A partir de las publicaciones del Instituto Nacional de Estadística sobre las cifras de pobreza de 2021 y de la controversia por la utilización de los datos del primer semestre por parte del Ministerio de Economía y Finanzas[i], se ha estado hablando nuevamente de pobreza infantil en Uruguay. ¿Subió o bajó la pobreza infantil con respecto a 2019? ¿Con respecto a 2020? Este tipo de discusión sobre las fluctuaciones de los datos de pobreza, como se discute sobre la inflación o sobre el tipo de cambio, omite el aspecto probablemente más fundamental y terrible de la pobreza infantil. Vivir en situación de pobreza durante un período en la infancia y adolescencia tiene impactos negativos muy importantes, persistentes, y de muy difícil reversión. La pobreza infantil impone costos enormes sobre la vida actual y futura de los niños, niñas y adolescentes afectados, y sobre la sociedad en su conjunto.
Los niños, niñas y adolescentes que viven en situación de pobreza tienen peores desempeños en múltiples dimensiones, incluyendo aspectos tan fundamentales como el rendimiento escolar, el comportamiento emocional y social, y la salud física y mental. En el largo plazo, la exposición a situación de pobreza en la infancia y la adolescencia se asocian con un menor nivel educativo, menores ingresos laborales, peor salud, y mayor probabilidad de involucramiento en actividades criminales. La investigación en economía, sociología y medicina, entre otras ciencias, ha intentado, en los últimos veinte años, entender cuánto de esta correlación representa un impacto causal de la pobreza sobre estos desempeños, y en qué medida las políticas públicas tienen la capacidad de mitigar estos impactos.
Existen al menos tres mecanismos por los cuales las privaciones económicas pueden impactar en el desarrollo infantil. En primer lugar, la falta de recursos económicos puede tener un efecto directo en las inversiones materiales que las familias pueden hacer en el desarrollo infantil, por ejemplo, para proveer una mejor alimentación, educación, libros, y experiencias formativas, entre otros. Segundo, los padres y madres que sufren dificultades económicas para mantener a sus familias viven con altos niveles de estrés crónico, que se puede trasladar a un ambiente familiar de estrés con impacto psicológico en sus hijos, peores prácticas de crianza y menor disponibilidad de tiempo de calidad de los padres para invertir en la crianza y educación de sus hijos. Finalmente, un menor nivel de recursos puede implicar tener que vivir en un contexto social menos propicio para el desarrollo infantil, con peores oportunidades, influencia de pares y modelos de rol.
La evidencia científica respalda la relación causal entre los ingresos y el desarrollo infantil, así como los tres mecanismos mencionados. Los padres con mayores ingresos realizan mayores inversiones materiales y de tiempo en la crianza y educación de sus hijos, y esto se asocia a su vez a mejores desempeños. Múltiples estudios han mostrado que aumentos en los ingresos de familias de bajos ingresos, particularmente a través de programas de transferencias, tienen impactos positivos sobre el desempeño escolar de los niños.[ii] Más aún, la investigación ha mostrado que programas que proveen inversiones directas en los niños de familias de bajos ingresos, como programas integrales de educación inicial, apoyo a las familias, e inversiones públicas en salud, son muy efectivos para mejorar los desempeños de corto y largo plazo de esos niños. A la inversa, eventos negativos como la pérdida de trabajo de los padres se traducen en una mayor incidencia de problemas de salud mental y física en niños, niñas y adolescentes y peores desempeños escolares. Estos eventos negativos no involucran solamente una caída de los ingresos familiares, sino que también representan situaciones estresantes para los padres e impactan negativamente sobre su salud mental.[iii]
Las neurociencias proveen teoría y evidencia que respalda que los estímulos y el estrés a los que se ven expuestos los niños y niñas impactan en el desarrollo cognitivo y emocional de los niños. El desarrollo cerebral está influenciado no sólo por la genética sino también por la experiencia. La infancia, y la primera infancia en particular, es una etapa de mayor plasticidad del cerebro, durante las cuales se desarrollan circuitos neuronales que afectan el comportamiento y el desarrollo de habilidades. Los niños expuestos a situación de pobreza tienen en promedio un menor desarrollo de la materia gris cerebral.[iv] Si bien estos procesos no son irreversibles, y el cerebro continúa cambiando toda la vida, la mayor actividad en estas etapas implica que es mucho más difícil revertir estos procesos en la adultez.[v]
Otros trabajos han mostrado que el contexto social juega un rol también. Por ejemplo, la evaluación de los impactos del programa “Moving to Opportunity” en Estados Unidos muestra que subsidios para que familias que viven en barrios pobres se muden a barrios con menor nivel de pobreza tienen impactos positivos sobre los desempeños de largo plazo de los niños en términos de educación e ingresos[vi] y reduce el involucramiento en crímenes violentos[vii].
Incidencia de la pobreza infantil en Uruguay por grupos de edades.
Elaborado con datos del Instituto Nacional de Estadística.
A la salida de la crisis de 2002, aproximadamente la mitad de los niños y niñas uruguayas vivía en condición de pobreza. Esos niños y niñas hoy son adultos jóvenes. Es muy probable que parte de los problemas sociales que hoy tenemos, en educación, empleabilidad y seguridad, puedan rastrearse a 20 años atrás. Hoy muchos de esos adultos jóvenes que crecieron en pobreza son padres y madres. La pobreza infantil ha bajado, pero sigue siendo alta, afectando a uno de cada cinco niños y niñas.
La buena noticia es que podemos actuar hoy para romper el ciclo, y mejorar la calidad de vida de esta generación de niños y de las generaciones futuras. La evidencia muestra que políticas públicas como las transferencias de ingresos y políticas de apoyo familiar y de educación de calidad en primera infancia pueden tener impactos altos en el largo plazo. Por ejemplo, los niños que accedieron durante la gestación y primera infancia a un programa de transferencias en Estados Unidos tuvieron, de adultos, mejoras significativas en su salud y autosuficiencia económica. Asimismo, el premio Nobel de economía Jim Heckman ha estimado que, teniendo en cuenta los impactos sobre salud, crimen, ingresos, y educación, un programa integral de educación en la primera infancia de alta calidad tiene un beneficio económico de 7 veces su costo.
Uruguay ha hecho esfuerzos para aumentar las inversiones en la infancia y adolescencia en las últimas dos décadas, con la creación y expansión de programas de transferencias destinados a las familias de bajos ingresos, la expansión de la educación preescolar, y mayores inversiones en salud y educación. A pesar de los recortes en el gasto público, el gobierno actual ha hecho esfuerzos también. Por ejemplo, se comenzó a implementar el Bono Crianza a partir 2022 y se han aumentado otras prestaciones dirigidas a la primera infancia[viii]. Sin embargo, el debate público parece lamentablemente seguir sin prestar real atención a estos temas. Las cifras sobre pobreza infantil se han manejado de forma muy poco clara y antojadiza. El debate parece seguir enfocado en discusiones de si hubo caídas de la pobreza en algún tramo, si estas caídas son estadísticamente significativas cuando se comparan encuestas, o si 2019 un buen año para comparar con 2021. Quizás lo más relevante para discutir es que, aun siendo Uruguay un país de ingreso medio alto, todavía uno de cada cinco niños y niñas siguen viviendo en situación de pobreza. Vivir en situación de pobreza no es solo una estadística coyuntural y sus efectos trascienden el corto plazo. Si bien han aumentado en las últimas décadas, parece claro que las inversiones que hacemos como sociedad son aún insuficientes. El desafío está en que los adultos de hoy estemos dispuestos a pagar el costo de estas inversiones, para que los niños y niñas de hoy, y las generaciones que les sigan, vivan vidas más prósperas, saludables y seguras.
[i] Ver, por ejemplo: https://delsol.uy/notoquennada/periodismodeopinion/el-gobierno-y-los-datos-de-pobreza-comparo-con-lo-que-me-conviene y https://www.elobservador.com.uy/nota/la-polemica-por-la-pobreza-infantil-y-los-numeros-que-presento-arbeleche--202221718320.
[ii] Dahl, G. B., & Lochner, L. (2012). The impact of family income on child achievement: Evidence from the earned income tax credit. American Economic Review, 102(5), 1927-56.
[iii] Schaller, J., & Zerpa, M. (2019). Short-run effects of parental job loss on child health. American Journal of Health Economics, 5(1), 8-41.
Stevens, A. H., & Schaller, J. (2011). Short-run effects of parental job loss on children's academic achievement. Economics of Education Review, 30(2), 289-299.
[iv] Hanson, J. L., Hair, N., Shen, D. G., Shi, F., Gilmore, J. H., Wolfe, B. L., & Pollak, S. D. (2013). Family poverty affects the rate of human infant brain growth. PloS one, 8(12), e80954.
[v] Heckman, J. J. (2006). Skill formation and the economics of investing in disadvantaged children. Science, 312(5782), 1900-1902.
[vi] Chetty, R., N. Hendren, & L. Katz (2016). “The Effects of Exposure to Better Neighborhoods on Children: New Evidence from the Moving to Opportunity Project.” American Economic Review 106 (4).
[vii] Kling, J. R., Ludwig, J., & Katz, L. F. (2005). Neighborhood effects on crime for female and male youth: Evidence from a randomized housing voucher experiment. The Quarterly Journal of Economics, 120(1), 87-130.
[viii] https://www.gub.uy/ministerio-desarrollo-social/comunicacion/comunicados/gobierno-presento-programa-us-50-millones-para-primera-infancia
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