¿Ogro o héroe? Crecimiento económico y cambio climático
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Entonces, ¿el crecimiento económico puede ser parte de la solución o es el principal problema para el medio ambiente? En la arena académica las respuestas a esta pregunta ubican a los investigadores en dos grandes campos. Los tecno-optimistas, afines al ‘crecimiento verde’, afirman que es posible aumentar los niveles de actividad económica al ritmo esperado al tiempo que se reducen los impactos ambientales. Esto sería posible gracias a la innovación tecnológica que hará viables energías más limpias y procesos productivos menos intensivos en materiales. Del otro lado, los ‘decrecentistas’ o ‘acrecentistas’, o simplemente escépticos del crecimiento verde, consideran que no es factible desacoplar el crecimiento económico de los impactos ambientales (al menos no en la escala necesaria) y que por tanto mantener las expectativas actuales de crecimiento económico en países de altos ingresos es irracional: debería en todo caso desacoplarse el bienestar humano con respecto a la actividad económica. Antes de correr a una esquina del ring, les propongo más bien sentarnos en el palco a ver el debate y la evidencia. La cuestión es amplísima, así que vamos a concentrarnos en una dimensión (tal vez la más importante) de la degradación ambiental provocada por la actividad económica: las emisiones de gases de efecto invernadero que causan el cambio climático.
Primer round. El crecimiento verde (green growth) es la propuesta central en el mainstream de la política pública y de los organismos internacionales (Naciones Unidas, Banco Mundial, Unión Europea, OCDE, etc.). No hay una definición única, pero se lo asocia con el ‘desacople absoluto’: caída de impactos ambientales mientras la actividad económica crece. Críticas decrecentistas muy influyentes habían planteado que el desacople sólo se producía en términos relativos (emisiones aumentando más lento que la actividad económica, pero aumentando al fin), lo cual no resolvería el problema: a la atmósfera le importan los volúmenes absolutos de emisiones. También se criticaba que la evidencia de desacople absoluto en los países más ricos en las últimas décadas era una ficción provocada por la deslocalización de la producción: como las industrias más contaminantes se fueron a la periferia global, entonces parece que la economía del mundo desarrollado es más limpia [3]. Pero estas críticas no encuentran suficiente respaldo en la investigación reciente. Hay evidencia robusta de que el desacople absoluto (emisiones cayendo, economía creciendo) se ha verificado en muchos países desarrollados en las últimas décadas (Suecia, Finlandia, Alemania, Francia, Reino Unido, incluso Estados Unidos, entre otros) [4]. Además, los datos muestran que este desacople también se verifica si contamos las emisiones ‘consumidas’ por los países desarrollados en lugar de simplemente las producidas por ellos: es decir, anotándole a Suecia, por ejemplo, las emisiones ‘incorporadas’ en la producción de las manufacturas chinas que importa. Claro que esto no borra ni de cerca las responsabilidades históricas de los países desarrollados: estimamos que, a pesar de ser menos del 10% de la población global, produjeron la mitad de las emisiones acumuladas desde la Revolución Industrial hasta 1950. [5]
Segundo round. Investigaciones con perspectivas históricas más largas y cubriendo un mayor número de países han mostrado que este ‘desacople absoluto’ no es nuevo ni exclusivamente occidental: ha sucedido antes y también en otras regiones [6]. Pero ni entonces ni ahora se han logrado a nivel de grandes regiones episodios de crecimiento económico con una caída de emisiones suficientemente rápida para alcanzar los objetivos de los acuerdos climáticos internacionales, incluso en la versión modesta de mantener las temperaturas medias a 2ºC por encima de los niveles preindustriales [7]. Para hacernos una idea: la intensidad de carbono (emisiones por unidad de PBI) de la economía global debería caer a casi el 6% anual desde ahora a 2050 para lograr ese objetivo; los mejores desempeños históricos a nivel de grandes regiones están en torno al 3% de caída anual [8]. Es más, la mayoría de la reducción mundial acumulada en los niveles de dióxido de carbono emitido por combustibles fósiles se produjo durante recesiones, no bajo episodios de ‘crecimiento verde’. La caída en las emisiones de combustibles fósiles durante episodios recesivos es tan abrupta que un 40% de la reducción total en los últimos dos siglos se debe únicamente a seis grandes crisis: las dos guerras mundiales, la depresión de 1929, las crisis del petróleo, la recesión de 2008, y la pandemia del coronavirus (figura 1). Pero guarda: esto no significa que tengamos que prenderle velas a una enorme recesión para que frene el cambio climático. Las recesiones no son ninguna solución: simplemente reducen emisiones porque generan un shock negativo en el nivel de actividad (que se traduce en caídas del empleo y aumentos de la pobreza), no porque hagan que la economía se vuelva más ‘verde’. De hecho, como muestra el gráfico, la caída de emisiones durante crisis es profunda pero fugaz, y no garantiza el comienzo de una dinámica virtuosa (más bien lo contrario: las emisiones suelen ‘rebotar’ luego de la caída).
Figura 1. Caída anual de las emisiones de combustibles fósiles a nivel global (Gt CO2e)
Fuente: Infante-Amate, Travieso y Aguilera, ‘Green Growth in the Mirror of History’, Nature Communications 16, 3766 (2025).
Tercer round. Entraron manos de los dos lados. Queda claro que el crecimiento verde (entendido como aumento de la actividad económica con caída de emisiones) es posible y que se ha comprobado empíricamente, incluso tomando en cuenta la deslocalización de la producción. Por otra parte, este desacople entre crecimiento y emisiones no es un milagro nuevo bajo el sol (ya había sucedido antes) y su ritmo y su escala han sido y son insuficientes desde la perspectiva de los acuerdos climáticos internacionales. La innovación tecnológica (incluyendo transiciones energéticas, cambio estructural, desarrollo de nuevos productos y procesos, etc.) es capaz de alterar la relación entre ingreso per cápita y emisiones de gases de efecto invernadero, sosteniendo episodios de aumento de la actividad económica con caída en los impactos climáticos. Pero el cambio tecnológico por sí solo ha estado y continúa estando muy lejos de mitigar el cambio climático de manera suficiente y al mismo tiempo generar más bienestar. Para eso serán necesarias también innovaciones de política e inversiones sociales (en salud, educación y ciencia) que permitan aumentar los niveles de bienestar muy por encima del ritmo de crecimiento de la economía. [9]
Final por puntos y abierto. El historiador económico Joel Mokyr acaba de ganar el Nobel de economía por explicar el papel del progreso tecnológico en los orígenes del crecimiento económico moderno. Un punto central de su trabajo es que las innovaciones técnicas de la Revolución Industrial emergieron de un programa científico y una cultura intelectual mucho más amplias, enraizadas en las ideas de la Ilustración [10]. Los proyectos ilustrados incluían lograr un mayor dominio técnico sobre el mundo natural a partir de entender sus reglas y resolver científicamente problemas prácticos y productivos, pero también se proponían construir sociedades mejores y más justas. Como reconoce el propio Mokyr, el éxito de estos distintos proyectos ha sido dispar. Para enfrentar los desafíos del cambio climático y al mismo tiempo mejorar el bienestar material de las personas, comunidades y países más desfavorecidos necesitamos programas de desarrollo tanto o más ambiciosos, que incluyan la inversión en tecnología capaz de reducir emisiones, así como el diseño de transformaciones económicas y sociales mucho más amplias: distributivas, productivas y educativas.
[1] Marx, K. Miseria de la filosofía. México: Siglo XXI, 1987 [1847], p.79. Debemos esta observación a Wrigley, E.A. Continuity, chance and change. The character of the industrial revolution in England. Cambridge University Press (1988), p.68.
[2] Rockström, J. et al. "Safe and just Earth system boundaries." Nature 619.7968 (2023): 102-111.
[3] Jackson, T. Prosperity without growth: Economics for a finite planet. Routledge (2009).
[4] Ritchie, H. Not the End of the World. Penguin (2024), pp. 66-84.
[5] Infante-Amate, J. et al. ‘The history of a + 3 °C future: Global and regional drivers of greenhouse gas emissions (1820–2050)’, Global Environmental Change 92, 103009 (2025).
[6] Infante-Amate, J. et al, ‘Green Growth in the Mirror of History’, Nature Communications 16, 3766 (2025).
[7] Hickel, J, y Kallis, G. "Is green growth possible?." New political economy 25.4 (2020): 469-486.
[8] Infante-Amate, J. et al. ‘The history of a + 3 °C future’, Global Environmental Change 92, 103009 (2025).
[9] Esto concluimos en un artículo sobre la evolución histórica del índice de desarrollo humano y las emisiones per cápita: Infante-Amate, J. et al. ‘Unsustainable prosperity? Decoupling wellbeing, economic growth, and greenhouse gas emissions over the past 150 years’, World Development 184, 106574 (2024).
[10] Mokyr, J. The Industrial Enlightenment: An economic history of Britain 1700-1850. Penguin (2012).
Tomado de Razones y Personas. Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución 3.0 No portada.
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