LA OVEJA NEGRA
En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra.
Fue fusilada.
Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque.
Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras
eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.
Augusto Monterroso
Entre los que estudiamos el crimen y la seguridad en Uruguay hay preocupación con los cambios que parecen venir con la Ley de Urgente Consideración (LUC) en discusión en el parlamento.[1] No solo porque buena parte de las soluciones parecen no estar basadas en evidencia empírica sólida o en un diagnostico de los problemas de seguridad específicos de Uruguay. Además, varias propuestas parecen apuntar hacia soluciones que no están respaldadas por la evidencia internacional y por ende podrían resultar o bien ineficaces, o peor aun, contraproducentes.
No obstante, no me interesa meterme con el contenido de la LUC y sus problemas. Más bien, quiero preguntarme como es que terminamos con esta ley que no parece ser la mejor de las soluciones para nuestros problemas. Una explicación rápida y tentadora que suele ser planteada por muchos académicos es que hay sectores de la sociedad (ciudanía y elites políticas) particularmente ‘punitivos’, que no son sensibles a la evidencia empírica, los expertos, o incluso, a principios de justicia y los derechos humanos (Bottoms, 1995; Garland, 2001). Esta explicación está muy difundida entre muchos de los académicos que estudiamos el problema del crimen en Uruguay. Nunca me convenció mucho este tipo de hipótesis. Más allá de lo débil que suele ser la definición y clasificación de que es punitivo y que no lo es, lo que me resulta menos convincente es que se tiende a identificar el problema en un grupo de la sociedad que es, o demasiado malo, o demasiado burro (o una combinación de ambos) para entender el conocimiento experto de algunos académicos. Entonces, de un lado están ‘los punitivos’ (ciudadanos, políticos, y algunos académicos ‘conservadores’ o ‘no progresistas’) que no solo son insensibles en términos de derechos humanos, sino que son incapaces de entender que esas propuestas de política pública son contraproducentes. Y del otro lado, están ‘los iluminados’ (algunos académicos críticos) que cual Casandra intentan advertir del inminente desastre, pero nadie les hace caso. Yo percibo dos problemas interconectados en este tipo de hipótesis.
Por un lado, hay una rápida descalificación de estas propuestas como meramente punitivas sin ofrecer una adecuada fundamentación filosófica y normativa de que es un castigo injusto, qué debemos buscar cuando castigamos, o bajo que condiciones un sistema de justicia criminal tiene bases normativas sólidas. Esta debilidad conceptual y normativa aparece más claramente cuando se observa como el cuestionamiento de la punitividad de los académicos críticos es bastante frágil y depende notoriamente del tipo de delito, ofensor o victima. Un ejemplo ilustrativo de esto es como la indignación moral por la punitividad de los académicos críticos se apaga repentina y sorpresivamente (y sin justificación alguna) cuando se habla de aumentar las penas para empresarios por delitos ambientales, ofensores sexuales, ofensores domésticos, delitos de lesa humanidad[2] entre otros (por ej. la LUC incluye un Registro de ofensores sexuales que ha pasado de puntillas sin generar mucha alarma o indignación).
Por otro lado, ¿qué alternativa se ofrece a estas propuestas punitivas? Difícil saberlo. Estos últimos años pudimos ver como en Uruguay al tiempo que mejoraban varios de los indicadores socio económicos relevantes (empleo, pobreza, desigualdad, etc.) aumentaban los delitos y en particular sus variantes más violentas a punto tal que las tasas de homicidio de Uruguay han llegado a estar entre las peores de Sudamérica luego de Brasil, Colombia, y Venezuela (Ministerio del Interior, 2019; Sanjurjo, 2019; OPP, 2018). En este complejo contexto, desde esta academia crítica más en contra del punitivismo no solo no hubo capacidad de explicar qué estaba ocurriendo, sino que nunca se pudo plantear ningún libreto alternativo a ese libreto punitivo que tanto se teme y se rechaza.
En mi opinión, parte importante del problema se encuentra en esta academia criminológica crítica[3] que existe en Uruguay que tiende (como en buena parte de Latinoamérica) a ser muy débil, poseer escasa acumulación e investigación empírica, y a estar poco actualizada, ¡incluso dentro de la propia tradición crítica! Quiero ilustrar este problema yendo atrás en el tiempo…
Un viaje al pasado: una oveja negra en la criminología crítica
Hace muchos años participé en una conferencia donde se reunían todos los años los principales criminólogos críticos de Europa: el Common Study Programme in Critical Criminology. Ese año tocaba reunirse en Loutraki, Grecia. En el principal panel de la conferencia un señor que yo no conocía hizo una presentación que consistió en criticar demoledoramente que las sociedades occidentales se estaban volviendo cada vez más punitivas. La reacción de los otros panelistas y de buena parte del publico fue furibunda. Varios le decían que estaba metiéndose con uno de los mantras sagrados de la criminología crítica. Incluso algunos llegaron a decir que con ese tipo de críticas le hacía el juego a la criminología más conservadora. El panelista impasible se dedico durante el resto de la sesión a destruir argumentalmente (con elevados niveles de sarcasmo e ironía) las críticas que recibía y a decir que por más lindo que sonara para la criminología crítica hablar del crecimiento de la punitividad en las sociedades occidentales, el análisis desapasionado de la literatura y la evidencia mostraba que la idea no se sostenía.[4] ¿Quien era esta bestia parda – oveja negra de la criminología crítica?
Era Roger Matthews, uno de los padres del ‘realismo de izquierda’. A finales de los 80s junto con otras leyendas de la criminología (Jock Young y John Lea) cuestionó fuertemente a la criminología critica marxista predominante…Pero un momento, demos un paso atrás ¿Qué era esta criminología crítica[5] a la que uno de sus hijos pródigos estaba criticando?
En los años 60 y 70 surgió un movimiento intelectual de criminólogos críticos insatisfechos con la perspectiva predominante de la criminología mainstream y cuantitativa. Para ellos esta criminología centrada en explicar las causas del delito era un fracaso intelectual y político. ¿Por qué? Para ellos el uso de métodos cuantitativos centrados en la búsqueda de causas biológicas, sociológicas, sicológicas y económicas del delito, implica asumir acríticamente al crimen como algo objetivo y normalizado, y algo similar se hace con todo el sistema de control social y del sistema de justicia criminal, y del Estado. El resultado es una mirada epistemológicamente ingenua, distorsionada y simplificadora de la realidad del delito, incapaz de analizar y cuestionar las instituciones, las asimetrías de poder y las formas de dominación subyacentes. O peor aún, al invisibilizar la dominación ¡la termina legitimando! Para los criminólogos críticos el delito no es un hecho objetivo. Es una construcción social arbitraria asociada no a la naturaleza del acto, sino a asimetrías de poder económico y político de los distintos grupos en pugna (Baratta, 1986; Pavarini, 1983; Taylor et al., 1973). ¿Por que algunos comportamientos son considerados y definidos como delitos y otros no? ¿Por qué no todas las personas que cometen del mismo tipo de delitos tienen la misma probabilidad de ser detectados, arrestados y castigados con la misma severidad? ¿Por qué muchos comportamientos desviados cometidos por los poderosos no están ni siquiera tipificados en los códigos penales? ¿Por qué, aún cuando esas desviaciones estén tipificadas como delitos (ej. delitos cuello blanco, delitos ambientales, desfalcos, etc.), cuando ocurren no tienen castigo alguno o castigos muy leves? Solo si nos metemos a entender a fondo la sociedad capitalista, argumentan los criminólogos críticos, lograremos explicar como las estructuras y los grupos de poder generan el crimen.[6]
Cuando hace más de 40 años, el realismo de izquierdas irrumpe en escena en Inglaterra constituyó una sorpresa y un golpe fuertísimo en la línea de flotación de esta criminología crítica porque surgía de sus propias entrañas y era realizado por algunos de sus principales intelectuales como Matthews. Es imposible sintetizar toda la discusión, pero se pueden destacar cuatro principales motivos de desacuerdo.
En primer lugar, se cuestionó a la criminología critica su excesivo énfasis en percibir al delito como una mera construcción social del delito producto de relaciones de poder, como un mero problema de etiquetamiento o pánico moral. Para Matthews y sus colegas esta forma de ver las cosas llevaba a ignorar el carácter ‘menos subjetivo’ y más real del delito que tendía a castigar particularmente a los más pobres. La criminología critica no tenía ninguna capacidad para entender y explicar como el crimen había crecido y como era un problema muy serio y había afectado particularmente a las poblaciones más vulnerables en Inglaterra (Lea & Young, 1992; Matthews, 2014). Y en parte esta incapacidad para explicar se debía también, según Matthews, a la inexcusable despreocupación y desinterés por la causalidad y la identificación de mecanismos causales que ha exhibido desde siempre los criminólogos críticos (Matthews, 2016).
En segundo lugar, también se cuestionó el excesivo énfasis con ‘el problema del capitalismo’. Los criminólogos críticos habían quedado paralizados discutiendo eternamente que el crimen era un problema de clase y de diferencias de poder asociado estructuralmente al capitalismo. Este tipo de explicaciones no solo eran excesivamente estructuralistas e incapaces de dar cuenta porque el crimen ocurría en forma muy heterogénea entre diferentes tipos de ciudades, barrios, circunstancias y personas. Sino que además era una muy mala explicación para múltiples tipos de delitos: por ejemplo, delitos donde victimas y victimarios son personas de bajos ingresos, ofensas sexuales, violencia doméstica, delitos de cuello blanco, etc. (Matthews 2014; Matthews & Young, 2003; Young, 1988).
En tercer lugar, Matthews y sus colegas cuestionaron severamente el ‘anti empirismo’ que caracterizaba a buena parte de la criminología radical y marxista. Si bien era importante ser critico y consciente de los problemas que tienen los datos, si se quería entender y explicar el delito, no podían desentenderse del uso y aplicación de las fuentes de información, y en particular de los datos cuantitativos, muy denostados por la tradición critica. Un ejemplo ilustrativo fueron los esfuerzos de desarrollar encuestas de victimización alternativas o ‘locales’ que llevaron a cabo los criminólogos realistas para poder detectar los problemas de sub-reporte y tener una más adecuada representación del fenómeno que se encontraba mucho muy extendido en barrios marginales (Matthews & Young, 1992).
Y finalmente, se cuestionó fuertemente el carácter utópico y la irrelevancia política de la criminología crítica. En parte como resultado de los problemas anteriores, para la criminología crítica la solución al problema del crimen solo podría lograrse mediante un cambio (y probablemente revolucionario) de las condiciones estructurales de inequidad de la sociedad. Para el realismo de izquierda esta postura no solo era poco realista, sino que en el corto y mediano plazo significaba la total irrelevancia política y la incapacidad para poder ofrecer alguna alternativa al libreto más conservador de las políticas de Law & Order del realismo de derechas que predominaba en Inglaterra y en EEUU en los 80s.
Roger Matthews fue uno de los personajes más notables de este movimiento de renovación. Continuó toda su vida defendiendo enérgica e incansablemente una criminología crítica más solida teórica y metodológicamente, y que tendiera puentes entre la academia y los tomadores de decisiones en la prevención del crimen. Un ejemplo de esta vocación fue su producción sobre prisiones. Cuestiono al libreto abolicionista y la critica radical de la prisión por considerarla irrelevante y utópica y defendió la necesidad de usar la criminología crítica para reformar las instituciones penitenciarias (Matthews, 2012). Inclusive, en la última década Matthews empezó a preocuparse crecientemente por la realidad carcelaria de América latina, y empezó desarrollar redes con académicos y policy makers de esta parte del mundo, y producto de estas redes vino varias veces a Latinoamérica a intentar ayudar a mejorar nuestras cárceles.
¿Y que tiene que ver Roger Matthews o el realismo de izquierdas con Uruguay?
La LUC y el desafío del realismo de izquierdas para los criminólogos críticos uruguayos
Cuando uno vuelve la mirada hacia la criminología uruguaya encontramos que la gran mayoría se identifican con la tradición de criminología crítica pre 80s que Roger Matthews criticaba ¡hace más de 40 años! Vale aclarar que esta deprimente característica del ambiente intelectual uruguayo no es una singularidad, sino que es algo que ocurre en buena parte de la criminología latinoamericana.
Con este panorama intelectual no resulta sorprendente que en Uruguay se termine instalando una mala solución para los serios problemas de seguridad que existen. Es una solución a la altura de una academia muy débil que continúa repitiendo los errores denunciados hace tanto tiempo incluso dentro de sus propias filas. Es una academia que no solo está desactualizada teóricamente y desconoce los principales modelos teóricos criminológicos de la ultimas décadas. Sino que además es una academia que investiga poco y mal, en parte porque está obsesionada con cuestionar los métodos cuantitativos (“el positivismo”) y la idea de causalidad producto del enorme desconocimiento metodológico y epistemológico que posee. Nunca deja de sorprenderme la desproporción que uno observa entre la referida falta de acumulación teórica y metodológica que poseen muchos de estos académicos y la contundencia con la que descalifican casi cualquier esfuerzo de explicación y prevención del delito que apele a experimentos, análisis estadísticos, instrumentos de evaluación psicométrica de riesgo, o directamente el mero uso de datos cuantitativos.[7]
De esta manera, nuestros académicos críticos están tan desactualizados que no tienen ni idea de los principales desafíos para explicar o prevenir el delito del siglo XXI. Por ejemplo, como se han integrado los métodos cualitativos y cuantitativos para realizar evaluaciones complejas y mejorar la evaluación del impacto de los programas de prevención del crimen y los mecanismos causales específicos (Kirkpatrick et al., 2018; Lennox et al., 2018; Sherman & Strang, 2004); o como la influencia de la credibility revolution de la econometría en el desarrollo de los métodos cuasi experimentales para poder identificar más confiablemente causas y programas de prevención del crimen que funcionan o que son promisorios (Angrist, 2006; Angrist & Pischke, 2010; Huang, 2018; Nagin & Sampson, 2019; Rydberg et al., 2018; para un introducción para dummies ver Piquero & Weisburd, 2010); o el increíble desafío metodológico y ético que ha constituido la revolución del BIG DATA para la criminología (Lynch, 2017; O'donnell, 2019; Smith et al., 2017); ocomo la combinación de neurociencia, biología y ciencias sociales ha permitido dar un salto enorme para entender como y porque algunas personas en determinadas circunstancias terminan involucrados en violencia (Newsome & Cullen, 2017; Raine et al., 2015; Rocque & Posick, 2017; para una introducción para dummies ver Beaver et al., 2015). Todos estos y muchos otros desafíos que van a marcar el presente y el futuro de la prevención del crimen les son totalmente ajenos. Y por eso no les queda más remedio que quejarse alarmados de la creciente punitividad de los ciudadanos, políticos y de las leyes y políticas que se implementan (y la LUC es un caso paradigmático). Pero si en lugar de identificar exclusivamente el problema en la ciudadanía y las elites políticas, hacemos una pausa y nos preguntarnos con honestidad: ¿qué alternativa no punitiva para reorganizar las instituciones les hemos ofrecido a Uruguay en los últimos 20 años de escalada del crimen y la violencia? Si no tenemos una respuesta clara, entonces los académicos/criminólogos críticos somos también una parte importante del problema.
Final
Hace unas pocas semanas Roger Matthews se enfermó de covid-19, rápidamente empeoró y trágicamente terminó falleciendo en Londres. Su muerte es una perdida intelectual irreparable. No solo para la criminología crítica sino para la criminología en general. Tal vez una manera de honrar su memoria sea que, en Latinoamérica, y más en particular en Uruguay, los criminólogos críticos o los que tenemos algún tipo de simpatía por esa tradición empecemos tomarnos en serio el legado de esta ‘oveja negra de la criminología crítica’. La impaciencia e ironía que Roger demostraba respecto a mucha criminología crítica que consideraba como simplemente irrelevante se podría resumir con la frase de Jorge Luis Borges: ‘No hables sino podes mejorar el silencio’. Hoy en día en Uruguay vale preguntarse: ¿Cuantos criminólogos o estudiosos del crimen podemos mejorar el silencio? Me temo que muy pocos…
References
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[1] De todas maneras, es importante ser cauto porque si uno carece de formación en derecho penal (que es mi caso) resulta complejo poder darse cuenta la magnitud de todos los cambios que se plantean. La opinión que expreso se basa en mi lectura de la LUC mas algunas consultas a colegas con mayor expertise, pero es bastante tentativa.
[2] No hay nada más divertido que observar como cuando se trata de delitos de lesa humanidad hasta las personas más tiernas, bondadosas y creyentes en la redención y la rehabilitación de las almas se transforman instantáneamente en un sátiro con un látigo.
[3] Asumo el termino en un sentido muy laxo. No hay muchos criminólogos en Uruguay porque no existen casi espacios para formarse y pocos uruguayos han viajado a obtener formación en el exterior. Por lo tanto, cuando hablo de academia criminológica o criminólogos hablo más bien de científicos o académicos que están trabajando y estudiando estos temas. De todas maneras, no me parece muy relevante el punto de si alguien tiene o no formación específicamente criminológica. Lo importante es la calidad de la investigación realizada en estos temas independientemente de si estudió o no criminología. En el mundo hay criminólogos que hacen muy mala investigación y hay economistas, politólogos, sociólogos, epidemiólogos, antropólogos, neuropsicólogos que hacen trabajos alucinantes en temas criminológicos.
[5] Crítica, radical y marxista serán utilizadas como sinónimos. Es una simplificación de algunas diferencias al interior de la criminología crítica, pero son irrelevantes para mi argumento en este texto.
[6] Foucault pese a no ser formalmente un criminólogo es otro gran ídolo intelectual de esta tradición. Para una más adecuada y comprehensiva mirada sobre la teoría critica en criminología y sus diferencias con el mainstream se puede leer: Akers et al., (2016), Larrauri (1992), Paternoster & Bachman (2001) o Ugwudike (2015) entre muchos.
[7] Una posible hipótesis es que los criminólogos críticos estén sufriendo el Kruger-Dunning effect: En los últimos años algunos estudios de psicología social han mostrado que las personas tienden a tener opiniones más tajantes y exhibir mayor superioridad cuanta más ignorancia poseen sobre un tema (Kruger & Dunning, 1999).
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