¿Cincuenta años no es nada? Medio siglo de protesta estudiantil en Uruguay
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Recientemente se publicaron los datos de una
nueva edición del Latinobarómetro. Este
estudio de opinión pública, al que otros artículos de este blog ya han hecho
referencia, pregunta a los encuestados, entre muchas otras cosas, por su
predisposición a participar -y por su participación de hecho- en una serie de
acciones políticas, desde saqueos, pasando por ocupación de edificios, firmar
peticiones y asistir a manifestaciones. Cuando se les pregunta a los uruguayos si
han participado de hecho en alguna manifestación en el pasado, el país arroja “índices
de protesta” sumamente elevados. Por ejemplo, un 22% de los uruguayos que
participaron del estudio en 2020 declaran haber asistido a una manifestación
autorizada, bastante más que la mayoría de los países latinoamericanos. Si uno
observa cómo influyen ciertas variables demográficas en la predisposición a
protestar, la edad juega un rol muy importante. Mientras un 37% de los encuestados
entre 15-25 años dice que podría asistir a una manifestación autorizada, ese número
desciende a 26% para la población entre 26-40, 17% para la población entre
41-60, y 11% para mayores de 61. Si nos trasladamos en el tiempo hasta 2005, la
cifra del rango etario inferior dispuesta a participar en manifestaciones
autorizadas era sensiblemente menor (24%). Se habrá perdido ya el lector entre tantas
cifras, pero lo que en todo caso surge de estos estudios es que las
percepciones sobre la protesta, como forma legítima de dirimir disputas y
expresar malestar en la esfera pública, así como la disponibilidad de hecho
para participar demuestran ser fluctuantes en el tiempo, y varían significativamente
según la coyuntura socio histórica y las características de los potenciales o actuales
participantes.
Sin embargo, hay ciertos actores que sabemos
que se encuentran más predispuestos que otros a participar en acciones
políticas no institucionales y de carácter más confrontativo. Los estudiantes han
estado históricamente en el podio, siendo variadas las razones que se han propuesto
para explicar su predisposición a la protesta. Los estudiantes suelen ser
jóvenes y tener menos responsabilidades familiares o laborales que dificulten
la participación en la acción colectiva[1];
las organizaciones estudiantiles están atravesadas por un flujo de recambio
generacional constante que permite a nuevos activistas ingresar a sus filas con
fuerza vigorosa año tras año; existen en general organizaciones y recursos
fácilmente disponibles para canalizar la participación juvenil y, finalmente,
los estudiantes son a menudo herederos de legados de movilización anteriores que los proveen con un arsenal de estímulos e
insumos (materiales y simbólicos) que catalizan su accionar presente. Aunque en
Uruguay hay numerosos estudios que han puesto el foco sobre movimientos
estudiantiles específicos del pasado, aún hay un terreno fértil para analizarlos
de forma sistemática y comparada con miradas de más largo aliento.
A lo largo de 2020, un grupo multidisciplinar de
investigadores nos
abocamos a analizar la protesta de los estudiantes desde una óptica algo diferente
a las predominantes en el país hasta ese momento. Partimos de una investigación empírica comparada y
longitudinal de movilizaciones estudiantiles en Uruguay a lo largo de casi medio
siglo (1957-1997) para tratar de entender cómo se procesaron sus demandas, y
cómo se manifestaron dichas movilizaciones en la esfera pública. Partimos de cuatro
grandes ciclos de protesta estudiantil, previamente identificados por la
historiografía: la lucha por la Ley Orgánica de 1958, la ola global de
protestas estudiantiles en torno a 1968 -que tuvo sus especificidades locales-,
la reorganización del movimiento estudiantil en el contexto de la transición a
la democracia, cuyo auge se sitúa en 1983, y la protesta de estudiantes de
secundaria contra la Reforma en 1996. Se sistematizó, a partir de material de
prensa de los semanarios Marcha y Búsqueda, un total de aproximadamente
400 eventos de protesta. Algunas de las 30 variables recolectadas estuvieron
relacionadas con las características de la protesta en sí (tácticas, demandas,
blanco de protesta, presencia de fuerzas de seguridad, organizaciones
presentes), y otras a la forma en que la protesta fue reportada en la prensa
(largo de artículo, adjetivos utilizados para describir a los estudiantes).
Como muestra el gráfico que se presenta a continuación, el número de eventos, lo mismo que el ritmo y tempo de la protesta estudiantil, varió en cada coyuntura particular, con el ciclo del 58 en un extremo, con pocos eventos muy masivos (9% del total de los eventos de la base), y el ciclo del 96, en el otro, con muchas ocupaciones en diversos liceos a lo largo y ancho del territorio (32% de los eventos del total). Todos los ciclos siguen, como suele suceder, un patrón de auge durante el año lectivo y un relativo letargo durante los meses de verano, con la excepción de 1984, cuando los estudiantes acompañaron el proceso de reactivación de la sociedad civil organizada en el contexto del retorno a la democracia en el país (18% del total de eventos). El ciclo del 68 se caracterizó, por su parte, por una radicalización en el repertorio de la acción colectiva, con una presencia más constante de los estudiantes en el espacio público, así como una politización de sus demandas (un 41% de los eventos provinieron de este ciclo).
Partiendo de algunos trabajos claves de la sociología histórica, como los
de Charles Tilly (1986) y Sidney Tarrow (1998), pusimos el foco en los eventos
de protesta para analizar un variado repertorio de tácticas estudiantiles, que
fueron desde el enfrentamiento violento, ocupaciones y paros, hasta actos
simbólicos como las clases públicas, las declaraciones y los comunicados. Una mirada de la evolución de la protesta
estudiantil en Uruguay a lo largo de cuatro décadas muestra que el repertorio
de tácticas se fue ampliando ciclo tras ciclo, que los estudiantes estuvieron
cada vez más acompañados, y que sus demandas fueron variando según el contexto.
Sin embargo, independientemente del periodo, el accionar de los estudiantes
siguió sus patrones, tendiendo a privilegiar las tácticas de disrupción
internas, cuando sus demandas estuvieron circunscriptas a lo educativo, y
tácticas de disrupción externas cuando las demandas trascendieron lo educativo.
Por otro lado, la noción de “movimiento estudiantil” adquirió valoraciones
sociales diferente en cada ciclo, en parte porque el significado de lo que
implicó “ser estudiante” varió significativamente en cada período, en parte
porque los estudiantes que se movilizaron fueron distintos (con una
preponderancia de universitarios en el ciclo del 58 y 83, y de secundaria en el
96), y también porque, como vimos con el Latinobarómetro, los límites de lo políticamente tolerable y la valoración
social de la protesta cambian de un momento a otro. Finalmente, vimos cómo las
tácticas y demandas de un ciclo de protesta se resignificaron en los ciclos subsiguientes,
existiendo cierto grado de familiaridad y recursividad. Así, por ejemplo, los
estudiantes de la transición democrática levantaron la bandera de la autonomía
y el cogobierno de sus antecesores del 58, y los estudiantes del 96 apelaron a
la memoria del movimiento de 1968 a través de fechas como el Día de los
Mártires Estudiantiles. No solo los estudiantes apelaron a la memoria de
los ciclos previos para valerse de ellos en el presente, también los blancos de
la protesta y las autoridades utilizaron a menudo imágenes pasadas de ciclos
anteriores y agitaron viejos fantasmas para deslegitimar el accionar de los
estudiantes y generar desaprobación en la opinión pública.
Hay contextos que parecen ser mucho más proclives a la protesta estudiantil,
pero, como vimos, la predisposición a la protesta no necesariamente se traduce
en protesta de hecho. El campo de estudios de los movimientos sociales es
inherentemente interdisciplinario, y este trabajo se nutrió del diálogo fecundo
constante entre la historia y la sociología. El primer resultado de esta
investigación sobre los movimientos estudiantiles uruguayos (sintetizados en
este libro publicado esta semana y disponible para descargar en formato pdf y como epub de acceso libre) es una invitación
a pensar sobre cómo miramos y estudiamos la protesta del pasado, del presente y
también en del futuro. A los interesados, pasen, descarguen, lean, difundan y critiquen.
Nota: Este texto retoma algunos de los hallazgos principales presentes en el libro El río y las olas: ciclos de protesta estudiantil en Uruguay (1958, 1968, 1983, 1996). El equipo de sociólogos e historiadores fue coordinado por Vania Markarian y Gabriela González Vaillant e integrado por Camille Gapenne, Cecilia Lacruz, Cecilia Muniz y Paolo Venosa. Dicho trabajo integró un proyecto de más largo aliento titulado "Fuentes para la historia intelectual", llevado a cabo gracias a una financiación de la Comisión Sectorial de Investigación Científica (CSIC) y desarrollado desde el Archivo General de la Universidad (AGU).
[1] Decía Methol Ferré, justamente en 1968, que las “juventudes” son un “momento de la sociabilidad que les está vedado a campesinos y proletarios. Pues es un fruto de la transición entre la sociedad doméstica y la sociedad política, un singular, fugaz y brillante momento en que todo está en vilo y cuestionado, donde las ideas se libran de la pesadez de las cosas y hasta pueden escudriñar su sentido”
Tomado de Razones y Personas. Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución 3.0 No portada.