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Gamson, mi psicólogo y las hamburguesas veganas
Instituto de Sociología,
Pontificia Universidad Católica de Chile, y Centro de Estudios de Conflicto y
Cohesión Social (COES)
nsomma@uc.cl
Me cuesta tomar decisiones. Cuando elijo algo enseguida me enfoco en lo que estoy perdiendo – aquello que obtendría si mi elección fuera otra. Eso se traspasa a las decisiones metodológicas cuando investigo. Si decido hacer una encuesta pienso que voy a sacrificar las sutilezas del discurso o los detalles de una biografía. Pero si me sumerjo en un archivo pienso que sacrifico parsimonia y generalizabilidad. Cuando le conté sobre este tema a mi psicólogo me dijo que leyera a William Gamson. En su libro The strategy of social protest (1975), Gamson, un sociólogo estadounidense, había logrado todo sin tener que elegir. Gamson se preguntaba si los movimientos sociales tenían algún impacto político. Pero intuía que si estudiaba un solo movimiento – como era tan común en esa época – alguien le iba a decir cosas muy hirientes, como que había seleccionado mal su caso. O, peor aún, que con sólo un caso no podía establecer el impacto de nada. Entonces Gamson armó una cuadrilla de doctorantes desnutridos (reconozco la redundancia) y, a cambio de una pizza con pepperoni, los puso a revisar libros de historia estadounidense para identificar movimientos sociales entre 1800 y 1945. Identificaron casi 500.
Después
seleccionó aleatoriamente 53 movimientos y, a cambio de una pizza vegana, hizo
que los ya repuestos doctorantes se pusieran a leer intensivamente bibliografía
secundaria sobre cada uno de estos 53 movimientos. Creó un “cuestionario” con
sus variables de interés sobre movimientos sociales (éxito, organización,
tácticas, incentivos selectivos, tamaño, etc.) y les pidió que, para cada
movimiento, respondieran el cuestionario en base a las narrativas históricas.
Cada pregunta del cuestionario daba lugar a una variable con un pequeño número
de categorías de respuesta de tipo nominal u ordinal, como en una encuesta aplicada
a individuos. Finalmente logró que los doctorantes ingresaran la información en
una base de datos (a cambio de tofu).
Gamson
pasó los años siguientes enfrentando abogados. Algunos doctorantes lo acusaron
de que los había sobrealimentado. Otros lo denunciaron porque en los pocos
meses que duró la investigación los hizo pasar del pepperoni al tofu. Como en
la sociedad occidental esta transición duró varias décadas, algunos sufrieron problemas
de anticipación dietética, quedando como unos excéntricos[1]. Cuando logró sobreponerse
a todo esto, Gamson escribió su libro, que fue todo un éxito e inauguró los
estudios sobre consecuencias de los movimientos sociales. Gamson había logrado
sintetizar miles de páginas de narrativas históricas en una base de datos que
reunía variables derivadas directamente de las narrativas, y que podía
analizarse con métodos estadísticos. Todo eso me contó mi psicólogo, mientras
yo sorbía maruchán.
Mientras
volvía a casa en mi monopatín pensé que sería bueno imitar a Gamson. Con un
grupo de colegas chilenos (Matías Bargsted, Rodolfo Disi y Rodrigo Medel), postulamos
al concurso de proyectos de investigación Fondecyt Regular, de la Agencia
Nacional de Innovación y Desarrollo de Chile. El estudio proponía mapear los
movimientos laborales latinoamericanos desde 1990 hasta 2020, y explicar tales
variaciones. La postulación fue aprobada[2]. El festejo fue con mac
& cheese.
Junto
a un excelente equipo[3], dedicamos dos años y
medio a construir una base sobre movimientos laborales en 17 países
latinoamericanos entre 1990 y 2020. Lo hicimos en dos etapas. Primero, a partir
de investigaciones secundarias, sitios web de organizaciones laborales,
estadísticas, reportes de gobiernos y organismos internacionales, y consultas a
los registros akáshicos, produjimos informes monográficos (de unas 60 páginas
promedio) sobre los movimientos laborales en cada país. Cada informe cubría diez
dimensiones muy bien estructuradas: mapeo de organizaciones; fortaleza del
sindicalismo según ramas de la economía; recursos y actividades; organización
interna; servicios a afiliados; demandas; tácticas;
represión; vínculos con la política institucional; y vínculos con la sociedad
civil. Cada dimensión, a su vez, se desagregó en varias preguntas específicas.
Segundo, armamos duplas para las
distintas dimensiones y, previa lectura de los informes, construimos decenas de
variables con sus respectivas categorías (cada dupla hizo una propuesta de
variables que se discutieron con el equipo completo). Por ejemplo, la sección
sobre represión a los movimientos laborales informa sobre la orientación de los
gobiernos hacia el activismo laboral (criminalizadora, obstaculizadora o
facilitadora); el nivel de represión física de la policía ante protestas
laborales y huelgas (desde bajo a muy alto); persecución de líderes laborales o
trabajadores movilizados (no ocurre, ocurre puntualmente, o de forma
extendida); detenciones, palizas o interrogatorios a líderes sindicales o
trabajadores movilizados (ídem); asesinatos a líderes sindicales o trabajadores
movilizados (sí o no); espionaje a organizaciones sindicales (no, puntual,
extendida); y enfrentamientos violentos entre trabajadores movilizados y la
policía (ídem).
Las duplas que construyeron las
variables sobre un tema estuvieron a cargo de hacer la codificación de esas
mismas variables, en conversación con el resto del equipo. Cuando existían
discrepancias entre los/as dos codificadores/as, exponían sus puntos de vista y
llegaban a un acuerdo razonable para ambos/as. La operación intelectual era
comparable (aunque bastante distinta dado el mayor volumen y complejidad de la
narrativa) a cuando se codifica la respuesta a una pregunta abierta en una
encuesta. El proceso fue recursivo. En ocasiones, durante el proceso de
codificación quedó claro que había más información de la esperada y se podían
crear nuevas variables. En otras ocurrió lo contrario (hubo que juntar o
eliminar variables propuestas porque no existía suficiente información). Al
terminar una primera versión de la codificación notamos que faltaba información
para completar algunas variables para algunos países. Creamos un instructivo
para identificar y revisar nuevas fuentes, y completar los valores faltantes
(aunque aun así quedaron algunos pocos vacíos en la base, que todavía estamos
tratando de completar).
El resultado fue una bellísima
base de datos con 510 observaciones (recién completada en mayo de 2023) que
permite caracterizar a los movimientos laborales a lo largo del tiempo con una
considerable (aunque imperfecta) sistematicidad. A esa base agregamos unas 30
variables políticas, económicas y estrictamente laborales a nivel país-año
procedentes de varias fuentes secundarias, para usarlas eventualmente como
variables independientes.
Siguiendo con el ejemplo de más
arriba, así luce la evolución de un índice de represión laboral basado en un
factor (reescalado de 0 a 100) que condensa las respuestas a 7 indicadores de
represión (a su vez, hermosamente correlacionados; lamentablemente no están
México y Honduras porque todavía estamos completando algunos datos faltantes)[4]:
Ahora resta emplear esta base de datos para responder preguntas relevantes, que hasta el momento se abordaron con estudios de uno o pocos casos en América Latina (y por lo general casos con fuerte tradición sindical, como Chile, Argentina, Brasil o México). Por ejemplo, ¿realmente las reformas de mercado debilitaron a los movimientos laborales? ¿Los gobiernos de izquierda facilitan la incorporación de líderes sindicales a cargos de gobierno? ¿Hay diferencias en los niveles de represión laboral entre izquierdas moderada e izquierdas radicales? ¿Cómo impactan las crisis económicas en la centralidad de los movimientos laborales en la sociedad civil? ¿Las reformas que dan más poder de negociación a los sindicatos moderan sus tácticas y demandas? ¿Una mayor informalidad laboral se asocia a centrales sindicales más fragmentadas? ¿Al aumentar la densidad sindical, aumenta la confianza de la población hacia los sindicatos? ¿O ésta aumenta más entre la gente de izquierda pero disminuye entre la gente de derecha?
Pero quizás lo más interesante es
que esta metodología “mixta” puede aplicarse a campos muy variados[5].
Su inventor no fue Gamson sino, probablemente, el antropólogo George Murdock. En
los 1960s Murdock creó el imponente Atlas Etnográfico - una base de datos
respaldada por la lectura y codificación de etnografías de más de 1,200
sociedades. Murdock incluyó decenas de variables sobre organización familiar,
económica, política y religiosa en estas sociedades (entre otros temas). El
Atlas Etnográfico dotó de sistematicidad y precisión a la investigación
antropológica, permitiendo examinar hipótesis que desafían el conocimiento del
antropólogo/a más erudito/a. Varias personas hicieron sus carreras académicas
en base al Atlas Etnográfico.
Otro ejemplo a gran escala de aplicación de esta metodología
– ahora contemporáneo – es el proyecto Seshat, producto de un trabajo
interdisciplinario liderado por el inclasificable Peter Turchin[6]
(https://seshatdatabank.info/wp-sig/databrowser/). Turchin seleccionó 35
regiones de distintas partes del globo y, negociando astutamente la entrega de
Big Macs, puso a trabajar a historiadores, arqueólogos y antropólogos para
codificar decenas de variables durante los últimos siglos o milenios para estas
regiones. Las variables de Turchin (en su mayoría dicotómicas, indicando
ausencia o presencia de un atributo) capturan discusiones eternas en las
ciencias sociales y la historia: por ejemplo, cuándo y en qué civilizaciones
emergen “dioses moralizantes” (ver la discusión sobre la “era axial” del
filósofo alemán Karl Jaspers, retomada por Shmuel Eisenstadt); si estas
sociedades tienen algún sistema de escritura, y cuál; sus tecnologías militares;
o los niveles de complejidad de su burocracia, entre muchas otras.
En síntesis: 1) vivimos en un mundo en que las narrativas cualitativas
sobre múltiples fenómenos de la realidad social sobrepasan enormemente la
disponibilidad de bases de datos que permitan hacer análisis estadísticos sobre
estos fenómenos; 2) hay unos pocos antecedentes célebres (Gamson, Turchin,
Murdock) que muestran las inmensas posibilidades de cuantificar narrativas en
diversas áreas de las ciencias sociales. No tengo claro si ya llegamos al punto
en que la inteligencia artificial puede reemplazar el juicio mesurado y
profundo de un ser humano para codificar narrativas extensas y complejas. Pero
sí tengo claro que la inteligencia artificial nunca se preguntaría si el pan de
masa madre que me da mi psicólogo tiene glutamato monosódico.
[1]
Es el caso de James Goldwin – uno de
los doctorantes de Gamson originario de Bismark, North Dakota – quien pasó sus
vacaciones de 1972 en Cerro Largo. En medio de un asado después de la yerra,
James preguntó si había hummus de cebolla caramelizada.
[2] Proyecto Fondecyt Regular #1200190 / ANID (Agencia Nacional
de Investigación y Desarrollo de Chile), titulado “¿Víctimas del
neoliberalismo o aristocracia obrera? Explicando las variaciones en los movimientos
laborales latinoamericanos, desde el Consenso de Washington hasta Bolsonaro”.
[3]
Además de los cuatro investigadores iniciales, el equipo estuvo compuesto por una
asistente de investigación (Julia Cavieres) y siete ayudantes de investigación
que se desempeñaron en distintos momentos (Fernando Candia, Cecilia Correa, Andrés
González, Cristobal Karle, Sebastián Osorio, Rocío Sáez y Nicolás Selamé).
[4]
A quienes levanten una ceja al
ver este gráfico, les digo con hidalguía: sí, lo hice en Stata, y nunca
aprendí R (a veces en la vida uno tiene que rebelarse).
[5]
Para meterse en estos temas ver Hodson, R. (1999). Analyzing
documentary accounts; y Franzosi, R. (2012). Quantitative narrative
analysis, ambos publicados por SAGE.
[6]
Como será de inclasificable,
que una de las variables de su base de datos consiste en codificar al propio
Turchin en distintos momentos del tiempo- Hasta ahora nadie pudo completar ni
una observación.