¿Se debe declarar la educación pública como un servicio esencial?


Los paros totales y parciales en el sector educativo son frecuentes no solo en Uruguay sino en el resto del mundo. Los reclamos detrás de esos paros son variados: ajustes salariales, mejora en las condiciones de trabajo en general, desacuerdo con la política educativa, entre otros. En algunos casos, el uso frecuente del instrumento de paro ha llevado a las autoridades educativas y a otros sectores de la sociedad a reclamar la necesidad de declarar la educación como un servicio esencial. Eso es, como un servicio que no debe ser interrumpido. La implicación práctica inmediata de esa medida es que los trabajadores encargados de proveer ese servicio tendrán restricciones o incluso prohibiciones en su derecho a huelga. Aquí sostengo que si bien no hay buenos argumentos para defender prohibiciones totales en el derecho a huelga de los educadores, si los hay para plantear la necesidad de buscar esquemas de restricciones parciales que garanticen que la provisión de servicios educativos primarios no sean interrumpidos a ciertos niveles. Esto sucede porque la interrupción prolongada de este servicio puede -con una probabilidad no menor- afectar las oportunidades de buena parte de la población tanto a corto como a largo plazo. Este argumento contradice la postura oficial de la Oficina Internacional del Trabajo (OIT) y la de la legislación vigente en numerosos países.

I

Los servicios esenciales son aquellos cuya provisión debe ser garantizada por el Estado. La fundamentación para esto se basa principalmente en dos posiciones: (1) el daño probable e inmediato que la interrupción de servicios esenciales produce en la población y (2) la violación de derechos que el paro de estos servicios puede generar. Por ejemplo, los servicios de policía, bomberos y de emergencia médica están comúnmente catalogados como servicios esenciales. Algunos países y gobiernos subnacionales van más allá y definen la educación como un servicio esencial. Ese es el caso de Portugal, Alemania y algunas provincias y estados de Canadá y Estados Unidos respectivamente. 

Los mismos dos argumentos que comúnmente se utilizan para justificar otros servicios esenciales también se aplican al caso de la educación. Primero, algunos creen que la interrupción del servicio educativo tiene efectos negativos tanto sobre el aprendizaje de los estudiantes y su bienestar en general como sobre la vida de quienes están a su cargo (padres, familiares, etc). Esto último sucede dado que el sector educativo también oficia como proveedor de servicios de cuidado, algo que posibilita que los custodios de los estudiantes tengan el tiempo para realizar otras actividades. Una segunda justificación se basa en el argumento de que las huelgas docentes violan el derecho a aprender de niños y niñas. A la hora de poner sobre la balanza el derecho a huelga de los educadores y el de los niños y niñas a aprender, algunos creen que se debería favorecer este último (Horsten, Debra y Corlene Le Grange. 2012; Calitz y Conradie 2013). 

Existe al menos una razón importante para rechazar estos argumentos a la hora de justificar una prohibición total del derecho de huelga docente. Esta es que los paros docentes son instrumentos que – utilizados bajo ciertas condiciones- pueden afectar positivamente a los estudiantes. En otras palabras, los resultados obtenidos mediante una huelga docente pueden favorecer el aprendizaje de los estudiantes (por ejemplo si se mejora las condiciones de su educación). Por lo tanto, los dos argumentos anteriores pierden su fuerza para el caso de prohibiciones totales al derecho a huelga. El problema es que esta razón no alcanza para justificar un derecho a huelga docente sin restricciones.


II

La OIT ha sistemáticamente excluido al sector educativo como un servicio esencial. El argumento principal ha sido que las huelgas educativas no tienen el potencial de generar daños significativos en la población. Más aún, en el caso de que esos daños puedan producirse, es esperable que no sucedan en el corto plazo. Por tanto, el factor de la inmediatez no jugaría papel alguno. Sin embargo, actualmente existe evidencia que muestra los efectos negativos que puede tener los paros docentes tanto en el corto como en el largo plazo. Estudios recientes (Belot y Webbink 2010, Johnson 2010, Baker 2013) reafirman la sospecha presentada en los trabajos pioneros en la materia (Caldwell y Maskalski 1981; Caldwell y Jefferys 1983) de que los paros docentes tienen un efecto negativo sobre el aprendizaje de los alumnos. Ese hecho no es sorprendente, tomando en cuenta la evidencia existente sobre los efectos negativos del ausentismo docente en los resultados educativos de los estudiantes.

Por ejemplo, en su evaluación de los efectos de largo plazo de las huelgas docentes en Bélgica, Belot y Webbink (2010) encuentran que el paro de mayo a noviembre de 1990 en la comunidad francófona afectó negativamente el desarrollo de los escolares involucrados, dando lugar a mayores tasas de repetición. De forma similar, Johnson (2011) y Baker (2013) muestran que las huelgas de docentes de primaria (en promedio de 10 días) en la provincia de Ontario, Canadá, tuvieron un efecto significativamente negativo en los puntajes tanto en lectura como en matemáticas obtenidos por los estudiantes que experimentaron las huelgas. En particular, el estudio de Johnson (2011) sugiere que el impacto negativo de una huelga de 10 días es significativamente mayor para los estudiantes que provienen de hogares con menor nivel educativo.

Uno podría pensar, sin embargo, que una huelga determinada puede tener efectos negativos sobre la generación de estudiantes que se ve directamente involucrada (la que deja de tener clases) mientras se podría dar un efecto positivo para los estudiantes post-huelga. Por ejemplo, la mejora en las condiciones de trabajo de los docentes obtenidas luego de las negociaciones podrían repercutir positivamente en el aprendizaje de los estudiantes. En ese sentido el efecto global que una huelga concreta puede producir en una generación de estudiantes concreta no nos da un panorama completo del asunto. El problema es que este instrumento se utiliza con demasiada frecuencia, afectando así a varias generaciones de estudiantes.

Por tanto, existen razones para pensar que los paros docentes efectivamente pueden generar efectos negativos en los estudiantes. Este hecho nos obliga a pensar más detenidamente las libertades y obligaciones que los proveedores de ese servicio (los educadores) deben contar. Si bien una restricción total de la libertad es contraproducente para educadores y alumnos, también parece serlo un derecho absoluto tal como propone la OIT.


Referencias

Baker, Michael. 2013. ``Industrial actions in schools: strikes and student achievement'', Canadian Journal of Economics, 46 (3): 1014-1036



Belot, Michèle y Dinand Webbink. 2010. “Do Teacher Strikes Harm Educational Attainment of Students?”, Labour 24 (4): 391-406



Calitz, Karim y Diana Conradie. 2013. "Should teachers have the right to strike? The expedience of declaring the education sector an essential service", Stellenbosch Law Review, 24 (1): 124-145.



Caldwell, William y Loretta Jeffreys. 1983. ‘The effect of teacher strikes on student

achievement: new evidence.’ Government Union Review 4, 40–58



Horsten, Debra y Corlene Le Grange. 2012. ``The limitation of the educator's right to strike by the child's right to basic education'', Southern African Public Law, 27 (2): 509-538.



International Labour Organization. 2006. Freedom of Association: Digest of Decisions and Principles of the Freedom of Association Committee of the Governing Body of the ILO, fifth (revised) ed. Geneva: International Labour Office.



Johnson, David. 2011. “Do work stoppages and work-to-rule campaigns change elementary school

assessment results?”, Canadian Public Policy 37, 479–94

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