Por algunas cuestiones que no vienen al caso, el presidente actual de Chile Gabriel Boric necesitó conseguir 34 mil firmas para poder participar de la interna de su coalición. Sobre la hora logró las firmas, las cuales podían inscribirse con identidad digital. Al final, Boric le ganó al precandidato comunista y fue candidato de la alianza entre el Frente Amplio de Chile y el Partido Comunista. Treinta y cuatro mil firmas sobre un total de aproximadamente 12 millones de electores. El resto de la historia es más o menos conocida. Boric es el presidente elegido con mayor cantidad de votos absolutos en las elecciones con la participación más alta desde el retorno de la democracia chilena. Sin embargo, a poco más de un mes de gestión la desaprobación del gobierno que encabeza ronda el 60% según los sondeos. La historia de la Convención Constitucional es muy parecida. A diferencia de otros casos en los que analistas tienen que ensayar contorsiones para explicar “cambios de tendencia”, aquí nunca fue necesario el diario del lunes: estamos parados encima de una base social y política volátil. ¿Cómo podemos explicar los orígenes políticos de esa volatilidad?
Recién llegado a Chile, en Julio de 2017 tuve la oportunidad de suplantar a algunos politólogos senior a los que les habían pedido contar la experiencia del FA uruguayo en un evento del FA chileno.
- “¿Cómo es que el FA pudo ser una experiencia exitosa de gobierno? ¿Cómo logra articular al campo social? ¿Cómo ganó tres veces seguidas con mayorías parlamentarias?”
- “Bueno, primero lo primero. El FA se va gestando a mediados de los 60’s al calor de la lucha por el ajuste estructural de la pre-dictadura (en buen romance, el fin de las vacas gordas). Primero vino la unidad sindical, el congreso del pueblo, los estudiantes, y luego el surgimiento del FA. La acumulación histórica que lleva a estructurar las bases sociales del FA tomó casi 50 años. No se hizo de la noche a la mañana.”.[1]
Silencio incómodo en el auditorio de la Universidad de Santiago de Chile.
Cuento corto, el FA chileno fue creciendo como la espuma (en elecciones presidenciales) pero sus bases sociales son tan frágiles como las de cualquier otro partido de Chile.
En trazos muy gruesos, los partidos se pueden entender de dos maneras. Por un lado, surgidos como expresiones de divisiones profundas en la sociedad en momentos de alto conflicto (clivajes). Por otro, como conjuntos de individuos que coordinan para maximizar sus chances de ser elegidos y de pasar políticas para ser reelegidos. [2] Los primeros en formular la teoría de los clivajes fueron Lipset y Rokkan (1967) buscando una explicación para la estabilidad de los sistemas partidarios europeos. Según ellos, estos sistemas estaban congelados. Los mismos partidos, con más o menos los mismos votos cada uno. Placas tectónicas macizas moviéndose a paso de tortuga.
Esa fue la realidad uruguaya de principios de siglo XX y es la realidad a principios del siglo XXI. Pero, debe enfatizarse que el punto central nunca fue una cuestión aritmética acerca de cuántos votos tiene cada uno. Los partidos chilenos desde los 90’s también fueron los mismos y se repartieron la torta más o menos igual. El sistema de partidos chileno era estable, pero dejó de cumplir sus funciones de representación y agregación.[3, 4] La clave de los sistemas partidarios analizados por Lipset y Rokkan en la Europa de la posguerra es que esas organizaciones representaban los intereses de actores colectivos. Esos actores no eran una operación aritmética de suma de trabajadores, feligreses o productores rurales. Sindicatos, iglesias, gremios profesionales, cámaras empresariales, federaciones rurales, clubes, son organizaciones que median y cumplen una función constante de agregación, representación e intermediación. Asumir que un sistema político puede procesar las demandas de individuos atomizados, descoordinados y competitivos no suena razonable.
Hace poco un entrevistado me parafraseó una charla que tuvo con algún militante veterano del FA uruguayo.
– “¿Qué es el interés general? Porque mirá que, si vas al estadio, vas a ver que está el interés del cocacolero y el cafetero, de los hinchas, del árbitro y los que transmiten… ¿Cómo sacás de eso el interés general?”
Entonces, cómo se puede gobernar una sociedad de individuos atomizados, que no logran agregar demandas. El modelo chileno es un modelo de mercado. Uno va al súper y compra el partido que quiere. Y si no le dan lo que quiere se enoja y cambia de marca, hasta que vuelve a pasar lo mismo. De organizarse para agregar demandas individuales, bien gracias. Pedirles a los partidos que hagan lo que el resto de las instituciones de la sociedad no logra, es excesivo.
Hasta tanto Chile no logre atravesar por procesos largos de construcción de actores colectivos con capacidad de agregación de demandas, la democracia tendrá problemas. Mientras en Uruguay los partidos sigan representando un entramado denso de solidaridades organizadas, tanto en la izquierda como en la derecha, seguirán apareciendo 800 mil firmas. También seguirán bailando tango esas mitades sociales y políticas que estructuran, organizan y representan el Uruguay contemporáneo.
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[1] Mi exposición se basó en el trabajo del cual fui asistente de Pérez Bentancur, Piñeiro Rodríguez y Rosenblatt (2019) “How Party Activism Survives. Uruguay’s Frente Amplio”. Cambridge University Press.
[2]Vale aclarar que son tipos ideales.
[3] Luna, Piñeiro Rodríguez, Vommaro y Rosenblatt (2020). Political Parties, Diminished Sub-types and Democracy”, Party Politics. 27(2)
[4] Luna y Mardones. Eds. (2017). “La columna vertebral fracturada. Revisitando intermediarios políticos en Chile”. ICP y RIL editores. Santiago de Chile.
Tomado de Razones y Personas. Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución 3.0 No portada.