Si uno hace una rápida búsqueda de “Uruguay, sistema educativo” en Wikipedia, que es al fin de cuentas la fuente de información más popularmente consultada en el mundo, se topará inevitablemente con la cita del epígrafe. Aunque Wikipedia requiere que sus contribuyentes respalden sus aseveraciones con evidencia, tal afirmación carece en la actualidad de un genuino sustento empírico. Es cierto que dicha aseveración no hubiese suscitado ningún cuestionamiento hace algunos años, pero hoy la calidad educativa de Uruguay se encuentra en el centro de las polémicas.
La noción de Uruguay ilustrado es uno de los atributos que ha sustentado la
idea de la excepcionalidad Uruguaya. Esta noción del Uruguay “hiper-integrado” ha sido la tónica dominante en el
Uruguay que heredamos del batllismo, y terminó por impregnar hasta los tuétanos la idiosincrasia nacional. Bayce
develaba cuatro neo-mitos imperantes en la cultura política nacional que,
aunque a veces carentes de sustentos reales, sobrevivían sobre todo como
idealizaciones positivas de lo que implica ser uruguayos. Uno de estos neo- mitos
sería el de la “culturosidad”, que responde a una autoimagen que deriva de la inclinación
liberal-democrática de la expansión de la educación como sustento de la democracia
y su desarrollo concreto: la educación pública uruguaya, gratuita, laica e
integradora. La educación, como la luz del sol de nuestra bandera “puede y debe
llegar a todos", era lo que predicaba
Varela.
Sin embargo, esa característica
que siempre dimos por sentada, que nos hizo “excepcionales” respecto a nuestros
vecinos latinoamericanos, ha sido puesta en cuestión últimamente. Basta con observar el uso de la
“educación como problema” que está haciendo la oposición en las actuales campañas
políticas. Bordaberry adelantó una
propuesta para fijar un mínimo de 200 días de clase en todos los centros
educativos con el fin de mejorar la calidad educativa. Tanto Larrañaga como Lacalle
Pou colocaron la “crisis educativa” en el centro de la discusión y en el
pináculo de sus campañas políticas. Vázquez les salió al cruce, tildando las críticas sobre la educación de
“alarmistas y extremistas”, y prefirió destacar los logros que ha alcanzado en
materia educativa el gobierno frenteamplista (como ser la mejora del salario docente y el
aumento del presupuesto educativo). Por su parte, el líder del Partido
Independiente, Mieres, respondió diciendo que al destacar los logros
educativos, Vázquez “le erra al bizcochazo o está muy mal informado”.
Aunque el debate que en materia
educativa se despliega desde la palestra política no siempre se basó en
argumentos claros ni en evidencia empírica, parece ineludible reconocer que el país se debe una
discusión a fondo respecto al lugar de la educación en la sociedad uruguaya,
específicamente en relación a su capacidad integradora. Dicho debate se ha
venido procesando más discretamente en la academia desde hace un tiempo (Winker,
2004; Férnandez, 2004; Llambí, Perera y Messina, 2009), pero aún quedan aristas
importantes por analizar y varias interrogantes por desentrañar.
Un estudio reciente comparó la gobernanza
educativa en Uruguay con la de Chile, dos casos claramente contrapuestos en
lo que refiere a sus matrices educativas
y los caminos que han venido recorriendo en sus respectivas gestiones
educativas, aunque similares en indicadores de desarrollo humano.
A continuación exponemos algunos
hallazgos que surgen de esta comparación con el ánimo de enriquecer el debate
en curso. Se argumenta que el principal
problema que debe afrontar hoy en día el sistema educativo uruguayo no es tanto
en términos de calidad, sino en términos de equidad. La educación que reciben
actualmente los adolecentes más pobres se equipara con el promedio de los
países con más bajo rendimiento, y la de los ricos no tiene nada que envidiarle
a algunos países europeos. El sistema educativo uruguayo ha perdido su capacidad
de integrar a través de la educación. Así es que Uruguay, incluso comparado con
Chile, un país tradicionalmente criticado por su marcada inequidad, tampoco
queda bien parado.
Aunque el uso de PISA como único
medidor de calidad educativa ha sido cuestionado (y no sin cierta razón,
teniendo en cuenta que sólo mide un aspecto muy específico del conocimiento),
sus resultados no dejan de ser significativos ya que permiten medir la
evolución de los países en forma diacrónica, a la vez que compararse con otros.
Los resultados promedios de PISA
2009 muestran resultados mejores en ciencia y lectura en Chile que en Uruguay.
Las diferencias entre ambos países persisten si uno compara estudiantes dentro
del mismo cuartil socioeconómico.
Tabla 1. PISA 2009 Resultados Pruebas PISA en Uruguay
y Chile, por cuartil del índice de estatus socioeconómico
Uruguay muestra una mayor variación entre resultados. Las diferencias en puntajes entre los cuartiles más bajos y los más altos, ranqueado por estatus socioeconómico, es mucho más llamativa en Uruguay (107 puntos en promedio) que en Chile (84 puntos en promedio).
Adicionalmente, Chile muestra un
grado de progreso a los 15 años que es significativamente mayor que en Uruguay.
En Chile, un 77% de los estudiantes están anotados en 4to año o más al momento
de dar la prueba PISA, mientras en Uruguay solo lo está un 61%. Al desagregar las diferencias en el progreso
escolar por nivel socioeconómico también se encuentran diferencias
sensiblemente mayores en Uruguay que en Chile. Al comparar a los estudiantes en
el cuartil más alto, no hay diferencias significativas entre ambos países. Si comparamos
los de cuartil más bajo, mientras que en Chile un 70% de los estudiantes más
pobres están cursando 4to año, este porcentaje para el caso Uruguay es de
apenas 39%.
Tabla 2. Porcentaje de estudiantes en
cada grado, por cuartil del Índice de status socioeconómico, en Chile y Uruguay
2009
Tabla extraída del informe. Traducción propia.
Tabla extraída del informe. Traducción propia.
Sin embargo, si uno considera que
en Uruguay aproximadamente un 20% de los estudiantes entre 15 y 19 no están en
el sistema educativo y en Chile es menos del 10% que permanece fuera, en
Uruguay se estaría sobreestimando los logros de aprendizaje de la población de
15 años tomada en su conjunto. Esto hace
que los resultados sean aún más alarmantes.
Como telón de fondo de estas evoluciones educativas
corresponde consignar que en nuestro país se registra una marcada “infantilización
de la pobreza”: esto significa que la incidencia de la pobreza en los niños uruguayos es mayor que en el resto de
la población.
La noción de la educación como
reproductora de desigualdad ya tiene larga data en la sociología de la
educación. Sin embargo, terminar de asumir como sociedad la verdadera
naturaleza del actual sistema educativo uruguayo implica poner en jaque la
autopercepción que durante muchos años tuvimos de nosotros mismos. Y con la caída
del mito se abre la posibilidad de repensar críticamente el papel de la
educación en Uruguay hoy en día.
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Desde hace un tiempo, los
uruguayos no nos vemos como realmente somos, y todavía nos resistimos a asumir plenamente
la decadencia educativa que se instaló entre nosotros hace décadas. Esta especie de “trastorno
de la imagen” nos impide mirar de
frente el mal que nos aqueja, para encararlo de una vez por todas con la
prioridad y la urgencia que merece.
Bayce, R. (1989). Cultura política en Uruguay. Desde Batlle hasta 1988,
FCU, 1989.
Llambí, C., Perera, M. y Messina, P. (2009): Desigualdad de
oportunidades y el rol del sistema educativoen los logros de los jóvenes
uruguayos. Esta investigación fue financiada por el Fondo “Carlos
Filgueira”,del Programa Infancia, Adolescencia y Familia - Ministerio de
Desarrollo Social.
Fernández Aguerre, T. (2004): “De las ‘Escuelas Eficaces’ a las Reformas
Educativas”, en Estudios Sociológicos de El Colegio de México, Vol XXII, núm.
65, mayo-agosto 2004.
MEC (2012). Anuario Estadístico del Ministerio de Educación y Cultura
correspondiente a 2012.
MIDEDUC (2013). Serie Evidencias: Medición de la deserción escolar en
Chile. 27 de marzo de 2013. Año 2, nº15.
Winkler, H. 2004.
“Distributional Impact of Education in Uruguay 1992-2003.” Washington, DC: Banco Mundial