A la memoria de Sir Paul…
Anoche mientras
trabajaba en la nota que pensaba colgar en el blog me enteré casi de casualidad
del fallecimiento, el 24 de Marzo pasado, de Sir Paul Callaghan.
Sir Paul era un
físico neozelandés conocido por desarrollar
nuevas técnicas de resonancia magnética para analizar dinámicas moleculares a escala
nano. En 2002 había puesto en marcha el Instituto MacDiarmid de Materiales
Avanzados y Nanotecnología en la capital, Wellington, desde donde coordinaba el
trabajo de investigadores de cinco universidades y dos centros de investigación
públicos.
Pero esa era sólo
una de sus facetas. Además colaboró en el rediseño del sistema de
financiamiento público a la investigación científica de su país. Además, fundó
y se mantuvo como accionista de Magritek, una empresa formada con
científicos de dos universidades neocelandesas que facturaba 2 millones de
dólares al año produciendo aparatos de análisis de materiales por resonancia
magnética. Además realizó programas de radio y libros de divulgación científica[1], y defendía un nuevo modelo de desarrollo en su país. Estaba convencido
de que la ciencia, la actitud emprendedora y el respeto por el medio ambiente
serían las claves para el bienestar de los kiwis (gentilicio informal de los
neozelandeses). Sus variados aportes le valieron el título de “Sir”
otorgado por su gobierno en 2005. Finalmente, a los 64 años falleció a causa de cáncer de colon.
Así que cambié de
planes y decidí compartir con ustedes una entrevista que le realicé en julio de 2010, y que fue publicada en el
Semanario Brecha (17-Set-2010).
*-*-*
Nueva Zelanda: Sin lugar para más vacas
Sir Paul
Callaghan es uno de los investigadores más reconocidos en Nueva Zelanda (NZ), además
de ser un divulgador de los frutos de la ciencia y un empresario dueño de una
firma de alta tecnología. En su libro “Wool to Weta” afirma que el modelo de
desarrollo “agrointeligente” que ha practicado su país tiene un techo cercano. Para
él Nueva Zelanda sólo se salvará si apuesta a bienes intangibles como los de
Weta, la productora local responsable del arte en la trilogía de “El señor de
los anillos”. Brecha conversó con “Sir Paul” en su oficina del Instituto
MacDiarmid en Wellington, para conocer de primera mano su diagnóstico y sus
propuestas de solución al dilema de desarrollo que enfrenta su país.
La brecha de prosperidad y los límites del modelo de desarrollo actual.
Los neozelandeses
observan la lenta pero inexorable caída de su PBI per capita en relación al de
las economías más desarrolladas del mundo y se preocupan. Desde fines del S XIX
distribuyeron oportunamente la tierra para generar pequeñas y medianas unidades
productivas obligadas a ser eficientes para sobrevivir, al tiempo que
valorizaban constantemente su producción agrícola mediante un buen sistema de
investigación científica y transferencia tecnológica. Esa distribución de los
principales medios de producción y un Estado de Bienestar desarrollado en el S
XX dieron lugar a una sociedad relativamente equitativa y con buenos niveles de
vida, al menos para los habitantes de ascendencia europea. En 1870 su PBI per
capita era 35% mayor que el del promedio de Alemania, Francia, Gran Bretaña y
EE.UU. En 1930 prácticamente estaban iguales [2].
Pese a seguir aumentando significativamente el nivel de productividad y valor
agregado del sector agroexportador y a desarrollar fuertes industrias del
turismo y más recientemente, manufacturera, la “brecha de prosperidad” continuó
acentuándose durante todo el S XX. Actualmente, el PBI per capita de NZ
equivale al 87.5% del promedio de la OCDE y al 70% del de sus “hermanos”
australianos [3].
B: ¿Cuál es el estado de la discusión sobre
estrategias de desarrollo en NZ? ¿Cuáles son las propuestas para cerrar la
brecha que se abre en relación a otras economías desarrolladas?
C: “Bueno, este debate es emergente, apenas está
comenzando… Recientemente el gobierno
anunció como meta de largo plazo alcanzar el PBI per capita de Australia. Pero
están muy confundidos, no tienen una estrategia coherente y posible. Para eso
necesitaríamos otros US$ 30.000 millones al año. Eso significaría multiplicar
por 5 nuestras exportaciones de lácteos, que es por lejos nuestra agroindustria
más rentable. Aún suponiendo –de forma poco realista– que eso fuera posible,
sería un desastre ambiental. Ya hoy estamos arruinando nuestros lagos y ríos,
nuestro ambiente todo con nitratos de los fertilizantes y gases de efecto
invernadero. Necesitaríamos poner a las vacas en jaulas de concreto usando en
cada tambo, para alimentarlas y limpiar, la misma cantidad de agua que usa una
pequeña ciudad de acá. En turismo, nuestra segunda actividad exportadora, hemos
sido tremendamente exitosos. Pero para dar el salto que buscamos deberíamos
pasar de los 2.5 millones de turistas al año que recibimos hoy a 10 millones.
Nuestro fuerte es el eco-turismo y muchas áreas naturales ya están saturadas.
También podríamos atraer visitantes más ricos, de esos que pagan US$ 8.000 para
que los dejes matar un ciervo de criadero. Pero, aún asumiendo que hay
suficientes de esos tipos en el mundo: ¿realmente queremos eso como país?
¿Queremos que un neozelandés sea alguien que cría y encierra un ciervo para que
venga un turista y le pegue un tiro?”.
“Te lo
digo de otro modo. NZ tiene el equivalente a 1,3 millones de empleos de tiempo
completo, de una población total de casi 4,4 millones de habitantes. En números
redondos, sólo para mantener nuestro PBI actual cada uno de esos 1,3 millones
de empleos tienen que generar ingresos por NZD 140 mil al año. La facturación
media por empleo en el turismo es de NZD 80 mil al año. Y eso implica también
salarios bajos para el trabajador. No se puede pagar mucho por hacer café y
organizar paseos. Es una actividad que hay que estimular, porque da trabajo a
nuestra mano de obra menos calificada y atrae visitantes extranjeros, lo que es
bueno en sí mismo. Pero no nos vamos a hacer ricos con esto. Otro ejemplo: el
vino. Hemos logrado vinos muy sofisticados, yo estoy orgulloso como deben estar
ustedes con los suyos, pero producen NZD 90 mil por empleo al año. No alcanza.
Los lácteos nos dan NZD 350 mil por empleo… genial!!! Sin duda tenemos que
mantener esa industria produciendo a los niveles actuales. Pero no podemos
expandirnos más por razones ambientales. Y además los precios de esos productos
históricamente tienden a caer en relación a los que necesitamos importar. Así
que nuevamente, esa no es la salida”.
B: También hay quienes, siguiendo el ejemplo
australiano, ven la salvación en la minería. NZ cuenta con significativas
reservas de oro, cobre, acero, molibdeno y lignito, entre otros, ubicados en
arenas costeras y yacimientos de montaña. Recientemente se dieron a conocer
incluso proyectos de explotación de recursos dentro de algunos parques
nacionales. ¿Cuál es su opinión al respecto?
C: “Es una idea completamente estúpida. Primero,
porque conservar NZ limpia y linda es parte central de nuestra identidad. Segundo,
porque es una de las razones principales por las que quedarnos en este país y
para que la gente inteligente del mundo venga para acá. Y además, el dinero que obtendríamos es
ridículamente poco considerado en el largo plazo. No tiene ningún sentido”.
Podría agregarse
que el hecho de que NZ no tenga urgencias sociales que atender facilita este
tipo de cálculos.
“Tenemos que fabricar cosas locas”
B: Entonces, ¿cuál es la actividad o el sector
que le puede permitir a NZ alcanzar los niveles de crecimiento que buscan?
C: “En mi opinión, es la industria de alta
tecnología, que ya es el tercer sector exportador. Mirá (dice acercando un
reporte recientemente publicado) éstas
son las 10 principales empresas del sector. Cada una está haciendo cosas
realmente extrañas, de las que nadie había escuchado antes. Estoy convencido de
que tenemos que fabricar cosas locas. Si te digo el nombre del producto y no
sabés para qué sirve, entonces estamos haciendo lo correcto”.
Su lista de
ejemplos empieza por Fisher & Paykel
Healthcare, líder mundial en el mercado de aparatos de ventilación y
humidificación respiratoria para pacientes con síndrome de apnea del sueño.
Sigue con Raykon, que construye sistemas de GPS integrados en chips; Tait
Electronics: equipos de telecomunicaciones; Navman: dispositivos de guía a la
navegación; HumanWare: aparatos para personas con discapacidades visuales o que
dificultan el aprendizaje. Y podría sumar también su propia Magritek, aunque no
se ubique entre las diez de mayores ingresos.
Repasar estos
ejemplos lo entusiasma: “Y por eso son
exitosas, porque encuentran pequeños nichos para productos de altísimo valor
agregado en esa economía monstruosamente grande que hay ahí afuera… Nichos tan
pequeños que Samsung o General Electric no se interesan en ellos, pero que para
nosotros significan mucho dinero. Nichos que podemos dominar porque podemos
fabricar los mejores productos del mundo en su tipo”.
“Como te decía, es imposible llegar a la cifra
que necesitamos con los lácteos, con el turismo, etc. Lo que sí podemos es
multiplicar la cantidad de industrias de alta tecnología. Si hoy tenemos 10
facturando US$ 4.500 millones, tenemos que aspirar a 100 exportando 45 mil
millones. ¿Alguna desventaja? Ninguna. No gases de efecto invernadero. No crecimiento
insostenible de la demanda energética. No más vacas en nuestras cañadas. Esta
gente puede estar produciendo en la casa al lado de la tuya, con un jardincito
precioso al frente”.
En su libro “From Wool to Weta”, publicado en 2009[4],
Callaghan detallaba otras ventajas de estas empresas. No necesitan otros
recursos para comenzar más que científicos de excelencia y emprendedores con
conocimiento de esos mercados. No tienen que preocuparse por el costo del
transporte –tema crucial en NZ– porque venden productos que valen miles de
dólares por kilo o incluso son inmateriales. Su alto valor agregado también las
hace menos dependientes del tipo de cambio. Y pagan excelentes salarios.
“Comercialmente, la biotecnología le ha dado cero a NZ”
B: Pero las industrias de alta tecnología
dependen de la inversión pública y privada en I+D. Y los recursos siempre son
limitados. ¿A qué áreas concretas debe apostar NZ?
C: “Bueno, estoy convencido de que es una mala
idea que alguien elija de antemano cuáles serán las áreas a donde se dirigirá
el dinero para fomentar nuevos emprendimientos. Te pongo un ejemplo. Aquí hay muchos que dicen: ‘Vamos a hacer
biotecnología porque somos buenos en agro’. ¿Qué tienen que ver? De nuestras
100 principales empresas exportadoras sólo dos hacen biotecnología y son
bastante pequeñas. Así que comercialmente, la biotecnología le ha dado 0 a NZ.
Porque, ¿qué es biotecnología? Puede ser desde nuevos suplementos nutritivos
que agregan valor a los alimentos que producimos, en el extremo de menor valor
agregado, hasta una nueva medicina para
el cáncer o técnica para la reproducción humana, en el extremo de mayor valor
agregado. Pero desarrollar un producto de este tipo requiere miles de millones
de dólares, años de pruebas carísimas y existe un alto riesgo de que la idea no
resulte y no haya retornos. En cambio, si vos empezás a hacer sistemas de GPS
integrados en chips y te salen buenos, en un año ya los estás vendiendo en el
mercado. Lo hacés, lo mandás por FEDEX a un cliente real y tenés ingresos desde
el primer día. No le pedís a los inversores que pongan plata y esperen 10 años
para recibir algo. Entonces la inversión tiene que ir a cualquier proyecto que
integre excelentes capacidades científicas, buenas oportunidades de negocios y
talento para comercializar”.
En Wool to Weta Callaghan complementaba la
crítica a la apuesta por la biotecnología recordando que el principal fondo
dedicado a fomentar la creación de nuevas empresas de alta tecnología (New
Economy Research Fund) asignaba en 2006 más del 60% de sus recursos a proyectos
de biotecnología. Sin embargo, una evaluación de este instrumento indicaba que
los resultados obtenidos en materia de propiedad intelectual y actividad
empresarial en esa área eran mucho más pobres que los del área de física
aplicada e ingeniería.
Justamente, en la
intersección entre física, química inorgánica e ingeniería es que NZ parece
cumplir los requisitos de excelencia académica y capacidad empresarial que
reclama Callaghan. Los premios Nobel de Química de Ernest Rutherford (1908),
pionero de la física nuclear y Alan MacDiarmid (2000), investigador en
polímeros, son dos ejemplos notorios de una tradición científica de nivel
mundial. La lista actual de principales industrias de alta tecnología atestigua
lo segundo.
El emprendedurismo científico como ingrediente clave.
B: ¿Y cómo se hace para generar esas otras 90
nuevas empresas de alta tecnología que su país necesita?
C: “No tengo la receta completa. Pero
analizando nuestras experiencias más exitosas lo primero que salta a la vista
es que siempre necesitás una persona al menos que tenga actitud emprendedora,
que sepa de negocios, que entienda de clientes y mercados, que además disfrute
ese rol, que se parece más al de un artista que al de un científico. Tiene que
ser una persona inteligente y creativa, con cualquier tipo de formación, capaz
de reconocer oportunidades comerciales y de organizar la capacidad científica e
inventiva disponible para aprovecharlas”.
Y agrega: “Por supuesto que hay que mantener
plataformas de investigación básica sólidas, pero esas no generan prosperidad
por sí mismas. Entonces tiene que haber incentivos e instrumentos de
financiación específicos para que algunos investigadores se orienten a la
producción científica comercializable y eventualmente, a la creación de
negocios de base científica. No sé por qué tendemos a pensar en el
emprendedurismo científico como algo malo. Si incluso podés compartir tu
investigación, publicar, una vez que asegurás la forma de obtener rédito de
ella. Los científicos tenemos que dejar de avergonzarnos de producir propiedad
intelectual. Hay que cambiar la forma de pensar de los estudiantes
universitarios, para que se den cuenta de que existen este tipo de
oportunidades, de trayectorias de trabajo que no son las del científico
académico clásico”.
Ciencia, valores, identidad y futuro
B: ¿Alcanza con fondos de inversión específicos
para nuevos emprendimientos, o con alentar y formar sistemáticamente a los
estudiantes universitarios para que pasen al mundo empresarial, como se hace
aquí en el Instituto MacDiarmid?
C: “No, es mucho más complejo. Hay que lograr
un cambio cultural a nivel de todo el país. Necesitás una sociedad que celebre
y fomente a los emprendedores y creativos. Así que hay que publicitar estas
historias de éxito, difundirlas… Identificar y premiar a los que han sido capaces
de pensar distinto… También hay que lograr que la ciencia haga una diferencia
positiva en la vida de nuestra gente y que ellos se den cuenta y lo valoren.
¿Por qué le pedimos a la gente pobre y sacrificada que viene a limpiar esta
oficina a las 5 de la mañana que pague impuestos para que yo pueda ir a
conferencias internacionales y publicar en buenas revistas? Le hago ese tipo de
pregunta a mis colegas frecuentemente y muchos se ponen incómodos. Si no
tenemos buenas respuestas no podemos pedir que la sociedad nos apoye.
Necesariamente tiene que haber una definición de valores compartida por todos
acerca de por qué hacemos ciencia. No puede ser sólo por dinero. Nuestra
ciencia tiene que ser parte de nuestra cultura, de nuestra identidad, de
nuestra forma de relacionarnos con el mundo. Nos están faltando esa convicción.
Esto se nota en cosas muy concretas. A mi juicio, por ejemplo, hoy no tenemos
suficientes ingresos a las carreras de ingeniería ni suficientes jóvenes
estudiando la física y matemáticas necesarias en secundaria para hacer posible
ese salto cuantitativo en la industria de alta tecnología”.
B: Usted ha hablado varias veces del fuerte
atractivo que ejerce el resto del mundo para los neozelandeses jóvenes. De que
muchos se van y no vuelven. Retener talentos de primer nivel mundial es un
desafío para cualquier país, en particular para uno con escaza población, que
se ve a sí mismo como provinciano y monótono, ubicado a 2 mil kms. de su vecino
más importante… ¿Cómo se enfrenta este problema?
C: “Sí, es así. Si Fisher & Paykel
Healthcare puede producir lo mismo en Shanghái o Sidney y se pueden mudar
cuando quieran: ¿por qué se quedan? Porque sus empleados quieren vivir acá. ¿Y
por qué querrían quedarse a vivir acá? Por lo que les podemos ofrecer y que nos
hace especiales en el mundo: montañas hermosas, lagos y ríos limpios… ciudades
seguras y limpias... una sociedad justa, equitativa y que aprecia la
diversidad, un rico pasado polinesio, nuestro componente cultural maorí. Ese
diferencial en calidad de vida y valores es nuestro mejor argumento para atraer
y retener a los recursos humanos sumamente valiosos, neozelandeses y
extranjeros, que necesitamos para hacer funcionar las industrias intensivas en
conocimiento. Claro que si dejamos que nuestras ciudades se congestionen y
ensucien, nuestro tejido social o nuestro ambiente se deterioren, si hacemos
estupideces como excavar nuestros parques naturales, perdemos. Entonces, en el
fondo, el desafío es también cultural, de definir nuestra identidad, nuestros valores,
y mantenerlos vigentes”.