Cada cierto tiempo surgen algunas ideas o conceptos que adquieren la capacidad de dar por zanjada una discusión o directamente blindar de buena parte de las críticas a quienes las enuncian o invocan. Un ejemplo de esto puede ser “el proceso” del Maestro Tabárez al frente de la selección uruguaya. Es tan potente el efecto alineador, que incluso muchas personas terminan justificando en su nombre que jugadores como Scotti o Eguren sigan siendo parte del plantel principal, inhibiendo el fogueo internacional de nuevos jugadores, mejores y más jóvenes (no, no me refiero a la interna de los partidos políticos). Pero como este no es un espacio de la Sport 890, no es sobre esto que les quería escribir.
Tengo la sensación de que algo parecido ha venido sucediendo desde hace ya varios años en la política uruguaya con la idea de “Políticas de Estado”. Pareciera que bajo este paraguas nada malo puede suceder, y no se producirán más que efectos positivos y virtuosos para los ciudadanos y partidos políticos. Actualmente, las reuniones entre los principales líderes de los partidos en relación a la educación, y la forma en que se han publicitado los supuestos acuerdos, parecen confirmar el punto.
Sin embargo, no puedo evitar tener la sensación de que seguir por este camino de las loas a las Políticas de Estado – al menos en la formulación que creo advertir en Uruguay – puede tener efectos secundarios perjudiciales para partidos pretendidamente de izquierda como el Frente Amplio, pero también sobre la legitimidad y las bases del sistema democrático en su conjunto, debido esencialmente a un carácter fuertemente despolitizador. Intentaré explicar un poco estas afirmaciones.
En primer lugar, me parece importante hacer la distinción entre qué debería ser considerado Política de Estado y qué no. Muy resumidamente, aquellas cuestiones que forman parte del pacto social en una sociedad, no deberían ser mancilladas por ninguna mayoría coyuntural, como por ejemplo los derechos humanos. Ahora bien, creo que los consensos en el resto de problemas más “cotidianos” como educación, salud, comercio exterior, etc. esconden más de lo que iluminan, por lo que los consensos únicamente llegarán a un nivel demasiado superficial, inhibiendo por lo tanto cualquier tipo de acción.
Dentro de las diferentes características que se le pueden adjudicar a esta administración frenteamplista, se podría mencionar una búsqueda sistemática, y por lo tanto no coyuntural, de acordar y consensuar ciertas políticas con determinados miembros de la oposición. Si un británico observa estas acciones, que se desarrollan en un marco de mayorías parlamentarias del gobierno, tendería a pensar que los miembros del gobierno están directamente para internar. Es que en los sistemas mayoritarios como el británico, la lógica tiende a ser la de que quien gana gobierna, y quien pierde controla y espera su turno. Esto último no fue lo que ha ocurrido históricamente en Uruguay, que ha tendido a buscar formas de gobierno más consensualistas, con gobiernos de coalición o incluso con experimentos de colegiados.
Pero llama un poco más la atención que la búsqueda de estos acuerdos venga del lado del Frente Amplio, quien a lo largo de su historia siempre se posicionó como alternativa y como antítesis de los partidos tradicionales. El tema se empieza a aclarar un poco si consideramos al mismo tiempo que actualmente el partido de gobierno quizás debería ser considerado de forma más ajustada como una coalición de gobierno, y que dicha coalición presenta pujas y fricciones importantes. Como parece más importante mantener la ilusión de la unidad antes que dirimir estos conflictos y correr el riesgo de tener importantes costos políticos capitalizados por la oposición, la opción es la de conformar alianzas por fuera del gobierno. Esta es una forma de ver el problema. Otra lectura, a la que no le voy a dedicar más atención pero que quiero dejar planteada es que quizás, el sector mayoritario del FA y el gobierno (el MPP) efectivamente presente mayores coincidencias con el Alianza Nacional que con el Partido Comunista. Si ese fuera el caso toda esta discusión carecería de sentido.
Sigamos por lo tanto suponiendo que esta segunda lectura es inexacta. ¿Por qué considero que esta forma de actuar, expresada por las llamadas Políticas de Estado, es contraproducente para el FA? Básicamente porque las mismas terminan despojando al juego político de su principal elemento constitutivo: el conflicto. La política es conflicto en la mejor de sus acepciones, y por lo tanto, esconder dicho conflicto, dar la idea de que se pueden alcanzar soluciones “correctas” para todos, implica promover implícita o explícitamente que poco importan las diferencias entre partidos e incluso entre políticos, ya que en última instancia van a terminar llegando a soluciones “óptimas”.
La primera pregunta que surge es óptima para quienes. La segunda cuestión a mencionar es que si la ideología deja de ser uno de las principales factores para diferenciar la oferta electoral, el voto comienza a depender más fuertemente de otras variables como por ejemplo quién es más simpático, de qué cuadro es o si se pone nervioso en una entrevista. Es decir, pasamos de elementos políticos, y en cierta forma colectivos, a cuestiones.
Y en líneas generales lo individual siempre se ha llevado mejor con la derecha. Por eso es particularmente importante para el FA cuidar el relato en el que enmarca su accionar. En este sentido, las derrotas electorales de dos gobiernos que ideológicamente podrían ser primos hermanos del FA como el de la Concertación en Chile y el del PSOE en España, puede servir como una alerta interesante. Con todas las precisiones que puedan estar faltando, en el caso chileno, parte de las razones de la derrota se podrían explicar por el lado de que haber puesto tanto énfasis en la gestión tecnocrática y eficiente del Estado, considerándolo a este como una empresa, llevó a que efectivamente la gente se volcara hacia quienes verdaderamente encarnaban el “éxito” y la eficiencia económica en el mercado. De ahí que permeara el planteo de poner en cargos políticos a personas con innumerables credenciales a nivel empresarial, como fue la tónica seguida por Piñera. De forma diferente, el gobierno de Rodríguez Zapatero ya venía perdiendo el gobierno mucho antes de que la crisis golpeara directamente a España, evidenciado por ejemplo en la derrota en la elección de los eurodiputados. De nuevo, en este caso nos encontramos ante un partido que fue abandonando sus principales consignas (partido socialista, obrero y español) y pasó a adoptar acríticamente las consignas de entidades supranacionales con indisimulada orientación de derecha; difícilmente podría haber tenido otro resultado que no fuera perder ante los verdaderos representantes de una ideología pro-mercado. ¿Por qué quedarme con la copia cuando puedo ir con el original? Perfectamente este pudo haber sido el razonamiento de muchos electores españoles.
¿Qué pasa con el FA en Uruguay? Primero, que no parece existir ningún desafío real por la izquierda del espectro político. Esto ha llevado a que exista un electorado cautivo, que si bien puede llegar a expresar con la “voz” (a decir de Hirschman) cierto descontento, como en el caso del voto en blanco en las elecciones departamentales en Montevideo; lo cierto es que la opción “salida” no existe para muchos ciudadanos. En segundo lugar, esto ha llevado a que la estrategia de expansión haya venido por continuar disputándole al Partido Nacional y al Partido Colorado, no ya el electorado de centro, sino incluso parte de los votantes de centro derecha. Considero que este juego es peligroso para el FA porque puede traer consigo, independientemente del éxito o fracaso de la estrategia, el desvanecimiento de los principales valores que la izquierda uruguaya ha defendido durante toda su historia; pero peligroso también como abono a las corrientes apáticas del “son todos lo mismo” que terminan inmovilizando a la sociedad.