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Por Inés Martínez Echagüe
Después de todo avance en derechos viene la reacción − manotazo conservador que quiere volvernos a un pasado mejor solo para quienes sus privilegios estaban solapados – y, lamentablemente, los avances feministas de los últimos años no son la excepción. Estamos en un momento de backlash, donde los viejos discursos que atribuían las desigualdades de género a la biología (naturalizándolas) y a lo individual (colocándolas por fuera de nuestra responsabilidad), que por un tiempo un poco se habían silenciado (o al menos se contenían), volvieron, sin vergüenza, a salir a la luz. Es el eterno retorno de los machirulos.
Malas, locas y mentirosas
En Buenos Aires, hace un par de meses, se le prohibió a les docentes el uso lenguaje inclusivo. Al mismo tiempo, en Uruguay, la UDELAR rechazó el proyecto presentado por Cabildo Abierto, con fines similares. Además, en Uruguay también, la coalición de derecha está impulsando un proyecto de tenencia en el que padres con medidas cautelares por violencia mantienen el régimen de visita a sus hijes.
Este proyecto no solo viola el derecho de las infancias a la protección, sino que se basa en una teoría falsa, conocida como síndrome de alienación paternal. Esta teoría sostiene que, en casos de violencia, no se debe tomar en cuenta los testimonios de les niñes porque suelen mentir, influenciades por sus madres. A pesar de haber sido desautorizada por falta de evidencia por la psiquiatría y la psicología, esta teoría sigue siendo usada para desacreditar a mujeres y niñes en juicios contra varones agresores.
En Estados Unidos, hace un par de meses, la Suprema Corte de Justicia anuló la reglamentación (de 1973!) que garantizaba el derecho al aborto. Además, hace unos meses también, Johnny Depp inició y ganó un juicio por difamación contra su expareja, Amber Heard, quien lo había acusado antes por violencia. El juicio fue largo y trasmitido en vivo, por lo que tuvo un gran alcance mediático. De hecho, el caso se viralizó como “complejo” y “complicado,” por más que Heard presentó fotos de cortes, moretones, audios violentos de Depp y testigos que habían visto sus heridas.
En realidad, es menos complejo y complicado de lo que parece, dice Jessica Winter [1], y no es necesario creerle a Heard, para empatizar con ella cuando quienes defendían a Depp le preguntaban por qué se había quedado con él si le pegaba.
La sola posibilidad de que la violencia hubiera sido bidireccional, o incluso mentira, dio rienda suelta a todo tipo de demonios misóginos y una descarada himpathy (empatía con varones violentos). De repente, volvió a parecer más fácil creer que ella era una loca, a que el un violento. De repente, volvió a parecer que a quien había que proteger era a él, aunque fuera más rico y poderoso que ella.
Irónicamente, Heard fue la más difamada. Depp tiene varias películas para que lo recuerden, a ella la pintaron como una loca y una mentirosa, lugar que, desde la caza de brujas, se usa para silenciarnos. Este juicio fue un piñazo al “hermana yo sí te creo,” un volver a hacernos sentir que si denunciamos situaciones de violencia seremos ridiculizadas.
De hecho, sus consecuencias no se hicieron esperar. Marilyn Manson, quien tiene varias denuncias por violencia, aprovechó la victoria de Depp (de quien es amigo cercano) para denunciar él mismo por difamación a su expareja Evan Rachel Wood (conocida por la película ‘A los trece’), quien anteriormente lo había denunciado por violencia.
Tanto estos juicios, como el proyecto de tenencia que se está impulsando en Uruguay, buscan desacreditar la credibilidad de quienes denuncian a varones violentos, con el trágico resultado de que ellos terminen siendo los más protegidos. El fantasma de la mujer mala, loca y mentirosa sigue teniendo adeptos, y al parecer, generando más miedo que el varón agresor – a pesar de que este último sea mucho más mortal.
El privilegio de la credibilidad
Amia Srinivasan (2021) escribió sobre el miedo de los varones a ser falsamente acusados. No niega que esto pueda suceder, pero señala que no sucede mucho y que, cuando sucede, lo más común es que la falsa acusación la haya hecho otro varón. Usualmente se ha tratado de policías o abogados que se ensañaron con sospechosos equivocados.
Dice Srinivasan, también, que la ansiedad de ser falsamente acusado se presenta como una ansiedad de justicia, el miedo a que personas inocentes sean injustamente dañadas. Pero en realidad, es una ansiedad de género, varones con miedo a ser dañados por mujeres (de nuevo, malas, locas y mentirosas). Es el miedo de los varones, sobre todo ricos y blancos, a ser tratados como las mujeres, las personas pobres y no blancas (es decir, a que no se les crea). Temen que el principio de creerle a las mujeres los deje expuestos a los prejuicios de la ley, que hasta ahora jugaban en su favor (volviéndolos inocentes hasta que se demuestre lo contrario).
Bajo la ley, dice Srinivasan, somos todes inocentes, pero algunos son más inocentes que otres. En este sentido, el “hermana yo si te creo” opera como una norma correctiva, un gesto de apoyo a aquellas que la ley trata como si estuvieran mintiendo.
Además, todes tenemos derecho a la presunción de la inocencia, pero ¿qué pasa cuando la evidencia estadística muestra que los varones en posiciones de poder tienden a abusar de él? Pensemos, por ejemplo, en la operación océano. La presunción de inocencia, así como está, no reconoce desigualdades, ni relaciones de poder, entre acusados y acusantes. De ahí que tienda a funcionar para defender al acusado, que suele ser varón y tener otro montón de privilegios (dinero, contactos y credibilidad). Esos privilegios son los que estamos cuestionando cuando decimos “hermana yo sí te creo.” Por eso la ansiedad a la acusación. Es la ansiedad a la pérdida de privilegios, el privilegio de la credibilidad.
Cómo contestarle a un machirulo (sin que se te vaya la vida en ello)
En este contexto reaccionario, además de estarse cuestionando la veracidad de las mujeres, se están disputando los avances feministas en torno a cómo pensamos la violencia de género, incluyendo el uso de términos como feminicidio. Por eso, elaboré este “kit de resistencia” para responder a los argumentos más comunes (si es que nos da la energía, y las ganas).
En el fondo, lo que esta reacción viene a decir, es lo que nos dijeron siempre:
(i) que las mujeres también violentan a los varones, por más ellos son quienes las matan
(ii) que la violencia, para los varones, es una disposición biológica y entonces no es su responsabilidad
(iii) que la violencia se explica más por lo neuro-psicológico e individual, que por factores sociales como el género
(iv) que en realidad, la culpa de que continúen los feminicidios es de las feministas, porque su definición de patriarcado es poco tangible (aunque se hayan escrito ríos de tinta), porque denunciaron la cultura patriarcal pero ¿qué han resuelto? Como si la estructura de una sociedad patriarcal se cambiara en 5, 10 o 15 años, con un par de políticas públicas focalizadas. Como si esto fuera lo que plantean “las feministas.” [2]
Frente a esto, podemos decir varias cosas:
(i) Cuando te dicen “las mujeres también les pegan a los varones”
Triste pero cierto: existe un grupo de investigadores, liderado por varones blancos del norte global (sí, la posicionalidad [3] al momento de investigar importa), que se dedican cultivar este argumento (véase el trabajo de Murray Straus).
En primer lugar, si bien los varones también son víctimas de violencia por parte de mujeres en relaciones de pareja, la forma y el marco son distintos. La violencia de mujeres hacia parejas varones suele ser reactiva, defensiva y mucho menos letal que la de varones hacia mujeres (Carosio et al. 2017; Worcester 2002). [4] Además, los varones suelen ser violentos en sucesivas relaciones, mientras la violencia en las mujeres suele ser más circunstancial (Worcester 2002).
En segundo lugar, e importantemente, son muchos menos los varones asesinados por mujeres que las mujeres asesinadas por varones, en general y en el marco de una relación de pareja (Worcester 2002; UNODC 2013). Además, los homicidios de mujeres a parejas varones han disminuido, mientras que los feminicidios íntimos han aumentado (Zahn 2013). De hecho, los varones tienen mayor probabilidad de ser asesinados por otros varones (Worcester 2002). La violencia masculina no solo lastima a las mujeres, sino también a los varones mismos.
Cuando se pone en cuestión que las mujeres sean tan violentas como los varones, se incurre en errores de medición que ignoran las diferencias entre estas violencias, englobándolas como iguales. Cuando un tema se presenta como neutral en torno al género, por ejemplo cuando en lugar de violencia de género hablamos de violencia doméstica o violencia íntima de pareja, es fácil olvidar que el tema no es neutral al género.
Los feminicidios se califican como tales cuando es posible reconocer una lógica ligada a las relaciones de desigualdad entre mujeres y varones (Carosio et al. 2017). Por ejemplo, cuando nos matan porque un varón consideró que una mujer “era suya.” Por eso decimos “la mataron por ser mujer,” porque en nuestra sociedad, bajo estas relaciones de desigualdad, ser mujer es ser de otro. Y, esta forma de tratar a las mujeres se extiende más allá de los feminicidios, por eso las feministas decimos que los feminicidios son un problema social y de género; ¿Quién no ha dicho “la mujer de” para referirse a la pareja de un varón?
Los varones, en cambio, no son “de alguien” sino que son alguien. En tanto el género es un sistema jerárquico donde el varón está por encima de la mujer, es esperable que observemos los patrones de violencia que observamos: son los varones quienes sienten la potestad de matar a las mujeres, y no al revés. De ahí la importancia de nombrar la violencia hacia las mujeres, incluidos los feminicidios, como una forma de violencia específica que tiene raíz en una sociedad machista (o en un cierto sistema sexo-género), y de combatirla en concordancia.
(ii) Si te dicen que los varones son más violentos que las mujeres por su biología [5]
La respuesta corta es que esta afirmación carece de fundamento científico. Es decir, a pesar de que existen diferencias biológicas entre mujeres y varones cis [6] a nivel hormonal, e incluso cerebral, no existe evidencia de que estas diferencias expliquen por qué los varones son más agresivos que las mujeres (Eliot 2021; Geniole et al. 2020).
Si bien existe una asociación entre la testosterona de base y las variaciones de esta a nivel individual en varones, esta asociación es bastante débil − la primera explica un 5% de la variación de la agresividad observada y la segunda un 10% (Geniole et al. 2020). Además, las investigaciones que van más allá de la correlación, y testean relaciones causales, no han tenido resultados que nos permitan afirmar que la testosterona provoca la agresión (Geniole et al. 2020).
Algunas de las personas que promueven esta noción se basan en investigaciones realizadas con animales, no seres humanos. Por ejemplo, hay estudios con ratones que sugieren que las diferencias entre machos y hembras en materia de agresión están mediadas por la amígdala, que es más grande en los machos como resultado de la testosterona prenatal. No obstante, los esfuerzos para extender este modelo a los seres humanos no han sido exitosos (Eliot 2021). Además, es una discusión para nada saldada qué tanto se puede extrapolar de estudios animales a humanos (para una revisión de la discusión vea: ‘Son los hombres animales?’ De Matthew Gutmann).
Cada vez más, en el mundo de la ciencia, va creciendo una corriente que se corre de explicaciones totalitarias ante la pregunta de nature versus nurture (o naturaleza versus sociedad), entendiendo que estas dos interaccionan: no hay sociedad sin cuerpos y no hay cuerpos que no estén en ambientes. Por eso, cada vez más los biólogos toman en cuenta los efectos de los ambientes sociales en sus estudios (Eliot 2021), y los sociólogos incorporan los efectos de los genes, y sus interacciones con los ambientes, en los suyos (Conley y Fletcher 2017).
En el caso de la testosterona, su relación con la agresión está moderada por factores de contexto vinculados al género, y a las conductas que socialmente se habilitan y promueven en mujeres y varones. Recapitulando, asociaciones entre testosterona y agresión de entre 5 y 10% poco explican por qué los varones cometen el 95% de los homicidios procesados alrededor del mundo (UNODC 2013).
(iii) Hay quienes dicen es un tema psicológico, o neurológico (que está más de moda)
En definitiva, más individual que social. Si bien nadie descarta que estas dimensiones (personalidad, alcoholismo y depresión, por ejemplo [Johnson 2011]) entren en juego en las situaciones de violencia, hay que entenderlas desde una perspectiva de género [7], de nuevo, en el marco de relaciones desiguales entre mujeres y varones.
En los estudios de género, existe el consenso de que esta desigualdad, o sistema sexo-género, opera en varios niveles: individual, interaccional, y estructural (que contiene la cultura, las instituciones, y el reparto de los recursos). En el plano individual, por ejemplo, esto se manifiesta en el hecho de que los varones con ideologías familiares más patriarcales tienen mayores probabilidades de violentar a sus parejas que los que no (DeKeseredy 2011).
En el plano de lo estructural, observamos que la desigualdad de género a nivel país (incluyendo normas sociales donde los varones tienen más autoridad y derechos de propiedad que las mujeres) predice el riesgo que corren las mujeres, individualmente, de ser víctimas de violencia en ese país (Heise and Kotsadam 2015). De hecho, las sociedades más igualitarias, en materia socioeconómica, racial y de género, tienen menores niveles de violencia en general y de violencia contra las mujeres en particular (Eisner 2012; Permanyer y Gomez-Casillas 2020).
Además, si los varones violentos (esposos, cohabitantes, parejas, exparejas o novios) tienen, de hecho, una enfermedad mental: ¿por qué solo golpean a sus parejas o exparejas mujeres, y no a sus jefes, amigues o vecines? (DeKeseredy 2011)
(iv) Y no faltan quienes dicen que, en realidad, es todo culpa de las feministas
Rebuscados, pero los hay. Sostienen que las interpretaciones feministas son erradas y por lo tanto también las soluciones que estas plantean. Dicen que no hay suficiente evidencia de que los feminicidios son un tema de género. A pesar de que, en Uruguay, en lo que va del 2022, 19 mujeres han sido asesinadas por varones (parejas, expareja o familiares) y solo pude encontrar un caso de un varón asesinado por su pareja mujer, que declaró ser víctima de violencia de género.
Por otro lado, los feminismos son múltiples, como también lo son soluciones que las feministas plantean. Se están dando grandes e importantes debates sobre el punitivismo, su utilidad y su dimensión ética (Daich y Varela 2020). Se están gestando reglamentaciones para hacer frente al acoso sexual en las organizaciones laborales. Se están discutiendo otro tipo de respuestas, como los escraches y las cancelaciones. Estamos innovando en el cómo hacer frente a violencias de este tipo, porque no hace tanto que las reconocemos y nombramos.
Aspiramos a cambios en todos los niveles en los que opera la desigualdad (Carosio et al. 2017). Es decir, políticas focalizadas para situaciones individuales y de emergencia (que incluyan atención a mujeres que sufren violencia y rehabilitación a perpetradores), pero también políticas macro: a nivel cultural, de reparto de recursos y de poder (que incluyan políticas de cuidado, paridad política y empoderamiento económico de las mujeres).
Sostener que sigue habiendo feminicidios porque las feministas no han generado evidencia empírica suficiente de que las mujeres sufren violencias específicas (no solo es una locura, sino que) es volver a culpar a las mujeres por la violencia que sufren (vuelta de tuerca ya conocida).
Dice Worcester (2022), que el backlash, o la reacción conservadora ante un movimiento político y social, es siempre un signo de cuan exitoso ha sido dicho movimiento. Dice también, que nadie estaría diciendo que las mujeres son tan violentas como los varones, si no hubiera habido tantas mujeres organizadas y haciendo frente a la violencia masculina. En definitiva: “ladran Sancho, señal que cabalgamos.”
Muchas gracias a Victoria Prieto, Adriana Migliaro, Andrea Tuana, Juana Urruzola, Miguel Concha, Dimara Curbelo, Lucía Carmela Martínez y Rosario Echagüe por las amorosas lecturas y sabias referencias.
REFERENCIAS
Carosio, Alba, Magdalena Valdivieso Ide, Montserrat Sagot Rodríguez, Ana Silvia Monzón, Alicia Girón, Eugenia Correa, Elisa Alejandra Valdivieso Ide, Susana Rostagnol, Maria Betânia Ávila, Verônica Ferreira, Norma Vasallo Barrueta, Alejandra Arroyo Martínez Sotomayor, Laiany Rose Souza Santos, Josefa de Lisboa Santos, and Lucy Ketterer Romero. 2017. Feminismos, pensamiento crítico y propuestas alternativas en América Latina. edited by M. S. Rodríguez. Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales. CLACSO.
Conley, Dalton, and Jason Fletcher. 2017. The Genome Factor: What the Social Genomics Revolution Reveals about Ourselves, Our History, and the Future. Princeton.
Daich, Deborah, and Cecilia Varela. 2020. Los feminismos en la encrucijada del punitivismo. Editorial Biblos.
DeKeseredy, Walter S. 2011. Violence against Women: Myths, Facts, Controversies. Toronto ; Tonawanda, NY: University of Toronto Press.
Eisner, Manuel. 2012. “What Causes Large-Scale Variation in Homicide Rates?” Pp. 137–62 in Violence among our Close Relatives, edited by H.-H. Kortüm and J. Heinze. DE GRUYTER.
Eliot, Lise. 2021. “Brain Development and Physical Aggression: How a Small Gender Difference Grows into a Violence Problem.” Current Anthropology 62(S23):S66–78.
Geniole, S. N., B. M. Bird, J. S. McVittie, R. B. Purcell, J. Archer, and J. M. Carré. 2020. “Is Testosterone Linked to Human Aggression? A Meta-Analytic Examination of the Relationship between Baseline, Dynamic, and Manipulated Testosterone on Human Aggression.” Hormones and Behavior 123:104644.
Heise, Lori L., and Andreas Kotsadam. 2015. “Cross-National and Multilevel Correlates of Partner Violence: An Analysis of Data from Population-Based Surveys.” The Lancet Global Health 3(6):e332–40.
Johnson, Michael P. 2011. “Gender and Types of Intimate Partner Violence: A Response to an Anti-Feminist Literature Review.” Aggression and Violent Behavior 16(4):289–96.
Matthew Gutmann. 2019. Are Men Animals? How Modern Masculinity Sells Men Short. Basic Books.
Permanyer, Iñaki, and Amalia Gomez-Casillas. 2020. “Is the ‘Nordic Paradox’ an Illusion? Measuring Intimate Partner Violence against Women in Europe.” International Journal of Public Health 65(7):1169–79.
Srinivasan, Amia. 2021. The Right to Sex. Feminism in the Twenty-First Century. Farrar, Straus and Giroux.
UNODC (United Nations Office on Drugs and Crime) 2013 The Global Study on Homicide (Viena: UNODC).
Worcester, Nancy. 2002. “Women’s Use of Force: Complexities and Challenges of Taking the Issue Seriously.” Violence Against Women 8(11):1390–1415.
Zahn, Margaret 2013 “Intimate Partner Homicide: an Overview” en Journal National Institute of Justice N° 250.
NOTAS AL PIE
[2] Para un desglose de estos argumentos vea el artículo de Nicolas Trajtenberg en este mismo blog. Advertencia de contenido sensible: compara los feminicidios con la violencia entre chimpancés.
[3] La posicionalidad es la posición de quien investiga en relación a categorías de identidad y estratificación social como el género, la raza, la clase social y la orientación sexual, entre otras. Esta posición influye en la comprensión del mundo y la producción de conocimiento. Los individuos en posiciones de poder tienden a negar la conexión entre sus ideas y los intereses ligados a su posicionalidad.
[4] Lo que no significa que las violencias hacia los varones y la violencia bidireccional no deban ser atendidas. Sin querer abusar de la analogía, hablar de brutalidad policial y racismo no es negar que personas no negras también enfrenten cierta violencia policial, es entender que, en su mayoría, a quienes la policía mata son a personas negras.
[5] Hay incluso quienes justifican la violación como un producto natural de la evolución (Vea: “Una Historia Natural de la Violación: Las Bases Naturales de la Coerción Sexual” por Thornill y Palmer, 2000).
[6] Personas cuya identidad de género corresponde al sexo que les fue asignado al nacer.
[7] A veces, las feministas nos referimos a esta forma de mirar el mundo como los lentes violetas.
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