Después de 15 años de estadía continua en Montevideo, período en el que se gestó buena parte de mi producción académica, escribo esta nota desde Santiago de Chile, donde resido desde 2010.
La mayoría de los textos que redacté en Montevideo forman parte del libro “Vulnerabilidad Social: su persistencia en las ciudades de América Latina”[i], que el Instituto de Estudios Urbanos de la Universidad Católica de Chile publicó en abril de 2023. Tanto Fernando Filgueira en el prólogo, como María José Álvarez Rivadulla en la contratapa, enriquecieron esa publicación con lúcidos comentarios.
En los párrafos que siguen relato dos situaciones que ocurrieron en el 2000 y que dieron un fuerte impulso a los artículos que se incluyen en el libro. Una de ellas tiene que ver con los efectos del clima intelectual que se generó en el nuevo marco institucional bajo el que comencé a trabajar ese año. La otra fue una vivencia personal que me ayudó a precisar los interrogantes que orientaron esos trabajos.
1. Marco institucional
En el 2000 me jubilé de la CEPAL. Mi retiro coincidió con una oferta de la Universidad Católica de Uruguay. Se trataba de coordinar la gestación y el funcionamiento de un instituto de investigación sobre integración, pobreza y exclusión social, el IPES.
Bajo la fecunda coordinación académica de Fernando Filgueira en el IPES se fue consolidando un equipo de colaboradores. Subrayo lo que para mí fueron dos rasgos distintivos de ese equipo: la intensidad del trabajo y la fluidez del intercambio de conocimientos e ideas. El ambiente resultante contribuyó a generar en cada uno de nosotros la agradable sensación de formar parte de una aventura ejemplar de producción intelectual.
Son varios los resultados del funcionamiento del IPES que pueden ilustrar esas “bondades”. Si bien no quiero extenderme sobre ellas en un texto supuestamente breve, creo que, por sus implicancias sobre las formas actuales de construcción del conocimiento en las ciencias sociales, vale la pena destacar una de ellas,
Me refiero a un clima de trabajo que nos alentaba a mirar críticamente, y a tomar distancia, de una de las tendencias dominantes (entonces y ahora) de la sociología. Aludo a la tendencia que se nos suele presentar como una aceleración incontrolada tanto en la división del trabajo académico como en la diversidad y proliferación de especialidades,
Tengo la impresión que la
instalación acrítica de esa tendencia en las estructuras académicas está fortaleciendo
una propensión a glorificar las menudencias, uno de cuyos efectos es el
debilitamiento de nuestra capacidad para identificar, comprender y cuestionar
los vínculos entre fenómenos parciales y los aspectos más generales del
funcionamiento de las sociedades.
2. La vivencia personal: su contexto y sus consecuencias
El otro suceso del año 2000 que tuvo repercusiones importantes sobre mi trabajo posterior fue un encuentro en Buenos Aires con compañeros de mi escuela primaria para celebrar los 50 años de nuestra graduación.
Destaco ese episodio porque del mismo surgieron interrogantes que me ayudaron a conectar inquietudes personales con características distintivas de mi sociedad, y que, por esa vía, vigorizaron mi motivación por explorar la realidad. Tengo la impresión que son muchos los colegas que han vivido experiencias de ese tipo y que, al reconocer sus aportes, las archivan en su memoria como puntos de inflexión en la comprensión del funcionamiento de las sociedades.
Desde esa mirada voy a intentar, con tres brochazos, pintarles un cuadro de mis reflexiones sobre este punto.
El primer brochazo relata la vivencia personal misma, haciendo mención de los interrogantes que allí surgieron y que guiaron el desarrollo de trabajos incorporados al libro antes citado.
El segundo brochazo perfila el contexto en el que se da el episodio. La intención es informar al lector acerca del marco de referencia desde el cual algunas vivencias personales ganaban relevancia sobre otras.
El tercer brochazo se interna en aspectos epistemológicos del episodio. Su propósito es estimular un intercambio de ideas acerca del aporte que pueden hacer algunos mecanismos mentales a la construcción de conocimiento sociológico. Como mencioné, mi impresión es que las experiencias más fecundas a ese respecto son aquellas que iluminan la convergencia entre inquietudes personales y problemas sociales generales.
· Primer brochazo: el contenido de la anécdota
En el año 2000, residiendo en Montevideo, recibí una invitación de mi escuela primaria en Buenos Aires para celebrar los 50 años de la graduación de mi generación. Acepté contento la posibilidad de reencontrarme, medio siglo después, con amigos de la primaria.
Como se imaginarán, la visita fue un amplio ejercicio de nostalgia. Todo llamaba mi atención y despertaba recuerdos. Pero a los efectos de este relato me voy a concentrar solo en un episodio: el reencuentro con tres compañeros. Fue ese reencuentro el que activó la sensación, ya señalada, de convergencia entre inquietudes personales y algunos de los grandes problemas sociales que atraían mi atención.
Los tres amigos vivían a cuadra y media de mi casa. Nos reuníamos diariamente para ir y venir caminando a la escuela o para jugar en la calle.
Dos de ellos eran mellizos. Bajo cualquier criterio la situación socioeconómica de sus hogares los ubicaría como pobres. El padre, migrante español, trabajaba en una empresa como distribuidor de sifones a domicilio. La familia residía en un conventillo. La única habitación que ocupaban era a la vez dormitorio, cocina y comedor. Tenían acceso al baño colectivo de la vivienda. Como dato adicional acerca del nivel de carencia económica de la familia quedó grabada en mi memoria una conversación en la que los padres analizaban la posibilidad de comprar un par de plumas de tinta para sus hijos.
En la celebración escolar tuve la grata sorpresa de encontrar que los mellizos lucían como si les hubiera ido muy bien en la vida. Ambos trabajaban en conocidas clínicas de Buenos Aires como médicos/cirujanos.
El otro amigo de la niñez era huérfano de madre. Residía con su padre, migrante polaco, en un pequeño cuarto al final de una escalera. Al igual que en el caso anterior, tenían acceso a un baño colectivo. La fuente de ingresos del hogar era un kiosco a la calle que vendía golosinas y revistas usadas. Al igual que en el caso de los mellizos, mi antiguo compañero hizo una excelente carrera universitaria. Se recibió de arquitecto, y, según otros compañeros, se trataba de un profesional reconocido en Buenos Aires.
Volví de aquel encuentro con la fuerte impresión que, en el marco de lo que en aquel entonces conocía de la realidad de los países latinoamericanos, las historias de movilidad social de mis tres amigos resultaban excepcionales.
Regresé a Montevideo preguntándome: ¿qué había por detrás de esas experiencias? ¿Cómo se explicaban? ¿Qué papel habían jugado en ellas virtudes que podrían atribuirse tanto a la densidad del tejido social barrial como al ethos igualitario que, al menos en aquel entonces, regulaba nuestras relaciones? ¿Cuánto podría imputarse al alto nivel de armonía con que se ensamblaban los funcionamientos de las familias, con los del barrio y el de las escuelas? ¿Cuánto a capacidades, aspiraciones y motivaciones de logro vinculadas al origen europeo de los padres de mis amigos? ¿Cuánto al ambiente general de progreso que impregnaba la sociedad argentina, y que, a mediados del siglo pasado estuvo sólidamente anclado en el proceso de sustitución de importaciones de posguerra? ¿O cuánto podía atribuirse a los resultados de la dinámica con que interactuaban todos estos factores?
La búsqueda de respuestas a esos interrogantes alimentó los trabajos que fui desarrollando en la Universidad Católica de Uruguay. Mi atención se volcó principalmente hacia los efectos de las transformaciones en la composición social de barrios y escuelas, así como de los cambios en las estructuras familiares. Esa fue la puerta de entrada a mis trabajos sobre segregación residencial. De hecho, mi primer artículo en esa línea fue “El vecindario importa”, texto que luego se transformó en “Seducidos y abandonados: el aislamiento social de los pobres urbanos”[i].
- Segundo brochazo: rasgos principales de los contextos a partir de los años 50.
Recordando la frase del célebre José Ortega y Gasset (“Yo soy yo y mis circunstancias”), resumo ahora algunas características contextuales que incidieron, a lo largo de mi vida, tanto en mi forma de percibir la realidad como en el contenido de mis inquietudes.
Nací en 1938. Me crié en un barrio de Buenos Aires socialmente integrado. Resumo a continuación las características principales de ese contexto:
1. Convivencia de familias de migrantes europeos con familias de migrantes del interior del país. la gran mayoría de los hogares manejaban recursos modestos.
2. Un ámbito político dominado por la figura de Perón, con fuerte apoyo popular y sindical, y con políticas públicas que canalizaban buena parte de los recursos fiscales hacia el acceso de los hogares a servicios esenciales, incluyendo vacaciones y actividades de esparcimiento colectivo.
3. Una economía motorizada por el boom industrializador de posguerra que favorecía la generación de trabajos estables y formales.
4. Una gran mayoría de familias funcionando bajo el modelo “bread winner”, con una división clara y explícita del trabajo por género. Aunque las grietas que subyacían a ese modelo de organización familiar surgirían con claridad décadas más tarde, comparado con el presente el sistema familiar de entonces se presentaba como relativamente estable.
5. A partir de 1976 mi trabajo como funcionario de CEPAL me permitió visitar y conocer países de América Latina cuyas realidades sociales contrastaban fuertemente con la de la Argentina de los 80. En efecto, más allá de las coincidencias en sistemas políticos entonces dominados por dictaduras militares, tanto Argentina como Uruguay seguían destacándose en la región por la fortaleza del “ethos” igualitario, mientras que en la mayoría de los restantes países de la región el funcionamiento de las matrices socioculturales seguía reflejando un fuerte sesgo jerárquico en las relaciones entre las clases.
Dado que aun no encuentro en el análisis comparado un reconocimiento explícito de la significación de las diferencias entre las matrices socioculturales que caracterizan a los países de la región, me detengo brevemente en ellas.
Quizás lo más destacable en términos de reconocimiento de esas diferencias culturales fue el ensayo publicado en 1984 por el politólogo argentino Guillermo O’Donnell.
En ese ensayo, O´Donnell respondía al artículo que el antropólogo brasileño Roberto Da Matta había escrito cinco años antes bajo el título “Voce sabe com quem esta falando?”[i]. O´Donnel arguía que la respuesta mayoritaria a esa pregunta en la Argentina sería “¿Y a mí, qué carajo me importa?”[ii].
Lo que el autor argentino buscaba
destacar eran las diferencias en los marcos de referencia desde los cuales las
personas en uno u otro país evaluaban tanto la estructura social como el
carácter de las asimetrías entre individuos socioeconómicamente desiguales. Al
respecto, aducía que la pregunta “¿Usted sabe con quién está hablando?” busca
imponer en el subalterno (miembro de las clases subordinadas) el reconocimiento
de la legitimidad de las pretensiones de superioridad social de “los de arriba”.
Algo así como si dichas pretensiones fueran una consecuencia “natural e
inevitable” de la forma en que las desigualdades de poder y riqueza sedimentan
en las estructuras sociales.
- Tercer
brochazo: posible impacto de este tipo de experiencias en el desarrollo del
conocimiento sociológico.
En los últimos años, compartimos con algunos colegas la exploración de experiencias personales que tuvieron impactos significativos sobre nuestras formas de mirar la realidad social. En esas charlas nos enteramos que muchos de nosotros teníamos muy a mano episodios cuyas características sintetizo en los tres puntos siguientes:
1. La generación de una sensación de convergencia entre subjetividades y estructuras sociales. Cada uno de nosotros vivió esos episodios de ese tipo como la apertura de una ventana que nos ayudaba a apreciar, con mayor claridad que en el pasado, las conexiones entre inquietudes hasta el momento difusas y algunos de los rasgos distintivos de nuestras sociedades (p.e. el “ethos igualitario” en las comparaciones que hacen O´Donnell entre Argentina y Brasil o Álvarez Rivadulla entre Uruguay y Colombia),
2. En la medida que activan una especie de imán invisible que reordena las piezas en tableros conceptuales que previamente se presentaban confusos e indescifrables, ese tipo de experiencias parecen operar como fuentes importantes de creatividad intelectual.
3. En un lenguaje más epistemológico podríamos resumir lo anterior diciendo que, al iluminar imágenes hasta entonces borrosas, esas experiencias aportan al proceso de transformación de conjeturas vagas en afirmaciones que pueden ponerse a prueba.
[1]Kaztman, R. (2021). Vulnerabilidad social: Su persistencia en las ciudades de América Latina. Ril Editores.
[2] Kaztman, R. (2001). Seducidos y abandonados: El aislamiento social de los pobres urbanos. Revista de la CEPAL, 75, 171-189.
[3] Da Matta, R. (1978). Você sabe com quem está falando? En Carnavais, malandros e hérois: Para uma sociologia do dilema brasileiro. Zahar, Brasil.
[4]
O´Donnell, G. (1984). ¿Y a mí, qué me importa? Notas sobre socialibilidad
política en Argentina y Brasil (Working Paper 9). Kellog Institute. https://kellogg.nd.edu/sites/default/files/old_files/documents/009_0.pdf
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