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Quienes trabajamos en la academia somos evaluados por pares
que también se desempeñan en el ámbito académico. Nuestros productos de
investigación están principalmente dirigidos a dialogar con una comunidad
reducida que comparte estándares para evaluar la pertinencia y calidad de
nuestras contribuciones. No obstante, existe además una exigencia latente por
comunicar los resultados de investigación hacia la opinión pública. Una
exigencia a “salir de la torre de marfil”. Esta tarea de divulgación de
resultados se justifica mediante dos argumentos principales. Primero, se espera
que los resultados de investigación sean relevantes para la comunidad con la
que el investigador o investigadora coexiste. Segundo, dado que mucha investigación
se produce gracias a la financiación de fondos externos (públicos y privados),
la difusión se presenta como una suerte de rendición de cuentas a quienes nos
financian. Esta rendición incluso aparece como un requisito formal en varios
fondos de investigación.[1]
Como nunca antes, gracias a la existencia de redes sociales,
actualmente tenemos la posibilidad de hacer llegar fácilmente nuestro trabajo a
un público general. Así, nuestros
familiares, compañeros y compañeras de primaria, secundaria, o incluso la gente
con la que jugamos un fútbol 5 pueden leer sobre nuestros avances investigando el
impacto del doble voto simultáneo o bien sobre cómo podemos medir de forma más
eficiente la reactividad química del átomo.[2]
Sin embargo, las redes sociales –como cualquier instrumento-
pueden ser mal utilizadas. Y ello tiene el potencial de generar una serie de
resultados negativos. En esta nota quiero examinar algunos de ellos. Aquí
sostengo que quienes se desempeñan en la academia deberían tener un cuidado
especial a la hora de participar en redes sociales masivas para difundir y
fundamentalmente debatir ideas relacionadas directa o indirectamente con su
investigación. Esto sucede por tres razones: (1) las limitaciones del
instrumento para reproducir un debate, (2) el problema de los argumentos de autoridad,
(3) la presencia en redes como métrica de desempeño académico. Estos fenómenos
están interrelacionados de tal forma que resulta difícil aislar sus efectos. Por
el bien del argumento aquí asumo que no hay nada intrínsecamente incorrecto con
la utilización de redes sociales en general. Asimismo, no hablo de los peligros
que conlleva utilizar redes sociales sino fundamentalmente de las
responsabilidades de utilizar estos medios para difundir ideas. [3]
1
Limitaciones del instrumento
El argumento principal a favor de la utilización de redes
sociales con fines académicos radica en la idea de que este instrumento es adecuado
para difundir y debatir ideas fuera del círculo académico al que pertenecemos.[4] En primer lugar, se
trata de un instrumento poco costoso. Para poder utilizarlo alcanza con tener
un usuario y un dispositivo con acceso a la red. En segundo lugar, este
instrumento produce un resultado inmediato. Salvo casos muy raros, no hay
editores ni árbitros ni otras terceras partes mediando entre el usuario de
redes sociales y la publicación de sus ideas. En tercer lugar, se puede
alcanzar un público amplio y masivo. En principio, lo que se dice en redes
sociales puede ser leído por un número considerable de personas. Finalmente, este
instrumento permite el diálogo con colegas de nuestra profesión. Así, las redes
sociales se posicionan como un espacio de debate universal que mezcla personas
especializadas en los temas que investigamos y otras tantas que poco tienen con
nuestra comunidad académica específica.[5]
Sin embargo, estas virtudes traen consigo ciertos vicios. Por
ejemplo, la propia facilidad que permite a los usuarios expresar inmediatamente
sus pensamientos tiene el potencial de afectar la transmisión y desarrollo
efectivo de ideas. Esto principalmente sucede por el bajo costo que tiene poder
participar en cualquier debate o conversación en las redes. Hoy podemos
participar cada día y casi de forma simultánea en debates sobre cómo bajar la
tasa de rapiñas, cómo mejorar la educación del país, transformar la selección
nacional en un equipo netamente ofensivo o bien sobre cómo bajar los costos del
Estado. Pero en muchas ocasiones no tenemos cosas relevantes para aportar a
esos debates. Resulta por lo menos dudoso creer que tenemos algo valioso para
decir en aquellos temas tan variados que comúnmente atraen la participación de
los usuarios de redes sociales. Imaginen la posibilidad de participar
directamente durante el correr de un día los seminarios de investigación de un
departamento de astrofísica, de urbanismo, economía, criminología, trabajo
social e ingeniería medioambiental. Es por lo menos incierto pensar que
podríamos acudir a cada uno de esos seminarios y tener algo relevante para
decir. Las redes sociales nos permiten hacer ese peregrinaje por espacios de
debate cada día. Y tampoco parece muy cierto que mediante ese medio tengamos
algo valioso que agregar.
Otro punto tiene que ver con las posibilidades técnicas de
las redes sociales como instrumento para transmitir ideas. Redes sociales como Twitter
cuentan con un espacio relativamente limitado para expresar argumentos. La
dinámica temporal que guía este tipo de plataforma es notoriamente diferente de
los tiempos que marcan una investigación en sus distintas etapas. Sea cual sea
la disciplina en cuestión, la elaboración de un artículo académico requiere de
numerosas horas de escritura, reflexión, lectura, análisis de datos, etc, que
dan lugar a un producto inicial que es revisado múltiples veces. Incluso la
escritura de una nota de opinión como ésta requiere de un tiempo y proceso de
reflexión mayor que la escritura directa de opiniones en redes sociales. El
problema no es intrínseco a la plataforma sino al uso que pretendemos darle. La
producción académica surge de un proceso de depuración. Los artículos
publicados en revistas con referato pasan por un proceso que posibilita y
fuerza cambios y ajustes durante un tiempo bastante mayor a los minutos que
lleva escribir una reflexión en Twitter o en Facebook. Este tipo de plataforma
permite que digamos de inmediato lo que estamos pensando. De esta forma, el
debate en redes sociales tiene problemas para satisfacer algunos principios
básicos para llevar adelante un buen debate. Por ejemplo, dada las
características del instrumento, estamos forzados a decir casi lo primero que
nos viene a la mente. Y eso no siempre favorece la discusión. Si lo que
queremos es mejorar la calidad del debate público, no resulta claro que las
redes sociales sean el instrumento más idóneo.
Argumentos de autoridad
En las redes sociales abundan abogados defendiendo la
justicia por mano propia y el “rifle sanitario”, las médicas criticando la
vacunación obligatoria o los politólogos pronosticando resultados electorales
en países lejanos con datos incompletos. Este tipo de comportamiento en las
redes genera un efecto de falacia comúnmente conocida como argumento de
autoridad (argumentum ad verecundiam). Esta falacia consiste en aceptar como
verdadero un argumento en función de asumir que quien lo presenta es una
autoridad en la materia. Si soy completamente ignorante sobre un determinado
tema, puedo fácilmente caer en la trampa de argumentos de autoridad. Por qué no debería creerle a mi vecina de la infancia que ahora es médica
oftalmóloga y descree fervientemente de la necesidad de tener un programa de
vacunación obligatoria en el país. Después de todo ella estudió medicina y
trabaja en un hospital.
Alguien
puede replicar que esos ejemplos son extremos, y que la mayoría de los
académicos no opinan sobre temas que no les competen. Más aún, se podría
argumentar que aún si así lo hicieran, no lo estarían haciendo en calidad de
académicos sino de ciudadanos ejercitando su libertad de expresión. Sin
embargo, esas objeciones son débiles. Por un lado, sabemos que un buen número
de usuarios de redes sociales no se limitan a opinar y debatir sobre los temas
en los que son competentes. Se transforman, en cambio, en comentadores de los
eventos de cada día. Por otro lado, aún cuando ciertamente las redes pueden ser
utilizadas como un instrumento para expresarnos libremente, hay áreas en donde
es deseable que los académicos muestren cierta responsabilidad profesional. Por
ejemplo, en mi caso toda mi educación terciaria es en ciencia política, con una
especialización en teoría política. Durante mi educación nunca tomé cursos en
relaciones internacionales. Es un área de la ciencia política en la que no soy
competente. Sin embargo, en más de una ocasión he recibido invitaciones de
medios de prensa para dar mi opinión sobre el rol de Estados Unidos en el
conflicto entre Rusia y Ucrania, sobre el futuro del Mercosur e incluso sobre el
conflicto entre Chile y Bolivia por la salida al mar. No acepté esas
invitaciones porque sería irresponsable de mi parte opinar profesionalmente
sobre esos temas. El problema con las redes sociales es que éstas disminuyen
notoriamente los costos comunicacionales de opinar sobre temas que se
encuentran bastante distantes de nuestra especialización. La “opinología” es un
fenómeno que trasciende las redes sociales. Pero en ese medio tiene un campo
demasiado fértil.
La presencia en redes como métrica de suceso académico
Una preocupación final radica en utilizar la participación
en redes sociales como un indicador de suceso académico. Como sugiere George
Veletsianos[6], algunas instituciones académicas están considerando este ítem como
un punto válido de evaluación de desempeño académico. La academia en general es un juego de autopromoción. Los
académicos deben rendir cuentas con sus publicaciones y productos de
investigación para ser promovidos. Los administradores y evaluadores de las
universidades apelan a este tipo de criterios para cuantificar suceso y méritos.
No obstante, no resulta claro por qué deberían además evaluar la actividad
pública en redes sociales de sus investigares y docentes.
Un argumento a favor de esa actitud radica, como mencionaba
al principio de la nota, en la idea de que esta es una forma adecuada de
visibilizar lo que los académicos hacen así como mejorar la transmisión de
conocimiento. Sin embargo, no resulta claro que este sea el caso. Como sugieren
Alperin, Gómez y Haustein (2019)[7], aún no contamos
con evidencia robusta que indique precisamente que redes sociales como Twitter
sirven específicamente para difundir investigaciones científicas más allá de
usuarios que forman parte de la comunidad académica. Estudios sobre el tema sugieren
lo contrario: Twitter parece ser un buen medio para difundir resultados
científicos entre académicos y no hacia el público general. Si ese fuera el
caso, entonces, sería invalidado el argumento a favor de utilizar estos medios
como mecanismo idóneo para rendir cuentas a la sociedad y debatir con el
público general. Lo que se haría simplemente a través de este mecanismo es publicitar
conocimiento dentro de aquellas fronteras que se pretende traspasar.
Pero por sobretodo, no resulta claro que una alta
participación en redes sociales sea la métrica adecuada para evaluar el involucramiento
con el debate público de un investigador o investigadora. Mientras se puede
tener una alta presencia en redes que sea completamente superficial, también se
puede tener una presencia en el debate que sea altamente influyente sin haber
escrito un solo tweet. De nuevo, el peligro aquí latente radica en querer medir
influencia en el debate público a través de instrumento que no es el más idóneo
para hacerlo.
Conclusión
La llegada de nuevas tecnologías nos obliga usualmente a
adaptar nuestro comportamiento. Durante años no supimos cómo regular de forma
óptima el uso de automóviles o de televisores. La presencia omnipresente de redes
sociales implican el mismo reto. Aún estamos en un proceso de adaptación y de
estudio sobre cómo debemos relacionarnos con ellas. En esta nota presenté tres
peligros que supone el uso de redes sociales por parte de académicos. Naturalmente,
mis argumentos no sugieren que quienes se dediquen a la academia deberían
ausentarse de las redes sociales o evitarlas a todo costo. En cambio, el
mensaje es simplemente que las redes sociales son instrumento que debe ser
utilizado con cautela si la meta es generar un debate público de buena calidad.
* Agradezco los comentarios de David Altman, Juan Bogliaccini, Ross
Mittiga, Fernando Rosenblatt, Carsten Schulz y Francisco Urdinez.
[1] Alguien puede creer que su propia investigación es lo
suficientemente especializada para poder ser narrada a un público general o
bien que su tarea principal no radica en divulgar conocimiento a la comunidad
en general sino fundamentalmente a sus pares de la academia. Ambos puntos son
relevantes. No obstante, para la finalidad de esta nota, aquí asumo que se da
por válida la necesidad de divulgar los resultados de las investigaciones
académicas.
[2] Aunque eso no significa
necesariamente que ese público ampliado efectivamente reaccione a nuestros
intentos de difusión (Alperin, Gómez y Haustein
2019).
[3] Vale notar que aquí dejo
de lado los problemas éticos de usar plataformas que han permitido fenómenos y
comportamientos normativamente problemáticos. Por una discusión sobre este
punto, ver: Matthew Liao. 2018. "Do You Have a Moral Duty to LeaveFacebook? New York Times, 24 de noviembre de 2018.
[4] Hay otros argumentos a
favor de las redes que aquí no me ocupo. Por ejemplo, como instrumento para
difundir publicaciones y eventos. En principio no tengo ninguna objeción hacia
esos usos. Mi preocupación principal radica en la utilización de redes sociales
como medio para producir debate público.
[5] Por una defensa del uso
de redes sociales en la academia, ver: Mark Carrigan. 2016. Social Media for Academics, Sage
Publishing.
[7] Alperin, Juan Pablo,
Charles J. Gomez, y Stefanie Haustein. 2019. "Identifying diffusion
patterns of research articles on Twitter: A case study of online engagement
with open access articles." Public
Understanding of Science, Vol. 28(1)
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