Foto: Andrés Dean |
El núcleo del problema del aborto voluntario (desde el punto de vista filosófico) es el estatuto moral del feto en el momento de la interrupción del embarazo. En Uruguay el aborto se permite hasta la duodécima semana de gestación. Un feto de 12 semanas es algo muy diferente a un óvulo fecundado, pero, a todos los efectos prácticos, la discusión moral se puede centrar en el estatuto moral de este último, porque la totalidad o la casi totalidad de los adversarios del aborto son concepcionistas. O sea: personas que sostienen que desde el momento mismo de la concepción hay un ser cuya vida es intrínsecamente valiosa y debe ser protegida. Dicho de otra manera: ninguna o casi ninguna de las personas que se oponen al aborto objeta el plazo (que sean 12 semanas u 8 o las que sean) durante el cual se permite la interrupción del embarazo. Los adversarios del aborto voluntario suelen considerarlo un crimen en cualquier estado de la gestación, desde el momento mismo en que el óvulo es fecundado.
Como el problema es complejo, la mayor parte de los partidarios de la despenalización del aborto simplemente lo eluden. Hablan de otras cosas. Eso no necesariamente está mal. En este blog, por ejemplo, Cristian Pérez ha ofrecido un buen argumento consecuencialista para defender la despenalización del aborto sin que ello suponga expedirse sobre la espinosa cuestión del estatuto moral de óvulo fecundado, del embrión o del feto hasta las 12 semanas.
La opinión personal de quien firma esta entrada es, sin embargo, que el tema no puede eludirse. Hay argumentos consecuencialistas que son buenos y hay otros que no, pero la cuestión del aborto pasará siempre por determinar si se está destruyendo o no una vida que tiene un valor intrínseco al interrumpir el embarazo.
Seguramente algún lector ya habrá perdido la paciencia con el autor de estas líneas y habrá exclamado: “¡Todas las vidas tienen un valor intrínseco! ¡Todas las vidas deben ser respetadas!”. Pero eso no es cierto. Seguramente muchos lectores de este blog coman habitualmente carne roja o blanca, carne de animales muertos, vida ella misma, en sus células y en sus tejidos —como es vida también la que hay en las células y en los tejidos que componen las hojas de lechuga o las rebanadas de tomate en la ensalada—, vida que será destruida por los ácidos estomacales y reducida a nutrientes fundamentales para nuestro organismo. También están vivos los organismos que matamos al tomar antibióticos o al desinfectar el baño. No toda vida, pues, tiene un valor intrínseco.
El lector, ya quizás indignado, podrá decir: “¡Pero se trata de vida humana!”. Sin embargo, esa no puede ser la diferencia. El principal argumento que circula en Uruguay a favor del concepcionismo dice que hay un ser humano en el momento mismo de la concepción porque el óvulo fecundado lleva una cadena de ADN humano y ese ADN es único y ciertamente distinto al de la madre. Un argumento de ese estilo está en la base del veto que el entonces presidente Tabaré Vázquez interpuso a los artículos de la ley de Salud Sexual y Reproductiva de 2008 que legalizaban el aborto hasta las 12 semanas de gestación. Escribió Vázquez en esa oportunidad: “La legislación no puede desconocer la realidad de la existencia de vida humana en su etapa de gestación, tal como de manera evidente lo revela la ciencia. La biología ha evolucionado mucho. Descubrimientos revolucionarios, como la fecundación in vitro y el ADN con la secuenciación del genoma humano, dejan en evidencia que desde el momento de la concepción hay allí una vida humana nueva, un nuevo ser. Tanto es así que en los modernos sistemas jurídicos —incluido el nuestro— el ADN se ha transformado en la ‘prueba reina’ para determinar la identidad de las personas, independientemente de su edad, incluso en hipótesis de devastación, o sea cuando prácticamente ya no queda nada del ser humano, aun luego de mucho tiempo”. Pero la mera existencia de vida humana no es suficiente para dirimir el problema.
No toda acción por la cual se aniquila vida humana es moralmente repudiable. Las técnicas que el propio doctor Vázquez ha usado extensamente a lo largo de su muy exitosa carrera como médico oncólogo apuntan a la destrucción sistemática de vida humana: aquella que se reproduce descontroladamente en las células cancerígenas. Nadie considera que el doctor Vázquez haya hecho nada inmoral al destruir esa vida. Más bien al contrario. Porque al destruir esa vida humana el doctor Vázquez ha salvado seguramente a muchas personas y lo moralmente relevante es la vida de las personas, no la mera vida como tal, aunque sea humana. Todas las células de nuestro cuerpo poseen un cierto ADN que es único y personal, pero no por esa razón son ellas mismas, las células, seres humanos ni personas. No basta con asumir que la situación del óvulo fecundado es distinta: hay que argumentar por qué.
Desde luego que no sólo las personas gozan de un estatuto moral privilegiado. Mucha gente piensa que todos los seres que experimentan placer y dolor, sean o no seres humanos, sean o no personas, gozan de un estatuto moral privilegiado. Pero ese argumento no alcanza al óvulo fecundado, que obviamente es incapaz de sentir placer o dolor.
Otro argumento que circula entre los adversario del aborto en Uruguay es el que dice que el óvulo fecundado no es ya una persona (no es una persona en acto) pero sí una persona en potencia y que por lo tanto goza de todos sus derechos. Pero ese argumento tampoco se sostiene. Todos nosotros somos en potencia infinidad de cosas que no somos en acto. El autor de estas líneas, por ejemplo, es en potencia el novio de Karina Jelinek (sobre todo ahora que se separó de Fariña), pero eso no le da ninguna de las prerrogativas propias de esa posición. La objeción puede estar formulada en forma jocosa, pero debe ser tomada en serio: que un óvulo fecundado es una persona en potencia quiere decir precisamente que todavía no es una persona y ello implica que no goza aún de los derechos inherentes a la personalidad humana.
Se han usado otros argumentos en la literatura filosófica. Por ejemplo, el argumento del valor de la vida futura de Donald Marquis. En un famoso ensayo de 1989 (“Why Abortion is Immoral”) Marquis adujo que lo malo de matar (en general) es el hecho de que se priva a la víctima del disfrute de una vida futura. En principio la idea es convincente. Cuando muere un anciano, es frecuente oír que en su entorno alguien dice: “Vivió una buena vida” o “Vivió su vida”. Cuando muere un joven, en cambio, es inevitable pensar que tenía toda la vida por delante y que no pudo disfrutarla. Es evidente que Marquis acierta al identificar una de las cosas que consideramos malas de la muerte: el hecho de que nos priva de un futuro valioso, de una vida por vivir. El paso siguiente, como el lector ya se habrá imaginado, es afirmar que el óvulo fecundado (en caso de no ser abortado) tiene un futuro valioso, una vida por vivir que no le debería ser arrebatada.
La más famosa de las objeciones a Marquis se apoya en un argumento de la filósofa Mary Anne Warren. Una versión modificada y abreviada del mismo es la siguiente: imaginemos que vivimos en un futuro no tan lejano (Warren incorpora a su argumento una hipotética civilización alienígena) en que existen técnicas de clonación muy sofisticadas, baratas y completamente seguras. Cualquiera de las células de nuestro cuerpo podría ser convertida sin dificultad en un nuevo ser humano, en una nueva persona. Ello quiere decir que todas y cada una de las células de nuestro cuerpo tienen un futuro valioso, una vida por vivir, de la cual están siendo privadas en este mismo momento. ¿Tenemos la obligación moral de usar hasta la última de las células de nuestro cuerpo para engendrar nuevos seres humanos, so pena, en caso de no hacerlo, de privarlas de un futuro valioso, de una vida por vivir? La respuesta más razonable parece ser negativa.
Esto nos lleva directamente a una cuestión importante, con la cual se cierra esta entrada.
No todas las personas que se oponen al aborto en las sociedades contemporáneas lo hacen por motivos religiosos. Tener creencias sobrenaturales no es una condición necesaria para ser concepcionista, pero es un hecho que la mayoría de los concepcionistas las tienen. También es un hecho que la mayoría son cristianos. Los cristianos (católicos o no) ciertamente creen que la reproducción de la vida humana es intrínsecamente valiosa, porque los seres humanos están hechos a imagen y semejanza de Dios y comparten una chispa de la esencia divina. Es por ello que se oponen no sólo al aborto sino muchas veces también a la anticoncepción (en casi todos sus métodos y formas). Pero lo cierto es que la reproducción de la vida (aunque sea humana) no es algo intrínsecamente bueno. O al menos nadie ha proporcionado un argumento convincente en ese sentido. Una de las cosas que muestra el experimento mental de Warren es justamente eso: que la mera reproducción de la vida no es algo necesariamente bueno. Es malo, es moralmente repudiable, la destrucción de ciertas vidas, pero la mera reproducción de la vida (aunque sea humana) no es algo bueno por sí mismo.
La ley uruguaya que actualmente se encuentra vigente (así como la ley anterior cuyos artículos específicos sobre el aborto Vázquez vetó) fija un plazo muy razonable de 12 semanas para considerar legítima la interrupción del embarazo. Sostener que ya existe una persona humana con sus derechos inherentes desde el momento mismo de la concepción es una posición extrema en el debate. Las posiciones extremas, precisamente por su carácter de tales, deberían estar muy bien argumentadas. Ésta no lo está.
Es un hecho que el debate sobre el aborto involucra fuertes aspectos emocionales y que quizás los argumentos fríos de los filósofos no convenzan a nadie. El autor de estas líneas, sin embargo, consideró que debía exponerlos y espera al menos haber sido claro en la exposición.