¿No es la hora de la clase media?


Al igual que ha ocurrido en varios países de América Latina, en los últimos años se ido instalando en el Uruguay un interés creciente por las clases medias. Los logros en la reducción de indigencia y pobreza y en la mejora en varios indicadores laborales en han ido permeando la agenda académica, que comienza a plantearse la necesidad de estimar el crecimiento de los sectores medios y explorar su composición, incorporando en esa mirada el análisis sobre las familias que recientemente han ido engrosando sus filas.

El mundo académico se está produciendo muchos estudios sobre las clases medias en la región (*). En Uruguay, algunas investigaciones indican un incremento destacable de la clase media en la última década, también un proceso de mayor heterogeneidad. Acompañando este hecho se ha activado un debate metodológico interesante, sobre las distintas opciones para la medición de la clase media y también sobre qué significa, en el Uruguay de hoy, pertenecer a este estrato social (**).

Sin duda, el tema como objeto de estudio es interesante y muy relevante para un país donde la enorme mayoría de sus ciudadanos se define como de clase media. Lo que me preocupa es que este impulso en la acumulación académica se traslade a una idea de que es necesario que las políticas públicas en el área social se orienten hacia ese sector.

Desde varios ámbitos se ha ido consolidando un discurso que plantea a los  sectores medios como un grupo social relegado por las políticas públicas frente a otros más vulnerables, en quienes se han ido enfocando políticas emblemáticas en los últimos años, como las Asignaciones Familiares y otras iniciativas que impulsa o coordina el Ministerio de Desarrollo Social. Desde esta mirada se sostiene que la clase media es el “jamón del sándwich” que no está cubierto por esta batería de políticas pero que tampoco tiene ingresos y recursos suficientes como para optar por opciones privadas de protección social. Este argumento es planteado con frecuencia cuando se discute de políticas públicas en una gran diversidad de espacios (educación, salud, cuidados, empleo, seguridad social) abogando por un redireccionamiento o reforzamiento de los recursos hacia estos sectores, porque el estado “ya está orientando muchos recursos hacia los sectores más pobres”. También suele argumentarse que la clase media paga sus impuestos pero que, finalmente, son los sectores más pobres y no el estrato medio el que se beneficia de esos aportes.

Quisiera poner algunos datos sobre la mesa para argumentar mi desacuerdo con la promoción de esta idea:

Aunque mucho me gustaría que el Uruguay tuviera saldada su deuda social con la población más vulnerable, lamentablemente esto está lejos de ser asi.

Según estimaciones de la CEPAL (***) casi uno de cada diez hogares uruguayos (9%) no recibe transferencias asistenciales públicas, no cuenta con ningún miembro afiliado a la seguridad social y tampoco percibe jubilaciones o pensiones. Al desagregar este porcentaje, la proporción de hogares que se encuentran en esta situación entre los quintiles de menores ingresos prácticamente duplica a los “desprotegidos” del quintil 3.

Pero aún cuando a través de políticas se lograra resolver esta situación, seguramente esto no permitirá romper con las configuraciones viciosas de déficits educativos, inserciones laborales precarias y tendencias demográficas altamente estratificadas que contribuyen a reforzar sesgos en la forma que se distribuyen los frutos del crecimiento. Sabemos, por ejemplo, que la cobertura de educación preescolar se distribuye en forma muy desigual y sigue siendo en los hogares pobres donde presenta menores niveles, aún en un contexto de expansión de servicios en este ámbito por parte del estado. También es claro que son las mujeres pobres las que mayores obstáculos enfrentan para ingresar al mercado laboral y de esa forma, aportar ingresos al hogar para enfrentar la vulnerabilidad y superar la pobreza. En esta ecuación, por tanto, los niños, los jóvenes y las mujeres de menores ingresos se están llevando la peor parte, lo que refleja los escasos logros que el país está teniendo -aun en un contexto de reducción notoria de indigencia- en el desafío de romper con la transmisión intergeneracional de la pobreza.

De lo anterior no se desprende que las políticas destinadas a la población más vulnerable no sirvan para nada. Pero estaríamos faltando a la verdad si sostuviéramos que éstas han resuelto las configuraciones estructurales de la pobreza. Los resultados sociales que hoy vemos simplemente reflejan lo que, aunque siempre pareció claro, parece estar perdiéndose de vista: transferir dinero a los sectores más indigentes y más vulnerables es un paso gigante, pero es insuficiente para resolver la deuda del Uruguay con la pobreza.

Llevar esto a la discusión de políticas no lleva a redefinir las prioridades hacia la clase media, sino a reforzar el compromiso en el combate a la pobreza, yendo “al hueso” de las raíces que la alimentan y la reproducen.

Más allá de esto, hay otro argumento de peso.  Sería un error sostener que la mayor parte del gasto social en Uruguay está destinado a los sectores más pobres cuando sabemos que el grueso de ese gasto se compone de los recursos destinados a jubilaciones y pensiones que, como también sabemos, tienden a cubrir en mayor medida a los adultos mayores de sectores medios y altos. También sabemos que las políticas “emblemáticas” que se orientan a los sectores más vulnerables –siguiendo con el ejemplo, Asignaciones Familiares- representan, en contraste, una porción ínfima del PIB.  Este punto es importante porque en el discurso sobre la necesidad de priorizar a la clase media, tiende a perderse de vista que históricamente el gasto social en Uruguay ha estado destinado a cubrir justamente las necesidades de, entre otros, estos sectores. Más aún, lo que ha ocurrido en Uruguay en los últimos siete años es un intento –en proceso aún y muy saludable- de ruptura con esta inercia, que no desprotege a la clase media, sino que explícitamente busca proteger más que antes a la población más pobre.  Más aún,  este impulso no solo no desprotege a la clase media, sino que –a través de varias iniciativas -ha impactado favorablemente en ella la clase media, incluso más y antes que en los pobres (dos ejemplos claros de ellos son la reforma de la salud y la reinstalación de los consejos de salarios)

Como lo veo yo, la discusión sobre la promoción de la importancia de cubrir más a las clases medias por ciertas políticas sería irrelevante si los recursos fueran infinitos o si el país tuviera márgenes mucho más grandes para incrementar su gasto social. Pero, como sabemos, los recursos estatales que se destinan al gasto público social son escasos y administrarlos implica tomar decisiones que, si se plantean con un sentido de justicia, deberían buscar compensar desigualdades consolidadas por la acumulación desigual de recursos y el desarrollo desigual de capacidades.

En definitiva, sigue siendo en Uruguay la hora de la clase media, aunque ella no lo note o espere más. Pero mientras 13.7% de la población siga viviendo en situación de pobreza (****), no sería justo que estas esperanzas se tradujeran en nuevas políticas  sociales específicas para ese sector. 

(*) Ver, por ejemplo, Franco, Hopenhayn y León (2010) Las clases medias en América Latina. México: CEPAL-SEGIB-Siglo XXI;  Cruces G., López Calva, L. y Battistón, D. (2011) "Down and Out or Up and In? Polarization-Based Measures of the Middle Class for Latin America," CEDLAS, Working Papers 0113, CEDLAS, Universidad Nacional de La Plata; Ferreira, F. , Messina, J., Rigolini, J., López-Calva, L., Lugo, M. y Vakis, R. (2012) La movilidad económica y el crecimiento de la clase media en América Latina. Washington D.C: Banco Mundial.

(**) Ver, entre otros, Borraz, F. González Pampillón, N. y Rossi, M. (2011) “Polarization and the Middle Class”. Documentos de Trabajo Nro 20/11, Decon, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República, Llambí y Piñeiro (2012) Índice de nivel socioeconómico. Cinve; Veiga, D. (2010) Estructura social y ciudades en Uruguay: tendencias recientes. Ed. FCS  Fac. Ciencias  Sociales, Universidad de la República Montevideo.

(***) CEPAL (2012) Panorama Social de América Latina 2011. Santiago de Chile: CEPAL.

(****) Estimación de la pobreza por el método del ingreso 2011. Montevideo: INE.

Una muy peleadora reflexión electoral sobre las propuestas en educación, o de cómo somos el perro que se persigue la cola

Autor: Pablo Menese Camargo Advertencia Soy sociólogo. Perdón. Advertencia adicional En febrero, me propusieron escribir para Razones...