Las tecnologías asociadas a la denominada Cuarta Revolución Industrial (robótica, analítica de datos, inteligencia artificial, etc.) están llamadas a tener un impacto creciente en el mercado laboral y en la vida de trabajadores y trabajadoras. Si bien es importante calibrar adecuadamente la magnitud, naturaleza y velocidad de estos cambios, nadie pone en duda que esta nueva oleada de cambio tecnológico supondrá una reconfiguración importante del mundo del trabajo. ¿Qué desafíos económicos y político-organizativos enfrentan los sindicatos uruguayos en este contexto?
La adopción de nuevas tecnologías y la mediación de
sus impactos. Para un
país de rápido envejecimiento demográfico como Uruguay, la disponibilidad de tecnologías
con elevado potencial para aumentar la productividad es una bendición, no un
problema. Por supuesto, el cambio tecnológico, en la medida que no impacta a
todos los trabajadores de la misma forma, conlleva efectos en el nivel de
empleo, en su composición y en la desigualdad laboral. Desde el punto de vista
de las empresas, la maximización del potencial productivo de las nuevas
tecnologías requiere de inversiones y cambios organizacionales complementarios.
La tecnología supone procesos de reorganización productiva que son altamente
demandantes en términos de capacidades gerenciales, formación de la fuerza
laboral, coordinación y cooperación al interior de las empresas. Esta dimensión
de la complementariedad organizacional, a menudo soslayada, es esencial para
entender por qué la adopción e impactos de las nuevas tecnologías se producen de
forma heterogénea y con rezagos.
Evidencia
reciente para países desarrollados muestra que los efectos negativos sobre el
empleo de las nuevas tecnologías se concentran en mercados laborales caracterizados
por bajos niveles de sindicalización. La
presencia sindical parecería mediar la adopción e impactos de la automatización,
facilitando la recalificación laboral y la transición de trabajadores desde
tareas rutinarias hacia tareas complementarias de las nuevas tecnologías (I, II, III). En países de elevada sindicalización, como
Finlandia, estudios recientes
muestran que las inversiones en nuevas tecnologías no se realizan para
reemplazar trabajadores sino para producir nuevas líneas de productos, lo que se traduce en aumentos del nivel de empleo. Es cierto que los sindicatos pueden, por la via de imponer mayores costos laborales, generar incentivos a la automatización excesiva. Por el contrario, también pueden facilitar cambios en la organización del trabajo que aumenten la complementariedad entre trabajadores y nuevas tecnologias, reduciendo su vulnerabilidad frente a la automatización. En la medida que los procesos de incorporación de
tecnología y sus impactos se dan de forma descentralizada a nivel de las
empresas, esto exige que los sindicatos demanden nuevos espacios de representación
de los trabajadores a ese nivel. Estos
espacios pueden facilitar mecanismos de intercambio de información y soluciones
cooperativas basadas en compromisos creíbles, ofreciendo un marco de
certidumbre para que las inversiones tecnológicas se traduzcan en incrementos
de productividad y que sus frutos se repartan equitativamente. Si los
sindicatos uruguayos se contentan con su rol tradicional de negociar salarios,
sin reclamar un lugar en la mesa donde se toman las decisiones vinculadas al diseño
de los puestos de trabajo y al cambio tecnológico, podrían ver crecientemente
erosionada su capacidad de representación y de dar satisfacción a las demandas de
mejoras materiales de sus bases. El cálculo empresarial privado no internaliza
los costos de las decisiones tecnológicas para empleados y comunidades. De ahí que
estos mecanismos institucionales en combinación a otras políticas pueden ayudar
a alinear objetivos privados y sociales. Con un sistema de negociación colectiva de alta
cobertura ya en funcionamiento, es necesario que las estrategias sindicales comiencen
a incorporar estos nuevos elementos.
Nuevas formas de organización del trabajo. La nueva tecnología permite a las empresas
organizar el trabajo bajo esquemas alternativos a la relación laboral
tradicional que previamente no eran viables, en virtud de sus altos costos de
transacción. Este es el caso de las plataformas digitales y de la economía gig.
En el mundo desarrollado, se viene observando con atención la dinámica de estas nuevas formas de trabajo, identificándose en algunos casos efectos
negativos sobre la calidad de los empleos. Asimismo, se discuten cuáles pueden ser
las respuestas regulatorias más adecuadas en este contexto. En el caso
latinoamericano, estimaciones de CAF para el año 2019, en base a una encuesta realizada en 11
ciudades, indicaban que un 16% de
la fuerza laboral puede catalogarse como trabajador de plataforma activo o
potencial. En Montevideo, la incidencia del trabajo de plataforma estaría
en línea con el promedio regional. Un elemento interesante que surge del
informe CAF es que la probabilidad de realizar aportes a la seguridad social es
6 puntos porcentuales más alta para los trabajadores de plataforma que para los
trabajadores que no utilizan plataformas, luego de controlar por la categoría
ocupacional, el nivel de educación, edad, sexo y ciudad de residencia. En el
contexto de América Latina, dado el punto de partida de alta incidencia del
trabajo informal y de mala calidad, no es evidente que el trabajo de plataforma
implique una mayor precarización laboral. ¿Qué tipo de posición asumen los
sindicatos respecto a estas nuevas formas de trabajo? Las plataformas
involucran a trabajadores relativamente jóvenes que en muchos casos estarían
empleados en la informalidad, un segmento del mercado laboral tradicionalmente
esquivo para la organización sindical. Las plataformas pueden ser una
oportunidad de organizar segmentos de trabajadores dispersos y carentes de toda
representación. Otra forma innovadora en que los sindicatos podrían involucrarse
seria apoyando el desarrollo de plataformas propias de propiedad cooperativa que compitieran con las plataformas convencionales.
Tecnología y formas intrusivas de supervisión y
disciplina laboral. El uso de la analítica de gestión de
personal y otras tecnologías de vigilancia digital por parte de las empresas es
cada vez más común. La pandemia y la acelerada transición a esquemas de
teletrabajo incrementó la
demanda de este tipo de tecnologías. Hoy las empresas tienen a disposición un
menú practicamente ilimitado de opciones tecnológicas para monitorear los movimientos y desempeño
de sus trabajadores. Algunos ejemplos son los algoritmos de gestión, pulseras
que permiten monitorear y guiar los movimientos motrices de los empleados en
centros de distribución (como
las patentadas por Amazon), sistemas de software que obtienen capturas de
pantalla de las computadoras de los empleados y registran en detalle búsquedas de
internet, correos electrónicos, tiempos muertos, etc. Es importante notar que
la adopción de tecnologías por parte de las empresas se puede traducir en
mejoras de eficiencia técnica (se produce más con los mismos insumos) pero también
esta sesgada por el conflicto entre empresas y empleados respecto a cómo
distribuir las rentas derivadas de la relación laboral. Los efectos de bienestar de
transformar el ambiente laboral en un “Gran Hermano” son complicados de evaluar si
consideramos que el uso de estas tecnologías expone a los trabajadores a
violaciones de la privacidad con el potencial de vulnerar su dignidad. Paradójicamente,
los efectos en el desempeño laboral pueden ser contraproducentes. Evidencia
reciente basada en experimentos
controlados con tele-trabajadores muestra que los efectos negativos sobre
la productividad se dan mayormente entre personas que desempeñan tareas de
mayor complejidad.
Organismos como OCDE y la Comisión Europea vienen
desarrollando marcos de principios generales en relación a las aplicaciones de inteligencia
artificial, identificando riesgos y estrategias de mitigación. Por ejemplo, la Artificial Intelligence Act
(2021) de la Comisión Europea clasifica como aplicaciones de alto riesgo a
aquellos usos empresariales de la inteligencia artificial vinculados a la selección
y monitoreo del personal. Varios
países europeos han establecido la obligación de involucrar a los representantes
de los empleados en la definición de criterios y limites en cuanto a la implementación
y uso de este tipo de tecnologías a nivel de las empresas. Por tanto, el futuro
del trabajo también agrega nuevos tópicos a la tradicional agenda sindical en materia de salud ocupacional.
Digitalización y organización sindical. Mientras los puntos anteriores referían al impacto de las nuevas tecnologías en el mundo laboral, también cabe preguntarse sobre el uso que los propios sindicatos hacen de la tecnología en el marco de su actividad. Existe un enorme potencial en el uso de las nuevas tecnologías para fortalecer la acción sindical, tanto para aumentar el número de afiliados y cerrar brechas de representación en sectores tradicionalmente de difícil acceso (ej: trabajadores de pequeñas empresas, sectores de servicios), mejorar la circulación interna de información y generar mecanismos novedosos de consulta, discusión, movilización y llegada a la opinión pública. El futuro del trabajo también necesita sindicatos fortalecidos desde el punto de vista organizativo y las nuevas tecnologías pueden dar una mano.
El escenario de pérdida salarial acumulada en estos años genera incentivos a orientar la actividad sindical hacia objetivos inmediatos. Seria bueno que este inmediatismo no inhibiera la posibilidad de pensar estos temas.
*Gracias a Fabio Landini por la foto.
Tomado de Razones y Personas. Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución 3.0 No portada.