Es común que se ubique a la
memoria en el plano de lo subjetivo y lo afectivo pero la memoria
muchas veces opera como la más emperrada de las estructuras sociales. Nos
condiciona, amolda y determina, interiorizándola incluso irreflexivamente. Es
por ello que los estudios sobre la memoria colectiva importan, e importan
mucho, para comprender las acciones y sociedades en el presente (“la historia
es siempre historia presente…”, solía repetir Methol Ferré) a su vez que para
desentrañar nuestras posibles opciones de futuro.
Esta breve reflexión, a la que sirvió de estímulo la reciente nota
de Luciana Scaraffuni sobre la memoria del pasado reciente, busca realizar
algunos apuntes adicionales para pensar el lugar social de la memoria colectiva
de los años de represión en el Uruguay, al tiempo que dejar planteadas
interrogantes sobre algunos embrollos que surgen de la ardua -pero
necesaria y urgente-tarea- de conservar los testimonios de quienes sufrieron
graves violaciones de sus derechos humanos durante aquel período. Aunque
existen muchas aristas a considerar, esta aproximación busca en
particular dejar planteada la importancia de contemplar la mirada de género en
los archivos de la memoria en Uruguay.
Memorias
para armar [2]
La noción de
que la memoria es mucho más que el mero proceso de recolección de hechos del
pasado ya es moneda corriente, tanto en la palestra académica como dentro de
varios sectores de la sociedad civil. El creciente número de publicaciones
dentro del campo de la memoria cultural y colectiva que se despliega desde la
década de los ochenta, atestigua de la creciente preocupación por esta área de
estudio. Sin embargo, últimamente se
registran intentos (desde el feminismo,
los estudios de género y los estudios queer,
por nombrar algunos campos) por ofrecer
paradigmas y métodos alternativos para el estudio de la memoria colectiva y los
procesos, actores y mecanismos a través de los cuales ésta opera (Cvetkovich,
2002; Scott, 1986). Desde su incepción los estudios sobre memoria -en su
vertiente colectiva- han hecho hincapié en dos cualidades importantes:
a) Su
intencionalidad e instrumentalidad (esto es,
hacer uso del pasado para construir identidades en el presente y proyectarnos
al futuro, esta característica íntimamente
relacionada con los usos políticos de la memoria y la articulación de fronteras
identitarias).
b) Su
cualidad narrativa (la memoria colectiva cristaliza en el momento que se
tematiza y se narra, volviéndose inteligible para los demás). Esta cualidad está íntimamente relacionada
con los médiums y medios de la memoria, y con el poder del narrador y la
narración.
Sin
embargo, hoy en día se problematiza esta lectura de la memoria colectiva por
considerársela sobre-simplificadora, y se intenta incorporar al estudio sus
vertientes no intencionales e implícitas (es decir, la memoria como algo que se
impone aunque no la evoquemos intencionalmente). No toda la memoria se “utiliza” de manera instrumental;
muchas veces la memoria opera como la más obstinada de las estructuras
sociales, restringiendo las posibilidades del presente e imponiéndose como
verdad indiscutible (Olick and Levy 1997). Por otro lado, nuevas corrientes han enfatizado la importancia de recuperar formas
no-narrativas de memoria y explorar archivos alternativos que recuperen intangibles afectivos que también hacen a la memoria colectiva (Hish y Smith, 2002). ¿Cómo recuperar entonces esas vertientes no
intencionales y silenciosas de la memoria? ¿Qué tecnologías
de la memoria alternativas tenemos a nuestra disposición para recordar?
¿Qué, cómo y quién recuerda?
Memoria y género en la reconstrucción del pasado reciente
En relación a la memoria del pasado reciente, es común escuchar que la
dimensión de género es innecesaria porque la represión se aplicó a todos por igual, y no conoció
diferencias por género ni clase. La experiencia de la tortura es una de las
muchas memorias que podía ameritar una mirada desde los estudios de género. Es
innegable que existieron técnicas de
tortura similares, el dolor, las marcas imborrables del cuerpo, y las
gramáticas de poder subyacente son muy parecidas en las experiencias de hombres
y mujeres. Una cierta tendencia a descartar
el género como posible prisma de análisis también se relaciona con la virtual
inexistencia del discurso de género durante el periodo bajo estudio. Dado que
se tendió a tematizar a la militante femenina en un plano de igualdad a sus
compañeros masculinos, las reconstrucciones de su propia experiencia de
generalmente no se tematizan desde la óptica de género y, si se hace, ello
obedece a una elaboración realizada a posteriori. Por citar algunos ejemplos
del discurso dentro de ex militantes del MLN: “Las mujeres pelearon en el sentido más literal de la palabra de
igual a igual con los hombres, se tiroteaban, fueron detenidas, torturadas y
desaparecidas en términos iguales que los hombres, no se establecían
diferencias entre hombres y mujeres” (testimonio-anónimo, entrevista realizada
por la autora).
Sin embargo, varios estudios han
mostrado cómo la represión de las dictaduras del Cono Sur tuvo especificidades
de género (Taylor, 1997; Jelin, 2001; Bunster-Burotto, 1986). El género
importa, no solo porque hubo técnicas de tortura que se aplicaron de forma (y
en número) diferente a hombres y mujeres, sino también porque la maternidad en
cautiverio, la relación entre rehenes mujeres y entre las mujeres presas y los militares
también fue diferente a la que experimentaron los hombres. Este hecho es
explicable por sus posiciones diferenciadas en el sistema de género imperante
en la sociedad, posiciones que implican experiencias vitales y relaciones
sociales jerárquicas claramente distintas.
Si la memoria colectiva
es abierta, activo-selectiva, se desprende entonces que no todos los actores
tienen la misma “legitimidad social” para recordar y narrar su historia. La
crítica a que han sido los hombres quienes han, de alguna manera, monopolizado
la memoria de la represión militar fue esbozada claramente en el libro
“Memorias para Armar”, que (de alguna forma) en cierta medida fue precursor en
introducir la mirada de género en la discusión. Se
ha generalizado el testimonio de los hombres como un testimonio universal.
Por otro lado, incorporar una óptica de género no puede entenderse
meramente como sinónimo de estudiar estas vivencias en las mujeres versus la de
los hombres. En una entrevista a una presa política se describe como el
accionar militar estaba teñido también por un sesgo de género.
Aunque hay algunas interpretaciones que asocian al poder hegemónico con la
dominación masculina, autoras como Scott plantean la necesidad de librarnos de
interpretaciones esencialistas y procurar, por el contrario, analizar los
procesos históricos de diferenciación que son inherentemente contextuales
(1980:20). El género marca las
identidades en formas específicas pero debemos ver cómo la marca en formas
especificas dentro de contextos determinados, en lugar de subsumirlas en
categorías monolíticas y esencialistas.
Es importante señalar a esta altura de la reflexión que las relaciones
jerárquicas no están construidas únicamente en términos de género, sino que
también lo están en términos económicos,
sociales, políticos y raciales, y que adoptar una óptica de género no implica
desconocer esas diferencias que existen entre las experiencias de mujeres entre
sí y entre hombres entre sí (Cockburn, 2001). Pluralizar los discursos en torno
a este período se vuelve una tarea ardua pero importante y la arista de género
es una de las muchas que permiten complejizar la memoria. La noción de
interseccionalidad da cuenta precisamente de la necesidad de ubicar las
reconstrucciones de la memoria en las intersecciones de variadas identidades (Collins,
2008).
La discusión sobre las violaciones de derechos humanos y cómo se la reconstruye no puede ser concebida
como algo finalizado y sus impactos profundos y reales siguen saltando a la vista hoy en día. Más aún cuando quedan
tantas heridas sociales abiertas y
muchos testimonios por ser contados. Las preguntas de cómo recordamos y quiénes
y cómo lo hacemos no dejan de conservar una enorme vigencia.
Referencias
Bunster-Burotto, Jimena. (1986) “Surviving Beyond
Fear: Women and Torture in Latin America” in Women and Change in Latin America, ed. Nash, J. and H. Safa. South Hadley, MA: Bergin
and Garvey.
Cockburn,
C. (2001) ‘The Gendered Dynamics of Armed Conflict and Political Violence’ in
Moser, C.O.N and Clark, F.C. (eds.) Victims, Perpetrators or Actors? Gender,
Armed Conflict and Political Violence. London: Zed Books, p 13-29.
Cvetkovich.
Ann. 2002. “In the Archives of Lesbian Feelings: Documentary and Popular
Culture” Camera Obscura 17.1 107-147
Hill Collins, Patricia (2008) Black Feminist Thought: Knowledge,
Consciousness and the Politics of Empowerment. New York: Routledge.
Hirsch, M.
and V. Smith (2002), “Feminism and Cultural Memory: an Introduction,” in Signs:
Journal of Women in Culture and Society, 28 (1).
Jelin,
E. (2001) “El género en las memorias” en
Los trabajos de la memoria,
Siglo Veintiuno editores, España. Cap. 6
Jelin, E. 2000. “Memorias
en conflicto” en Puentes: Causas Por la Verdad. La justicia no se rinde.
Año 1 (1).
Olick, J. K., and D. Levy. 1997. “Collective
Memory and Cultural Constraint: Holocaust Myth and Rationality in German
Politics.” American Sociological Review, 62:6:
920-936.
Scott, J. (1986).
“Gender: A Useful Category of Historical Analysis,” in The American Historical Review, 91(5),
pp 1053-1075
Taylor, Diana (1997), Disappearing Acts. Spectacles of
Gender and Nationalism in Argentina’s “Dirty War”, Durham Londres: Duke University Press