Por Nicolás M. Somma
Hace más de una década, Felipe Monestier y Cecilia Rossel me regalaron para mi cumpleaños el libro Armas, gérmenes y acero, de Jared Diamond. Mientras rompía el papel de regalo y alguien me ofrecía torta de cumpleaños, no podía imaginarme que ese libro despertaría en mí una obsesión por los relatos que buscaban entender los grandes movimientos de la historia humana. Pero, así fue. A partir de ese momento empecé a descubrir una serie de libros que buscan justamente eso: en 300, 600, u 800 páginas, narrar de manera coherente qué le pasó a la humanidad en los últimos – como dice el subtítulo del libro de Diamond – 13.000 años.
Un poco después apareció otro best-seller mundial – Sapiens, de Yuval Noah Harari. Aunque los especialistas lo criticaron de arriba abajo en temas específicos – el impacto de la agricultura, el rol de la religión y cosas por el estilo – me fascinó la ambición de Harari por identificar grandes etapas de la historia humana en función de sus revoluciones (cognitiva, agrícola y científica; aunque reconozcamos que tomó prestado bastante de Gordon Childe). Harari – quien a raíz de ese libro se convirtió en una estrella al nivel de Mick Jagger, Pepe Mujica y Eustaquio el Rozagante – conectaba estos grandes eventos con hechos olvidados como el incendio de Numancia, o anécdotas memorables, como cuando el médico escocés James Lind descubrió que la vitamina C prevenía el escorbuto. Me pareció que Diamond y Harari lograban conectar lo “micro” y lo “macro” mucho mejor que la sociología convencional.
Un poco después, mi prima Lucía me regaló de cumpleaños otro libro de Diamond (El mundo hasta ayer). El libro se pregunta qué podemos aprender Ud. y yo de las sociedades “tradicionales”, en las que los humanos vivimos “hasta ayer” (es decir, como el 95% de la historia de nuestra especie). Es cierto que Diamond romantiza un poco a sus amigos cazadores de Nueva Guinea, y se burla ácidamente de las obsesiones y patologías de la gente como él (gente blanca de clase media de países ricos). Pero, al comparar cómo abordan distintos temas – crianza de hijos, dietas, resolución de conflictos - personas de distintas sociedades, Diamond se luce de dos maneras, que son comunes en los libros de este género.
Primero, se luce por la audacia (o incluso valentía) de escribir sobre varios temas sin ser especialista. Hoy en día la investigación académica de alto nivel - la que quizás Ud., querido lector, lee, admira e intenta imitar (y yo por supuesto también) – requiere haber leido casi todos los papers hayan salido sobre el tema de interés. Siempre habrá un/a revisor/a de nuestro artículo que diga: “esto no puede publicarse porque Ud. no citó un paper que salió ayer a las 4 am”. Y quien edita la revista, obviamente, no perdonará semejante blasfemia. Sin embargo, Diamond, Harari y gente del estilo, se pasean alegremente por temas sobre los que leyeron, con suerte, el 0.01% de lo escrito. No sólo escriben sobre esos temas: los conectan con otros de los que saben quizás incluso menos, tiran hipótesis un poco al voleo, advierten sobre su ignorancia y se animan a cometer errores. Charles Tilly, a quien en sociología admiramos por su audacia al escribir sobre casi toda Europa desde 1500, es un poroto al lado de esta gente (“he is a bean”, escribiría de haber nacido en Oklahoma en vez de Montevideo).
Segundo, es admirable lo bien que escriben. Lo hacen con frases cortas y bien estructuradas. Usan humor e ironía, y se permiten irse un poco por las ramas (a propósito, aprendí en uno de estos libros que cuando un mono se aleja por las ramas de un árbol, los otros monos le piden que no cambie de tema). ¡Qué placer leer un libro profundo sin tener que atragantarse con los jeroglíficos de Pierre Bourdieu o Michel Foucault!
Pasaron los años y me encontré con otros libros de gran ambición histórica y comparativa. Algunos, es cierto, estaban más cercanos a las ciencias sociales convencionales. Ahí entran Los orígenes del orden político de Francis Fukuyama, varios de Shmuel Eisenstadt y Randall Collins, y el escalofriante Las fuentes del poder social de Michael Mann, en 4 volúmenes con letra tamaño 8. Estos cuatro autores son, para mi gusto, herederos de Max Weber (si pidiera alguna foto para poner sobre mi ataúd, sería un primer plano de Weber). La obra de Weber es más meritoria que la de los Diamond boys (DB) porque, además de su alcance histórico y erudición (aunque pésima redacción), propuso teorías sociológicas sólidas (algo que los DB no hacen). Pero Weber, al igual que los DB, era tremendamente libre a la hora de elegir los temas, lugares y épocas sobre los que escribir. Podía explicar los orígenes del judaísmo o el hinduismo, la relación entre el capitalismo y la burocracia moderna, la música occidental, o los derviches islámicos.
Después de leer algunos de estos libros, mis propios temas de investigación empezaron a aburrirme. Pasar de comparar las trayectorias de sacralización del arte en Europa medieval y el antiguo Egipto, y conectarlo con la sacralización secular que los bohemios estadounidenses hacían de Andy Warhol; a si tal variable interactua con tal otra para producir un efecto que ojalá sea significativo usando una encuesta del 2020; o si en Uruguay o Chile la reforma del 2005 cambió la percepción de la gente sobre no sé qué cosa al año siguiente … era un salto demasiado grande.
Como me entretiene aburrirme, esos momentos no me produjeron crisis mayores. Pero constaté cuán presos/as estamos de los temas que investigamos, y lo difícil que es hacer grandes giros temáticos (incluso disciplinares) cuando ya se llevan varios años trabajando. Más importante, tengo dudas sobre cuánto avance logra una disciplina académica (la sociología o cualquier otra) cuando el 99% de quienes la practican en universidades o centros de investigación se dedican a explorar en profundidad su centímetro cuadrado. Además de ser aburrido, se pierden conexiones interesantísimas. Cuando alguien dice hacer tales conexiones audaces, por lo general avanza 2 milímetros dentro del centímetro cuadrado del vecino – por ejemplo, “conectaré las teorías sobre movimientos animalistas con las teorias sobre movimientos ambientalistas”.
Cuando vino la pandemia aproveché las horas de desvelo para seguir leyendo estos libros (ocultamente, antes que saliera el sol). Descubí un género llamado “world history”, más formal y académico que Diamond, Harari y compañía, pero incluso más fascinante. Compré por Amazon un libro de William McNeill, ingeniosamente titulado A world history, publicado por primera vez en los 1960s y ampliado a fines de los 1990s. Comencé a leerlo y me cautivó enseguida. McNeill explica, por ejemplo, cómo la introducción del acero contribuyó a la emergencia de la democracia directa en Atenas; o por qué el budismo declinó en la India, su tierra de origen, pero tuvo éxito en China a pesar de la hegemonía cultural que Confucio logró entre las élites; o cómo la geografía del Africa subsahariana ayuda a explicar la persistencia de las religiones ancestrales (eso quizás lo dijo otra persona). Leer a McNeill me hizo levitar varias veces (con silla y todo), hasta que la necesidad de conectarme por Zoom a discutir algún reglamento académico me obligaba a descender.
Hasta el día de hoy me siguen fascinando esos libros. Ahora estoy con El amanecer de todo, de Graeber y Wengrow (que tiene un gustillo a Las venas abiertas de América Latina de nuestro prócer charrúa). Hay que seguir de cerca a Peter Turchin. No sólo crea teorías para entender los ciclos de auge y crisis de las sociedades a lo largo y ancho del planeta y la cronología. También las cuantifica e intenta establecer regularidades empíricas (ver su tremendo proyecto Seshat). No hay que olvidarse de George Murdock, creador del Atlas Etnográfico. Ni tampoco de un heterogéneo grupo de gente como Daron Acemoglu, Walter Scheidel, Karen Barkey, Karen Armstrong, Felipe Fernández-Armesto, Peter Frankopan, Jack Goody, Ian Morris o Eric Wolf (perdón por tirar tantos nombres seguidos: bueno, si le interesó este tema y no los conoce, los guglea). En síntesis, Diamond no es una piedra: es una joya.
Tomado de Razones y Personas. Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución 3.0 No portada.