Hay algo que sigue vivo


(Aviso al lector: esta no es una nota futbolera)

" Booktree" por Alberto G., bajo licencia CC BY 2.0.
Uruguay se enfrenta mañana a Francia en cuartos de final del Mundial de Rusia. A nivel internacional la prensa y aficionados se preguntan cómo un país tan pequeño con “poco más de 3 millones de habitantes” y con menos recursos que otras selecciones obtiene tan buenos resultados. Los uruguayos, como no puede ser de otra forma, nos sentimos “más uruguayos que nunca”, orgullosos de “nuestros muchachos” y del éxito que ha tenido “el proceso” iniciado hace ya más de una década con la incorporación del Maestro Tabárez, cuando la selección uruguaya estaba en una situación muy crítica. Muchos de los cambios implementados fueron de gran calado y pensando en el largo plazo. Los buenos resultados comenzaron a aparecer algunos años después, y Uruguay poco a poco fue recuperando el prestigio internacional que había perdido en las últimas décadas, devolviéndole la ilusión a los hinchas uruguayos.

Al igual que la selección hace una década, nuestra educación hoy sigue viva, pero está en una situación crítica. Se necesita introducir cambios profundos y arriesgados, reformas estructurales de inmediato. Sobre todo, se requiere un cambio de mentalidad de todos los actores involucrados en el proceso educativo. Ya llevamos más de dos décadas con estrategias que no nos dan buenos resultados. En Razones y Personas hemos discutido en varias entradas acerca de algunos problemas, desafíos y alternativas posibles para enfrentar el reto educativo actual. También recientemente, desde EDUY21[1] diversos actores vinculados al entorno educativo trabajan en la promoción de una discusión y construcción colectiva que permita avanzar hacia un cambio profundo, sistémico, dialogado y de largo plazo en la educación.

En esta nota me centraré en una cuestión clave que considero condición necesaria para avanzar decididamente hacia un sistema educativo de calidad y equitativo y que hasta ahora no ha recibido la suficiente atención: la necesidad de generar evaluaciones educativas que midan la eficiencia o el desempeño de los centros educativos de forma sistemática, así como el impacto de las intervenciones, programas y/o políticas educativas.

La presencia de ineficiencias en la producción educativa implica la posibilidad de obtener mejores resultados educativos con los recursos que actualmente tienen disponibles. Esta ineficiencia también podría interpretarse como la posibilidad de generar ahorros en los recursos dado un nivel de producción, pero este enfoque carece de sentido en un contexto educativo donde el objetivo es mejorar la calidad de la educación y no recortar el gasto educativo. Si se quieren corregir las ineficiencias es necesario cuantificarlas. Ello requiere comparar el desempeño de los centros educativos, y analizar en cada caso si se están aprovechando al máximo los recursos o, por el contrario, existe cierto margen de mejora. Una vez identificados los centros educativos menos eficientes será posible indagar acerca de las causas de las ineficiencias y diseñar intervenciones específicas para corregirlas, teniendo en cuenta las particularidades del centro y del alumnado. 

Asimismo, las evaluaciones de eficiencia de los centros educativos permitirían identificar a los centros más eficientes para aprender de sus prácticas y tener un así una referencia inicial de actuación a la hora de corregir los comportamientos ineficientes en otros centros. Por último, la comparación de resultados entre centros realizada de forma sistemática, contribuye a promover los valores de la eficiencia en el uso de los recursos y a fomentar la continua mejora en el desempeño de los centros. Es importante remarcar, que el análisis de la eficiencia de los centros no implica la simple comparación del rendimiento académico de los estudiantes, lo cual sería injusto teniendo en cuenta que en la mayoría de casos parten de situaciones y contextos muy heterogéneos. La eficiencia justamente permite estimar el valor agregado que reporta el centro educativo (y los profesores) a los alumnos, controlando por los recursos educativos disponibles en el centro, la composición social del alumnado y el entorno en que operan los centros.

Por otra parte, las evaluaciones de impacto de las políticas educativas permiten conocer el cambio que un programa o intervención específica produce sobre un indicador relevante (rendimiento académico, fracaso escolar, abandono temprano, etc.). Es decir, aportan evidencia acerca de la efectividad de las intervenciones. En el caso de los programas efectivos se puede decidir dar continuidad a los mismos o extenderlos a otra población si inicialmente se aplicaba a sólo un grupo de beneficiarios. Por el contrario, aquellos programas que no resulten efectivos podrían rediseñarse o eliminarse y utilizar los recursos en otra alternativa más efectiva.

Para avanzar en el desarrollo de las evaluaciones educativas, lo primero y fundamental es disponer de información sistemática tanto de los recursos que se utilizan en los centros educativos (al menos información sobre la cantidad de recursos, aunque no se tenga información de los costos detallados), como del desempeño de los estudiantes (o de otro indicador relevante), de sus características personales y familiares, de las características de los profesores y de los centros educativos.
En este sentido, las evaluaciones estandarizadas a nivel nacional tienen un rol central. Es decir, pruebas estandarizadas (las mismas para todos los alumnos del país) que midan de forma sistemática y objetiva, el nivel de adquisición de competencias (y no el conocimiento de un currículo específico) de todos los estudiantes en diferentes etapas del ciclo educativo. Esto implica, seguir a los mismos estudiantes a lo largo del tiempo de forma de conocer su trayectoria y poder asimismo identificar el valor agregado que aportan los profesores y centros educativos a su desarrollo académico. Es también imprescindible, recopilar información acerca del contexto familiar y características del alumnado, de los profesores y de los centros para controlar por las heterogeneidades iniciales que puedan existir entre los centros.  

Este es uno de los mayores desafíos que tiene el sistema educativo uruguayo, donde existe una muy escasa cultura de la evaluación del desempeño. Si bien en los últimos años el gobierno ha dirigido algunos esfuerzos para avanzar en esta dirección, los logros han sido hasta ahora muy modestos. En materia de evaluaciones estandarizadas, en el año 2016 se trasladó al Instituto Nacional de Evaluación Educativa la implementación de las evaluaciones nacionales de desempeño del sistema educativo (que se realizaban desde hace dos décadas en tercero y sexto de la escuela a cargo del CODICEN) y se puso en marcha el programa piloto “Aristas”. Este programa da continuidad a las anteriores Pruebas Nacionales de Aprendizaje y agrega tercer año de educación media. Las evaluaciones se realizan sobre una muestra representativa de alumnos, con la finalidad de monitorear periódicamente el desempeño del sistema. Esta experiencia piloto es una buena señal, aunque tendremos que esperar a ver cómo se implementan definitivamente las evaluaciones definitivamente. Sería deseable disponer de evaluaciones censales, donde se evalúe la trayectoria de todos los estudiantes. Por otra parte, Uruguay participa de evaluaciones estandarizadas internacionales (PISA, TERCE y SERCE), las cuales están diseñadas para comparar sistemas educativos, y por lo tanto no responden adecuadamente a las necesidades de todos los países (en especial de los países no desarrollados como es el caso de Uruguay). Asimismo, estas evaluaciones no permiten realizar un seguimiento de los alumnos en el tiempo, ya que en cada edición se evalúa a una muestra independiente de alumnos.

La disponibilidad de evaluaciones nacionales censales implicaría una contribución importante en materia de mejora de la equidad del sistema educativo (una de las cuestiones más relevantes en el actual sistema educativo, donde los niveles de inequidad educativa son notablemente elevados y no se corresponden con los niveles de desigualdad de renta o riqueza del país). Un sistema educativo equitativo, debería garantizar que todos los alumnos puedan adquirir un nivel mínimo de competencias que le permitan desenvolverse adecuadamente a lo largo de la vida, independientemente de su contexto socioeconómico y cultural. La disponibilidad de pruebas estandarizadas nacionales de carácter censal, permitirían identificar desde niveles tempranos a aquellos alumnos con mayor riesgo de pobreza educativa (que no alcanzan un umbral mínimo de competencias) para intervenir y evitar el fracaso escolar y el abandono temprano en etapas educativas posteriores.

Más allá de la situación crítica que actualmente atraviesa la educación y del contexto fiscal restrictivo, el futuro de cualquier sistema educativo debería estar guiado tanto por una continua aspiración de mejorar sus resultados como por una mayor transparencia. Solo a partir de evidencias basadas en evaluaciones educativas, se podrán diseñar y llevar a cabo acciones y políticas que contribuyan a alcanzar estos objetivos sobre la base de un uso eficiente y eficaz de los recursos públicos. Evaluar para mejorar. Y que, en los próximos años, nuestro sistema educativo comience a mostrar síntomas claros de recuperación y Uruguay logre ser también un ejemplo internacional por sus logros educativos.






[1] Las principales propuestas y discusiones que proponen desde EDUY21 se pueden encontrar en un documento publicado recientemente denominado “Libro Abierto: Propuestas para apoyar el acuerdo educativo”.



[1] Las principales propuestas y discusiones que proponen desde EDUY21 se pueden encontrar en un documento publicado recientemente denominado “Libro Abierto: Propuestas para apoyar el acuerdo educativo”.

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