Autor: Lihuen Nocetto
Crédito: Foto di Ivan Siarbolin
Cada vez es más evidente que los regímenes
democráticos están perdiendo apoyo entre sus ciudadanos. Ni los liderazgos
elegidos ni el procedimiento para elegir a los gobernantes están generando
niveles de legitimidad suficientes. En este caso, entiendo por suficiencia a la
capacidad del sistema político de impedir que gobiernen los elementos
anti-sistema. Cuando le preguntaron al politólogo Adam Przeworski sobre este
fenómeno, él respondió: “Tengo una explicación muy intuitiva y no sé si es
cierta. Imagínate que alguien está sufriendo de cáncer; va a los médicos y los
médicos le dicen: lo siento, pero no se puede hacer nada. Y de repente aparece
uno que le dice: yo tengo la cura, yo sé cómo hacerlo. ¿Qué tienes que perder?
Me imagino que hay algo de esto en la mente de la gente. No tenemos nada que
perder” [1].
Przeworski se está refiriendo a que, en
algún punto, los regímenes democráticos dejaron de producir los resultados que
las mayorías esperan. La definición minimalista de democracia que este mismo
autor propone consiste en que el régimen democrático es un sistema en el que
los gobernantes pierden elecciones y acatan ese resultado. En la jerga
politológica, esta definición no es solo minimalista sino también
procedimentalista. Es verdad que sacar a los gobernantes que no nos gustan no
es poco, y mucho menos si esto se procesa de manera pacífica. De nuevo en la
jerga, diríamos que es necesario, pero parece ser que no está siendo suficiente
para producir legitimidad.
En la misma entrevista citada arriba, Przeworski lanza una frase bien provocativa: “Yo tengo la impresión de que la democracia se volvió mucho más minimalista de lo que uno esperaba”[2]. Creo que el autor se refiere a que no es lo mismo tener la capacidad de sacar a quien no nos gusta, que de poner a gobernar a quien nos represente. La representación implica que quienes gobiernan llevan adelante políticas (generan resultados) que la mayoría de la ciudadanía prefiere. Y la expectativa de la ciudadanía bajo un régimen democrático es que produzca algo parecido a lo que quiere la mayoría. En general, la gente espera que las democracias utilicen la igualdad política para reducir las desigualdades sociales. Eso esperaban quienes lucharon por el sufragio universal y quienes lucharon por impedirlo[3].
La literatura sobre porqué la democracia
falla en producir igualdad social y económica es extremadamente extensa. Sin
embargo, quiero centrarme en un par de elementos que conocemos sobre las
condiciones necesarias para que la democracia sí produzca algunos
resultados que buscan las mayorías.
En primer lugar, están los actores
principales del juego democrático: los partidos políticos. El propio Przeworski
señala que, en la edad dorada de las democracias capitalistas europeas, los
partidos políticos eran estables y representaban a sus votantes. Esto
fue lo que llevó a Lipset y Rokkan a plantear que la estabilidad del sistema de
partidos radicaba en que se estaban representando efectivamente las principales
divisiones del sistema social subyacente: capital versus trabajo, campo versus
ciudad, seculares versus confesionales[4].
Sin embargo, los partidos políticos como colección de candidatos a puestos de
gobierno (definición minimalista) no se caracterizan por tener la capacidad de
agregar demandas provenientes de la sociedad [5].
Cuando los partidos políticos representan
intereses colectivos efectivamente, la elección del gobierno no solo es un
procedimiento negativo de quitar a quien no me gusta. Es también un mecanismo
positivo de generar un gobierno que buscará llevar adelante una agenda
programática alineada con su electorado. Es cierto que si los partidos fallan
sistemáticamente en sesgar la política pública a favor de su electorado
volvemos al punto de la crisis de representación. Pero por ahora, importa
señalar que sabemos que, si los partidos logran representar a sus votantes, el
régimen democrático se legitima.
El segundo punto tiene que ver los actores
colectivos en las sociedades altamente complejas (modernas y posmodernas). Además
de partidos fuertes, también sabemos que los actores colectivos y grupos de
interés han sido (y son) elementos necesarios para incidir en el resultado de
las democracias. La forma que toman las políticas no se explica por la mera
voluntad de los partidos políticos por más representativos que sean.
Sindicatos, gremios, asociaciones civiles son una condición necesaria para
representar intereses y sobre todo agregarlos y afirmarlos[6].
Es poco esperable una democracia legítima
sin actores colectivos de representación de intereses. Primero, el individuo
atomizado no tiene ninguna eficacia sobre el comportamiento de un político. Ya
Downs (1957) sostenía que era irracional votar ya que
cada voto tiene un efecto ínfimo en el resultado final. Segundo, y a mi juicio
más importante, las preferencias individuales son más volátiles que las
preferencias colectivas. Es verdad que la economía postindustrial tiende a
debilitar los viejos actores colectivos. Por ejemplo, ¿cómo sindicalizar a un cuentapropista? Por
difícil que parezca, hay experiencias exitosas de sindicatos de choferes de
aplicaciones o de deliveries. Y estos sindicatos han sido piezas clave
al momento de producir políticas públicas dirigidas a la regulación de sus
derechos laborales.
En síntesis, quienes se preocupan por la
legitimidad democrática deberían centrarse en realizar reformas sociales antes
que políticas. Quienes ocupan cargos de gobierno deberían reconocer que es más
fácil negociar con los liderazgos de un colectivo organizado que con una masa
anómica. Que, además, es más fácil identificar y representar intereses
colectivos que preferencias individuales volátiles. Por eso, antes que reformar
sistemas electorales, hay que darle una chance a reformas que faciliten y
empoderen a los actores colectivos de la sociedad civil. Creo que es un buen
camino para que los resultados políticos estén más alineados con las
preferencias más estables de las mayorías.
Referencias
Berins
Collier, Ruth. 1999. 30 Contemporary Sociology Paths toward Democracy: The
Working Class and Elites in Western Europe and South America. New York:
Cambridge University Press. doi:10.2307/2654360.
Boix,
Carles. 1999. “Setting the Rules of the Game: The Choice of Electoral Systems
in Advanced Democracies”. The American Political Science Review 93(3):
609–24.
Boix,
Carles. 2003. Democracy and Redistribution. Cambridge University Press.
Downs,
Anthony. 1957. An Economic Theory of Democracy. New York: Harper &
Row.
Lipset,
Seymour Martin, y Stein Rokkan. 1967. “Cleavage Structures, Party Systems, and
Voter Alignments: An Introduction”. En Party Systems and Voter Alignments:
Cross-National Perspectives, eds. Seymour Martin Lipset y Stein Rokkan. The
Free Press.
Luna,
Juan Pablo, Rafael Piñeiro Rodríguez, Fernando Rosenblatt, y Gabriel Vommaro,
eds. 2021. Diminished Parties: Democratic Representation in Contemporary
Latin America. Cambridge: Cambridge University Press.
doi:10.1017/9781009072045.
Meltzer,
Allan H, y Scott F Richard. 1981. “A Rational Theory of the Size of Government”.
Journal of Political Economy 89(5): 914–27.
Olson,
Mancur. 1971. The logic of collective action : public goods and the theory of groups.
Cambridge: Harvard University Press.
Rueschemeyer,
Dietrich, Evelyne Huber, y John D. Stephens. 1992. Capitalism, Socialism, and
Democracy Capitalist Development and Democracy. Chicago: University of
Chicago Press.
Ziblatt,
Daniel. 2017. Conservative Parties and the Birth of Democracy. New York: Cambridge University
Press.
[1] Adam Przeworski: “Una renovación de izquierda tiene que ser mucho
más profunda”, La Tercera 12 de abril de 2024. Disponible en: https://www.latercera.com/la-tercera-sabado/noticia/adam-przeworski-una-renovacion-de-izquierda-tiene-que-ser-mucho-mas-profunda/KLRZZGWXJREJDCDBD2XIZMHLYM/
[2] Ídem.
[3] Esta discusión es vasta pero se pueden citar algunos clásicos (Berins Collier
1999; Boix 1999, 2003; Meltzer y Richard 1981; Rueschemeyer, Huber, y Stephens
1992; Ziblatt 2017)
[4] Lipset y Rokkan 1967.
[5] Luna et al. 2021
[6] Olson 1971
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