De banquetes e invitados: Algunas reflexiones sobre el divorcio entre academia y públicos lectores

Por Aldo Marchesi y Vania Markarian


"Democratic oranges" por Marcelo Druck (CC BY-NC-ND 2.0)
En nuestro país, la feria del libro, organizada todos los años por los empresarios del rubro, es desde hace cuatro décadas un lugar de encuentro de la cultura. Todos sabemos que el término admite muchos significados, pero a los efectos de estas reflexiones digamos que la cultura incluye a todas las expresiones del conocimiento y la creación que se pueden materializar en libros (y en otros soportes y formatos, claro; esto es sólo para avanzar con nuestra idea). Desde esa definición, la feria ha sido, entonces, espacio de encuentro del público lector con el periodismo, la literatura, la ilustración y las diversas ramas de la academia. Sin embargo, una rápida revisión del programa de la última edición nos muestra un vacio que nos parece sorprendente. En los catorce días de actividades hubo una ausencia notoria de académicos vinculados al mundo de las ciencias sociales, las humanidades y las ciencias en general. Para resumirlo: en 209 actividades, cada una de las cuales contaba con tres o cuatro expositores (autores, comentaristas, presentadores, etc.), encontramos no más de quince integrantes del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), uno de los principales mecanismos con que cuenta el país para promover el desarrollo de la investigación científica y una de las formas más claras de visualizar cuántas personas se dedican a esa actividad en nuestro medio. Quince en 700, por decir algo...

El listado del SNI nos muestra que ese notorio vacío no se debe a que no existan especialistas en las más diversas ramas de la ciencia (aunque somos pocos, menos de los necesarios, menos de los que tienen otras sociedades, también es verdad). En la última década se han impulsado varias iniciativas tendientes a promover la investigación (aunque, también es cierto, el país carece todavía de una política científica clara y sigue dedicando pocos fondos a su fomento). El SNI, en particular, promueve, según dice su página, “mediante la evaluación periódica, la categorización y el incentivo económico de los investigadores, la producción de conocimiento, transversal a todas las áreas, y el fortalecimiento y la expansión de la comunidad científica nacional”. En efecto, Uruguay cuenta hoy, a diez años de su creación, con más de 1500 investigadores activos categorizados en el Sistema, de los cuales 139 pertenecen a las humanidades y 319 a las ciencias sociales.

¿Cómo se explica esta paradoja de que en un momento de incentivos a la investigación y políticas de reconocimiento a los investigadores éstos tengan un lugar tan limitado en un evento, como la feria, que procura la divulgación del conocimiento?

Podemos ensayar dos explicaciones. Una apunta a los que organizan la fiesta y la otra a los invitados al banquete.

Por un lado, en la industria de los libros, los libreros, los dueños de las editoriales, parecen convencidos de que lo académico no vende. Esa afirmación cancela posibles conversaciones acerca de la importancia de divulgar diversos trabajos que se producen en la academia y que tienen interés público. De hecho, si uno atiende a los informativos y a las notas de prensa constantemente encuentra menciones a investigaciones desarrolladas por miembros del SNI que sirven para fundamentar tal o cual punto de una noticia o para explicar las implicancias de muchos temas de debate público. Pero eso no parece tener una correlación en los libros que se producen en Uruguay. Es cierto que las dimensiones pequeñas limitan la posibilidad de desarrollar un mercado académico de libros como ocurre en otros países. Asimismo, una tendencia editorial hacia el éxito de ventas en el corto plazo con libros sensacionalistas también parece erosionar la posibilidad de un encuentro entre lo académico y un público lector más general. Sin embargo, en Uruguay existe una larga genealogía de intelectuales públicos que habilitaría una mayor presencia de los académicos en la produccion editorial. Obviamente que sus libros no se venderían como los de Harry Potter pero es claro que hay lectores interesados en las temáticas nacionales sobre las que estos académicos tienen algo que decir. En menos palabras: si nos invitan al banquete, nuestra conversación podría ser amena.

Del otro lado, es innegable que el avance de la especialización y el desarrollo autónomo del trabajo académico han disminuido los incentivos para que estos investigadores dediquen tiempo y energía a una contribución pública de ese tipo. La implantación de sistemas de evaluación cada vez más complejos, con instrumentos relativamente sofisticados que tratan de comparar a través de disciplinas y áreas temáticas, es un componente esencial de esta situación. La evaluación entre pares para la publicación en revistas y, en general, para el desarrollo de la carrera académica es un mecanismo excelente que tiende a asegurar la calidad de nuestra producción. Sin embargo, la existencia de varios sistemas diferentes y con requisitos cada vez más precisamente definidos presenta problemas. Por un lado, está la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII), tanto a través del SNI como de diversos fondos concursables. Por otro, la Universidad de la República, donde trabaja la gran mayoría de los miembros del Sistema, con las evaluaciones de renovación docente, las del Régimen de Dedicación Total, las de los llamados de la Comisión Sectorial de Investigación Cientifica y varias ofertas para desarrollar proyectos o funciones específicas (entre las que se incluye la extensión, ahora como algo codificable). Y todavía no es claro qué pasara en este sentido con el nuevo Estatuto del Personal Docente, actualmente en discusión.

En todo caso, esta multiplicación de instancias de evaluación ha puesto a muchos académicos a hacerse expertos en la entrega de informes o en desarrollar estrategias para cumplir con esta diversidad de exigencias que muchas veces no son plenamente reconciliables. Para peor, los sistemas de evaluación, especialmente los de la ANII pero no sólo, están cada vez más estandarizados y muchas veces atienden más a la forma que al contenido, es decir, más a lo que puede cuantificarse que a la relevancia científica y social de lo que se hace. De hecho, las evaluaciones cualitativas de la actuación intelectual son cada vez más parcas, con el extremo de casi sustituirse por un mero ranking o un numerito que pretende resumir años y logros de lo que debería ser una trayectoria creativa. Estamos en una disyuntiva. Nuestra comunidad académica debe discutir en serio la pertinencia de los sistemas de evaluación que está implementando, sobre todo en relación a un trabajo, el intelectual, que tiene que tener un componente grande de relevancia social y, si se nos permite, otro igualmente importante de placer individual y colectivo, así como defender sus propios tiempos (o morosidades). De lo contrario, cuando y si nos invitan a la fiesta, estaremos demasiado ocupados llenando formularios y actualizando currículums.


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