Este año se cumplen 40
años del golpe de estado en Uruguay. Dichas instancias son ocasiones
interesantes para reflexionar de una manera más analítica acerca de cuáles han
sido las contribuciones de las ciencias sociales para entender la dramática
experiencia dictatorial así como de evaluar las maneras en que estas
interpretaciones académicas dialogaron con la memoria social del período.
Un asunto me ha inquietado en los últimos años. Se trata
del enorme desbalance existente entre la
reflexión teórica conceptual acerca de la última experiencia autoritaria en
Uruguay y la abundante producción histórica, testimonial y periodística sobre dicha temática que se ha desarrollado
en las últimas décadas. Dicho de otra manera. A pesar de la abundante
producción escrita sobre el pasado reciente en las últimas décadas, seguimos
utilizando las mismas categorías conceptuales para pensar la dictadura que aquellas usadas por los contemporáneos a
las mismas en los setentas y principios de los ochentas. Esto no necesariamente
sería un problema. Pero ocurre que las visiones que se desarrollaron en ese
período fueron construcciones político académicas que estaban fuertemente
limitadas en su percepción de la experiencia dictatorial por la situación de
represión, la ausencia de información, y por las urgencias que reclamaba el
análisis académico fuertemente involucrado en el compromiso político de buscar
salidas a la dictadura. Todo esto llevó a que algunos aspectos de los regímenes
dictatoriales fueran opacados y no considerados en estas primeras
aproximaciones conceptuales que han marcado fuertemente el debate público y los
marcos académicos para pensar la experiencia autoritaria.
Las categorías que han primado son tres nociones que aunque no nacieron en Uruguay fueron muy influyentes para pensar la dictadura:
a) la de Régimen militar, propuesta por el norteamericano Alfred Stepan para
expresar la novedad que implicó la dictadura Brasilera en relación a los
arreglos institucionales de los regímenes autoritarios previos en América
Latina; b) la de Estado Burocrático Autoritario, propuesta por Guillermo
O´Donell, inicialmente para el caso argentino y luego ampliada al resto del cono
sur; y c) la de Terrorismo de Estado, propuesta
por Eduardo Luis Duhalde también para Argentina y luego divulgada a la región.
Sin embargo, recientes
investigaciones históricas han dado cuenta de múltiples dimensiones que no
estaban incorporadas por dichos enfoques.
Uno de los aspectos que estos enfoques dejaron al margen fue lo que
ocurrió con la cultura y la sociedad que estuvo cercana al regimen. La cultura
oficial impulsó múltiples dispositivos celebratorios de un nacionalismo que convocó
a sectores populares asi como de las elites, ya sea para la revalorización de
ciertas tradiciones culturales asociadas mayormente al medio rural, como
para eventos que implicaban una relectura explícita de la historia nacional que
ubicaba a la dictadura como el momento de la segunda independencia. Gran parte
del imaginario nacionalista (la bandera, el héroe nacional) fue resignificado
estableciendo una continuidad entre la lucha de la independencia y la
construcción del estado nacional en el siglo XIX, y la lucha contra la "subversión" extranjerizante
y la creación de un "nuevo Uruguay" durante la dictadura. Estos
eventos conjugaron sociabilidad, entretenimiento y movilización política
integrando una dimensión fundacional que quedó claramente explicitada en la
idea de construir un "nuevo Uruguay". La dictadura intentó impulsar
un nuevo modelo de ciudadano bajo referentes culturales diferentes a los que
anteriormente había desarrollado la democracia.
Estas dimensiones no
resultaron incluidas por ninguno de los tres conceptos mencionados al comienzo.
Mientras O´Donnell insistió en algunos de sus trabajos en el carácter
desmovilizador y despolitizador de las experiencias autoritarias, Stepan
enfatizó la dimensión institucional del poder de la Fuerzas Armadas, y Duhalde
puso a la sociedad civil en el lado opuesto al Estado Terrorista.
En 1979, el presidente
Aparicio Mendez en "la semana de
Lavalleja" -un evento cultural que integraba folclore, desfiles, actos
patrióticos, fogones, actividades deportivas, realizado en el Departamento de
Lavalleja- expresaba su "agradecimiento por el esfuerzo que han hecho para estar todos presentes y la
nota reconfortante que significa ver una parte del pueblo uruguayo feliz,
contento, alegre sintiéndose dueño de su destino, como lo soñamos y como lo
queremos." Esa parte del pueblo uruguayo existió pero las categorías para
pensar la dictadura no dejaron espacios para pensarlo.
Al final de este
artículo no tengo una nueva categoría para ofrecer. Pero creo necesario señalar
estas limitaciones. Tal vez el conceptualizar estos asuntos nos permita
desarrollar una mejor comprensión del proceso de entrada, permanencia y salida
del Uruguay autoritario. El largo "camino democrático al
autoritarismo", en el que una serie de actores políticos con fuerte
representación electoral y legitimación popular desarrollaron prácticas
autoritarias desde el estado, evidencia conexiones entre sectores de la sociedad
civil y aquel estado que ambientó a la dictadura. Algo similar se puede decir
de la transición democrática, donde aquellos actores que insistieron en olvidar
las violaciones a los derechos humanos también obtuvieron importantes apoyos
electorales en las primeras décadas de la transición.
En ese sentido es que
se puede pensar al período que va desde los tardíos sesentas hasta los
comienzos de nuestro siglo como una larga guerra de posiciones entre sectores
conservadores que defendían la necesidad de recurrir a prácticas autoritarias o
medidas de excepción para sostener el orden y una diversidad de sectores de
izquierda que proponían diferentes modalidades de cambio social. Dicha guerra
de posiciones afectó a la casi totalidad de los ámbitos de la sociedad civil
(la cultura, los sindicatos, la educación, la universidad, los partidos
políticos). En este proceso las fuerzas políticas que luego apoyaron la
dictadura reunieron alrededor del 40% del electorado en 1971, mantuvieron una
cifra similar, 41,98%, cuando fueron derrotadas en el plebiscito de 1980 que
habilitó el camino de la transición, y
fueron parte de las mayorías que en dos consultas populares avalaron la
amnistía a los militares, 57% en 1989 y 52% en el 2009. Seguramente indagar en
los caminos culturales, políticos y sociales a través de los cuales dichos
sectores conservadores en democracia y dictadura construyeron y mantuvieron
dichas fidelidades permitiría entender cómo más allá de castigar los cuerpos, la
dictadura también buscó transformar las almas.
Imagen: reproducción de un trabajo de Luis "Pori" Ferrer, en exposición en el Museo de la Memoria. http://museodelamemoria.org.uy/actividad.php?cod=16
Imagen: reproducción de un trabajo de Luis "Pori" Ferrer, en exposición en el Museo de la Memoria. http://museodelamemoria.org.uy/actividad.php?cod=16