Durante los últimos diez meses me he alegrado al ver la palabra “Uruguay” entre los primeros diez puestos de la clasificación mundial de selecciones de FIFA. Viviendo afuera eso tiene un rédito muy grande. Cuando me pongo la celeste para jugar un picado en la universidad pocas veces me preguntan de qué equipo es esa camiseta. Casi todos la conocen. He visto niños no uruguayos en aeropuertos internacionales con la camiseta de Forlán. Un taxista en el Midwest de Estados Unidos me contó lo tanto que sufrió en el partido contra Ghana. Y así, muchas situaciones siguen pasado gracias a lo hecho en el mundial y la reputación mantenida durante estos meses.
Sin embargo, no todos los rankings nos ponen favorablemente en el mapa. Y muchas veces, cuando eso sucede tendemos a desacreditarlos y a decir que no sirven para nada. Incluso se dice que son medidas “neoliberales” o “imperialistas” con fines espurios. Eso sucede notoriamente con las mediciones internacionales que tenemos de nuestro sistema educativo a diferentes niveles. Citando la ironía de un amigo, algunos creen que estos rankings no entienden que para nuestra educación “criolla, sensible y compañera, lo esencial es invisible a los ojos (y obviamente a las mediciones)”.
Hay dos puntos importantes que quiero destacar aquí. Primero, la industria de los rankings ha explotado durante los últimos años y eso – como es de esperarse- ha producido mediciones de diferente calidad. Por ejemplo, un reciente ranking de facultades de arte y humanidades en el mundo ubica a Harvard como la tercera mejor escuela de geografía. Ese es un hecho curioso, considerando que el departamento de geografía de Harvard fue clausurado en 1948. Y ese no es un caso aislado. Es bastante común toparse con rankings que ordenan universidades de acuerdo al prestigio que los consultados de todo el mundo ven en las diferentes instituciones. Así, los nombres más famosos se ubican en las primeras posiciones y el ranking de poco sirve.
Pero ese tipo de problemas-y aquí viene mi segundo punto- no debe llevarnos a concluir que todos los rankings son erróneos, mal intencionados e inútiles para evaluar nuestro rendimiento educativo, gubernamental, económico, deportivo, etc. El hecho de que las pruebas PISA nos ubiquen en una posición nada deseable es mas para alarmarse que para cuestionar las intenciones políticas de ese tipo de mediciones. Algo similar sucede con la inexistencia de la Universidad de la República en cualquiera de los rankings que ordenan las universidades de todo el mundo. ¿Será que todas las mediciones son incorrectas o tendenciosas o será que vamos por un mal camino? No es novedoso decir que se necesita una discusión muy seria sobre el rumbo educativo del país en todos los niveles. La crisis en el nivel secundario ha robado la atención de los problemas a nivel terciario.
Aunque suene raro, creo que entender la manera en que muchos de estos rankings son construidos puede ayudarnos para empezar a discutir el tipo de universidad que queremos. Por ejemplo, muchas mediciones diferencian el nivel de formación de los docentes. Quienes tienen títulos de posgrado son mejor posicionados que quienes tiene solo de grado. Asimismo, quienes estudiaron en programas más exigentes (por ejemplo aquellos con mayor duración o una admisión más competitiva) son mejor valorados que quienes estudiaron en programas de maestría o doctorado de corta duración o de admisión menos competitiva. Una lógica similar se sigue con el tema de las publicaciones. Publicaciones en revistas con mayor grado de exigencia (por ejemplo aquellas que aceptan y publican un 1% de todos los artículos que reciben luego de un proceso de referato anónimo) son más valoradas que aquellas revistas que publican cerca de la totalidad de los artículos que reciben a consideración. ¿Pero tiene sentido hacer esto? ¿Tiene sentido ordenar el sistema de educativo terciario en base a algunos de los criterios utilizados internacionalmente?
Para responder de un modo adecuado a estas preguntas se necesitan muchas páginas. Y ciertamente no hay una respuesta sencilla. Por eso aquí me remito a una comparación con el mundo futbolístico para forzar nuestras intuiciones. En 2008, Miguel “chino” Ximénez (ex Deportivo Maldonado, Atenas, Plaza Colonia, Danubio y Wanderers) jugando para el Sporting Cristal fue el máximo goleador de la primera división de Perú. Más aun, ese mismo año fue el tercer mejor goleador de Primera del mundo según las estadísticas de la Federación Internacional de Historia y Estadística de Fútbol (IFFHS). El chino hizo 32 goles en 52 partidos. Pero en la temporada 2008-2009, Diego Forlán también hizo 32 goles lo que lo llevó a ganar el Trofeo Pichichi (reconocimiento al máximo goleador del futbol español) y la Bota de Oro (reconocimiento al máximo goleador del futbol europeo).
Sin embargo, a nadie se le pasó por la cabeza reclamar a Ximénez para la selección. Nadie pidió remover a alguno de los compañeros de ataque de Forlán para dejar lugar al chino Ximénez. ¿Por qué? ¿Acaso no fueron ambos goleadores de sus respectivos campeonatos anotando el mismo número de goles? ¿Es que consideramos que hay diferentes niveles de exigencia y excelencia a la hora de comparar a Forlán y Ximénez? ¿Por qué nadie pidió la convocación de Ximénez?
Creo que las intuiciones que tenemos para responder esas preguntas deberían ayudarnos a pensar mejor en los criterios de selección y promoción de nuestra mayor casa de estudios. Si pudiéramos trasladar los niveles de exigencia y expectativa que tenemos con la selección uruguaya de futbol a nuestras principales instituciones educativas, quizás los resultados fueran otros. Es bueno ver que hoy nos enfrentamos de igual a igual a las potencias mundiales de nuestro deporte principal. Lo que sería mucho más importante es que nuestro sistema educativo – y no solo nuestro tridente ofensivo- sea respetado en el resto del mundo.