Cuidacoches y
limpiavidrios adquirieron notoriedad en las ciudades más pobladas del país
luego de la crisis de 2002. Para muchos, estas actividades son formas de
mendicidad encubierta. La razón detrás de esta apreciación es simple: además de
ser actividades informales, en la mayoría de los casos suponen un servicio no
solicitado de bajo valor. No es muy aventurado decir que muy poca gente
necesita limpiar el parabrisas de su auto en cada intersección o tener un guía
para estacionar.
A pesar de las
características de estos servicios, en un contexto de crisis se aceptaron como
formas válidas de obtener un ingreso. En primer lugar, el servicio ofrecido por
más mínimo o no solicitado que fuera, mostraba la intención de dar algo a
cambio, de reciprocar al donante/consumidor del mismo. Segundo, por más que la
demanda por estas tareas fuese casi inexistente, quienes las practican buscan
un camino honrado y no ilegal de obtener una fuente de ingreso. Frases
similares a “es preferible que la gente limpie vidrios o cuide coches a que
robe” se han repetido una y otra vez. Pero estas actividades no pasan
actualmente por su mejor momento. De acuerdo a una encuesta realizada por el
Grupo Radar en enero de 2013, mientras un 55% de los montevideanos está en
contra de permitir el trabajo de los limpiavidrios, solo un 37% se muestra a
favor de ese servicio.
Hay
al menos cuatro razones que pueden explicar estos altos porcentajes de
reprobación. Primero, la economía ha crecido a un buen ritmo durante los
últimos años, se han implementado más y mejores programas redistributivos, y
las tasas de desempleo han bajado a cifras históricas. En segundo lugar,
algunos limpiavidrios se han involucrado en diferentes situaciones de
violencia, que van desde malos tratos a sus “clientes” hasta hurtos u otros
delitos similares. Un rápido repaso de la prensa escrita del último lustro
alcanza para encontrar varios ejemplos. En tercer lugar, el servicio provisto
por los limpiavidrios puede ser extorsivo. Eso sucede, por ejemplo cuando el
conductor accede a los servicios no por la utilidad de los mismos o por querer
ayudar a quien los provee, sino fundamentalmente por miedo a represalias. Esto
crea una suerte de peajes informales que limitan la libre circulación por la vía
pública. Finalmente, la seguridad limpiavidrios esta siempre en juego. Quienes
ejercen esta actividad típicamente se mueven por intersecciones congestionadas
de tráfico; lugares que no son seguros para la circulación de peatones.
En un
comunicado del 17 de junio, la Jefatura de Policía de Montevideo reconoció que
desde el 20 de mayo se viene implementando un operativo de control de las
actividades que peatones realicen sobre las principales intersecciones con
semáforos. El objetivo es proteger “la integridad física de esas personas”, “el
cumplimiento de las ordenanzas del tránsito” y “la prevención de delitos que se
cometen contra personas de mayor vulnerabilidad mediante el uso de violencia
sobre las mismas y su vehículo”. La medida no paso desapercibida. Voces
favorables a la misma aplaudieron el accionar de la policía en su intento por
no permitir que la vía pública siga siendo tierra de nadie. Detractores de la
medida calificaron este accionar como un abuso de poder que estimatiza y
criminaliza el trabajo de gente decente.
Más allá de las
discusiones legales sobre si este tipo de medida tiene o no amparo en la
legislación vigente, vale la pena detenerse a pensar sobre los comportamientos
y actividades que estamos dispuestos a regular como sociedad. Los uruguayos
hemos naturalizado algunos comportamientos y prácticas que conviene revisar de
vez en cuando. Con el caso de limpiavidrios y cuidacoches parece claro que
existen buenas razones para regular estas actividades. La discusión que se
debería dar a esta altura es sobre qué instrumentos son más idóneos para
regular estas actividades. La prohibición sustentada en sanciones no parece ser
el camino adecuado para iniciar el proceso. Los resultados de las políticas de
tolerancia cero implementadas en varias ciudades del mundo han demostrado que
este tipo de política es más problemática de lo que parecen reconocer sus
promotores locales. Eliminar el trabajo de los limpiavidrios en las
intersecciones de las avenidas montevideanas es un objetivo razonable siempre y
cuando se pretenda hacer de un modo y en un tiempo razonable. Empezar por
elaborar un registro de limpiavidrios, así como delimitar zonas y horarios en
donde se puede ejercer esa práctica son medidas de manual. Prohibir esa
actividad de la noche a la mañana es una medida que merece más discusión de la
que se ha dado.