Muchos hemos escuchado la célebre frase del Cr. José Pedro Damiani: “En Uruguay no hay ricos, hay riquitos”. Esta afirmación es consistente con indicadores de desigualdad (de ingresos), como el Gini o el tamaño de la clase media, que suelen posicionar a Uruguay como uno de los países más igualitarios de América Latina. No los estoy poniendo en duda, pero lo cierto es que esos indicadores, basados en ingresos y provenientes de encuestas de hogares (donde los más ricos están subrepresentados), pueden dar una imagen ”corrida” de la realidad.
En los últimos años, ha habido importantísimos avances desde las disciplinas económicas para ir más allá de ingresos, e incorporar mediciones de riqueza que contemplan bienes como propiedades, ahorros, activos financieros y empresariales. Estas mediciones requieren esfuerzos metodológicos adicionales debido a la ausencia de datos disponibles. No obstante, hoy contamos con estimaciones que apuntan a que la desigualdad de la riqueza es mucho más aguda que la desigualdad de ingresos. Al usar estos indicadores de nueva generación, resulta que Uruguay está mucho más cerca de (e incluso es más desigual que) otros países de la región.
Veamos:
El indicador de desigualdad más utilizado es el de Gini (en sus dos versiones), donde un 0 indica que todos los individuos tienen el mismo ingreso (o riqueza), y 1 indica que todo el ingreso (o riqueza) está concentrado en una persona. ¿Qué pasa si comparamos el Gini de ingresos con el de riqueza? Gandelman y Lluberas (2023) hicieron este cálculo para 5 países, entre los que se cuenta Uruguay. Si nos basamos en el Gini de ingresos, Uruguay es el país más igualitario de estos cinco; pero esto deja de ser cierto al mirar el segundo Gini, donde se estima un valor de 0.73, posicionándolo incluso por encima de Chile, un país que típicamente es señalado por ser muy desigual. Cabe mencionar que otros investigadores han llegado a números muy similares a los de Gandelman y Lluberas, incluso usando otras fuentes de datos y metodologías: tanto De Rosa (2024) como Sanroman y Santos (2021) estiman un Gini de riqueza muy similar, y también coincide en ser más alto que el de Chile.
País |
Gini ingresos |
Gini riqueza |
Uruguay |
0.42 |
0.73 |
Chile |
0.48 |
0.70 |
Colombia |
0.52 |
0.81 |
México |
0.48 |
0.75 |
España |
0.43 |
0.69 |
Fuente: Gandelman y Lluberas (2023, p. 17)
Un segundo indicador habitual para ilustrar la desigualdad es la concentración de ingresos (o riqueza) del 1% más rico. Burdín et al. (2022) estiman que en Uruguay el 1% concentra cerca del 15% del total de los ingresos. Esto cambia sustancialmente cuando miramos riqueza: De Rosa (2024) estima una concentración de entre 37 y 40%, mientras que Credit Suisse la ubica aún más alta, en 44%. Nuevamente esto ubica a Uruguay por encima de algunos países, como Chile y México, y en ciertas estimaciones hasta de Estados Unidos. Otro dato: según Global Wealth Database (Credit Suisse), en Uruguay hay más de 10 mil personas que tienen más de US$1 millón y más de 100 personas con un patrimonio superior a los US$50 millones. En números absolutos no parece mucho, pero en relación a su población, la proporción es mayor que en países como Argentina, Chile y México.
Por más de que esto no diga nada sobre el nivel de riqueza de los ricos uruguayos comparado con los del resto del mundo, esta marcada desigualdad de riqueza en el país le quita fuerza a la idea de los “riquitos”. E incluso, si comparamos niveles de riqueza del 1%, los ricos uruguayos no parecen estar muy por debajo de sus pares regionales. Carranza et al. (2023) estiman el patrimonio promedio del top 1% en 4 países, y la riqueza de los uruguayos está por encima de la de los mexicanos, y no tan lejana a la de los chilenos.
Es verdad que si nos enfocamos en, digamos, las 10 personas más ricas del país, el patrimonio de los uruguayos resulta menor al de sus colegas en otros países. Por ejemplo, si tomamos la lista Forbes 2024, sabemos que los uruguayos más ricos (los fundadores de dLocal) tienen un patrimonio de 1.1 mil millones, mientras que la persona más rica en Brasil tiene 28 mil millones, en Chile tiene 25 mil millones, en Argentina 6 mil millones.
Será por esta perspectiva que, en las más de 50 entrevistas con empresarios - de los más importantes del país – que completé el año pasado para mi tesis, oí una y otra vez la frase de Damiani. Cuando traía a colación el tema de la desigualdad económica y del 1% más rico, los entrevistados inmediatamente le reducían el dramatismo al compararse con otros ricos mundiales:
“Lo que pasa es que los súper ricos de Estados Unidos son realmente fortunas. En Uruguay los súper ricos, los que somos súper ricos no somos nada. No existimos”. O frases reiteradas como “A nivel mundial no existimos”; “No llegás ni a los talones de nadie”. Otro entrevistado dice que “Con 8-10 millones en otro lado, sos un piojo… Yo creo que acá internamente el tipo que tiene cinco, diez, veinte, treinta, de esos hay muchos, cientos te diría. Pero ultra ricos creo que no hay”. Otro: “Creo que no tenemos ese nivel de diferencias tan grandes como en Estados Unidos. No hay un Elon Musk acá”.
Las comparaciones con los vecinos son de parecido tenor: “Yo conozco a Andrónico, es un imperio. Tiene muchísimo, muchísimo dinero. Yo no conozco a nadie en Uruguay que tenga el dinero como Andrónico” (se refiere a Andrónico Luksic, de la familia más rica de Chile). Otro: “En Argentina hay un montón de jets y acá no sé cuántos aviones particulares habrá. Entonces, acá no hay grandes fortunas.”
Vale la pena anotar que esta narrativa está asociada con un segundo artículo de “saber convencional”, según el cual los ricos uruguayos, especialmente las generaciones más viejas, tienen hábitos de consumo más austeros que sus pares de otras latitudes, por lo menos a la luz pública. Un entrevistado, por ejemplo, me cuenta que se cuestionó varios meses si debía comprarse una camioneta Porsche. Muchos insisten que el uruguayo rico tiene “low profile”, especialmente en comparación con los argentinos: “No solemos fanfarronear con los éxitos económicos que tiene uno, y uno no muestra demasiado si tiene una casa en el balneario, si tiene un campo no sé dónde, a diferencia de nuestros vecinos que sí lo hacen y con mucho gusto”. Esta posición tiene matices: otro entrevistado no ve el sentido de privarse de nada si ganó la plata honradamente: “Mi mujer maneja un Jaguar y entonces me dicen mis amigos, ‘¿cómo dejas que tu mujer maneje un Jaguar? ¿Qué va a decir la gente?’ Que digan lo que quieran. Yo nunca le quité un peso a nadie, nunca hice una trampa. Yo no voy a dejar que mi mujer, que le gustan los autos, que no se compre un Jaguar cuando se lo puedo comprar, por lo que va a decir la gente sobre mí”.
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Entonces, cuando hablamos de riqueza y desigualdad, la mayoría de mis entrevistados reaccionó con comparaciones hacia arriba – pero fuera del país - y usaron estas comparaciones para restarle importancia a la desigualdad. Como me dijo un entrevistado: “Para mí es un problema completamente secundario y no lo digo con frivolidad”. O en parecidos términos: “Hay cierta desigualdad, pero en proporciones que no son alarmante ni mucho menos”.
En efecto: la literatura indica que las personas somos malas para ubicarnos en la escala socioeconómica y por consecuencia para estimar niveles de desigualdad. Un hallazgo recurrente es que al preguntarle a las personas sobre su posición en la escala de ingresos, las personas más pobres la sobre estiman y los más ricos la subestiman, resultando en una concentración significativa en el centro (todos somos -nos autopercibimos- clase media). Estas distorsiones se pueden dar por distintos motivos, pero entre ellos, la comparación con otros es un factor clave (Condon y Wichowsky, 2020).
(Como desarrollé en una nota anterior, la segregación territorial -evidente en el creciente fenómeno de los barrios privados- que también conlleva a que nuevas escuelas privadas se establezcan para atender la demanda en el territorio, razonablemente reduce la interacción entre clases sociales, y por ende contribuye a distorsionar las percepciones de desigualdad (eg. Cruces et al., 2013; Franko y Livingston, 2020; Londoño-Vélez, 2022)).
La derivación que quiero destacar aquí es que las percepciones de desigualdad, si bien no son los únicos factores, afectan nuestras preferencias redistributivas (Gimpelson y Triesman, 2018; Trump 2023; Kuhn 2020; Cruces et al., 2013). En general, las personas que perciben niveles altos de desigualdad suelen demandar mayor presencia y acción del Estado para moderarla. Por la contraria, quienes no creen que la desigualdad sea grave, expresan menor apoyo a la acción estatal, incluyendo una mayor resistencia a la implantación o profundización de impuestos progresivos. Este efecto naturalmente también se da en Uruguay (Strehl Pessina, 2022).
La noción de que los ricos en Uruguay son solo “riquitos” alimenta la idea, solo parcialmente cierta, que somos un país con niveles aceptables de desigualdad (donde los pobres no serían tales, sino apenas “pobritos”); y este supuesto puede reducir los niveles de apoyo a políticas que potencialmente pudieran mejorar el bienestar de muchas personas.
Referencias
Burdín, G., De Rosa, M., Vigorito, A., & Vilá, J. (2022). Falling inequality and the growing capital income share: Reconciling divergent trends in survey and tax data. World Development, 152, 105783.
Carranza, R., De Rosa, M., & Flores, I. (2023). "Wealth Inequality in Latin America," IDB Publications (Working Papers) 12906, Inter-American Development Bank.
Condon, M., & Wichowsky, A. (2020). Inequality in the social mind: Social comparison and support for redistribution. The Journal of Politics, 82(1), 149-161.
Cruces, G., Perez-Truglia, R., & Tetaz, M. (2013). Biased perceptions of income distribution and preferences for redistribution: Evidence from a survey experiment. Journal of Public Economics, 98, 100–112.
De Rosa, M. (2024). Wealth Inequality in the South: Multi‐Source Evidence from Uruguay. Review of Income and Wealth.
Franko, W. W., & Livingston, A. C. (2020). Economic segregation and public support for redistribution. The Social Science Journal, 1-19.
Gandelman, N., & Lluberas, R. (2024). Wealth in latin america: Evidence from chile, colombia, mexico and uruguay. Review of Income and Wealth, 70(1), 4-32.
Gimpelson, V., & Treisman, D. (2018). Misperceiving inequality. Economics & Politics, 30(1), 27-54.
Kuhn, A. (2020). The individual (mis-) perception of wage inequality: Measurement, correlates and implications. Empirical Economics, 59(5), 2039-2069.
Londoño-Vélez, J. (2022). The impact of diversity on perceptions of income distribution and preferences for redistribution. Journal of Public Economics, 214, 104732.
Minkoff, S. L., & Lyons, J. (2019). Living with inequality: Neighborhood income diversity and perceptions of the income gap. American Politics Research, 47(2), 329-361.
Sanroman, G., & Santos, G. (2021). The joint distribution of income and wealth in Uruguay. Cuadernos de Economía, 40(83), 609-642.
Strehl Pessina, M. (2022). Sectores de altos ingresos y preferencias por redistribución. Serie Documentos de Trabajo; 15/22. UDELAR-FCEA-IECON.
Trump, K. S. (2023). Income inequality is unrelated to perceived inequality and support for redistribution. Social Science Quarterly, 104(2), 180-188.
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