“Mi hijo el docente”


      "Education" por IowaPolitics.combajo licencia CC BY-SA 2.0.
Nota de Gabriela Sicilia

Cuando vi que las dos notas previas a la mía (y que aprovecho para recomendar su lectura si aún no lo han hecho [1],[2]) hacían referencia a temas educativos, lo primero que pensé fue si sería buena opción cambiar el tema de esta nota. Supongo que por temor a aburrir “otra vez con el mismo tema…”. Por otra parte, también pensé que el hecho de que tres personas decidiéramos reflexionar sobre distintos aspectos del sistema educativo en el mismo momento del tiempo (en el que no ha sucedido ningún evento particular para que se destaque en los medios), un indicador de su relevancia. Así que seguí adelante con la idea.

¿Por qué quería hablar de Educación? Básicamente por aquello de que la educación es el futuro del país. Y aunque a algunos les podrá sonar a cliché, existen numerosos estudios a nivel internacional que reportan evidencia empírica consistente acerca del impacto positivo que tienen los logros educativos sobre las tasas de crecimiento y desarrollo económico de los países[1]. En efecto, la cantidad de años y la calidad de la educación que reciben las personas a lo largo de su vida son determinantes de su bienestar futuro, ya que individuos más y mejor formados disponen en promedio de mejor acceso y adaptación al mercado laboral y mayor remuneración. Por tanto, parece claro que la meta nacional sea disponer en un futuro de una población con mayor y mejor nivel de estudios.

Sin embargo, Uruguay parecería no ir por buen camino. En los últimos años se observa un deterioro sostenido en los resultados educativos (especialmente la educación secundaria pública), alejándonos no sólo de los países desarrollados sino también del desempeño de la región[2]. La situación es aún más alarmante si nos comparamos en términos de desigualdad educativa. Si bien según datos de la Comisión Económica Para América Latina  somos el país con menor desigualdad de ingresos en la región, nos llevamos el primer premio en materia de desigualdad educativa según el último Informe PISA de 2015[3], esta parecería ser una mala noticia.  ¿Qué hacer? Diversas líneas de acción que podrían contribuir a mejorar la situación actual han sido propuestas y discutidas en diversas instancias [1][2][3]. En esta nota voy a centrarme en una de las líneas de acción que considero necesaria (pero no suficiente) para transformar la educación: hacer más atractiva a la profesión docente.

Los maestros y profesores son el insumo principal del proceso educativo, tanto desde el punto de vista presupuestario[4] como productivo, pues son ellos quienes influyen directamente en el desarrollo de las habilidades cognitivas y no-cognitivas de los estudiantes[5]. Por tanto, la calidad y motivación de los docentes son clave a la hora de analizar la calidad del sistema educativo. En este contexto, tiene sentido preguntarse cuál es la situación actual en Uruguay. Algunas cuestiones interesantes de abordar son ¿Es atractiva la profesión docente? ¿Cuáles son las condiciones laborales de los docentes? ¿Es una profesión socialmente valorada? ¿Están motivados los docentes? ¿Cuál es el nivel de desempeño de los docentes? ¿Cómo identificar a los buenos docentes? ¿Cómo recompensa el sistema a los buenos docentes?, entre otras.

En Uruguay la profesión docente no parece atractiva. En efecto, año tras año se observa al inicio del curso académico escasez de docentes en enseñanza primaria y media[6], así como una alta proporción de profesores no titulados en educación media. Mucho se ha discutido sobre esto, pero menos atención ha recibido un aspecto que ocupa un lugar cada vez mayor en el debate social y político educativo a nivel internacional: la capacidad de atraer a los mejores estudiantes (en secundaria) a la profesión docente. En efecto, esta ha sido la apuesta en muchos de los países que han obtenido mejoras sustantivas en las evaluaciones internacionales[7]. En Uruguay, por el contrario, los mejores estudiantes optan por otras carreras profesionales, por supuesto más atractivas tanto en términos económicos como en prestigio social. Tal y como evidencian Boado, M. y Fernández, T. (2010) en su investigación “Trayectorias académicas y laborales de los jóvenes del Uruguay. El panel PISA 2003-2007”, “Los institutos de formación docente de la Anep reclutan una población académicamente menos competente…”.[8] Y más adelante señalan, “La Udelar capta a los estudiantes promedio y los institutos terciarios de formación docente a aquellos estudiantes con bajo promedio.” Creo que esta evidencia, es preocupante. Si retomamos la idea que “la educación es el futuro del país”, parece razonable pensar que el reto para el futuro, debería ser no sólo atraer a más estudiantes a la profesión docente, sino también atraer a los mejores. Para ello, creo que es necesario trabajar al menos en dos direcciones: mejorar el estatus económico y ‘profesionalizar’ la carrera docente.

Está claro que uno de los principales factores que afecta a la decisión de los individuos a la hora de escoger una profesión es el estatus económico y el prestigio social. En este sentido, la profesión docente no sería una buena opción. El salario ajustado (incluyendo las horas de trabajo en el hogar y descontando el período de vacaciones) de los docentes, es en promedio, un 43% inferior al ingreso de otros profesionales[9]. Es evidente que para atraer y retener a los mejores docentes es necesario reflejar el valor de su trabajo en su salario. Diversos caminos alternativos al “aumento generalizado” se han sugerido para mejorar los ingresos de los docentes (por ejemplo, el reconocimiento y extensión de horas de trabajo fuera del centro como se plantea aquí o aquí), con lo cual no voy a profundizar en ello. Lo que sí quiero destacar es que, si bien mejorar del estatus económico para hacer más atractiva a la profesión es una condición necesaria, no es suficiente. Es imprescindible acompañarla de otros instrumentos que permitan seleccionar, retener y compensar a los buenos docentes a lo largo de su carrera. Básicamente, lo que podríamos llamar ‘profesionalizar’ la carrera docente a través de mejorar los actuales sistemas de selección, evaluación, incentivos y promoción de los docentes.

En cuanto al proceso de selección docente, la principal carencia está en enseñanza secundaria donde la selección sólo se basa en méritos (también se incluyen las evaluaciones de años previos si el docente tiene experiencia), pero no se incorporan pruebas de oposición de acceso (como por ejemplo impartir una clase sobre un tema específico seleccionado aleatoriamente el día de la prueba). Incorporar pruebas al proceso de selección insume más tiempo que sólo evaluar méritos, con lo cual el controvertido sistema actual de selección de horas ‘sueltas’ que se produce año tras año debería modificarse. Avanzar hacia la propuesta de implementar cargos docentes asociados a un único centro educativo (como en primaria), sería un camino deseable.

En cuanto a la evaluación docente, los sistemas actuales están basados únicamente en la evaluación de directores e inspectores externos, y salvo excepciones, en la práctica existe muy poca variabilidad en las evaluaciones de los docentes (con lo cual tiene poco valor real). La experiencia internacional ha demostrado que también es importante incorporar otras medidas basadas en el rendimiento de los alumnos, así como evaluaciones basadas en la observación de pares (es decir, de otros docentes dentro del mismo centro). Este último aspecto, además de contribuir a la evaluación de los docentes, permitiría a los docentes ‘evaluadores’ aprender de otras experiencias y buenas prácticas docentes.

Igual o más importante que el diseño del sistema de evaluación, es cómo y para qué utilizar esa información, es decir el sistema de incentivos y de reconocimiento de los docentes. Actualmente, las decisiones a la hora de contratar, retener, compensar, ascender o despedir docentes no consideran su nivel de desempeño, sino que dependen básicamente de los años de experiencia. Con lo cual, a la larga ‘hacer las cosas bien o mal’ básicamente, ‘da lo mismo. Este es sin dudas un muy mal sistema de incentivos, en cualquier profesión (y si me apuran, en cualquier ámbito de la vida). Por tanto, es sustancial implementar un sistema de incentivos adecuado que tomando como base la información sobre los méritos de desempeño, permita identificar y recompensar a los buenos docentes, así como identificar aquellos docentes que sistemáticamente (un mal año pueden tener todos, pero no de forma continua) presentan un desempeño pobre e instrumentar mecanismos de mejora o salida del sistema.

Por último, quisiera comentar tres aspectos importantes. En primer lugar, para tomar decisiones adecuadas es necesario disponer de mayor información de gestión en los centros educativos y de medición del desempeño de los estudiantes y docentes. Este es un aspecto en el que Uruguay presenta un rezago muy importante. Si bien en la última década se ha expresado el interés y preocupación por este aspecto por parte de las autoridades educativas, poco se ha avanzado al respecto. En segundo lugar, incrementar el estatus económico de la carrera docente requiere invertir más recursos económicos. Eso es un problema, ya que vivimos en un contexto de recursos limitados y demandas múltiples. Por tanto, la pregunta lógica es ¿de dónde podríamos sacar más recursos? Tal y como sucede en nuestra economía doméstica, tenemos básicamente tres alternativas: ser más eficientes en nuestros gastos, redistribuir los recursos o pedir dinero prestado. Para esta última opción, lo adecuado sería evaluar si la tasa de rentabilidad del proyecto en el mediano plazo supera el tipo de interés de la deuda. Parecería que sí ¿no? Por último, quería hacer referencia a la dificultad de implementar cambios y el fracaso sistemático a la hora de implementar reformas estructurales en el sistema educativo uruguayo por falta de participación (o la resistencia) de algunos agentes involucrados en el proceso educativo. En este sentido, el papel de los docentes es fundamental, y este es el mayor desafío en el actual contexto nacional. La mayoría de docentes desearía una mejora en el estatus económico y social de su profesión, y sobre todo, que se les recompense por su esfuerzo y su buen desempeño. Y eso requiere cambiar y moverse de la ‘zona de confort’ actual.

En suma, para mejorar la calidad de la educación se necesitan a los mejores, y en las condiciones actuales, los mejores no se dedicarán a la profesión docente. Si bien la decisión de ser profesor depende de diversos factores individuales (por ejemplo, el placer de trabajar con niños y jóvenes, de compartir conocimiento, entre otros), parece claro que el estatus económico y social son determinantes. El objetivo a largo plazo debería ser, que más y mejores estudiantes quisieran ser docentes en el futuro, y que mediante el desarrollo de políticas públicas adecuadas que promuevan un sistema educativo competitivo, sea posible formar, seleccionar y retener en la profesión a los más capaces y motivados. En definitiva, que sea un orgullo decir “Mi hijo el docente”.


Agradezco a Federico Sicilia por sus comentarios y aportaciones. Las opiniones vertidas son de mi entera responsabilidad. 




[1] Por ejemplo, véase Barro, R. y Lee, J.W. (2012) “A new data set of educational attainment in the world, 1950–2010”, Jorunal of Development Economics ó Hanushek, E. y Woessmann, L. (2012) “Do better schools lead to more growth? Cognitive skills, economic outcomes, and causation”, Journal of Economic Growth.
[2]Informe sobre el estado de la educación 2015-2016”, INEEd. Disponible en https://www.ineed.edu.uy/nuestro-trabajo/informe-sobre-el-estado-de-la-educacion-2015-2016.html
[4] En 2015 los salarios docentes representan el 85% del presupuesto de ANEP.
[5] En la última década, numerosos estudios internacionales han evidenciado que existen diferencias considerables en el desempeño de los profesores, y que estas diferencias tienen un impacto sustancial sobre los alumnos, no sólo sobre su rendimiento académico (por ejemplo, Hanushek, E. y Rivkin, S. (2012) “The distribution of teacher quality and implications for policy”, Annual Review of Economics), sino también sobre sus ingresos en el largo plazo (Chetty, Friedman y Rockoff, (2011) “The long-term impacts of teachers: Teacher value-added and student outcomes in adulthood”, NBER wp17699).
[7] Auguste, B. G., Kihn, P., y Miller, M. (2010). “Closing the talent gap: Attracting and retaining top-third graduates to careers in teaching: An international and market research-based perspective”. McKinsey.
[8] En las carreras docentes los estudiantes tienen casi medio desvío estándar menos (en las competencias de lectura y matemáticas que mide PISA cuando los alumnos tenían 15 años), que en otras carreras universitarias.
[9] INEEd (2016) “Los salarios docentes: comparación en el contexto nacional”, Montevideo.

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