Los espacios de la protesta social son a menudo el telón de fondo sobre el que la contienda política se desenvuelve. Avenidas, callejones, edificios importantes, el parlamento, municipalidades, liceos, explanadas, salones gremiales, carreteras y, más recientemente las redes sociales, son todos potenciales escenarios para los movimientos sociales. Sin duda que hay una cuota de estrategia por parte de los actores sociales a la hora de tomar decisiones tácticas sobre dónde protestar en función de la demanda y el blanco de la protesta, pero también hay lugares que cargan con un peso simbólico y marcas mnémicas que los vuelven lugares privilegiados para escenificar la protesta, volviéndolos a menudo ineludibles como puntos de movilización. Sin embargo, el espacio no solo es el escenario sobre el que se desarrolla la protesta, es también, y muy a menudo, el objeto mismo de disputas y un lugar de construcción de significados, sentidos y sentires de quienes en él interactúan.
En una investigación precedente que realizamos sobre el movimiento estudiantil uruguayo en la segunda mitad del siglo XX (“El río y las olas Cuatro ciclos de protesta estudiantil en Uruguay 1958 1968 1983 1996”), analizamos cuatro ciclos de protestas estudiantiles importantes a partir de la construcción de una base de datos de eventos de protesta. Dicha investigación nos brindó algunas pistas sobre la dimensión territorial y espacial de la protesta estudiantil en Uruguay y cómo ésta es representada en la prensa. De una evaluación de los semanarios Marcha y Búsqueda se desprende que la mirada de la protesta estudiantil es, durante el periodo bajo estudio, fuertemente capitalina (con un 68% de los eventos reportados ocurriendo en la ciudad de Montevideo), ya sea por el gran número de estudiantes que se concentra ahí (por la naturaleza centralizada de la enseñanza terciaria en la capital en el país), por la mayor visibilidad que en general se confiere a los eventos capitalinos en la prensa, ya sea por la prevalencia de una mirada que tiende a equiparar lo que ocurre en la capital con lo que ocurre en el resto país. De los ciclos estudiados entonces, el del 96 fue el más fuertemente capitalino (con un 91% de los eventos reportado en la capital), en contraposición al ciclo del 68 que fue el más descentralizado de los cuatro, con eventos reportados en Artigas, Canelones, Cerro Largo, Paysandú, Salto y Tacuarembó. Encontramos por otro lado que uno de cada cinco eventos fueron eventos nacionales o que no estuvieron anclados en un espacio territorial específico (paros, comunicados de prensa, declaraciones). La base da cuenta, por otro lado, de un constante tire y afloje entre modalidades de disrupción externas, que requieren de un gran despliegue territorial en el espacio público, y tácticas de disrupción interna, que implican ocupaciones o tomas de los centros educativos, con el riesgo siempre latente de (volverse) quedar invisibilizados para la opinión pública. La mitad de los conflictos sistematizados en la base tuvieron lugar dentro de centros educativos específicos (liceos, facultades), siendo mucho más frecuentes en los noventa con la ola de ocupaciones que se suscitaron contra la “reforma de Rama”, que durante los ochentas, dado los altos costos asociados a este tipo de tácticas.
El estudio de la dinámica territorial y espacial de los movimientos sociales ha ido cobrando centralidad en los últimos tiempos. Tilly (2000) ofrece una tipología de tipos de interacciones entre el espacio y los procesos de movilización colectiva que resultan útiles para la reflexión, a saber, las geografías del control y la supervisión de la protesta (que habilita y restringe el uso de ciertos lugares para la protesta), los “espacios seguros” para las y los activistas (aquellos que ofrecen resguardo o les confieren cierta protección), demandas asociadas a la espacialidad (y sus significados, memorias y recuerdos) y, finalmente, lo espacial y territorial como objeto de contienda política y disputa (la lucha por ciertos lugares y espacios).
El miércoles próximo el movimiento estudiantil conmemora el día de los mártires estudiantiles, como lo viene haciendo desde hace cuarenta años, y la movilización es convocada en la explanada de la Universidad de la República, como lo ha hecho también hace un siglo.
En un trabajo titulado “Los mártires de ayer, los muertos de hoy: el movimiento estudiantil y el 14 de agosto”, Diego Sempol (2004) analiza las continuidades y transformaciones que se gestaron en torno a esta fecha dentro del movimiento estudiantil. Liber Arce fue velado en el edificio central de la Universidad de la República el 14 de agosto de 1968, tras haber sido herido de bala en una manifestación unos días antes. Según reportó Marcha en ese entonces, “en la tarde del jueves ya varias decenas de miles de personas habían circulado por ahí y testimoniado con flores y silencio su indignada congoja”. El velorio fue sucedido por una multitudinaria marcha-velatorio hasta el cementerio de Buceo, donde participaron ““estudiantes, empleados, obreros, amas de casa; brigadas de estudiantes y obreros; el pueblo”, “al día siguiente casi ningún diario tuvo la mínima osadía de calcular la cantidad de manifestantes”[1]. Aunque la elección del edificio central de la Universidad de la República obedecía sin duda a su lugar de importancia, y al significado que tuvo este hito para muchos de sus protagonistas como un punto de quiebre, el sitio pasó a cargar a partir de ese momento con el peso simbólico conferido por esta experiencia, cobrando aún más peso como “lugar de memoria”, para retomar la expresión del historiador francés Pierre Nora. Aunque el edificio había sido hasta ese entonces un “sitio seguro” para los estudiantes (en 1967, por ejemplo, los estudiantes se mantuvieron 10 días encerrados en la Universidad rodeada por la policía negándose a ser fichados), pasó a ser desde ese momento objeto de crecientes persecuciones -más tarde- bajo un control acérrimo en dictadura.
Durante la transición a la democracia, la conmemoración del 14 de agosto fue bautizada el día de los mártires estudiantiles y el edificio de la universidad ha sido desde entonces, conmemoración tras conmemoración, un sitio no solo de memoria sino también un espacio para vociferar una amplia gama de reclamos sobre temáticas que han aquejado a los estudiantes a lo largo de los varios ciclos de protesta que (devinieron) se sucedieron. Así, por ejemplo, unos días antes de la ola de ocupaciones del ciclo del 96, los estudiantes se concentraron frente al Palacio Legislativo, luego marcharon por la Avenida Libertador hasta 18 de Julio y por esta hasta la Universidad de la República. “En la explanada universitaria fue leída una proclama que recordó un nuevo aniversario de la muerte en 1968 a manos de un policía del estudiante Liber Arce”, “ Los manifestantes quemaron un muñeco que representaba al presidente Julio Maria Sanguinetti, marcharon bajo la consigna "ocupar! ocupar!, es la forma de luchar" y estribillos con insultos para el Consejo de Directivo Central de la Anep”[2].
¿Qué significa hoy para los estudiantes el edificio de la Universidad? ¿Qué carga simbólica se le confiere? ¿Por qué se siguen concentrando allí? Aunque el análisis de los eventos de protesta nos da muchas pistas para explicar la dimensión espacio-territorial de las movilizaciones estudiantiles a partir de algunas variables clave (demandas, alianzas, tácticas), poco nos dice sobre cómo esos lugares son significados y apropiados por parte de los estudiantes mismos. Para profundizar en estos sentidos, un equipo interdisciplinario del Archivo General de la Universidad y la Facultad de Ciencias Sociales[3] se encuentra en proceso de desarrollar un proyecto titulado “Hacia una cartografía del movimiento estudiantil en la ciudad de Montevideo: lugares, identidades y territorios”. El proyecto busca analizar la protesta estudiantil en su dimensión espacial en Montevideo, ampliando la base para incluir un ciclo de protesta más reciente acontecido en 2022. A tales efectos, el grupo está abocado a la confección de cartografías de la protesta estudiantil, incluyendo la construcción de “mapas subjetivos” a partir de una serie de talleres de cine-foros y cartografías participativas, desarrollados con protagonistas del movimiento estudiantil de secundaria y universitarios actuales, apuntando a una reflexión colectiva sobre relaciones, conflictos y dinámicas de la protesta en la ciudad.
Hoy, 8 de agosto, a pocos días de otro aniversario del asesinato de Líber Arce, se realizará el primero de esos talleres en el marco del proyecto que se realizará hasta diciembre. Esperamos poder compartir avances en próximas contribuciones de este blog.
Bibliografía
González Vaillant, G. y Markarian, V. (Coord.) (2021). El río y las olas. Ciclos de protesta estudiantil en Uruguay (1958, 1968, 1983, 1996). Archivo General de la Universidad, Doble Clic Editorial, Universidad de la República.
Gapenne, C. y González Vaillant. (2023). “Cartografiar la protesta: usos y representaciones del espacio en el movimiento estudiantil uruguayo en la segunda mitad del siglo XX”, ponencia presentada en IX Jornadas de Estudio y Reflexión sobre Movimientos Estudiantiles, Septiembre. Buenos Aires.
Sempol, D. (2006). De Líber Arce a liberarse. El movimiento estudiantil uruguayo y las conmemoraciones del 14 de agosto (1968-2001), en Jelin, E. y Sempol, D. (Comp.). El pasado en el futuro: los movimientos juveniles. Siglo XXI.
Tilly, C. (2000). Spaces of Contention. Mobilization, 5, 135-159.
[1] “Después de la muerte de Líber Arce”, Chasque (Marcha), del 28 de agosto de 1968, disponible en catálogo de eventos de protesta.
[2] “Agitación estudiantil en Secundaria inquieta a las autoridades”, Búsqueda, del 15 de agosto de 1996.
[3] El equipo está conformado por Valentina García, Camille Gapenne, Noelia Torres, Paolo Venosa y coordinado por Gabriela Gonzalez Vaillant y Vania Markarian. Participa también Alejandra Alvarez en el marco de una pasantía por su tesis de doctorado en Argentina. Convocatoria a Proyectos IM-Udelar, "Ing. Oscar Maggiolo", 2023.
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