El termostático humor de política en Uruguay en los últimos 30 años

A lo pancho, a lo pancho (calentito lo pancho)

  

Por el Dr. Toto Caelo

Professor of Social Science

University of Montevideo, Minnesota

 

 

[Nota del editor: di con este texto en la red de redes y me pareció interesante para quienes se nutren de las ciencias sociales. La traducción del inglés al español fue realizada por Google Translate. O sea, si hay errores de traducción, es responsabilidad del algoritmo. Y arriba Razones y Personas.]

 

 

Parte I: las ciencias sociales están en el horno

 

Hace un par de años escribí una nota, intitulada “Las ciencias sociales están conceptualmente en cualquiera,” argumentando que las ciencias sociales están conceptualmente en cualquiera. Decía entonces que las ciencias sociales se pasan teniendo desacuerdos conceptuales. ¿Qué es el populismo? ¿Qué es el poder? ¿Qué es una religión (y no una secta o un culto)? ¿Qué es el género? ¿Qué es la cultura? ¿Qué es la diversidad? ¿Qué es la inteligencia? ¿Qué es el capitalismo? Y así. Este tipo de desacuerdos son eternos. Los científicos sociales se pasan discutiéndolos, en libros, artículos, conferencias, en los pasillos de sus facultades e institutos, hasta en los sórdidos bares que frecuentan. Pero sus discusiones nunca llegan a nada. Seguimos sin saber qué es el populismo, qué es el poder, qué es el género, qué es la empatía…

 

Hoy quisiera presentar un caso de enorme importancia, el cual podría ayudar a las ciencias sociales a solucionar sus problemas conceptuales. Mejor dicho, no uno, sino dos: el caso del sánguche y el caso del pancho. ¿Qué es un sánguche? Y en particular, ¿es el pancho un tipo de sánguche? ¿Un tipo o especie de sánguche, en el mismo sentido que lo son los sánguches calientes, las milanesas al pan y los sánguches de miga [1]? Lamentablemente, tanto los sánguches como los panchos han sido ignorados por las ciencias sociales y la filosofía, que prefieren dedicarse a cuestiones más elevadas, en las cuales venga a cuento citar a Descartes o a Kant, y meter un par de palabras en latín o alemán.

 

Craso error, digo yo. Es menester analizar la naturaleza del sánguche. La metafísica del pancho, si se quiere. Estos análisis nos podrían revelar elementos necesarios, y tal vez suficientes, para resolver los desacuerdos conceptuales que han plagado a las ciencias sociales desde siempre. O al menos para identificar sus raíces, y que se puedan discutir de modo más fructífero. Carthago delenda est. Geworfenheit. Schweinsteiger.

 

 

 


 

 Figura 1: ceci n’est pas un panchó

 

 

 

Parte II: calentitos los panchos

 

El debate es encarnizado, incluso cuando se trata de panchos y sánguches vegetarianos (casi nunca). ¿Cuál es la definición correcta de la palabra “sánguche” [2]? ¿“Dos pedazos de pan con un relleno entre ellos”? ¿Se sigue de esta definición que el pancho es un tipo de sánguche? ¿Qué pasa con la medialuna rellena, un arrolladito de pan de miga, un pionono salado o dulce? ¿La tartine francesa, la hamburguesa con queso estadounidense, el falafel israelí, el sando de frutas japonés? ¿La conjunción de dos pedazos de pizza con jamón y aceitunas, uno boca arriba y el otro boca abajo? Las incertidumbres se multiplican: si los pedazos tienen que ser de pan, si tienen que ser dos pedazos, si tienen que estar completamente separados, si el relleno tiene que ser salado, si hay grados de sanguchidad, un índice, y cómo medirlo de manera válida y confiable.

 

Parecería ser un tema menor, insustancial, frívolo, pero claramente a la gente le importa tener razón. Lo demuestra el tenor de las disputas en internet, en blogs, en Twitter, en la red social innombrable (cuyo fundador y presidente aparentemente sería el anticristo). De hecho, se asemejan a las encarnizadas disputas entre tradicionales rivales futbolísticos, bolsos y manyas, picapiedras y cerrenses, millonarios y xeneizes. O entre rivales políticos, como los críticos y partidarios de Bolsonaro, o de Trump.

 

Y hablando del país “encarnación del verbo utilitario” [3]: remontémonos al 10 de noviembre de 2015. Gran debate, gran. ¿El marco? The Bell House, en Brooklyn, Nueva York. ¿Los contendientes? En una esquina del cuadrilátero, Dan Pashman, crítico gastronómico y podcaster, argumentando que el pancho es un sánguche. En la otra esquina, Judge John Hodgman, comediante, escritor, y podcaster, argumentando lo contrario. El argumento de Pashman se basó en las intenciones del inventor, John Montagu, 4º Conde de Sandwich (1718-1792). “El Conde quería poder comer la cena con las manos, sin ensuciárselas, entonces puso un pedazo de carne entre dos pedazos de pan, y así nació el sánguche.” Por lo tanto, según el espíritu del Conde de Sandwich, el pancho pertenecería a la categoría. El argumento de Hodgman se basó en la propiedad de “divisibilidad en dos,” que sería una propiedad esencial de la sanguchidad. “Uno nunca cortaría un pancho en dos, excepto bajo coacción extrema o en caso de locura.”

 

El asunto llegó hasta la Suprema Corte de Justicia de los EEUU, o al menos una parte de ella: la jueza Ruth Bader Ginsburg. En 2018, en el programa televisivo “The Late Show with Stephen Colbert,” Colbert le plantéo el dilema a la magistrada. Ginsburg se lavó las manos: “usted primero dígame qué es un sánguche, y yo después le diré si el pancho es un sánguche.”

 

Más al sur, prácticamente al sur del sur, el filósofo Claudio Cormick y la científica Valeria Edelsztein lo han denominado “el Problema de la Sandwichidad del Pancho (PSP)”: https://twitter.com/ClaudioJavierCM/status/1391540921515352067

 

Pienso que sería más adecuado llamarlo “el Problema de la Sanguchidad del Pancho,” o si se prefiere “el Problema de la Sangüichidad del Pancho,” pero eso son detalles. (También está el caso del choripán, o sea, el Problema de la Sanguchidad del Choripán, o PSC.) Lo importante es que Cormick y Edelsztein correctamente subrayan la trascendencia del PSP, y arrojan luz sobre sus dimensiones y fundamentos lógicos. Notables aportes a la filosofía contemporánea.

 

 


 

Figura 2: lo más pancho

 

 

 

Parte III: del franfrute (o incluso franfute) y el sánguche a las ciencias sociales [4]

 

Imaginemos un país ficticio, Erewhon, en el cual el partido gobernante viera con malos ojos el consumo de sánguches, por motivos ideológicos, religiosos, de salud pública, o lo que fuera o fuese. Para desestimular esta práctica, el gobierno anti-sanguchista instaura un nuevo impuesto. Por cada sánguche vendido, el comerciante deberá pagar un tributo adicional del 1,5 por ciento. ¿Cuál será la consecuencia de esta política? Los vendedores de panchos, y las asociaciones nacionales panchísticas, negarán vehementemente que su producto sea un tipo de sánguche (asociaciones de productores, vendedores, repartidores, consumidores, aficionados). “Nosotros vendemos panchos, no sánguches. El pancho es otra cosa. Es una cosa sui generis. El impuesto no nos afecta.”

 

Lo mismo dirán los carritos de choripán. Y quienes venden hamburguesas, chivitos, tacos y burritos, y por supuesto sánguches helados. Argumentarán, a como dé lugar, que el sánguche helado no es un sánguche.

 

 


 

Figura 3: ceci n’est pas un sandwich

 

 

En muchos países, las religiones gozan de beneficios impositivos. Lugares de culto, organizaciones, asociaciones y grupos religiosos no son gravados del mismo modo que otros tipos de espacios, organizaciones, asociaciones y grupos. ¿Qué es una religión? ¿En qué se diferencia de un culto, una secta, un centro educativo, un club de fútbol, un club de bochas? En muchos países, la religión por antonomasia, la que hace las veces de prototipo, es la cristiana en alguna de sus formas. El judaísmo y el islam son, por lo general, también entendidos como religiones. ¿Pero qué hacer en casos más difíciles de categorizar, como ser el confucianismo, budismo, santería, vudú haitiano y umbanda? ¿A quién le compete decidir si son religiones o no?

 

Imaginemos dos sociólogas ficticias, Circe e Idea, que están en desacuerdo sobre el concepto de capitalismo, la definición de la palabra “capitalismo,” o qué es el capitalismo. O están en desacuerdo sobre qué es el género, qué es la cultura, qué es la empatía, o qué es el poder. A primera vista, estos desacuerdos parecen ser intelectuales, académicos. Las razones para preferir una u otra definición deberían ser epistémicas o científicas, vinculadas exclusivamente al conocimiento científico social. Pero esta impresión es falsa. En realidad, acá no hay respuestas verdaderas. Nadie nos podrá decir ni qué es el poder ni qué es la cultura. Tampoco si la esencia del pancho y del budismo los salvan del impuesto.

 

Quien apunte a obtener verdades, verdades objetivas, estará meando fuera del tarro. Lo que sí hay son respuestas buenas, mejores y peores, desde un punto de vista ético y político. Hay intereses, algunos más y otros menos legítimos. Para contestar estas preguntas, se tendrá que comparar los efectos prácticos de varias opciones: a quiénes beneficiarían y a quiénes perjudicarían. Cuáles reducirían la desigualdad y se aproximarían más a la justicia.

 

Estas preguntas tienen que ser contestadas por una colectividad o comunidad en su conjunto. Ningún individuo tiene la capacidad ni la potestad para hacerlo. O sea que habrá que juntarse, literal o figurativamente. Sin embargo, no alcanza con darnos cita a las seis y media en el ágora. Como primer paso, es positivo que la colectividad entera haya sido citada, sin excepciones, sin exclusiones. Pero se necesita más que eso. Por un lado, hay que asegurarse que, de hecho, las desigualdades sociales (clase, género, etc.) no determinen la participación. Por ejemplo, si el transporte público no es gratis.

 

Por otro lado, habrá que establecer un procedimiento que favorezca la obtención de respuestas buenas, ética y políticamente buenas. Un marco tal que los ricos y poderosos no tuvieran más influencia que Fulana, Mengana, Zutano y Perengana. Reglas que permitan concentrarse en las razones y los argumentos, y que establezcan maneras apropiadas de evaluarlos y ponderarlos. Un procedimiento para el análisis, reflexión, deliberación, y trabajo colectivo.

 

En todo caso, este procedimiento no es soberano. Sus conclusiones deben ser cotejadas con otros parámetros, como por ejemplo el significado ordinario de las palabras, que registra el diccionario. Los sánguches de miga tendrán que pagar el impuesto. Los panchos… ahí ya no sé.