de esta conversación rigurosa surge que tenemos posibilidades de atender el mandato ético de reducir la desigualdad en un país fuertemente desigual como Uruguay, creo que deberíamos considerarlo seriamente. Pero quisiera además remarcar que más allá de los papers, hay que creer en la deliberación pública, en la política y en la capacidad de las sociedades para ser audaces. Las políticas más justas que conocemos y disfrutamos jamás fueron un regalo de comisiones de expertos, ni de think tanks, ni de artículos en revistas arbitradas. Fueron en todos los casos conquistadas en procesos sociales infinitamente complejos, tremendamente conflictivos, siempre contradictorios. Las y los expertos tienen un rol a jugar contribuyendo a un debate serio, pero al final son las sociedades, y sólo ellas, quienes tienen que reservarse el derecho a decidir qué tan desiguales e injustas están dispuestas a ser.   



[i] En esta columna en La Diaria hice un repaso relativamente más cuidadoso que el que aquí se presenta sobre la evidencia disponible y lo que implicaba para las acciones de un eventual primer año de gobierno del Frente Amplio.

[ii] Ver Giaccobasso, M. (2024). “Growing Up Over the Social Safety Net: The Effects of a Cash Transfer Program on the Transition to Adulthood”, disponible aquí.  Allí se muestra que el efecto se concentra en quienes eran niñas cuando se desarrolló el Plan de Emergencia, quienes retrasan la edad de su primer hijo, entran antes al mercado de trabajo y progresan más en sus estudios, lo que redunda en ingresos marcadamente superiores al dinero que se les transfirió cuando niñas, y el efecto es significativo hasta casi alcanzar los 30 años de edad.

[iii] Vale decir que en la polémica sobre desindexación de salarios, podría buscarse un giro distributivo. En efecto, si solo los salarios más elevados se desindexan, es decir, se ajustan por debajo de la inflación, podría operar una fuerza de reducción de la desigualdad en un contexto de bajo o nulo crecimiento económico. Pero esto implicaría una especie de desindexación progresiva conforme nos movemos a salarios más elevados, en todo el entramado económico, y que además se extienda más allá de los salarios (en la interpretación de la medida que le da Marcos Soto), alcanzando además a los ingresos por capital. Es un mecanismo muy complejo, pero teóricamente viable. No me parece claro que sea, sin embargo, lo que nadie tenga en mente.

[iv] No hace falta ser un predicador neoclásico para pensar en estos términos, el propio Marx en el El Capital decía que la "(…) tasa de ganancia es la fuerza motriz de la producción capitalista; sólo se produce lo que puede producirse con ganancia".

[v] Hay otro tipo de respuestas, como la evasión o la elusión fiscal. La primera implica actividades ilegales, en tanto la segundo pasa por sacar el máximo provecho de cualquier oportunidad que ofrezca la legislación tributaria para reducir la carga fiscal a pagar. Estas respuestas son de la máxima relevancia a la hora de estimar la potencial recaudación de los impuestos, pero no tienen por qué tener efectos negativos sobre el crecimiento económico.

[vi] La literatura sobre este tema es vasta. Ver por ejemplo trabajos clásicos Saez, Slemrod y Giertz (2012) o Piketty, Saez y Stantcheva  (2014).

[vii] Djankov, Ganser, McLiesh, Ramalho, y Shleifer (2010) muestran que un aumento de 10 puntos en el imuesto a las corporaciones se asocia a 2 puntos menos de inversión en relación al PIB. Lee y Gordon (2005) muestran que alzas de 1% en impuesto a las corporaciones se asocia a 0.1-0.2%  tasa de crecimiento de largo plazo.

[viii] Cuando hablamos de “evidencia causal” o de “causalidad”, estamos hablando de metodologías que logran aislar, de forma convincente, el efecto de una variable A sobre otra variable B. Esto es algo distinto a decir, por ejemplo, que cambios en A “se asocian a” o  “están correlacionados con” cambios en B, porque en todo caso quiere decir que solemos observar que se mueven en ese sentido, pero no sabemos qué causa a qué, o si hay otra fuerza operando que no podemos ver. En general, la causalidad se logra establecer en contexto experimentales o, más común en economía, cuando hay “experimentos o cuasi experimentos naturales”, que son episodios reales que, por algún motivo, pueden ser utilizados utilizarlos como si se tratara de experimentos de laboratorio. 

[ix] El efecto sobre el empleo era sin embargo mucho menos claro y era sensible a las decisiones metodológicas de la estimación. La tesis de Maestría de Florencia Fliter, "Incentivos tributarios para la promoción de inversiones en Uruguay Efectos del Régimen de Promoción de Inversiones, según período, tras una década de implementación", apunta extiende temporalmente el análisis, con conclusiones similares. 

[x] En el caso de Colombia, se reduce la riqueza reportada en 7.7%, la que es desviada a paraísos fiscales. Asimismo, las firmas reportan 22% menos activos (en aquellos que no están sujetos a control por terceras partes) y los individuos inflan artificialmente 35% sus pasivos para reducir la carga fiscal (Londoño-Vélez y Avila-Mahecha 2024).

[xi] Lo mismo puede decirse de variables asociadas al esfuerzo laboral como los ingresos laborales, para los que estos trabajos no encuentran evidencia. Ver también Seim (2017) y Brülhart, y otros (2022).  Contrario a lo que suele argumentarse,  los efectos sobre variables como migración internacional de individuos ricos son también muy moderados (ver la excelente revisión de literatura de Advani y Tarrant (2021)).

[xii] Dejo fuera de la discusión los impuestos indirectos y, en particular, el “IVA personalizado”, porque no hay un diseño claro sobre el que se pueda trabajar y, en todo caso, éste opera “después” de la redistribución de ingresos de impuestos y transferencias (cuando los hogares consumen), que es lo que estoy discutiendo. En cualquier caso, cualquier diseño que le quite regresividad al IVA (documentada en base a la última encuesta de Gastos e Ingresos en De Rosa, Isabella y otros (2025)), sin dudas contribuiría a una distribución más progresiva de la carga fiscal. 

[xiii] Por una discusión sobre el 1%, ver esta nota en la diaria, basada en Burdín y otros (2022), De Rosa y Vilá (2023), De Rosa, Flores y Morgan (2024) y De Rosa (2024).  

[xiv] Esto no quita que, aún sin elevar la tasa de IRAE, sea necesario revisar el vasto conjunto de exoneraciones, que alcanzan 1.5% del PIB, una cifra más que considerable (De Rosa, Isabella, y otros 2025).

[xv] La estimación surge del Informe de resultados del Programa de Iniciación a la Investigación de CSIC, “Imposición a la herencia Análisis para su implementación en Uruguay”, de Beatriz Rodríguez y Melisa Ronchi (2022) (presentación disponible aquí). Esta estimación está hecha de forma cuidadosa, pero es conservadora, en particular, porque se basa en una encuesta de riqueza que captura una fracción de la riqueza total del país, por lo que la recaudación sería sustancialmente más grande. Por una comparación entre agregados de riqueza en encuestas y en agregados macroeconómicos, ver Carranza, De Rosa, y Flores (2025).

[xvi] Esto tiene la lógica de equiparar lo que pagan otros ingresos por capital como los alquileres, así como de resolver así el problema de progresividad que genera el IRPF al capital en el 1% y el 0.1% más rico, que es el único lugar de toda la distribución donde los ingresos por capital predominan y por los que pagan una tasa efectiva más baja que la que pagarían por trabajo. Por más detalles sobre este problema, ver Burdín, y otros (2022).

[xvii] Actualmente, recauda 0.8% del PIB. El cálculo es simplemente una regla de 3 con la nueva tasa, descontando 20% de la recaudación por los efectos comportamentales supuestos. 

[xviii] La tasa óptima es aquella que maximiza la recaudación, y la ecuación clásica surge de Diamnod y Saez (2011), a partir de la elasticidad de ingreso reportado y el inverso del coeficiente de Pareto de la distribución de ingreso. Para tasas superiores a esta tasa óptima, puede haber mejoras distributivas, pero la recaudación va a caer en lugar de subir, porque los trabajadores reducirían los ingresos que reportan en mayor proporción que lo que sube la tasa.

[xix] Recordemos que no es el caso que Uruguay esté al tope de su presión fiscal. Uruguay tiene, de hecho, levemente menos carga tributaria que lo que se esperaría dado su nivel de desarrollo, en especial en impuestos directos (donde la brecha es de 6% del PIB) y que las tasas máximas de impuesto a la renta están 10 puntos porcentuales más abajo que las del promedio de la OCDE (De Rosa, Isabella, y otros 2025).

[xx] Porcentaje que asciende al 80% si incluimos las transferencias indirectas que representan las deducciones por hijo de IRPF.


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