Por Luciana Scaraffuni
Cuando pensamos en los enfoques o formas de abordar la realidad al enfrentarnos a problemáticas tan diversas y complejas, resulta curioso cómo no se tiene en consideración como una primera forma de abordaje el método etnográfico. Por lo general, y cuando nos paramos desde un paradigma cualitativo para investigar, los evaluadores de los proyectos esperan encontrar detallado cuantas entrevistas se van a realizar o cuantos grupos de discusión, pero se quedan en offside al evaluar proyectos que emplean el método etnográfico.
Asumir un lugar de investigadores con una impronta, crítica, comprometida y sobre todo colaborativa, es muchas veces mal evaluado.
Las investigaciones que emplean el método y el enfoque etnográfico, buscan comprender, desde la perspectiva de los sujetos, sus percepciones, sus experiencias, sus interacciones, sus cotidianeidades, es un método que permite que las ciencias sociales se adentren y puedan comprender fenómenos de alta densidad y complejidad. La etnografía busca salirse de posturas predictivas y pararse en posturas comprensivas, colaborativas y empáticas y eso a veces es mal visto.
Muchos autores y académicos han referido a la poca rigurosidad de este método, claramente no tienen conocimiento de causa. Debemos apreciar que a través del empleo del enfoque etnográfico, tenemos la oportunidad de comprender en relación dialógica y dialéctica dinámicas micro con escalas macro, es decir, nos permite la posibilidad de observar y comprender el modo en que lo externo se vincula con lo interno, las vivencias personales con las dimensiones macro por ejemplo.
La realización de una etnografía implica un arduo trabajo de campo, que muchos no están dispuestos a realizar. Eso ha sido así desde la sociología y desde la antropología más clásica y los escritos de Malinowski, Geertz o Levi Strauss, hasta los trabajos más contemporáneos, como por ejemplo un trabajo fabuloso escrito por Loïc Wacquant titulado Contra las cuerdas. Cuadernos de aprendiz de un boxeador, en donde el sociólogo se adentra en un gimnasio de boxeo en un gueto negro de la ciudad de Chicago, investigación que lo lleva a cuestionarse al extremo su función como académico. La etnografía requiere cierto involucramiento, sumergirse en las experiencias de los “otros”, desarrollar una inmersión a largo plazo en el territorio o lugar donde se pretende investigar la problemática identificada, e interacción con las y los sujetos con quienes vamos a trabajar.
Otro aspecto relevante que implica un desafío en torno a la realización de una etnografía es la escritura. En este sentido Rosana Guber ha magistralmente identificado que la etnografía tiene sus dimensiones de enfoque, de método y de texto (…). En este sentido, ya Clifford Geertz problematizaba esa mala concepción de que el texto etnográfico es una mera descripción, sino que implica un trabajo arduo de “descripción densa” (2003). Es decir, que si debemos identificar las características del quehacer etnográfico, no podemos enfocarnos únicamente en las actividades o técnicas desplegadas en terreno, ni en el diálogo con nuestros interlocutores o nuestras interlocutoras, ni en el registro observacional en el diario de campo, si no que hay un ejercicio y esfuerzo intelectual que implica la etnografía y es lo que el autor denomina como dicha “descripción densa”. La misma, está vinculada a esa tarea de interpretación que la corriente del constructivismo ha identificado (Berger y Luckman, 1995), esa interpretación de segundo orden en donde el investigador o investigadora hace inteligible a la comunidad académica a través del análisis de relevamiento que ha realizado en su trabajo de campo, la complejidad y densidad de la problemática estudiada. Geertz a esto incluiría que podría ser identificada hasta una interpretación de tercer orden, donde hay un vinculo de retroalimentación fluida entre la perspectiva metodológica y la teoría sobre la cual se posiciona la investigación (Guber, 2011:50).
A veces es bueno ser reflexivos e introspectivos para con el propio campo disciplinar y ver qué estamos investigando y con qué fines. Hoy en día en otras comunidades académicas de América Latina o de Europa, están enfocando los esfuerzos de investigación en salirse de monografías etnográficas clásicas o únicamente la publicación de artículos académicos, si no que integran otros géneros de escritura que también suelen ser importantes en la divulgación del conocimiento científico. En este sentido, hay publicaciones más bien destinadas a las propias comunidades con las cuales se trabaja, otras al periodismo, otros documentos de lineamientos de políticas de acción para con el territorio en el cual trabajamos, incluso textos para la escuela.
Debemos concebir a la etnografía como un método o más bien como un ejercicio de “inventiva relacional” dirían algunos, donde el conocimiento se construye a partir de una colaboratividad, los productos de las investigaciones son productos colaborativos, surgen en interacción con las comunidades o los grupos poblacionales con quienes trabajamos.
Hay fundamentos epistemológicos fuertes, para concebir a la metodología etnográfica colaborativa como una herramienta importante en el campo disciplinar no sólo de la sociología, si no de las ciencias sociales en general. En este sentido, Joan Rappaport, nos diría que más allá de la co-autoría de los papers o de los productos surgidos de las investigaciones, existe lo que sería el proceso de “co-teorización” en conjunto con los grupos y los colectivos que investigamos, proceso que en una relación dialógica, nos proporcionaría a ambos, tanto a nosotros investigadores-doras, como a nuestros interlocutores-toras un bagaje nuevo de herramientas conceptuales que servirían para dar sentido a las complejas y diversas realidades contemporáneas (Rappaport, 2007)
Considero que la academia uruguaya lejos está de este tipo de aproximación etnográfica que permitiría la colaboración de nuestros interlocutores en cada etapa del proceso y especialmente durante la escritura, algunos autores verían que esta negociación que se daría en la escritura del texto etnográfico, se integraría a lo que sería un “nuevo proceso de trabajo de campo” (Rappaport, 2007).
Un desafío importante que tiene la sociología para ser un campo crítico de generación de conocimiento, es repensar para qué investigamos, cómo construimos el campo, qué hacemos en el campo. Arriesgarse a un abordaje etnográfico colaborativo, no solamente se hace moral y éticamente necesario, si no que también le brindaría a la disciplina un poder de reflexividad mayor, sobre todo al abordar problemáticas vinculadas a las violencias, los estudios de género, las desigualdades, los temas de convivencia y territorio, la criminalización y la victimización, entre otros temas. Más que reducir, le permitiría complejizar aquellos relatos o experiencias de los interlocutores, tener impactos trascendentes y trascendentales en las comunidades que colaboran para que los académicos puedan investigar. El campo o más bien el espacio donde se despliegan las actividades de campo, debe ser concebido como un espacio de “co-teorización”, una vez podamos ver esto y salirnos de las mismas formas de abordaje, la reproducción de los mismos métodos y la nula reflexividad en el proceso investigativo, el resultado que obtendríamos sería mucho más enriquecedor.
Los resultados finales deberían ser considerados como aportes hacia las comunidades, colectivos, territorios, y podrían ser aportes que sirvan para generar esfuerzos políticos, económicos, sociales y hasta educativos hacia estos espacios. Hace poco una nota en la diaria de la colega Nilia Viscardi, daba cuenta de la necesidad de generar espacios de convivencia, diálogo y participación para prevenir y abordar episodios de violencia en liceos y escuelas técnicas, creo que una sociología crítica tendría la capacidad de abordar esta problemática a través de despliegue de otras metodologías, como la aquí expuesta. La disciplina debería enfocar sus esfuerzos de concebir la metodología como un espacio de creación de un diálogo colectivo, de co-teorización, de construcción de conceptos clave, que luego operarán como vehículos conceptuales que no sólo guiarán nuestras investigaciones si no que servirán para darle sentido a las realidades estudiadas.
Salir del palacio de cristal cuesta, pero hay que hacer esfuerzos, romper tradiciones y esquemas, aunque haya que derribar muros. Estas discusiones epistemológicas y metodológicas ya son viejas en otros ámbitos, pero hay que traerlas y revitalizarlas, para lograr una verdadera integralidad y pensar que las ciencias sociales realmente pueden transformar realidades o por lo menos intentarlo.
Referencias:
Guber, Rosana (2011) La etnografía: Método, campo y reflexividad. Siglo Veintiuno editores: Buenos Aires.
Rappaport, Joane (2007) Mas allá de la escritura: la epistemología de la etnografía en colaboración Revista Colombiana de Antropología, vol. 43, enero-diciembre, 2007, pp. 197-229 Instituto Colombiano de Antropología e Historia. Bogotá, Colombia
Wacquant, Loic (2006) Entre las cuerdas : cuadernos de un aprendiz de boxeador - la ed. - Buenos Aires: Siglo XXI Editores: Argentina.
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