¿Ganando Cerebros?

Embolados en el Aeropuerto de Carrasco
foto: Matías Brum
La conversación en Uruguay sobre emigración a menudo gira en torno a la llamada fuga de cerebros –del inglés brain drain- y sus potenciales efectos negativos y positivos. En esta nota quiero hacer foco sobre otro efecto potencialmente positivo de la emigración –brain gain en la literatura académica- que quizás pueda ser de interés para el caso uruguayo.

Como caracterización rápida y aproximada de la emigración en Uruguay, en la actualidad se estima que aproximadamente medio millón de uruguayos residen en el exterior –alrededor del 15% de la población- concentrados principalmente en Argentina, Estados Unidos, Brasil y España. Los emigrantes, al momento de emigrar, son en su mayoría hombres, de Montevideo o el área metropolitana, jóvenes, relativamente educados, y emigran principalmente por falta de trabajo o por bajos ingresos.[1] En este contexto uno podría preguntarse cómo afecta la emigración al país; la respuesta es compleja ya que la emigración tiene efectos muy variados y de distinto signo sobre los migrantes, sus familias, su entorno, y el país entero; efectos que varían además en el corto, mediano y largo plazo.


Una parte importante de la literatura académica sobre la emigración estudia los efectos de la emigración y las remesas en el bienestar y el comportamiento de los hogares. Por ejemplo, la partida del jefe de hogar en el corto plazo implica una pérdida de ingresos y de esfuerzo a nivel doméstico, que puede llevar a otros miembros del hogar al mercado de trabajo y/o a cubrir sus tareas dentro del hogar. Algunos trabajos empíricos encuentran entonces que la emigración del jefe de hogar lleva a mayor participación de la mujer en el mercado de trabajo, a menor rendimiento educativo de los hijos (y especialmente de las hijas, que en ocasiones abandonan sus estudios para colaborar con las tareas de la casa), a incrementos en el trabajo infantil, entre otros (McKenzie y Rapoport 2011; Cortes 2015; Antman 2013). En el mediano plazo, en la medida en que el jefe de hogar envía remesas dichos efectos negativos comienzan a revertirse, los trabajos empíricos encuentran en general que las remesas se utilizan para incrementar tanto el consumo de los hogares como la inversión (en educación y salud, y ocasionalmente en bienes de capital), con lo que baja la participación de los demás miembros del hogar en el mercado de trabajo y mejoran los resultados educativos y otros indicadores de bienestar (Edwards y Ureta 2003, Yang 2008, Antman 2013). Estos resultados empíricos son de escaso interés para nosotros dado que los uruguayos no parecen reproducir el patrón de jefe de hogar que emigra temporalmente y envía remesas durante su estancia en el exterior: los retornantes son un porcentaje bajo de los emigrantes y las remesas no resultan muy significativas, al menos en comparación con otros países.[2]



Otra parte de la literatura académica estudia efectos más macro de la emigración; aquí entran los trabajos sobre el brain drain (ver un resumen en Gibson y McKenzie 2011). Los efectos negativos de la fuga de cerebros son conocidos: si la sociedad subsidia la educación y formación de individuos altamente calificados que luego eligen emigrar, los frutos de dicha inversión social son cosechados por otros en otros países. La contracara es que los cerebros fugados pueden contribuir con su país de origen si (al menos algunos) posteriormente deciden regresar, contribuyendo con nuevos conocimientos, prácticas, formas de producir o innovar, etc. También, aun si no regresan, puede haber un efecto positivo en tanto los cerebros fugados pueden permanecer en contacto con el país de origen, ya sea vía redes de investigación o intercambio académico, vínculos empresariales, etc. Gibson y McKenzie (2011) listan un pequeño grupo de investigaciones empíricas que estudian los potenciales efectos positivos de la fuga de cerebros. Estos trabajos suelen encontrar efectos positivos pero más bien pequeños; el caso de estudio más interesante –especialmente para Uruguay- es el de la India: Saxenian (2007) documenta cómo los emigrantes altamente calificados del sector de las TIC fueron –y siguen siendo- un factor clave para el desarrollo del sector en su país de origen en los 90 y 00.


Ahora bien, de un tiempo a esta parte la literatura sobre fuga de cerebros comenzó a interesarse en una curiosidad teórica: podría ser el caso que la posibilidad de emigrar fuera un incentivo poderoso para que la gente decidiera formarse y educarse, y que el saldo global –en términos de formación y educación de la población- fuera positivo, aun si parte de los individuos altamente formados decide emigrar. Esta es la llamada “hipótesis de la ganancia de cerebros” (brain gain hypothesis). Esta hipótesis la plantea Mountford (1997) en un trabajo teórico, el cual es seguido por otros autores que también en el plano teórico refinan la idea original y estudian qué condiciones deben cumplirse para que un brain drain de pie a un brain gain. Lo interesante es que en los últimos años algunos trabajos empíricos estudian el tema y encuentran distintos resultados dependiendo del país. Por ejemplo Batista, Lacuesta y Vicente (2007) encuentran que aumentos en la probabilidad de emigrar incrementan la probabilidad de terminar la educación secundaria en el caso de Cabo Verde. Por otro lado, De Brauw y Giles (2006) encuentran que mayores posibilidades de emigrar reducen la matriculación en educación secundaria en la China rural; los autores argumentan que la posibilidad de mayores ingresos que trae aparejada la emigración a la ciudad es tan fuerte que los estudiantes directamente abandonan el sistema educativo. Más cerca en términos culturales y geográficos, Boucher, Stark y Taylor (2005) no encuentran efecto alguno para el caso de México. Sin embargo Kandel y Kao (2000), también para México, encuentran que hijos de emigrantes tienen menores aspiraciones educativas que niños con menor exposición a la emigración.

Me interesa traer a colación la posibilidad (más bien teórica) de que la emigración pueda tener efectos positivos sobre el nivel educativo de los habitantes de un país dado que me parece que este punto suele estar ausente de la conversación a nivel local. Vale recordar que hace unos meses en una encuesta a estudiantes universitarios, el 60% respondió “si” a la pregunta “¿Considerás la posibilidad de emigrar luego de terminar la carrera?”.[3] Uniendo este resultado con el hecho de que alrededor del 20,3% de la población nacida en Uruguay mayor de 25 años con nivel terciario emigró y vive en países de la OCDE, al menos a mí me surge la interrogante honesta de cuántos estudiantes universitarios habrán elegido estudiar pensando en emigrar, cuantos habrán elegido su carrera en función de la posible inserción internacional, y cuantos habrán elegido seguir su formación a nivel de posgrado como estrategia de emigración. Y, en especial, cuantos de todos estos habrán permanecido en el país a pesar de haber considerado a la emigración como uno de los factores detrás de su decisión. Notoriamente los datos que mencioné arriba no prueban nada –en todo caso señalan una potencial línea de investigación a futuro-, pero sirven para destacar que quizás haya potenciales efectos de la emigración que nos estemos perdiendo de considerar en la conversación sobre el tema.

REFERENCIAS

Antman, F. M. (2013). The impact of migration on family left behind. International handbook on the economics of migration, 293.

Batista, Catia, Aitor Lacuesta and Pedro C. Vicente (2007), ‘Brain drain or brain gain? Micro evidence from an African success story’, IZA Discussion Paper 3035, Institute for the Study of Labor, Bonn.

Beine, M. A. R., Docquier, F., & Rapoport, H. (2003). Brain drain and LDCs' growth: Winners and losers. SSRN Scholarly Paper ID 434542, Social Science Research Network, Rochester, NY.

Boucher, S., Stark, O., & Taylor, J. E. (2009). A gain with a drain? Evidence from rural mexico on the new economics of the brain drain. In Corruption, development and institutional design (pp. 100_119). Springer.

Cabella, Wanda, and Adela Pellegrino. "Una estimación de la emigración internacional uruguaya entre 1963 y 2004." Documento de Trabajo/FCS-UM; 70 (2005).

Cortes, P. (2015). The feminization of international migration and its e_ects on the children left behind: Evidence from the philippines. World Development, 65, 62_78.

De Brauw, A. & Giles, J. (2016). Migrant opportunity and the educational attainment of youth in rural china. Journal of Human Resources.

Dumont, J. C., Spielvogel, G., & Widmaier, S. (2010). International Migrants in Developed, Emerging and Developing Countries.

Edwards, A. C. & Ureta, M. (2003). International migration, remittances, and schooling: Evidence from El Salvador. Working Paper 9766, National Bureau of Economic Research.

Gibson, John and David McKenzie (2011) ‘Eight questions about brain drain’, Journal of Economic Perspectives 25(3): 107–12.

Kandel, William and Grace Kao (2000), ‘Shifting orientations: How U.S. labor migration affects children’s aspirations in Mexican migrant communities’, Social Science Quarterly, 81(1): 16-32.

Macadar, Daniel & Pellegrino, Adela. “Informe sobre migración internacional en base a los datos recogidos en el Módulo Migración de la Encuesta Nacional de Hogares Ampliada de 2006”. Informe de consultoría para el INE, 2007.

Migration and Development Brief 27, Banco Mundial, Abril 2017.

Mountford, A. (1997). Can a brain drain be good for growth in the source economy? Journal of Development Economics, 53 (2), 287_303.

Pellegrino, Adela, and Andrea Vigorito. "Emigration and Economic Crisis: Recent Evidence from Uruguay." Migraciones Internacionales 3.1 (2005): 57-81.

Saxenian, AnnaLee. The new argonauts: Regional advantage in a global economy. Harvard University Press, 2007.

Yang, D. (2008). International migration, remittances and household investment: Evidence from philippine migrants' exchange rate shocks. The Economic Journal, 118 (528), 591_630.







[1] Para una caracterización seria de los emigrantes y más datos sobre emigración, ver Cabella y Pellegrino (2005); Pellegrino y Vigorito (2005) y Macadar y Pellegrino (2007).
[2] Las remesas representarían poco menos del  1% del PBI; porcentaje que asciende a 16.4% para El Salvador y 16.9% para Honduras, por ejemplo (Banco Mundial, 2017). La tasa de retorno ronda el 25% para uruguayos; históricamente las tasas de retorno estimadas para migrantes de otros países ronda el 50% y puede alcanzar el 75% (Dumont y Spielvogel, 2010).
[3] Ver “Universitarios con un pie afuera”, El Pais, 12 de Febrero 2017. 

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