La pandemia de Covid-19 ha suscitado nuevos abordajes sobre la desigualdad y, en algunos casos, sobre la riqueza extrema. Algunas de las leyes que se han pasado o se están discutiendo en la región lo ilustran: “Impuesto a las Grandes Fortunas” en Bolivia, “Impuesto a los super ricos” en Chile y el “Aporte Solidario y Extraordinario de las grandes Fortunas” en Argentina. Hasta en Estados Unidos se discute un nuevo impuesto a los “ultra millonarios”. También ha sido común leer titulares tales como “Fortuna de millonarios mexicanos, inmune a la pandemia”[1] o “Pese a pandemia, fortuna de millonarios creció”[2]. En Perú, se acuñó la frase “Virus para los pobres, corona para los ricos”.
En ciencias sociales hablamos mucho de la desigualdad, pero sabemos poco de los super ricos. Desde un punto de vista económico, solemos referirnos al índice de Gini para analizar la distribución de la riqueza, pero sabemos que este indicador puede oscurecer hechos importantes. Un dato más ilustrativo es la concentración de ingresos por deciles, usualmente calculado en base a encuestas de hogares. No obstante, en estos cálculos la riqueza extrema suele estar subestimada, y por mucho. Uno de los problemas metodológicos más importantes es que la riqueza de estos individuos proviene en gran parte no de sus ingresos, sino de otros tipos de capital, que suelen estar sub declarados.
Debido a las insuficiencias de las encuestas de hogares, los investigadores tornan su atención a fuentes de datos alternativas, especialmente información tributaria. En Uruguay, gracias al trabajo de un grupo de economistas liderados por Mauricio De Rosa, Andrea Vigorito, Gabriel Burdin y Fernando Esponda, tenemos una idea más clara de la concentración de ingresos en los estratos más altos. Según sus estimaciones, el 1% más rico de Uruguay concentra el 17.5% de los ingresos del país[3], cifras mayores a las que se reflejan con los cálculos de la Encuesta Continua de Hogares. Tal como expuso Burdin en una nota anterior[4], con esta metodología la caída de la desigualdad, frente a la registrada con la ECH, es “bastante menos espectacular”. También son importantes las cifras de la concentración de ingresos en el 0.1% de la población: según Da Rosa, este segmento concentra “más de la mitad de la riqueza financiera uruguaya y casi el 90% de la empresarial”[5]. Considerando a Uruguay en el concierto de los países que calculan estas cifras, no estamos entre los peores, pero tampoco entre los mejores. Si comparamos este listado con el del Gini (donde Uruguay lidera en la región por sus bajos niveles), comprobamos que los dos indicadores son importantes de entender, pero ilustran distintos componentes de la desigualdad.
Figura 1. Concentración de ingresos en el top 1%
Fuente: World Inequality Database
Por el lado de los politólogos y sociólogos, la mayoría de la literatura sobre la desigualdad se enfoca en los pobres, considerando desde distintos ángulos cómo los más vulnerables participan en la política y cómo interactúan con el estado y los partidos. Por ejemplo, la extensa bibliografía sobre el clientelismo enfatiza que los pobres suelen ser objetivo de esta práctica, privándolos de formas más programáticas de representación. Otro tanto sucede con los trabajos enfocados en las estrategias populistas.
Por más que estos estudios nos brindan enorme conocimiento sobre la desigualdad, es importante profundizar también sobre el otro extremo de la distribución. En EE.UU., los estudios de autores como Martin Gilens y Larry Bartels destacan los sesgos pro-ricos de las políticas públicas[6]. Encuentran que las políticas suelen estar más alineadas con las preferencias de los ricos y los grupos de interés corporativos que con lo que supuestamente desea la mayoría de los estadounidenses. En América Latina también hay trabajos importantes que ilustran sobre el poder del dinero. Por ejemplo, Tasha Fairfield[7] describe cómo las élites económicas influyen en las políticas fiscales, mostrando que donde estas tienen más poder instrumental, logran minimizar las reformas tributarias.
No obstante, en general, esta literatura analiza a los ricos, pero no a los super ricos. Esta distinción es importante: algunos estudios[8] demuestran que existen diferencias significativas entre los dos grupos, como distinciones sociodemográficas y el origen de sus riquezas. Otros autores, como Jeffrey Winters[9], argumentan que los “oligarcas” no son cualquier rico, sino aquel que puede usar su dinero políticamente para defender su riqueza. En fin, si la literatura indica que los ricos suelen tener una influencia desproporcionada en la política, es de esperar que esta sea mayor si nos referimos a los super ricos. De modo que, como se aprecia intuitivamente, entender a los super ricos es importante porque su poder económico tiene “super consecuencias” en la esfera política y social. Su disponibilidad de montos extraordinarios de dinero los pone en una posición de privilegio para influenciar las políticas públicas, ya sea a través del financiamiento de campañas, lobbying, o vínculos informales con la dirigencia política (esa misma disponibilidad también facilita acciones de filantropía y mecenazgo, pero eso es harina de otro costal).
Así como la recolección de datos sobre la riqueza e ingresos de los super ricos es compleja, también es difícil entender sus actitudes, preferencias, y comportamientos políticos. Por ejemplo, es prácticamente imposible realizar una encuesta entre esta población por falta de un marco muestral; ni que hablar de obtener un número suficiente de super ricos en encuestas generales. Al contrario de otras élites, como la política, los super ricos suelen tener perfiles bajos y no se exponen al público (ni a la academia).
Igualmente, algunos investigadores han realizado provechosos esfuerzos por derribar estas barreras metodológicas. En Estados Unidos, Jason Seawright ha liderado dos importantes trabajos sobre esta población. En uno de ellos los autores se asocian con varias instituciones para obtener una muestra representativa de super ricos en la ciudad de Chicago; luego logran acceder a casi una centena de ellos para entrevistarlos[10]. En Chile, se destaca un trabajo reciente del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES), en el cual construyen un marco muestral de élites económicas[11]. A estos efectos, se basan en las 500 empresas más grandes de Chile e identifican a los individuos con puestos de mayor categoría, como los CEOs y los presidentes de los directorios. Como cualquier método, tiene sus debilidades, pero es una sólida aproximación a los individuos más ricos de un país. Mi propia investigación sobre los ricos en Chile, Perú y México sugiere que hay un solapamiento importante entre los miembros de directorios de las empresas más grandes del país y las personas más ricas, según los rankings Forbes.
En Uruguay, donde no hay multimillonarios a escala que trascienda fronteras, no podemos contar con el ranking de Forbes para identificar a los más ricos. El estudio del COES indica un camino viable (que décadas atrás en Uruguay recorrió Vivián Trías[12]) hacia una aproximación a ese listado. No obstante, como sugiere Geymonat[13] (y mi propia experiencia tratando de recolectar estos datos), la tarea no es sencilla. Primero, contrario a otros países de la región, no es fácil obtener un listado de las empresas más grandes del país[14]. Segundo, dado que muchas de estas empresas no cotizan en bolsa, sino que son sociedades anónimas, la composición de sus directorios no siempre es pública. Tercero, tampoco son de fácil acceso las fuentes secundarias. Cuarto, las características universales de reserva y bajo perfil de este grupo social, se ven acentuadas por rasgos generalmente admitidos de la idiosincrasia nacional.
Por más que Uruguay suele ser visto con buenos ojos en términos de igualdad y democracia, y por más que en Uruguay “no hay ricos, hay riquitos” (como expresara hace décadas, en inspirado giro, un destacado empresario y dirigente deportivo), esto no quita que, en escala relativa, nuestros “riquitos” tengan un poder económico sustancialmente alto. Y que por tanto, aún descontando las presuntas o reales excepcionalidades y fortalezas de la democracia uruguaya, este poder económico se traduzca en poder político. Estos brevísimos apuntes bastan, creo, para justificar todos los esfuerzos que se hagan en el estudio de esta población.
[1] https://www.eluniversal.com.mx/cartera/fortuna-de-millonarios-mexicanos-inmune-la-pandemia-del-covid-0
[2] https://www.eleconomista.com.mx/empresas/Pese-a-pandemia-fortuna-de-millonarios-chilenos-crecio-73-durante-2020-20210406-0111.html
[3] https://wid.world/country/uruguay/
[4] http://www.razonesypersonas.com/2015/05/uno-por-ciento.html
[5] Da Rosa, M (2021), “La desigualdad en el centro”, en Geymont, J (ed) Los de arriba: Estudios sobre la riqueza de Uruguay. Montevideo, FUCVAM.
[6] Gilens, M. (2012). Affluence and influence: Economic inequality and political power in America. Princeton University Press; Bartels, L. M. (2016). Unequal democracy. Princeton University Press.
[7] Fairfield, T. (2015). Private wealth and public revenue. Cambridge University Press.
[8] Keister, L. A. (2014). The one percent. Annual Review of Sociology, 40, 347-367.
[9] Winters, J. A. (2011). Oligarchy. Cambridge University Press.
[10] Page, B. I., Bartels, L. M., & Seawright, J. (2013). Democracy and the policy preferences of wealthy Americans. Perspectives on Politics, 51-73.
[11] https://coes.cl/encuesta-elites-estudio-coes-de-la-elite-cultural-economica-y-politica-en-chile-2/
[12] Trías, V. (1971) Imperialismo y
rosca bancaria en el Uruguay. Montevideo, Banda
Orienta.
[13] Geymont, J. (ed) Los de arriba: Estudios sobre la riqueza de Uruguay. Montevideo, FUCVAM.
[14] Descontando algunos datos públicos, pero parciales, del BROU y Uruguay XXI.
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