Imagine que está en una playa junto a varias decenas de personas. Parece una tarde tranquila hasta que alguien pide auxilio. Un bañista se está ahogando y necesita asistencia. ¿Quién es responsable por ayudar a esa persona? Podemos pensar en varios criterios: (a) quienes están más cerca suyo, (b) quienes nadan mejor y tienen más confianza en el agua, (c) quienes vinieron a la playa con la persona que necesita socorro (familiares, amigos, etc.). Imaginemos que en nuestra sociedad no practicamos ideas tales como la “libertad responsable”. Por ejemplo, no pensamos que esa persona que se esta ahogando debe internalizar su responsabilidad y lograr salir adelante por sus propios medios. Asimismo, creemos que quienes están en la playa disfrutando de un lindo día tienen una obligación moral que les exige actuar frente a este pedido concreto de auxilio. Seguramente aceptemos que si soy un buen nadador y puedo potencialmente salvar a esa persona necesitada sin que mi ayuda implique un costo considerable en mi bienestar (por ejemplo, morir también ahogado), tengo una obligación moral en hacerlo (1). La situación adquiere salvedades cuando, por ejemplo, no se nadar y mi ayuda sería meramente en vano. No obstante, eso no quiere decir que no tenga una obligación moral en ayudar a la persona ahogándose. En cambio, la situación implica que mi obligación debería ser ejecutada de otra forma (e.g. colaborando en organizar la ayuda previa y posterior al rescate).
Este simple ejemplo sirve para entender algunas ideas e intuiciones importantes. La primera de ellas es que usualmente utilizamos instituciones para descargar nuestras obligaciones morales. En playas concurridas contamos con guardavidas con entrenamiento, equipamiento y experiencia adecuada para ejecutar esas obligaciones que todos los presentes en esa playa tenemos con la persona necesitada. Los/las socorristas pueden ser entendidas como una institución que coordina y colectiviza nuestras obligaciones morales de asistencia de una forma eficiente (2). Mediante nuestros impuestos u otras contribuciones financiamos esa institución que ejecuta nuestras obligaciones por nosotros. Segundo, eso no quiere decir que una vez institucionalizadas nuestras obligaciones dejen de existir. Nuestras obligaciones siguen vigentes, solo que su cumplimiento lo hemos delegado.
Lo mismo sucede con otras instituciones. Tenemos una clara obligación a no pasar por arriba a peatones que circulan por la calle. Pero no regulamos ni coordinamos nuestras acciones meramente apelando a la “libertad responsable” (algo así como sé libre y haz lo que quieras, pero con responsabilidad). En cambio, para poder circular aceptamos un conjunto de reglas (semáforos, limites de velocidad, restricciones direccionales, etc.) más un aparato coercitivo detrás. Y aun así los resultados no son óptimos, aunque sin esas reglas seguro que serian bastante peor.
El mensaje desde presidencia apelando a la “Libertad Responsable” es paradójicamente irresponsable. Primero, desconoce la importancia que las instituciones formales tienen para coordinar y descargar nuestras obligaciones y derechos. Asume erróneamente que cada uno de nosotros tiene que ser libre de decidir qué quiere hacer en un estado de situación que merece máxima coordinación de esfuerzos. Segundo, asume la falsa dicotomía que coordinar una desmovilización puntual y fuertemente acotada en el tiempo implica una suerte de autoritarismo con violaciones graves a las libertades individuales. Precisamente porque el Estado tiene que velar por el ejercicio pleno de las libertades individuales de su ciudadanía, existe una obligación a coordinar esfuerzos sanitarios para minimizar la incidencia de una enfermedad que esta matando a ciento de personas y afectando a otros tantos miles. Tercero, se parte de la falsa premisa que desmovilizar (e.g. cerrar todas las actividades no esenciales por una o dos semanas) es un costo inaceptable, sin evaluar los costos materiales y humanos provocados por la inacción. Como vemos en estos días, la inacción tiene costos altísimos que no pueden ser dejados fuera de la ecuación.
Uruguay necesita reglas claras para salir de su peor catástrofe sanitaria. Necesita lideres ocupados en buscar soluciones y no en seguir al pie de la letra manuales de cómo polarizar políticamente una sociedad (algo que aplica para todos los partidos sin distinción). Necesitamos terminar con esta era de la “libertad responsable”, “las burbujas” y “las perillas”, y pasar a un Estado que diga presente y explique claramente los pasos a seguir. Mientras todos y todas nos peleamos por decidir quién tiene la razón, aun no sabemos los criterios detrás el cronograma de vacunación (excluyendo personas con comorbilidades y una franja etaria fuertemente afectada, o bien vacunando semanas más tarde al personal del salud), ni las actuales estrategias de testeo, seguimiento y comunicación. Pero algo que si resulta claro es que el Estado no es otra cosa que un conjunto de instituciones (que entre otros cometidos) funciona para coordinar muchas de nuestras obligaciones. Un Estado ausente como el actual, que juega a devolvernos obligaciones, refleja desconocimiento de la causa y del problema que estamos enfrentando.
Referencias
(1) Por clásico argumento en este sentido ver: Singer, Peter. 1972. “Famine, affluence, and morality”. Philosophy and Public Affairs. Apr 1:229-43.
(2) El ejemplo de la playa es tomado de: Goodin, Robert E. "What is so special about our fellow countrymen?." Ethics 98.4 (1988): 663-686. Ver en particular, páginas: 680-686. Por un argumento más detallado en esta dirección ver los siguientes trabajos del propio Goodin: Protecting the Vulnerable: A Re-analysis of our Social Responsibilities. University of Chicago Press, 1983; Utilitarianism as a Public Philosophy. Cambridge University Press; 1995.
Este simple ejemplo sirve para entender algunas ideas e intuiciones importantes. La primera de ellas es que usualmente utilizamos instituciones para descargar nuestras obligaciones morales. En playas concurridas contamos con guardavidas con entrenamiento, equipamiento y experiencia adecuada para ejecutar esas obligaciones que todos los presentes en esa playa tenemos con la persona necesitada. Los/las socorristas pueden ser entendidas como una institución que coordina y colectiviza nuestras obligaciones morales de asistencia de una forma eficiente (2). Mediante nuestros impuestos u otras contribuciones financiamos esa institución que ejecuta nuestras obligaciones por nosotros. Segundo, eso no quiere decir que una vez institucionalizadas nuestras obligaciones dejen de existir. Nuestras obligaciones siguen vigentes, solo que su cumplimiento lo hemos delegado.
Lo mismo sucede con otras instituciones. Tenemos una clara obligación a no pasar por arriba a peatones que circulan por la calle. Pero no regulamos ni coordinamos nuestras acciones meramente apelando a la “libertad responsable” (algo así como sé libre y haz lo que quieras, pero con responsabilidad). En cambio, para poder circular aceptamos un conjunto de reglas (semáforos, limites de velocidad, restricciones direccionales, etc.) más un aparato coercitivo detrás. Y aun así los resultados no son óptimos, aunque sin esas reglas seguro que serian bastante peor.
El mensaje desde presidencia apelando a la “Libertad Responsable” es paradójicamente irresponsable. Primero, desconoce la importancia que las instituciones formales tienen para coordinar y descargar nuestras obligaciones y derechos. Asume erróneamente que cada uno de nosotros tiene que ser libre de decidir qué quiere hacer en un estado de situación que merece máxima coordinación de esfuerzos. Segundo, asume la falsa dicotomía que coordinar una desmovilización puntual y fuertemente acotada en el tiempo implica una suerte de autoritarismo con violaciones graves a las libertades individuales. Precisamente porque el Estado tiene que velar por el ejercicio pleno de las libertades individuales de su ciudadanía, existe una obligación a coordinar esfuerzos sanitarios para minimizar la incidencia de una enfermedad que esta matando a ciento de personas y afectando a otros tantos miles. Tercero, se parte de la falsa premisa que desmovilizar (e.g. cerrar todas las actividades no esenciales por una o dos semanas) es un costo inaceptable, sin evaluar los costos materiales y humanos provocados por la inacción. Como vemos en estos días, la inacción tiene costos altísimos que no pueden ser dejados fuera de la ecuación.
Uruguay necesita reglas claras para salir de su peor catástrofe sanitaria. Necesita lideres ocupados en buscar soluciones y no en seguir al pie de la letra manuales de cómo polarizar políticamente una sociedad (algo que aplica para todos los partidos sin distinción). Necesitamos terminar con esta era de la “libertad responsable”, “las burbujas” y “las perillas”, y pasar a un Estado que diga presente y explique claramente los pasos a seguir. Mientras todos y todas nos peleamos por decidir quién tiene la razón, aun no sabemos los criterios detrás el cronograma de vacunación (excluyendo personas con comorbilidades y una franja etaria fuertemente afectada, o bien vacunando semanas más tarde al personal del salud), ni las actuales estrategias de testeo, seguimiento y comunicación. Pero algo que si resulta claro es que el Estado no es otra cosa que un conjunto de instituciones (que entre otros cometidos) funciona para coordinar muchas de nuestras obligaciones. Un Estado ausente como el actual, que juega a devolvernos obligaciones, refleja desconocimiento de la causa y del problema que estamos enfrentando.
Referencias
(1) Por clásico argumento en este sentido ver: Singer, Peter. 1972. “Famine, affluence, and morality”. Philosophy and Public Affairs. Apr 1:229-43.
(2) El ejemplo de la playa es tomado de: Goodin, Robert E. "What is so special about our fellow countrymen?." Ethics 98.4 (1988): 663-686. Ver en particular, páginas: 680-686. Por un argumento más detallado en esta dirección ver los siguientes trabajos del propio Goodin: Protecting the Vulnerable: A Re-analysis of our Social Responsibilities. University of Chicago Press, 1983; Utilitarianism as a Public Philosophy. Cambridge University Press; 1995.
Tomado de Razones y Personas. Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución 3.0 No portada.