Desde hace unos meses, mi amiga y colega Tatiana Andia, profesora como yo de Sociología en la Universidad de los Andes en Bogotá, tiene un cáncer terminal y ha estado reflexionando sobre esto y sobre el sistema de salud con su usual sabiduría, profundidad, sarcasmo y curiosidad. Vale la pena leer esas reflexiones si aún no lo han hecho, en esta columna que escribió durante casi un año. Me pidió que reflexionara sobre el camino que hemos desarrollado juntas para hacer un espacio a la sociología en nuestro contexto. Esto es lo que escribí. Conecta mucho con la nota que hace poco escribió mi adorado Ruben Kaztman, sobre el camino que lideró en IPES y cómo nuestros contextos grandes, nuestras experiencias de vida y nuestras redes moldean las preguntas que nos hacemos y las formas en las que las respondemos. Aquí va.
La construcción institucional y el deseo de contribuir a la política pública marcan profundamente a una forma de hacer sociología y ciencia en general en América Latina. Ha sido un camino hermoso compartir el vértigo que ese trabajo implica con Tatiana.
La historia estigmatizada de una de las sociologías más antiguas de la región como es la colombiana hizo que no hubiese un lugar para ella en la Universidad de los Andes, donde ambas trabajamos. Uno de nuestros proyectos comunes ha sido crearla junto a un grupo de colegas pequeño en número pero desbordante en espíritu colectivo en el marco de la Facultad de Ciencias Sociales. Y junto a nuestros estudiantes, porque si hay un acuerdo tácito entre nosotras es que ellos son la principal muestra y parte de lo que hacemos.
Un espíritu pragmático fuerte y unas miradas políticas, éticas, vitales y científicas parecidas y, tal vez sobre todo, una admiración mutua y un amor inmediato, hicieron que lo que podía ser una discusión eterna sobre qué sociología hacer y cómo enseñarla en la nueva maestría en Sociología, fueran fáciles. Con Matthieu de Castelbajac, nuestro fact checker sociológico, lector voraz y con quien compartimos también el humor negro, siempre decimos que deberíamos pelear más entre nosotros, como académicos serios. La llegada de Ángela Serrano al equipo nos reforzó y aportó en el mismo espíritu.
Y ¿cómo es esa sociología que hacemos y promovemos? Haciéndole “ingeniería en reversa” al proyecto, una metodología que Tatiana tiene para enseñar a los estudiantes a pensar sociológicamente y que consiste en ir hacia atrás en la metodología de un producto de investigación finalizado y pensar en contrafactuales del tipo ‘¿qué otra cosa pudo haber hecho?’ voy a intentar responder a esta pregunta hurgando en esos acuerdos, la mayoría tácitos, que hemos hecho.
El primer acuerdo fue tal vez el nunca nombrado así “no bullshit sociology”, imitando al grupo de analíticos, entre los que estaba nuestro admirado Erik Olin Wright junto a Elster y otros, y que hablaban del “no bullshit Marxism” aludiendo a la rigurosidad analítica y metodológica que profesaban. En el marco de unas ciencias sociales de múltiples paradigmas, permeadas por peleas bizantinas muy morales acerca de quién es el verdadero crítico, nosotras creímos siempre que no hay crítica sin método (ni chisme sin método pero esa es harina de otro costal que incluye tipologías alicoradas pero siempre rigurosas sobre temas varios).
Así, nos avocamos a practicar y enseñar una sociología fuerte en métodos, así con s., tan promiscua y curiosa que fuera incluso más allá de la ya tradicional dicotomía cuali-cuanti y que combinara experimentos con big data y etnografía. Muchos de los estudiantes de Tatiana, por ejemplo, han usado la sociología para, como ella, analizar sus propios lugares de trabajo en el estado. ¿Cómo se hace eso? ¿No tiene que separarse uno de su objeto para estudiarlo? Tatiana fue una maestra en enseñarnos cómo usar esas prácticas cotidianas como evidencia para entender mejor el estado y para, algo nada menor, acceder a datos que serían de otro modo inalcanzables. Su curso etnografía política, que enseñó un intersemestral junto a sus profes y colegas de la universidad de Brown que vinieron par esa ocasión, fue un momento icónico en esta forma de pensar de Tatiana. La materializó en su propia tesis doctoral donde analiza desde adentro al estado, trabajando en y transformando el ministerio de salud en el equipo asesor que llevó adelante la política progresista de medicamentos genéricos que hoy tiene Colombia. Allí nos ofrece, desde el supuesto caos de la práctica y de ser juez y parte de la política, un mecanismo de innovación estatal teóricamente iluminador, parsimonioso y útil: los burócratas visitantes, esos personajes que entran al estado, generalmemte desde la academia, para promover una innovación que está en sus agendas porque en ese momento tienen una ventana de oportunidad política pero no tienen aspiraciones de quedarse en el estado. Este tipo de innovación es distinta a las del servicio civil, a la literatura de los “pockets of efficacy” y a la de los liderazgos políticos, y nos muestra que nuestros estados no son siempre los seres paquidérmicos, monolíticos, débiles, patrimoniales, clientelares en los que solemos pensar. La idea de burócratas visitantes es poderosa e invita a estudiar otros ejemplos, sobre todo en contextos de puerta giratoria entre academia y estado como son los nuestros en América Latina.
Además de la promiscuidad metodológica, hemos promovido una sociología muy enraizada en debates teóricos relevantes para la disciplina. Su caso es un caso de qué, ha sido una pregunta clave en nuestras clases y coloquios y una que hemos usado para criticar mutuamente nuestros propios trabajos. Sin eso, no es sociología, es un informe, ojalá interesante, pero no es sociología. Para serlo, necesitamos conversar con una disciplina rica en debates que echan luz sobre nuestro caso y nos hacen ver que no es tan excepcional o que definitivamente sí lo es en relación a otros. A propósito, siempre me ha sorprendido la capacidad de Tatiana para responder esa pregunta tan difícil a veces y ayudar a los otros a pensar en sus casos. Recuerdo pensar en silencio muchas veces “¿a qué horas leyó eso?” O “qué buena conexión, no la había pensado”.
Finalmente hemos promovido también una sociología pertinente, relevante, con incidencia. No porque no nos interese la investigación básica (Tatiana ama las matemáticas, por poner el ejemplo tal vez de lo más básico) sino por un sentido de urgencia, de injusticia y de transformación que nos mueve y orienta. En particular creemos que la sociología tiene mucho para decir en las discusiones de bienestar. La perspectiva economicista dominante en Colombia y en otros contextos es importante (ambas trabajamos con economistas muy de cerca, Tatiana es economista de base) pero no es suficiente. Así, hemos trabajado para complejizar discusiones, agregar datos, hacer otras preguntas. Y ese aporte, sentimos, ha sido valorado. Hoy no se puede pensar el sistema de salud de Colombia, ni las políticas globales de medicamentos, sin tener como referencia a Tatiana Andia.
Tatiana ha sido clave en formar este centro de pensamiento que es el área de sociología en los Andes, una sociología como he descrito, a la vez sistemática, crítica y relevante. En sus cursos generales ha sido clave para formar mentes de ingenieros, historiadores, médicos, que hoy piensan sociológicamente desde sus lugares. En sus cursos específicos ha formado sociólogos que hoy multiplican sus enseñanzas en los lugares más diversos. En su investigación nos ha ayudado pensar sobre el estado y sus posibilidades para innovar en regular y distribuir.
En el camino, nos hemos reído mucho.
[La foto se titula "La pinta de socióloga sí existe" y la tomamos un día en que nos encontramos en el pasillo del departamento y nos habíamos vestido prácticamente iguales, hasta de botas rojas...en fin, la simbiosis de la amistad. Nos reímos ese día también.]
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