Por Diego Luján
El ciclo electoral que acaba de culminar en Argentina despertó un justificado fervor en la opinión pública por tratar de entender cómo es que el libertario Javier Milei fue electo presidente. Como suele ocurrir, las elecciones en Argentina despiertan también la atención en otros países, entre ellos Uruguay, en donde la política argentina a menudo es vista con una mezcla de curiosidad y perplejidad. Según muchos observadores, se trata de una política de la anomalía. Esa tendencia a lo anómalo puede ser rápidamente atribuida a factores idiosincráticos: típicamente la apelación al peronismo, en tanto “animal mitológico”, como sugirió el expresidente José Mujica. Esta impresión popular suele atribuir a los argentinos cierta tendencia a lo estrafalario y a llevar las cosas hasta extremos autodestructivos. Por cierto, la entronización como líder político (y presidente) de un economista despeinado y alborotador, que se expresa a los gritos en paneles televisivos, contribuye a reforzar esa percepción sobre la política argentina. Sin embargo, los políticos y los votantes argentinos no necesariamente pertenecen a una especie exótica, por lo que su comportamiento debería seguir patrones y regularidades más o menos conocidas. En consecuencia, ¿qué es lo que pasó -electoralmente hablando- en Argentina? ¿Puede encontrarse cierto orden en el reciente ciclo electoral?
Como quien baja por una escalera mecánica que sube, se puede abordar el proceso electoral en Argentina a partir de la metáfora del movimiento en el movimiento. Vista así, la política argentina se ha estado moviendo en un contexto que, al mismo tiempo, se está moviendo. Los movimientos en el contexto tienen que ver sobre todo con la situación económica y social argentina, que ha generado un clima propicio para la aparición de líderes como Milei. Los movimientos políticos, por su parte, están vinculados a cambios en la modalidad de vinculación entre los políticos y la ciudadanía, que, asentados en el declive de los partidos políticos, han propiciado las apelaciones de carácter personalista con fines electorales, en el caso de Milei acompañadas de exageraciones deliberadas que en esta nota asimilo a los estímulos supernormales. Para ilustrar esto, propongo observar primero con más detalle los movimientos en el contexto en el que ocurre la política, para luego analizar los movimientos estrictamente políticos.
Primer movimiento: el contexto
En primer lugar, lo obvio. El deterioro económico, y por ende social, de la Argentina, es ostensible. Durante los últimos trece años, seis fueron de reducción del PBI. Según datos del Banco Mundial, en 2022 -último dato disponible- el PIB per cápita a precios constantes era menor que en 2010. El nivel de inflación, problema endémico de la economía argentina, ha venido aumentando sostenidamente desde el fin de la convertibilidad, luego de la crisis del año 2001 que derivó en la salida de Fernando de la Rúa de la Casa Rosada. Desde 2017, la inflación se aceleró alcanzando un nivel de más de 50% anual durante 2021, casi duplicándose en 2022 (94.8%). En 2023 la tasa de inflación anualizada rondará el 150%. Finalmente, los indicadores sociales muestran un deterioro consistente con la situación económica. La pobreza abarca casi al 40% de la población, indicador que se ha venido deteriorando de modo sistemático desde el año 2017.
En segundo lugar, y como resultado del punto anterior, se han venido registrando cambios en la estructura social que podrían tener consecuencias relevantes en el comportamiento electoral. Uno de los emergentes de estas transformaciones es el llamado “voto Rappi”, que hace referencia a un conjunto de individuos, en general varones jóvenes de baja calificación, cuya inserción precaria en el mundo del trabajo no es óbice para una confianza casi religiosa en el individualismo y la libertad como motores de progreso personal. Algunos analistas sostienen que el “voto Rappi” ha implicado, sobre todo en los grandes conglomerados urbanos, una ventaja decisiva para el candidato libertario. Estos cambios en la estructura social son en realidad derivaciones de otros cambios de largo plazo, como los que tuvieron lugar durante la década de 1990 cuando, en plena algarabía menemista, miles de trabajadores migraron desde empleos industriales o en el sector público a otros de menor nivel de protección, en el comercio o los servicios. Muchos de ellos pasaron a formar parte de los “trabajadores autónomos”, categoría genérica que abarca a prestadores de servicios tercerizados, trabajadores independientes y pequeños comerciantes. Asimismo, una porción relevante de esos trabajadores no logró insertarse en el nuevo esquema laboral, engrosando las estadísticas de desempleo, y dando lugar al fenómeno del movimiento piquetero en Argentina. La incapacidad de los partidos establecidos para ofrecer opciones reales de progreso a estos trabajadores, y de construir salidas colectivas para esos segmentos los ha llevado también a la pérdida de apoyo entre estos sectores. En ese sentido, el “voto Rappi” no es sino un nuevo eslabón que une el deterioro económico y social con cambios en los apoyos políticos y electorales.
Estos cambios en la estructura social tienen también un correlato a nivel territorial, en particular en un país federal donde los distritos subnacionales tienen una considerable autonomía. El desempeño electoral de Milei en el balotaje del 19 de noviembre fue extraordinariamente homogéneo desde el punto de vista territorial, lo que sugiere que podrían estar consolidándose cambios de magnitud en la geografía del voto. A diferencia de lo ocurrido en 2015 cuando la coalición Cambiemos llevó a Mauricio Macri a la presidencia, el triunfo de Milei no estuvo concentrado en las provincias más dinámicas del centro como Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba y Mendoza. En el balotaje, Milei ganó en 21 de los 24 distritos electorales (23 provincias más la Ciudad Autónoma de Buenos Aires) mostrando que la estructura territorial del PJ (y también de la UCR, que se mantuvo neutral) tuvieron dificultades para limitar la expansión de un candidato sin ninguna estructura organizacional.
En tercer lugar, es necesario considerar un factor que ha vuelto particularmente difícil la vida en grandes conglomerados urbanos. Se trata del deterioro en la percepción ciudadana sobre la seguridad pública, que ha trepado hasta convertirse en uno de los principales problemas para la opinión pública argentina. Según datos de LAPOP, desde 2010 la seguridad se mantuvo entre el primer y segundo lugar en el orden de “principales problemas del país”. Por ejemplo, en 2010 un 23.2% de los encuestados lo señaló como el principal problema del país, luego de un 43% que señaló a la economía. Dos años después, en 2012, la seguridad pública trepó al primer lugar con el 39.8% de las menciones, quedando la economía en segundo lugar con un 35.5%. A medida que el deterioro socioeconómico se fue profundizando, la preocupación por el estado de la economía fue volviéndose mayoritario, pero la seguridad continuó como la segunda preocupación para los argentinos, con la excepción del último dato disponible (2021) cuando, curiosamente, la seguridad pública fue desplazada del segundo lugar en el orden de problemas por “la política” con un 7.2%. En cualquier caso, sea producto de un deterioro objetivo en la situación de seguridad ciudadana, o bien una mera percepción influida por la cobertura mediática, parece claro que para buena parte de la ciudadanía argentina la inseguridad se ha convertido en un problema cotidiano, y por ende se ha transformado en un botín que los partidos y candidatos han buscado explotar con fines electorales.
Por último, la percepción que la ciudadanía tiene sobre la clase política argentina es abrumadora. No pueden quedar dudas acerca de lo que los argentinos piensan sobre sus políticos. Justificadamente o no, la percepción es contundente: “son todos ladrones”. Según datos de LAPOP, en 2016 un 65% de los encuestados creían que “todos” o “más de la mitad” de los políticos eran corruptos, y un 23.6% creían que lo eran “la mitad”. Sólo un 9.6% pensaba que menos de la mitad de los políticos eran corruptos, y tan sólo un 0.9% creía que ningún político lo era. En 2018 quienes creían que “todos” o “más de la mitad” de los políticos eran corruptos trepó al 73.1% de los encuestados. Esto es interesante porque en 2015 Mauricio Macri ganó la segunda vuelta presidencial con un 51.3% de los votos. El simple cotejo de los datos sugiere que muchos de quienes lo votaron creían que la corrupción abarcaba también a los funcionarios de su gobierno. Y lo mismo puede decirse del gobierno de Alberto Fernández: ganó en primera vuelta en octubre de 2019 con más del 48% de los votos, pero en 2021 casi un 70% de los encuestados creía que “todos” o “más de la mitad” de los políticos eran corruptos.
La percepción del alcance de la corrupción además es creciente en el tiempo. Como puede verse en la Figura 1, según datos de Latinobarómetro, entre 2016 y 2020 (último dato disponible) la percepción de que la corrupción aumentó durante el año anterior pasó del 40% a más del 60%. En cambio, quienes creían que la corrupción disminuyó pasó de un escaso 14% en 2016 a menos de un 7% en 2020. Es evidente que se trata de un fenómeno sistémico: los argentinos creen que, independientemente de quién gobierne, los políticos son esencialmente corruptos. Esto lleva a que las imputaciones cruzadas de corrupción no tengan un efecto neto apreciable. Si todos son corruptos, la honestidad como heurística diferenciadora deja de funcionar, y la corrupción se vuelve un mal público que afecta a las dos grandes coaliciones por igual.
Figura 1. Variación en el nivel de corrupción en el último año, 2016-2020
Fuente: elaboración propia en base a datos de Latinobarómetro.
La pregunta es: “¿En su opinión, desde el año pasado, el nivel de corrupción en Argentina ha aumentado mucho, aumentado algo, se ha mantenido igual, disminuyó algo o disminuyó mucho?”. Se presentan los valores “Aumentó mucho” y “Aumentó algo” sumados, al igual que “Disminuyó mucho” y “Disminuyó algo”.
En síntesis, en una economía que no crece y que no permite las operaciones mínimas de planificación para empresas y familias; en una estructura social que adquiere rasgos crónicos de pobreza, exclusión, precariedad laboral e inseguridad pública; con una percepción alta y creciente de corrupción sistémica, no es extraño que el humor social sea refractario a la política en general, y a los partidos políticos establecidos. En última instancia, las dos grandes coaliciones partidarias que dieron forma a la política argentina en los últimos veinte años han estado a cargo del gobierno nacional, y ambas son vistas como responsables de los mismos males.
En este contexto en movimiento, la política debe hacer lo suyo. Hay elecciones. Los políticos deben apelar a la ciudadanía para conseguir votos. En ese contexto móvil, la política también se mueve y aparecen novedades en la forma en la que partidos y candidatos apelan a una ciudadanía que es les es ajena. Deben conquistar a quien los rechaza. Aparece una figura disruptiva como Javier Milei, quien, catapultado al estrellato mediático como un economista estrafalario, ha terminado por ser el nuevo presidente argentino ¿Cuáles son los atributos que le han permitido irrumpir de ese modo en el escenario político argentino?
Segundo movimiento: la política
Entre los cambios de la política propiamente dicha, probablemente el más relevante sea el personalismo exacerbado que exhibió el presidente electo Javier Milei, asentado sobre la base del desprestigio de los partidos políticos establecidos. La forma particular de esa forma personalista de vinculación recuerda a lo que la fisiología, la etología y la psicología evolutiva han llamado estímulo supernormal (Barret 2010), concepto acuñado oportunamente por el ganador del Premio Nobel Niko Tinbergen. Un estímulo supernormal funciona extremando artificialmente algún rasgo natural, para provocar una atracción exagerada por parte de un individuo (animal o humano). De esta forma, los colores y las formas exageradas de algunas especies atraen a sus presas o reciben una atención desproporcionada por parte de potenciales parejas sexuales. Experimentalmente, esos rasgos pueden exagerarse artificialmente, resultando, para algunos ejemplares, más atractivas las imitaciones que los rasgos naturales de la especie. “La esencia del estímulo supernormal es que la imitación exagerada puede ejercer una atracción más fuerte que la cosa real” (traducción propia, tomada de Barret 2010: 3). A nivel humano, esto se verifica en la atención que reciben ciertos sabores, colores o formas exagerados artificialmente (por ejemplo, un caramelo más dulce que cualquier fruto natural) en busca de capturar la atención de los individuos.
La irrupción de Javier Milei en el escenario mediático y político argentino en los últimos años ha seguido este patrón. La exageración deliberada de ciertos rasgos de personalidad y de algunas posiciones políticas, filosóficas y morales, han capturado la atención de una ciudadanía refractaria a los rasgos “naturales” de la política tradicional. “Dinamitar el Banco Central”, así como “dolarizar” la economía, podrían haber sido rasgos deliberadamente exagerados con el único propósito de movilizar y persuadir a los votantes, sin una necesaria ni evidente conexión con medidas de gobierno plausibles.
Según algunos analistas, Javier Milei, y su proto-partido La Libertad Avanza, constituyen una instancia particular de un fenómeno de carácter global, que es el ascenso de las derechas. Mas allá de cuán sólidas sean las bases conceptuales para tal ejercicio de asimilación, es innegable que Milei se opone fervientemente a los postulados tradicionales de la izquierda. Al menos en ese acotado sentido, se trata de un político que se ubica a la derecha del espacio ideológico (e incluso, en uno de sus extremos). Sin embargo, el fenómeno Milei no debería llevarnos a sobreestimar el viraje hacia la derecha del electorado argentino. Como puede observarse en la Figura 2, la distribución ideológica de los votantes argentinos no se ha modificado demasiado en el último cuarto de siglo. Más allá de movimientos marginales de corto plazo (que podrían deberse al instrumento de medición), se observa una notable estabilidad en este aspecto. Si bien no están disponibles aún los datos de la última ronda de Latinobarómetro, parece difícil sostener que el ascenso de Milei esté ideológicamente inducido, pese a sus diatribas mediáticas cargadas de ideología. Antes bien, la performance electoral de Milei podría estar relacionada con algunos factores menos vinculados a la ideología libertaria y a la escuela austríaca, y mucho más a factores coyunturales, como el contexto anteriormente repasado, y a otros más profundos.
Figura 2. Autoidentificación ideológica en Argentina, 1995-2020
Fuente: elaboración propia en base a datos de Latinobarómetro
La pregunta es: “En política se habla normalmente de izquierda y derecha. En una escala dónde 0 es la izquierda y 10 la derecha. ¿Dónde se ubicaría Ud.?”
Entre estos últimos se encuentra el declive de los partidos políticos. La capacidad de los partidos argentinos para atraer y retener votantes ha mermado considerablemente en los últimos años. Como parte de un fenómeno global, los partidos políticos han perdido relevancia en su función ordenadora del comportamiento político, tanto entre los propios políticos como entre los ciudadanos. Como sostiene Cox (1997), los partidos políticos son dispositivos de coordinación que, en la medida en que conllevan una serie de ventajas para la competencia electoral, atraen a los políticos ambiciosos para hacerse del aval de las etiquetas establecidas. Cuando los partidos políticos cumplen cabalmente esta función, cualquier político ambicioso encontrará conveniente incorporarse a un partido establecido para intentar contar con su aval y así ser competitivo en la elección general.
Del mismo modo, cuando los partidos políticos transmiten información de manera eficiente al electorado (lo cual puede lograrse, por ejemplo, mediante la señalización de una posición ideológica que resuma de modo coherente un conjunto de posiciones frente a múltiples dimensiones de competencia), los votantes encontrarán en los partidos establecidos y en la heurística izquierda-derecha elementos valiosos para guiar su decisión electoral. En realidad, cuando los partidos cumplen esta segunda función, es esperable que cumplan también la primera, dado que sólo así a los políticos les podría interesar contar con un aval partidario. Pero ¿qué ocurre cuando los partidos políticos no cumplen con estas funciones?
En primer lugar, los votantes pierden la ventaja de contar con la información que transmitían los partidos y, por tanto, deben procurarse otra heurística diferenciadora a los efectos de guiar su decisión de voto. En segundo lugar, en estas condiciones los partidos ya no serán dispositivos de coordinación, puesto que no serán capaces de garantizar una base de apoyo estable a políticos ambiciosos. En estos casos, los políticos deberán decidir su entrada en la competencia sin esta ventaja, lo cual redundará seguramente en un mayor nivel de entrada del que existiría en presencia de etiquetas partidarias consolidadas. Pero, además, los políticos deberán acudir a otros mecanismos para diferenciarse de sus rivales. Así como en presencia de partidos establecidos los políticos ambiciosos se disputarán su aval, en su ausencia los políticos “huyen de los partidos” y buscarán impulsar sus candidaturas y sus campañas lejos de los partidos que, en este caso constituyen un “mal público” del que es conveniente distanciarse.
Lo que ocurre en Argentina desde hace un tiempo es que los partidos políticos han pasado a ser crecientemente un “mal público”, del que políticos y votantes han huido, refugiándose cada vez más en formas de diferenciación alternativas. Por ejemplo, en las características personales de los líderes políticos y candidatos. La Figura 3 muestra los niveles de confianza en los partidos políticos en Argentina, entre 2010 y 2020. Dos constataciones merecer ser destacadas. Primero, el bajo nivel general de confianza para todo el período: en el máximo de la serie, en el año 2013, apenas uno de cada cuatro argentinos manifestaba “mucha” o “alguna” confianza en los partidos. Segundo, el desplome en el nivel de confianza (ya de por sí bajo) que se verifica a partir del año 2015. En 2020 (último dato disponible) apenas un 11% de los encuestados manifestaba mucha o algo de confianza en los partidos.
Figura 3. Confianza en los partidos políticos, Argentina 2010-2020
Fuente: elaboración propia en base a datos de Latinobarómetro
La pregunta es: “¿Cuánta confianza tiene usted en: los partidos políticos?”. Las opciones de respuesta son “Mucha”, “Algo”, “Poca”, “Ninguna”. Se presentan los valores de la suma de “Mucha” y “Algo”
Si bien el deterioro de los partidos políticos no es un fenómeno exclusivamente argentino sino de alcance global, en Argentina se ve acelerado por el déficit crónico de prestaciones que la ciudadanía recibe de ellos. Las evaluaciones ciudadanas de lo que la política tradicional le brinda refuerza aún más la percepción negativa sobre los partidos, y ello acentúa aún más su declive. Ese declive se verifica, por ejemplo, en la persistente incapacidad de la Unión Cívica Radical para construir una alternativa electoralmente viable de alcance nacional, pese a tener una estructura territorial respetable y a su más que decente desempeño electoral a nivel subnacional y local. Los líderes de la UCR, que se manifestaron neutrales frente al balotaje del 19 de noviembre, no parecen haber reflejado el sentir de sus votantes quienes, a juzgar por los resultados y aún bajo el riesgo de caer en una falacia ecológica, parecen haber apoyado en masa a Milei, pese a los reiterados e inútiles esfuerzos de la dirigencia radical por sostener su neutralidad.
Sobre la base de esta incapacidad de los partidos para ordenar la política, el ascenso de Javier Milei puede ser explicado, en buena medida, por su estrategia de vinculación personalista con el electorado argentino. Esto es, por su capacidad para desplegar una serie de apelaciones de carácter individual antes que colectivo en la arena electoral. Paralelamente, el auge de las tecnologías de la información y la comunicación en las campañas políticas facilita enormemente las modalidades personalistas de vinculación, al permitir a los políticos una comunicación no mediada por los partidos. Si los partidos políticos surgieron oportunamente como instrumentos eficientes de transmisión de información, ya no son estrictamente necesarios en ese rol. Los políticos pueden hacer sus campañas comunicándose directamente con sus seguidores a través de los medios digitales, en particular mediante las redes sociales.
En este contexto, las apelaciones de Milei buscaron exacerbar ciertos rasgos que lograron atraer a una ciudadanía refractaria a la política tradicional, a sus representantes y a los partidos. Como señalamos más arriba, esa exacerbación sigue una lógica parecida a la de los estímulos supernormales. No basta con estar enojado, hay que estar “muy” enojado. No alcanza con impugnar a la clase política establecida. Es necesario denigrarla, insultarla y denostarla públicamente y a los gritos. No es suficientemente atractivo señalar la importancia del orden macroeconómico y la disciplina fiscal. Hay que arengar a la multitud, munido de una motosierra, al grito de “la casta tiene miedo”. Lo mismo puede decirse de la reiterada propuesta de “dinamitar” el Banco Central. Muchas de las posiciones que el presidente electo sostuvo como candidato son en realidad manifestaciones del estímulo supernormal: exageraciones estratégicamente utilizadas para captar la atención de un votante adormecido, incapaz de reaccionar frente a los estímulos “naturales” de la política.
A modo de cierre
El triunfo de Javier Milei representa un momento de inflexión en la política argentina. Por primera vez desde la restauración democrática asumirá la presidencia por vía electoral un político que no cuenta con el apoyo de los dos grandes partidos que ordenaron la política argentina desde mediados del siglo pasado. La construcción política que llevó a Milei al poder no estuvo asentada en los partidos, sino en su repudio. Su modalidad de vinculación con la ciudadanía fue personalista, e incluyó rasgos deliberadamente exagerados para buscar movilizar y persuadir a un electorado frustrado y distante de la política tradicional. Esta combinación de atributos volvió a Milei un candidato perfectamente adaptado a un contexto cambiante.
Está por verse si, una vez al mando del gobierno, esos mismos atributos le permiten llevar a cabo una gestión como la que seguramente esperan quienes lo votaron en octubre y noviembre. Es razonable suponer que, aun cuando los partidos ya no logren sostenerse como los dispositivos centrales a la hora de apelar al electorado y como instrumentos eficientes de transmisión de información con fines electorales, siguen siendo dispositivos centrales a la hora de llevar adelante políticas públicas (esto es, en la arena de gobierno, y particularmente, en el legislativo). Es posible que, lo que fue una ventaja para la campaña electoral, termine siendo una importante limitación una vez en el gobierno. Del mismo modo, es posible que los pronunciamientos de campaña, propios de los estímulos supernormales y cuyo rendimiento en términos de movilización y persuasión electoral parece haber sido determinante, deba ceder el paso a propuestas alejadas de tales extremos impostados, para acercarse mucho más a un programa propio de la política “normal”.
Referencias
Barrett, D. (2010). Supernormal stimuli: How primal urges overran their evolutionary purpose. WW Norton & Company.
Cox, G. W. (1997). Making votes count: strategic coordination in the world's electoral systems. Cambridge University Press.
Tomado de Razones y Personas. Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución 3.0 No portada.
Tomado de Razones y Personas. Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución 3.0 No portada.