Foto: Adriana Cabrera |
A partir de la
rediscusión en la cámara de senadores del sistema de cuotas por género de esta
semana, el tema ha vuelto a cobrar mayor visibilidad en la discusión pública.
Esto ha sucedido en el marco de una importante movilización de las
organizaciones que luchan por la igualdad de género y luego de una de las
movilizaciones populares más grandes que se han hecho en la historia de este
país. Sin embargo, llama la atención la tibieza del proyecto de ley que recibió
media sanción en la Cámara de Senadores. Éste únicamente se diferencia respecto
al votado en la legislatura anterior, en que extiende indefinidamente el
período de su aplicación (el anterior se aplicaba solamente en las elecciones
de 2014 y 2015) y que se aplicará también en las elecciones municipales.
Luego del
bochorno protagonizado por Graciela Bianchi, que optó por ocupar su banca de
diputada y renunciar a su banca al senado (dejando su lugar a un hombre),
resulta llamativo que el nuevo proyecto no incluye nada respecto al funcionamiento
del sistema de suplentes. Tampoco incluye ninguna modificación que nos permita
esperar que vaya a aumentar la baja representación femenina que actualmente
tiene el parlamento.
En contra de los
sistemas de cuotas se han manejado principalmente dos argumentos. El primero
señala que estos sistemas atentan contra el mecanismo meritocrático que
operaría en las elecciones parlamentarias. Según dicho argumento, y suponiendo
que las elecciones actuales son una forma adecuada para seleccionar a los políticos
más capaces, la cuota tendría como resultado que buenos candidatos hombres no
serían electos para hacer lugar a peores candidatas mujeres.
Un segundo
argumento señala que el sistema de cuotas atenta contra la libertad de elección
de los ciudadanos. Ya que la conformación final del parlamento sería diferente
a la preferida por los electores en un escenario sin restricciones por sistemas
de cuotas.
Respecto a este
último argumento es bueno recordar que en el parlamento uruguayo existe un
sistema de cuotas (creo que desde el S.XIX) y no he escuchado a nadie que salga
a atacarlo. Solo que dicho sistema de cuotas no es por género. Los candidatos
de cada departamento de Uruguay tienen asegurados una cuota de un mínimo de 2
diputados. Este sistema de cuotas es mucho más radical que el sistema por
género que se ha discutido recientemente en el parlamento.
El sistema de
cuotas por departamento no solo garantiza un nivel mínimo de representación
para los candidatos del departamento correspondiente, sino que además dicho
sistema altera la representación proporcional. Hay departamentos a los que se
les asignan más bancas parlamentarias de las que les corresponderían por una
estricta proporcionalidad según la cantidad de votantes. Adicionalmente los
electores solo pueden votar a candidatos a diputados del departamento
correspondiente. Si se trasladara dicho mecanismo a un sistema cuotas por
género, sería equivalente a forzar que electores de un género solo puedan votar
candidatos del mismo género. Implicaría garantizarle a las candidatas mujeres
un electorado cautivo.
Respecto al
argumento meritocrático, me gustaría destacar los resultados de dos trabajos
publicados recientemente. El primero (de Besley et al [2017]) está en línea con
una serie de trabajos que tratan de evaluar si, al introducirse un sistema de
cuotas, resultan elegidos legisladores menos capaces. Este tipo de trabajos
suelen considerar indicadores bastante imperfectos para evaluar la capacidad de
los legisladores. Algunos consideran algún indicador de “productividad” de los
y las diputadas. Otros comparan los niveles educativos o de ingresos de los
legisladores. Por un lado encuentran un efecto tal vez obvio, que entre los
políticos hombres hay un proceso de selección donde quedan los más capaces (le
llaman la crisis del hombre mediocre). Pero por otro lado, llegan al resultado
(menos obvio) de que el efecto global sería el de un cuerpo de legisladores en
promedio tan o más capaces que antes del sistema de cuotas.
El segundo
artículo resulta aún más interesante. En una publicación reciente Bian et al
(2017) encuentran que a partir de los 6 años las niñas comienzan a creer con
menor probabilidad que los niños, que miembros de su mismo género son
“realmente inteligentes”. Como resultado de esto, las niñas ya desde los 6 años
comienzan a tener una mayor inclinación a evadir las actividades que consideran
adecuadas para personas “realmente inteligentes”.
El hecho de que
los niños y niñas, desde muy temprana edad, empiecen a considerar que la
inteligencia es una característica predominantemente masculina, resulta
extremadamente preocupante. Sin estar al tanto de otros estudios de este tipo,
apostaría que algo similar sucede con otras características personales como por
ejemplo el liderazgo.
¿Cómo puede
esperarse entonces que la población vote espontáneamente tanto por mujeres como
por hombres en las elecciones legislativas?
Este tipo de
trabajo resultan ser un fuerte argumento a favor de un sistema de cuotas por
género. Es más, son un argumento a favor de un sistema mucho más igualitario
que la propuesta que pasó a la Cámara de Diputados. Una vigente en forma
indefinida y en donde la cuota asegure una representación 50-50.
Solo cuando los
niños y niñas se acostumbren a ver tantas figuras de liderazgo de hombres como
de mujeres (o de otros referentes públicos), estudios del estilo del de Bian et
al (2017) arrojarían resultados diferentes. Para lograr algo así se requiere
obviamente mucho más que una ley de cuotas. Pero para empezar necesitaríamos
una bastante más radical que la aprobada ayer en el Senado.
Referencias:
Besley, T.,
Folke, O., Persson, T. & Rickne, J. (2017) Gender Quotas and the Crisis of
the Mediocre Man: Theory and Evidence from Sweden. American Economic Review
(Forthcoming).