Hoy en día la educación uruguaya, en especial la secundaria, está bajo la lupa pública. El hecho de que los resultados de las pruebas PISA no sean tan buenos como se quisiera, sumado a que estamos en año electoral hacen que todo el mundo tenga una opinión sobre cómo mejorar los resultados educativos. Por más justificadas que puedan estar estas preocupaciones, hay otras que también son muy importantes pero son menos obvias y no están en la agenda de ningún político. En este post argumento que la educación a nivel universitario también tiene un problema que puede volverse importante a futuro y planteo una solución posible.
Hace unas décadas no había
demasiadas alternativas liceales, probablemente porque no había tampoco muchos
liceales. Entonces casi todos los estudiantes de secundaria iban a liceos
públicos. Ricos, pobres y clase media confluían en un mismo sistema de
enseñanza secundaria. Desde los años 60 hasta hoy la matrícula de enseñanza
secundaria se multiplicó por más de 4[1], y
esto trajo mayor oferta de servicios. Además de contar con más centros
públicos, varias instituciones privadas emergieron ofreciendo servicios
diferenciados. Algunos de ellos cobran cuotas bastante elevadas y gracias a
ello cuentan con amplios recursos que les permiten ofrecer una educación que,
si no es de mayor calidad, al menos está rodeada de mejor infraestructura y más
recursos humanos.
El hecho de que la gente con más
dinero pueda acceder a mejor educación tiene consecuencias distributivas que
pueden ser importantes. Por ejemplo, en el caso de la educación secundaria,
probablemente muchos de los adolescentes que hoy deciden abandonar el liceo
público podrían ser retenidos en el sistema si contaran con el apoyo, el
plantel docente y la infraestructura que algunos liceos privados tienen. Si
esto es así, entonces muchos jóvenes que hoy no terminan el liceo podrían, al de
contar con mayor educación, acceder a mayores ingresos. Pero el problema se
agravaría si lo mismo empezara a ocurrir a nivel universitario.
En el Uruguay de hoy, si uno tiene
un diploma universitario poco importa a qué liceo fue. El mejor papel que uno
puede mostrar a un futuro empleador es uno que diga que se sacó buenas notas en
la universidad. Hasta hace pocos años si uno decía que iba a la universidad la
gente asumía que se trataba de la UDELAR, pero esto está empezando a cambiar. Según
datos del INE el 7.8% de los universitarios concurrían a un centro de estudios
privado en 1996, mientras que en 2012 ese número alcanzó el 18%. Con semejante
tendencia no puede descartarse que la educación universitaria esté en proceso
de experimentar algo similar a lo que he descrito para la secundaria.
Una universidad pública y enorme
como la UDELAR tiene siempre una tensión fuerte entre dos objetivos: llegar a
la mayor cantidad de gente posible u ofrecer educación de la más alta calidad a
costa de perder estudiantes en el camino. Si me preguntan, creo que la UDELAR
resuelve bastante bien esa tensión, es decir logra atraer cada vez más y más
alumnos y el egresado es en general muy bueno. Pero en la competencia con
centros privados tiene todas las de perder. Al tener más recursos por alumno,
las universidades privadas pueden ofrecer otro confort al estudiante. En la
medida que se lo propongan también tienen la capacidad de contratar mejores
profesores y ofrecer entonces una educación que sea más reconocida en el
mercado. Mi preocupación es entonces que en el futuro, el trabajo al que un
recién egresado acceda no esté determinado por cuánto uno estudió sino por la
universidad que pudieron pagar sus padres.
¿Qué se puede hacer entonces para
evitar que esto pase? En mi opinión debería considerarse reformar el sistema de
educación terciaria de manera que, sin expulsar a las instituciones privadas,
nivele la cantidad de recursos de los cuales disponen para que la competencia
se dé por oferta educativa en igualdad de condiciones. Como modelo plantearía
el sistema que existe en algunos países europeos como Bélgica o Francia. En
estos países todas las universidades tienen más o menos los mismos recursos por
estudiante. Para obtenerlos cobran a los estudiantes una matrícula muy baja
(casi simbólica para su poder de pago) y el estado complementa con la plata
fuerte aportando recursos a los distintos centros de estudios según la cantidad
de alumnos que captan. Los resultados que obtienen las universidades en esos
países son muy buenos en términos de cobertura y calidad y esto contribuye de
gran manera a mantener niveles de desigualdad reducidos. En definitiva, el
sistema implicaría un financiamiento similar al que existe hoy en el Sistema
Integrado de Salud uruguayo, por lo que la idea no debería sonar demasiado
alocada.
Los determinantes de la desigualdad
de ingresos son múltiples. El tipo de políticas sociales existentes, la
progresividad del sistema tributario e incluso el tipo de estructura productiva
son factores muy importantes a considerar en un país como Uruguay. Pero la
desigualdad de acceso en la educación terciaria es un tema que estaría bueno empezar
a debatir.