La eventual alianza electoral entre blancos y colorados para competir contra el Frente Amplio (FA) en Montevideo es uno de los hechos más llamativos de la política uruguaya de los últimos años. La situación es destacable al menos por dos razones. Primero, por la intrincada ingeniería electoral que dicha estrategia supone. Segundo, porque esta jugada política implica una renuncia de los partidos tradicionales a competir de forma independiente contra el FA.
La siguiente es una de las tantas preguntas planteadas en este debate: ¿deberían los votantes del partido Nacional (PN) y el Partido Colorado (PC) preocuparse por una eventual coalición electoral? Existen al menos dos motivos que pueden preocupar a esos votantes. Por un lado, una eventual coalición electoral puede ser vista como una traición ideológica. Eso es, un sacrificio de los lineamientos ideológicos que identifican y distinguen a cada sector en pro de una potencial victoria en las urnas. Por otro lado, se puede cuestionar la capacidad que los partidos más antiguos de nuestro país han tenido a la hora de generar alternativas electorales seductoras y viables. En este segundo punto quiero detenerme.
Para empezar, puede ser un signo de preocupación que los partidos tradicionales no estén generando la renovación política necesaria para competir de igual a igual contra un partido que ha gobernado ininterrumpidamente el departamento desde 1989. En un total de cinco periodos de gobierno, la suma de los votos del PN y el PC solo superó en 1989 y 1994 el total del caudal del FA. De ahí en adelante, el FA siempre obtuvo más votos que la sumatoria del resto de los partidos.
Asimismo, la última elección departamental estuvo marcada por un llamativo alto número de votos en blanco y anulados. Para ponerlo en perspectiva, el número de votos en blanco y anulados en la última elección fue de 121.670, eso es un 13.8% de los votantes. Ese número es más del doble del máximo registrado desde la restauración democrática (5.8% en 1989). No es demasiado arriesgado pensar que esta cifra histórica de votos en blanco puede ser explicada tanto por la inoperancia de los partidos tradicionales para captar votos del FA como por el desgaste de la gestión de este último después de dos décadas en el gobierno.[1]
Fuente: Elaboración propia en base a datos del Área Política y de Relaciones Internacionales del Banco de Datos de la FCS, UDELAR.
|
Las mediciones de opinión pública referentes a la gestión de los últimos dos intendentes del FA sirven para apreciar la magnitud de ese desgaste. Por ejemplo, de acuerdo a una encuesta de opinión realzada por la consultora Cifra en setiembre del 2012 (ver figura 1), un 55% de la población de la capital del país desaprobaba la gestión de Ana Olivera. Para esa misma fecha, tan solo un 29% aprobaba su gestión. Esos números son notoriamente peores que los obtenidos por el intendente anterior, Ricardo Ehrlich, quien culminó su mandato con una mayoría desaprobando su gestión. En un escenario desfavorable para el Frente Amplio que data de varios años, ¿Cómo es posible que los partidos tradicionales no hayan generado una oferta electoral atractiva para captar aquellos ciudadanos descontentos con la gestión del FA?
Históricamente, las elecciones municipales uruguayas han favorecido la permanencia de los partidos incumbentes. Por ejemplo, desde la promulgación de la ley de creación de intendencias municipales en 1908 y hasta la irrupción del Frente Amplio en 1989, la intendencia de Montevideo había tenido casi exclusivamente intendentes afiliados al partido Colorado. Las dos únicas excepciones fueron el triunfo del PN en las elecciones de 1958 y el mandato de Juan Carlos Payssé quien gobernó la intendencia durante los últimos dos años del periodo militar (1983-1985).
Pero ese fenómeno no solo ha ocurrido en Montevideo. Desde el retorno de la democracia, nueve departamentos del interior han mostrado una variación en el mandato departamental menor o igual a la de Montevideo.[2] Notablemente, sin embargo, de los cuatro departamentos que reúnen el 64.01% de la población del país (Montevideo, Canelones, Maldonado, Salto), Montevideo ha tenido la menor alternancia en el gobierno departamental. Si sumamos Montevideo a los nueve departamentos con escasa o nula alternancia en el gobierno departamental, podemos decir que el 64.31% de los uruguayos ha sido gobernado por un mismo partido durante al menos cinco de los seis periodos de gobierno departamental post dictadura.
Hasta qué punto esa escasa alternancia es deseable para la democracia y el gobierno departamental es un debate abierto. Lo que sí parece claro es que una eventual coalición electoral del PN y el PC resulta a priori un intento razonable para incrementar su competitividad electoral. Ante este nuevo escenario, el FA deberá esforzarse más no sólo en diseñar y ejecutar una mejor campaña electoral sino fundamentalmente en superar gestión gubernamental. Ambas consecuencias deberían ser tomadas como una buena noticia por oficialistas y opositores.
[1] Ver
por ejemplo: Freigedo,
Martín y Miguel Lorenzoni. 2011. ``La
capital se vistió de blanco. Elecciones departamentales y municipales en Montevideo'',
En Antonio Cardarello Altair Magri (coord): Cambios, certezas e
incertidumbres Elecciones Departamentales y Municipales 2010. Publicación
del Instituto de Ciencia Política Facultad de Ciencias Sociales de la
Universidad de la República Congreso de Intendentes. pp.37-58.
[2] Este
es el caso de los departamentos de Colonia, San José, Tacuarembó, Cerro Largo, Durazno (todos con seis gobiernos ininterrumpidos del
PN), Rivera (un gobierno del PN y cinco del PC), Soriano, Lavelleja (con un gobierno del PC y
cinco del PN), y Treinta y Trés (un gobierno del FA y cinco del PC).