Cuando volví a Uruguay quede sorprendido tanto por el nivel de inseguridad/pánico existente con el delito de los jóvenes, como por el convencimiento de que la causa fundamental de este problema era el consumo de drogas. Lo extraordinario es que este si bien este diagnostico parece estar ampliamente consensuado (o al menos eso percibo en mi círculo de amistades, conocidos, colegas, medios de prensa que consumo, etc.), no suele haber mucho fundamento empírico detrás del mismo.
En este contexto, es interesante la noticia publicada en El País el jueves 1 de marzo de 2012, donde se cita un estudio sobre la relación droga y delito en adolescentes infractores (en Bolivia, Chile, Colombia, Perú y Uruguay) realizado en el marco de la ONU y la OEA. La investigación para el caso de Uruguay involucró un censo donde se encuestaron 177 jóvenes entre 13 y 18 años atendidos por los programas de INAU.
Más allá de que se mencionan problemas en diversas dimensiones en la vida de los jóvenes infractores (familia, amistades, educación, uso de tiempo libre, victimización, etc.) el cronista destacaba cinco resultados vinculados a drogas:
1. El titular: “de cada cinco delitos, uno estaría relacionado con drogas”
2. En algún periodo de su vida “el 61% consumió marihuana de forma cotidiana, el 42,4% pasta base, el 32.4% alcohol, y el 26.6% cocaína”
3. El mismo día de la infracción “un tercio de los infractores consumió alcohol…uno de cada diez consumió marihuana, 5% pasta base, 2.6% cocaína y el 1.5% alguna sustancia inhalable”
4. “Los niveles de consumo de drogas de los jóvenes internados en los hogares de SEMEJI tienen características e intensidades muy diferentes a las de la media poblacional, y por supuesto a la de los jóvenes que están insertos en la educación secundaria”
5. “Se trata de hogares pobres donde el altísimo consumo de sustancias psicoactivas es otra de las características que los define…la semejanza con los resultados tanto de consumo de niños en situación de calle como los de la población carcelaria, lo evidencian”
Si bien la impresión inicial es que estos datos respaldan el diagnostico intuitivo – alarmista, quiero destacar tres limitaciones bastante simples y obvias derivadas del tipo de muestra (población exclusivamente infractora) pero que ayudan a visualizar la complejidad del vinculo entre drogas y delito, y por ende, a ser más cautelosos y relativizar el rol explicativo de las drogas sobre el delito.
En primer lugar, más allá de que los elevados niveles de prevalencia de consumo de drogas entre los infractores (mencionadas en los resultados 2 – 4) puedan preocupar, estas cifras carecen de implicancias explicativas. No se provee de una caracterización análoga de los consumos de drogas para la población adolescente no involucrada en el delito. Si bien el estudio citado menciona una encuesta realizada en hogares en 2006 y una encuesta en secundaria en 2007, los datos no son presentados. La única grafica presente (pag. 81) compara a los jóvenes infractores con otras dos poblaciones vulnerables (niños en la calle y población carcelaria). Sería útil presentar información que mostrara que los jóvenes que no cometen infracciones poseen niveles de consumo de drogas nulos o mucho más bajos comparativamente.
En segundo lugar, el titular de la nota donde se establece que la droga está involucrada en el 20% de los delitos tiene mayor relevancia explicativa. El estudio utiliza el modelo de Goldstein (con correcciones de Pernanen y Brochu)[1] para establecer cuanto delito puede atribuirse al consumo de droga. Para ello se establecen tres variantes: una conexión sistemática que involucra delitos asociadas a peleas entre productores, intermediarios y consumidores de drogas; una conexión económico – compulsiva que refiere a aquellos delitos que se realizaron para proveerse de drogas o de medios para comprar drogas; y la conexión psicofarmacológica donde el delito se produce bajo los efectos estimulantes de las drogas (pags. 24 y 25). No obstante, precisamente por centrarse exclusivamente en la población infractora el tipo de vínculo causal que puede establecerse es exclusivamente de suficiencia causal, no de necesidad causal. En otras palabras, diversas formas de delito juvenil pueden tener lugar en Uruguay sin requerir la presencia del consumo de drogas. Así mismo, la forma de medir el vínculo entre drogas y delito tiene limitaciones. Por ejemplo, la conexión psicofarmacológica entre droga y delito se evalúa haciéndole una pregunta contra fáctica al joven infractor (“¿Lo habría hecho si no hubiese estado con marihuana/pasta base (bazuco)/cocaína/alcohol?”) que exige facultades cognitivas y memorísticas muy elevadas y dudosas, especialmente si se considera que muchos de estos adolescentes pueden poseer serias limitaciones en dichas capacidades tanto por las condiciones extremas de vida como el propio consumo de drogas.
En tercer lugar, emplear técnicas exclusivamente descriptivas aplicadas a este tipo de muestras limita nuestro entendimiento en el sentido de que impide controlar el posible efecto de otras dimensiones o variables relevantes para la explicación del delito (problemas familiares, grupo de pares delictivo, tensiones experimentadas, problemas de personalidad, etc.). De esta manera, no solo sobre-estimamos la importancia que poseen las drogas, y en el peor de los casos ignoramos un vínculo muy débil; sino que perdemos capacidad de poder visualizar múltiples y posibles relaciones causales y efectos interactivos existentes entre el consumo de drogas, otras dimensiones de vulnerabilidad, y el delito de los jóvenes. De hecho la investigación internacional muestra que los vínculos entre drogas y delitos están lejos de ser sencillos. El hecho no es solo que algunos trabajos han mostrado como el consumo de drogas puede tener roles causales muy diferentes como variable independiente, interviniente o intermediaria (Parker 1995)[2], sino que en algunos trabajos se ha detectado como el vínculo es inverso: es el mundo del delito el que produce el involucramiento del joven en el consumo de las drogas (Inciardi et al 1993)[3]. Investigaciones que emplean diseños longitudinales han logrado mostrar relaciones aun más complejas donde el inicio en el mundo del delito, genera ingresos suficientes como para consumir habitualmente drogas, lo cual tiende a producir dependencia y adicción, reforzando y retroalimentando de esta manera la reincidencia delictiva (White and Gorman 2000)[4]. Al mismo tiempo, otras investigaciones han intentado probar que el vínculo entre drogas y delito es espurio y que ambas son manifestaciones conductuales de un antecedente causal común (Gottfredson & Hirschi, 1990)[5]. Y finalmente, el tipo de diseño de investigación empleado (cualitativo/cuantitativo; crossection/longitudinal) y el tipo de muestra (ofensores, adictos, población representativa) naturalmente incide muy poderosamente en el tipo de vínculos explicativos a observar (Bennett y Holloway 2005)[6].
En un país donde la investigación empírica cuantitativa en estos temas es escasa este tipo de estudios son un avance relevante. No obstante, es importante ser consciente de las limitaciones a los efectos de no sobre-estimar el rol explicativo del consumo de drogas sobre el volumen del delito juvenil, y más si va a ser utilizado como razón para aplicar políticas prohibicionistas.
Nicolás Trajtenberg
[1] Goldstein, Paul (1985) “The Drugs/Violence Nexus. A Tripartite Conceptual Framework”, Journal of Drug Issues, 39: 493-506; Pernanen, K. et al. (2002) “Proportions of Crimes Associated with Alcohol and Other Drugs in Canada”, Canadian Centre on Substance Abuse.
Journal of Research in Crime and Delinquency (32) 3
[3] Inciardi, J.A. et al (1993) Street Kids, Street Drugs, Street Crime: An examination of Drug Use and Serious Delinquency in Miami. Belmont, CA: Wadsworth.
[4] White, H.R. and Gorman, D.M. (2000) Dynamics of the drug–crime relationship, Criminal Justice, 1: 151–218.
[6] Bennett, T. & Holloway, K. (2005) Understanding drugs, alcohol and crime, Open University Press.