“Se necesita a un pueblo entero para criar a un niño”, dice el dicho africano, refiriendo a que toda una comunidad de personas debe proveer un ambiente de interacciones positivas con un niño para que este crezca en un ambiente sano y seguro. Ahora bien: ¿y si el pueblo se encuentra bajo dictadura? En esta nota reseño muy someramente algunos trabajos sobre formación de preferencias políticas y me detengo en dos en concreto, que estudian el efecto de haber crecido bajo dictadura en las preferencias por la democracia (cae) y el de haber crecido bajo una democracia estable y de calidad (aumenta).
El punto de partida es La Hipótesis de los Años Impresionables (HAI): propuesta por psicólogos y sociólogos, dice que los individuos son más “maleables” durante la juventud: los valores y preferencias se forman durante la infancia, adolescencia y juventud temprana y experimentan pocos cambios luego.[1] Existen distintas teorías que podrían explicar esta creciente rigidez de las personas; algunas ligadas a los procesos de socialización familiares e institucionales (escolares), otras ligadas a la perdida de diversidad de los grupos de pares.[2] En todo caso, las distintas teorías “micro” sirven todas de apoyo de la HAI.
Empíricamente, una primera camada de sociólogos y politólogos en los 60s a 80s estudia los sistemas de partidos en los Estados Unidos, y encuentra evidencia que respalda la HAI (ver Krosnik y Alwin, 1989; Sears y Valentino, 1997; Valentino y Sears, 1998 y 2005; Pop-Eleches y Tucker, 2014). En particular, muestra que las cohortes de personas que pasan sus años impresionables bajo gobiernos del partido Demócrata tienden a favorecer a dicho partido de grandes (y viceversa con el Republicano). Estos estudios se replican para otros países con similares resultados.
Una segunda camada de estudios desde la economía se sirve explícita o implícitamente de la HAI y se centra en otros elementos que afecten la formación de preferencias de los individuos. Por ejemplo, vivir una recesión durante los años impresionables incrementa las preferencias por políticas redistributivas (Giuliano y Spilimbergo, 2013); cambios en el programa de algunas asignaturas incrementa el alineamiento de estudiantes con el oficialismo (Cantoni et al 2014); y un efecto similar se observa para cierto tipo de propaganda radial (Adena et al, 2013, Della Vigna, 2013, Yanagizawa-Drott, 2013), entre otros.
Pero, ¿Qué hacen estos economistas estudiando formación de preferencias? Pues resulta que la ciencia económica en buena parte asume que las preferencias son fijas: encontrar, por ejemplo, que la inversión en infraestructura incrementa estructuralmente el apoyo electoral al partido de gobierno al generar empleo local (Voigtlander y Voth, 2014) es interesante en sí mismo, pero además engrosa la lista de trabajos recientes que cuestionan la inamovilidad de las preferencias. Por otra parte, la enorme mayoría de la literatura económica centrada en los determinantes de las transiciones de regímenes políticos (de dictadura a democracia, por ejemplo), también padece de problemas debido al supuesto de preferencias fijas.[3]
Recién Ticchi, Verdier y Vindigni (2013) proponen un modelo teórico en que tanto las familias como los gobiernos se esfuerzan por transmitir ciertos valores y preferencias a las nuevas generaciones. Intuitivamente, a una familia “demócrata” le resultara más sencillo transmitir su gusto por la democracia a sus hijos si el gobierno democrático también invierte en la promoción de dichos valores (vía, por ejemplo, el sistema educativo). Este modelo teórico genera algunos resultados interesantes: es posible que, enfrentados a un sistema dictatorial, la población sobre-reaccione en sus esfuerzos de “democratizar” a las nuevas generaciones, compensando totalmente al dictador, al que le sale el tiro por la culata (¿hubiera habido cantopopu sin dictadura?) En resumen, el efecto total de un régimen sobre las generaciones futuras es incierto (en el modelo). Afortunadamente existen dos trabajos que le ponen carne a este esqueleto.
En primer lugar, en mi tesis doctoral combino una clasificación de regímenes políticos realizada por politólogos (Polity IV, Marshall y Jaggers, 2013) con las preguntas disponibles en el Latinobarómetro para 18 países latinoamericanos[4] entre 1995 y 2010, y utilizo una metodología de diferencias-en-diferencias para investigar si la exposición a regímenes autoritarios durante la infancia y adolescencia tuvo efectos en las preferencias políticas de largo plazo. Concretamente me enfoco en la preferencia por la democracia, satisfacción con la democracia, y la confianza en varias instituciones. Los detalles sobre la metodología, preguntas, y demás, pueden leerse en Brum (2018).
El resultado principal es que la exposición a regímenes dictatoriales durante los 4 a 18 años erosiona los valores democráticos de las personas. En América Latina, considerando la exposición a dictaduras de 1920 en adelante, haber vivido un año de dictadura entre los 4 y 18 años de edad reduce la preferencia por la democracia en 2,1 puntos porcentuales, incrementa la indiferencia entre democracia y dictadura, reduce la satisfacción con la democracia y la confianza en el poder judicial, el ejército, el parlamento, y los partidos políticos. A modo de ejemplo, en 2010 el 80,8% de los uruguayos decía preferir la democracia a otros sistemas, pero solo el 46,2% de los paraguayos declaraba preferir la democracia. Grosso modo, mi trabajo muestra que los cuarenta años de dictadura de Stroessner en Paraguay explican una parte muy importante de la diferencia en las preferencias democráticas entre ambos países, aun 20 años después de su salida del poder. En otras palabras, si los regímenes políticos afectan permanentemente las preferencias de las personas, entonces el brazo de las dictaduras es más largo del que pensábamos.[5]
Como el Latinobarometro también pregunta por la orientación ideológica de los encuestados (escala 0 a 10), también investigo el efecto de la exposición a dictaduras de derecha sobre la ideología de las personas,[6] y encuentro que mayor exposición a dictaduras de derecha reduce la identificación de las personas con la extrema derecha e incrementa su identificación con la extrema izquierda. Esto no quiere decir que individuos de extrema derecha se pasen a la extrema izquierda, sino que se trata de un corrimiento desde posiciones cercanas (simplificando, los socialistas se vuelven trotskistas, y los pachequistas, batllistas).
Estos dos resultados conjuntos parecen contradictorios: los dictadores derechistas latinoamericanos logran des-democratizar a la población, pero a costa de su radicalización hacia la izquierda. Probablemente los politólogos puedan dar una explicación cabal de la coexistencia de los dos resultados. Vale recordar sin embargo que parte de la izquierda más radical no otorga demasiada importancia a la democracia y puede llegar a considerar a las instituciones democráticas como parte del aparato que impide cambios radicales. Empíricamente, varios trabajos documentan menor preferencia por la democracia para individuos ubicados en la extrema izquierda (ver Castañeda, 1995 y 2006; Panizza , 2005; Colomer, 2005; Angell, 1995; Hartlyn y Valenzuela, 1995; Carr et al. 1993). Así logramos la cuadratura del círculo: los dictadores logran des-democratizar a parte del electorado, el cual encuentra refugio en opciones ideológicas más extremas. Esta es mi interpretación personal favorita, existen otras, detalladas en Brum (2018).
La otra pieza del puzzle está dada por Acemoglu et al. (2021). En este trabajo los autores combinan diversas encuestas y cubren 110 países, e investigan el efecto de la exposición a (cierto tipo de) democracias sobre las preferencias políticas de largo plazo de las personas. Los autores utilizan también una metodología de diferencias-en-diferencias que validan también utilizando una metodología de variables instrumentales. Además de la mayor cobertura de casos, el hallazgo principal de los autores es un efecto positivo acotado a ciertas condiciones. En concreto, experimentar un año de democracia durante la infancia y la adolescencia incrementa la preferencia por la democracia cuando los individuos son mayores, pero este efecto se concentra en los casos de democracias exitosas, definidas como aquellas que generan crecimiento económico, promueven la paz y la estabilidad política, y proveen bienes públicos de calidad a la población. La investigación en torno a las características de las democracias exitosas es de particular importancia: no cualquier democracia fomenta exitosamente valores democráticos en la población o, alternativamente, la provisión de bienes públicos de calidad es un factor importante para salvaguardar las democracias de derivas autoritarias y/o populistas.
Matias Brum
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[1] Ver Greenstein (1965), Hess y Torney (1967), Cutler (1974) y Sears (1975), Easton y Dennis (1980), Sears (1983)
[2] A medida que crecemos, nuestros amigos, compañeros de trabajo y demás pares, son más parecidos a nosotros, en comparación con la mayor diversidad de nuestro ambiente de chicos.
[3] Simplificando en exceso el argumento, la literatura teórica en economía política que parte de preferencias fijas termina recurriendo a algún tipo de shock externo que detone el pasaje de una democracia a una dictadura (o viceversa). Pero supone que, por ejemplo, el porcentaje de la población que apoya a la democracia y a la dictadura no cambian.
[4] Los países en la muestra son Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Costa Rica, Chile, Ecuador, El Salvador, Ecuador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panama, Paraguay, Peru, Republica Dominicana, Uruguay, y Venezuela.
[5] Es decir, no solo las decisiones tomadas por las dictaduras en su momento tienen efectos en el largo plazo, sino que las decisiones tomadas por quienes crecieron bajo un régimen dictatorial estarán al menos mínimamente influenciadas por las creencias y preferencias del dictador de turno.
[6] La clasificación de regímenes políticos en derecha e izquierda surge del trabajo de politólogos como Murillo et al. 2010; Beck et al. 2001; Coppedge, Baker y Greene, 2011.
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