Foto: Network' by B. de los Arcos is released under CC BY 2.0
La semana pasada varios amigos comenzaron a mandarme el artículo del New York Times sobre el rol de las amistades en la movilidad social en Estados Unidos. Nuevamente mi “crush económico” lo había hecho. Raj Chetty y sus coautores sacaron un muy interesante artículo en Nature sobre un tema que siempre ha estado en el centro de mis intereses. Con evidencia novedosa y creatividad metodológica muestran que tener amigos con más recursos económicos es beneficioso para aquellos de menores recursos al aumentar sus probabilidades de movilidad social. Quisiera hacer cinco reflexiones a partir de este artículo.
La primera tiene que ver con la creatividad metodológica. Medir las redes o el capital social no es sencillo. Siempre hay que decidir cuándo preguntar, qué preguntar, si dejo afuera a los amigos no tan fuertes, si me concentro en las personas más cercanas o las más importantes o con las que más interactúo, etc. Usando big data proveniente fundamentalmente de Facebook reconstruyen 21 billones de amistades en los Estados Unidos. Tienen así redes bastante completas de los individuos. Y por si fuera poco tienen fortaleza de los lazos según frecuencia de interacción. Lo unen con datos censales, de impuestos y de otras fuentes. Proponen formas innovadoras de medir posición socioeconómica, como un índice que mezcla el precio del teléfono con la mediana del ingreso de la zona de residencia. Además, sugieren tres formas distintas de medir capital social: cohesión, participación y conectividad con otros, y es esta última la que resulta tener valor explicativo para la movilidad. Esto es importante porque muchas veces se toma solo una definición de un concepto que es bastante esponja y este grupo de investigadores, en cambio, optan por medirlo de formas distintas y muestran qué dimensión es la relevante para lo quieren explicar.
La segunda reflexión que quisiera hacer tiene que ver con la falacia ecológica, es decir con inferir sobre individuos a partir de áreas geográficas donde estos individuos están anidados. Al aprender sobre metodología una de las cosas que cualquier libro básico hace es advertirnos sobre los riesgos de esta falacia. De hecho, ya se han manifestado los nervios de algunos con memes en redes acerca de este problema en esta investigación. No hay hasta hoy forma de tener esta cantidad de datos sobre redes cuasi completas de los individuos y además su movilidad social. Lo que hacen los autores son correlaciones entre áreas. El N no son los individuos sino counties. Eso me recuerda a una de las personas más sabias que me dijo alguna vez que “todo dato es mal dato y hay que hacer lo mejor que podemos con él”. Y vaya si Chetty y su grupo lo hacen bien. Además prueban que varias de las medidas individuales y geográficas están muy correlacionadas y que las geográficas predicen muy bien lo que quieren medir al menos para su contexto. Los estudios de segregación residencial y educativa tienen mucho este problema de falacia ecológica, que a veces logran resolver con modelos anidados (HLM) pero siempre y cuando haya un nivel individual, que en este caso no está, para todas las variables. Ojalá en un futuro tengamos datos a nivel individual y longitudinales sobre el rol de las redes en la movilidad social. Por ahora, esta es una enorme contribución.
La tercera reflexión tiene que ver con los mecanismos por los cuales la relación entre redes heterogéneas hacia arriba y movilidad social se manifiesta. Al fin y al cabo cabe la posibilidad de que redes homofílicas sean más beneficiosas en algunos casos para lograr movilidad social colectiva de un grupo discriminado, como un espacio seguro para aprender estrategias para la movilidad o como un grupo político de lucha por derechos. Los autores sugieren algunos mecanismos por los cuales las redes heterofílicas son claves para los menos privilegiados pero no pueden probarlos. No tienen los datos. Sobre este tema ha trabajado mucho la sociología detectando el papel de “los modelos de rol” o los efectos de la imitación de expectativas y comportamientos de aquellos con más recursos. Hay mucho lugar aquí para contribuciones todavía.
Una cuarta reflexión tiene que ver con las consecuencias de una investigación cómo esta. ¿Cómo genero instituciones más heterogéneas que permitan que los más pobres tengan amigos de mayores recursos? Estar cerca es una condición necesaria pero no suficiente para que se produzca interacción. Las interacciones entre desiguales no solo son de interacción positiva. Pueden ser de evasión, de conflicto, etc. ¿Qué tipo de instituciones funcionan para qué tipo de individuos? Las redes entre desiguales varían según distintos tipos de diseños institucionales y según distintos tipos de personas.
Finalmente, mi quinta reflexión tiene que ver con la vocación de este blog y es qué tiene que ver esto con Uruguay. ¿Por qué esta investigación puede ser relevante localmente? Casi todo lo que sé sobre este tema (y otros) me lo enseñó Ruben Kaztman, sociólogo que trabajó muchos años en Uruguay precisamente con la obsesión de separar el rol de estas relaciones entre desiguales para explicar resultados educativos, pobreza y movilidad social. Probó, siguiendo las hipótesis de James Coleman, que la heterogeneidad en las escuelas y en los barrios generaba mejores resultados para los estudiantes más pobres. Estudió la creciente homogeneidad de los barrios montevideanos y sugirió efectos negativos de ella. Desde sus pioneros estudios en la década de los 90s, la homogeneidad de escuelas y barrios ha aumentado. Esto reduce la posibilidad de incidir sobre los destinos de los niños más pobres a partir de las interacciones con pares de más recursos en la vereda y en el banco de clase. Es importante pensar cómo estimular la cercanía y la interacción entre desiguales. La creciente fuga de los profesionales de las escuelas públicas como opción para sus hijos no es una buena señal.
Tomado de Razones y Personas. Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución 3.0 No portada.