En la ultima década una serie
de estudios dentro de varios campos académicos como el de la justicia
transicional, el de los estudios de los derechos humanos, y el de los estudios
sobre procesos de memoria colectiva han insistido en la importancia que tienen
los procesos de reconocimiento y reparación simbólica y material de las
violaciones a los derechos humanos cometidas por Estados o actores beligerantes
para evitar la repetición de dichas experiencias. El llamado a las políticas de
verdad, reparación y en algunos casos justicia para resolver diversas formas de
conflictos políticos y étnicos asociados
a guerras civiles o autoritarismos estatales, aunque tiene en el cono
sur una de sus marcas de origen, ha tenido una circulación global en la última década.
Esto ha tenido un fuerte impacto sobre el derecho internacional, el activismo
transnacional de los ONGs y el pensamiento político de los sectores de centro e
izquierda.
Más
allá de los aspectos que aún quedan por resolver en materia de derechos
humanos, fundamentalmente en relación a la justicia, es cierto que lo que en términos
generales podríamos llamar las luchas por la memoria han contribuido al
desarrollo de una mejor convivencia democrática en el caso uruguayo. Lo que se
repite constantemente por parte de los movimientos de derechos humanos acerca
de los efectos que el debate público sobre el pasado reciente tiene sobre la
democracia actual parece confirmarse en muchos aspectos de la vida política
uruguaya. Las elites políticas uruguayas parecen haber aprendido de las
experiencias recientes de autoritarismo e integrado de una manera firme los
principios democráticos relativos a la actividad política. Su aceptación de la
elección de dos gobiernos del Frente Amplio, uno presidido por un antiguo líder
tupamaro, subraya ese cambio. Desde el retorno democrático no se han registrado
episodios de proscripciones de partidos o prohibiciones de medios, tampoco se
han registrado casos de persecución sistemática por parte del Estado a
militantes de organizaciones políticas o sociales. En cuanto a la relación del
Estado con las protestas callejeras en general la actitud ha sido de respeto y
los enfrentamientos violentos entre policías y manifestantes han sido escasos.
Podemos decir que existe un consenso mínimo de Nunca Mas
Dictadura y Terrorismo de estado dentro de la sociedad y de la clase política.
Este sentido común mínimo de Nunca Más puede incluir a activistas como los
presos políticos del pasado, pero no incluye a los presos comunes de hoy. Dicho
aprendizaje acerca de ciertos derechos humanos básicos no ha logrado trascender
los aspectos vinculados a la experiencia política de la dictadura. La situación
actual de los presos comunes ofrece ciertos paralelismos con la de los presos
políticos de la dictadura, aunque las características que los definen son
distintas: políticas en el pasado, socio-económicas en la actualidad. Ahora ya
no como resultado de la dictadura sino de la crisis económica-social del 2002
Uruguay tiene una de las tasas más altas de encarcelamiento de América del sur.
En el 2011 había 9067 de los cuales un 60% es reincidente. Al igual que los
presos de la dictadura la población es mayoritariamente joven.[1]
Estos
paralelismos resultan evidentes para un observador extranjero. En marzo del
2010 el comisionado de las Naciones Unidas sobre cárceles, Manfred Nowak, decía
que el sistema penitenciario uruguayo presentaba “violaciones a los derechos
humanos a gran escala”. Señalaba al Penal de Libertad como un “símbolo infame”
de la dictadura que "20 años después, con un gobierno democrático",
presenta "condiciones infrahumanas en flagrante violación de las normas
internacionales". Allí Nowak encontró internos que “se hacinan como
animales enjaulados (...) solo pueden salir de las celdas un máximo de cuatro
horas a la semana (...) tienen restringido el acceso al agua, lo que los obliga
a beber del retrete (...) y para satisfacer sus necesidades fisiológicas tienen
que utilizar botellas o bolsas de plástico." Llego a encontrar “11
personas en un espacio diseñado para tres".[2] Una de las más
preocupantes consecuencias del hacinamiento es el alto nivel de violencia entre
los reclusos que llevó a 18 asesinatos dentro de las cárceles en el 2009 y a la
muerte de 12 personas en la cárcel de Rocha en el 2010.
Para
el público uruguayo estas conexiones no resultan tan evidentes. Seguramente
este divorcio se debe a múltiples aspectos que han sido reseñados por diversos
investigadores que estudian las maneras en que los temas de seguridad pública
son tratados por políticos y medios de comunicación. Sin embargo creo que en conjunto con las
lógicas políticas y la de los medios que tienden a reducir la visibilidad de
estos asuntos existen otros elementos estrictamente académicos que han
contribuido a opacar la reflexión sobre la relación que el estado uruguayo
desarrolló históricamente con los sectores populares con relaciones
problemáticas con la legalidad estatal.
Estos
sectores no han tenido visibilidad en la historiografía en particular y en las
ciencias sociales uruguayas en general. En términos generales podemos decir que
la historia que se ha escrito sobre el siglo XX
ha sido mayoritariamente política. Si bien existen estudios del mundo
sindical que establecen interesantes conexiones entre la institución sindicato
y el mundo popular esta literatura se detiene en la primera mitad del siglo, y está
fuertemente enmarcada en el papel de los sindicatos en los procesos políticos
nacionales. La mayoría de los trabajos que estudian la segunda mitad se
concentran en las dinámicas del conflicto político entre el estado democrático
y/o dictatorial y los partidos y o movimientos sociales que cuestionaron su
rol. La reflexión sobre la dictadura también es fuertemente político céntrica.
Incluso cuando se habla de la violación de los derechos humanos se refiere
estrictamente a la persecución a los opositores políticos. No conozco ningún
trabajo que haya estudiado los presos
comunes en dictadura. Es de suponer que dicho contexto habilitó prácticas
ilegitimas pero poco o nada se ha dicho del asunto.
En
el campo de las ciencias sociales desde el pionero trabajo de Juan Pablo
Terra ha existido en las últimas décadas
una preocupación importante por cuantificar la pobreza, establecer las
consecuencias que dichas situaciones pueden tener sobre sectores especialmente
vulnerables y diseñar políticas públicas para reducir dichos niveles. Sin
embargo existió una menor preocupación por historiar los espacios de encuentro
del estado con estos sectores pobres que tuvieron una relación problemática con
la legalidad. Son escasos los trabajos que han historiado la situación de las cárceles,
la relación de la policía con dichos sectores, las instituciones relacionadas
con la minoridad, los espacios urbanos de estos sectores, etc.
Las
fuertes metáforas acerca la hiperintegración o la amortiguación social desarrolladas por cientistas sociales
clásicos como Germán Rama y Carlos Real de Azua creo que, sin proponérselo,
contribuyeron a opacar aun más la relación de estos sectores con el estado
uruguayo. De alguna manera contribuyeron
a crear un sentido común académico que tendía a reducir la presencia de
aquellos fenómenos mas conflictivos en lo social. Sin embargo cuando ambos
enfoques se refieren a la reducción del conflicto y al papel de la mediación
estatal lo hacen en relación a la sociedad organizada a través de partidos y
sindicatos. En este sentido ambos trabajos parecen sugerir que estos sectores
no constituirían parte de la hiperintegracion o la amortiguación. Los que
quedan al margen de los conflictos institucionalizados sufrirán una situación
particular debido a la actitud fuertemente intolerante que los uruguayos
practican hacia aquellos que no son parte de la sociedad organizada. En este
sentido se puede decir que a contrapelo de las interpretaciones dominantes que
ambos trabajos pueden habilitar líneas interesantes para pensar estos asuntos.
Por
lo que he registrado la reflexión sobre la relación del estado con estos
sectores no solo ha sido escasa en la academia uruguaya sino también en la discusión
pública. Esta reflexión ha sido oscilante y ha estado marcada por momentos
particulares donde ciertas circunstancias la ambientaron. A comienzos de los
sesentas sectores asociados a la "nueva izquierda" de aquel momento
pusieron una especial atención en los espacios sociales vinculados a la pobreza
rural y urbana donde los derechos no eran respetados. A la salida de la
dictadura nuevamente esos asuntos volvieron a plantearse. Luego de la crisis
del 2002 estos asuntos comenzaron a cobrar una creciente atención. Sin embargo
tenemos muy poco insumos para pensar estos asuntos en una perspectiva histórica.
Más allá
de las supuestas "emergencias carcelarias" la gran pregunta a
contestar es cuanto de los hechos que denunció Nowak en el 2010 son el
resultado de una excepción o una larga tradición que muestra otra cara del
estado uruguayo. Reconstruir dicha memoria tal vez sea un camino para plantear
otras facetas del problema de los derechos humanos en el Uruguay actual.
Nota: Aldo Marchesi
[1] Información tomada de Serpaj, Derechos Humanos en el Uruguay, informe 2011.
Montevideo, Serpaj, 2011. 168--171.
[2] “Cárceles: animales enjaulados, dice ONU. Informe final afirma que se violan
DD.HH.” El País, 02/03/2010, http://www.elpais.com.uy/100302/pnacio-474209/nacional/carceles-animales-enjaulados-dice-onu