Imagen de Flickr. Die Weltmeisterschaft (Boycott Qatar) / 13.11.2022 |
La clasificación uruguaya a octavos pende
de un hilo y una vez más nos tiene en vilo entre combinaciones matemáticas,
desasosiego y confianza ciega en un “milagro celeste” que nos deje finalmente adentro del mundial. Para quienes estudiamos movimientos sociales y procesos
de movilización colectiva hay otra dimensión del mundial que ha cobrado
relevancia desde su inicio y sobre
la que quisiera reflexionar sucintamente en esta entrada: las
protestas que se han suscitado en los alrededores de los partidos.
Se trata de acciones puntuales, discontinuas y con grados de articulación
diversos con otros colectivos sociales.
El 21 de noviembre la selección iraní
permaneció en silencio durante el himno en lo que se interpretó como una
denuncia de la grave situación por la que atraviesa el país, con
multitudinarias manifestaciones y protestas, y una fuerte escalada represiva,
desatada a partir de la muerte en detención a mediados de setiembre de Mahsa
Amini, acusada de no cumplir con el código de vestimenta del país. Unos
días antes del encuentro el capitán había declarado que el cuadro estaba centrado
en los partidos y no en la política. Desde la tribuna se leían carteles de
denuncia: “Mujer. Vida. Libertad”; “Cuenten nuestra historia” y una mujer
con el rosto pintado con lágrimas exhibió una remera con
el nombre de Mahsa Amini, antes de ser hostigada y obligada a abandonar el
partido. En el posterior partido contra Gales, los jugadores
iraníes decidieron cantar en voz baja el himno, monopolizando el fuerte ruido
de abucheo de los hinchas desde la tribuna.
En el mismo partido Irán-Inglaterra, los
jugadores ingleses se arrodillaron en demostración contra el racismo, algo que
vienen haciendo ya desde 2020. El
técnico Gareth Southgate declaró: “Sentimos que este es el escenario
más grande y creemos que es una declaración fuerte que dará la vuelta al mundo
para que los jóvenes, en particular, vean que la inclusión es muy importante”.
En su debut el 23 de noviembre contra
Japón, la selección alemana apareció en pantalla tapándose la boca durante la
foto grupal previa al partido, en lo que se interpretó como una señal de
protesta en contra de la amenaza de la FIFA de aplicar sanciones si alguna
selección desafiaba las normativas que impiden hacer declaraciones o gestos
políticos. Unos días antes siete selecciones había anunciado que utilizarían un
brazalete con colores de arcoíris en apoyo a la inclusión y antidiscriminación.
La Federación Alemana de Fútbol, mediante su vocero, salió al cruce denunciando
que: "La FIFA nos ha prohibido utilizar un símbolo de
la diversidad y los derechos humanos (…) Lo combinaron con amenazas
masivas de sanciones deportivas sin especificarlas”.
Hace muy pocos días, el partido de
Uruguay se vio interrumpido por el ingreso a la cancha de
un hincha con la bandera arcoíris y una remera con mensajes de denuncia. Las
transmisiones impidieron ver claramente la escena, pero delante de su remera se
leía “Salvemos a ucrania” y detrás “Respeto para las mujeres iraníes”.
Todas estas expresiones (desde el minuto de silencio hasta el ingreso a la cancha con la bandera) son actos de protesta que acontecen en un clima de denuncia a la selección de la sede de Qatar por parte de la FIFA, donde varias estrellas del espectáculo (entre las que estaban Shakira y Rod Stewart), declararon su decisión de no participar de las ceremonias por el prontuario del país anfitrión en materia de violación de derechos humanos, al tiempo que se lanzaron campañas de boicot en las redes sociales a través de varios hashtags. Otros artistas adoptaron posturas más ambivalentes. Por ejemplo, tras haber sido increpado por un periodista sobre su participación y postura sobre la violación de derechos humanos, Maluma decidió no participar en el acto inaugural pero si lo hizo en el “fan fest”.
Las protestas durante competiciones
internacionales, como son los mundiales o los juegos olímpicos, no son nuevas.
La visibilidad que adquieren estos eventos suele ser aprovechados por los
movimientos sociales como una oportunidad para visibilizar sus demandas a nivel
internacional y obtener apoyo. También son momentos privilegiados para los
gobiernos para legitimarse y obtener adhesiones. El concepto de oportunidades
políticas se emplea a menudo para referir a determinadas dimensiones
congruentes o estructurales de los entornos políticos que maximizan o minimizan
las posibilidades de emergencia, éxito y fracaso de los procesos de acción
colectiva (Tarrow, 1998). Un ejemplo del uso de las competencias deportivas
internacionales como escenario de protesta es el tristísimo episodio de
Tlatelolco, en México de 1968, donde los estudiantes quisieron aprovechar el
desarrollo de los juegos olímpicos en el país para visibilizar sus reclamos, en
un contexto político interno de creciente conflictividad. Sin embargo, el
gobierno reprimió fuertemente las manifestaciones en la Plaza de las Tres
Culturas en Tlatelolco, hecho que resultó en una masacre de cientos de
manifestantes, pocos días antes de las Olimpiadas. En esos juegos olímpicos,
dos atletas afroamericanos levantaron sus puños al recibir sus medallas, mientras
entonaba el himno de Estados Unidos. Ambos fueron expulsados de los juegos.
En Uruguay, los opositores al proyecto de
reforma constitucional impulsado por la dictadura cívico militar en Uruguay
aprovecharon la organización del “Mundialito” (Copa de
Campeones) de 1980 para lanzar una campaña gráfica de
calcomanías que utilizó la mascota de Uruguay con la leyenda “Hacele un gol a
la dictadura, decí No”. En un acto que se “micro-resistencias” los testimonios
dan cuenta de la carga simbólica que se otorgó a la estrofa del himno que
refiere a “tiranos temblad”, que sobre el final del torneo dio lugar a la
proclama cantada “se va a acabar, se va acabar, la dictadura militar”.
Más allá de la relativa estabilidad de las oportunidades políticas, que
canalizan la protesta, hay hitos o circunstancias, oportunidades cambiantes,
que son percibidas por los actores como favorables para la manifestación. A
veces, las manifestaciones generan un efecto contagio o en cadena, e incluso
adquieren dimensiones globales, que permite allanar el camino para
movilizaciones o acciones posteriores. Algo de esto parecería estar ocurriendo
en Qatar.
Aunque la categoría de protesta se utiliza para dar cuenta de un sinfín de actividades, podemos categorizarla como una forma de acción que rompe con las reglas de las interacciones cotidianas con el fin de realizar una demanda a alguien. Las protestas pueden ser masivas o microscópicas, pueden ser sutiles o evidentes, pueden desarrollarse individualmente, por colectivos o redes que articulan varios movimientos. Las protestas en general utilizan un repertorio de acciones que están disponibles o son familiares para los actores, pero siempre hay margen para la innovación y la sorpresa, generando, cuando ello sucede, mayor visibilidad e impacto. Hay formas de protesta más disruptivas y confrontativas y otras que apelan a lo simbólico, estético y lo emotivo-sensitivo (Ratliff y Hall, 2014). En el caso de las protestas desarrolladas en Qatar, todas poseen un componente performático y simbólico fuerte que les confiere visibilidad. Estas intervenciones al estilo “happenings” aprovechan los focos sobre los partidos para hacer “gestos de protesta”, ya sea antes, durante o después, que duran instantes, pero que implican “poner el cuerpo” para transmitir un mensaje. Sus protagonistas han sido, o bien los jugadores (legítimos ocupantes de la cancha), o bien espectadores que irrumpen el campo de juego (como ocurrió en el último partido de Uruguay, como pasó en Rusia en la final cuando integrantes del grupo Pussy Riot ingresaron a la cancha uniformadas con uniformes policiales). Para que tengan éxito, es importante que apelen a imágenes o símbolos fácilmente descifrables y, en el caso de las protestas que involucran a selecciones, que tengan un grado de adhesión importante. En el caso de las protestas de los jugadores sería interesante poder adentrarse en los procesos de negociación y consenso que permitieron que todos participaran de las acciones.
Las protestas simbólicas, por otro lado,
minimiza las posibilidades de sanción y represión. La represión de la
protesta suele ser más común con acciones disruptivas,
numerosas y que presentan una amenaza a las elites y clases dominantes.
Contrariamente a otras formas de protesta que son empleadas por grupos que no
tienen acceso a los canales de expresión política formales o institucionales,
varias de estas acciones son desarrollados por actores que detentan poder y
gran visibilidad mediática. Su contraofensiva viene entonces por el lado
de las sanciones, la censura, la presión y la amenaza. Sin embargo, la
represión no solo depende de las fuerzas de seguridad y sería importante ver
cómo operan otras formas de control más “blandas” (como el estigma, la
ridiculización, o la cultura la de cancelación) en este contexto. El ejemplo
del hostigamiento por parte de otros hinchas anteriormente mencionado es un
ejemplo de ello. En el caso de las irrupciones a la cancha, las probabilidades
de represión son mucho más altas y se ejercen sobre el individuo, en lugar del
grupo. El espectador televisivo accede apenas a un segundo y la acción es rápidamente
censurada para los espectadores.
Cabe considerar también el rol ambivalente
que juegan los medios de comunicación en relación con la protesta. Por un lado,
son mediatizadores de los mensajes o demandas (a menudo tergiversando o
recortando). Por el otro, pueden colaborar vehiculizando y dando difusión a los
marcos desarrollados por los propios protagonistas y/o sus opositores,
contribuyendo a moldear la opinión pública en el proceso (Klandermans,
1997). En el caso de las protestas del mundial, hay a menudo una
doble mediatización. En el caso de Irán, la protesta de los jugadores busca
extender o dar visibilidad a un proceso de movilización que está aconteciendo
en la calle. Los jugadores alemanes, por su parte, protestan por la censura a
la que fueron sometidos, resignificándose la demanda original vinculada al
movimiento por la diversidad. Los espectadores-activistas que no tienen
garantizados los focos mediáticos deben buscar formas de atraer la atención por
otras vías, procurando vencer la censura y la invisibilización de los
organizadores y patrocinadores del evento, así como el efecto de cámara de
resonancia mediática, a través de acciones más invasivas o disruptivas, como
puede ser el ingreso al campo de juego de manera inesperada, al alto costo de
la eventual represión y las sanciones.
Estas protestas en el campo de juego
tienen, por otro lado, sus correlatos digitales. El activismo virtual se suele
clasificar en dos extremos: el que se realiza para apoyar acciones colectivas
que acontecen fuera de internet y el que se desarrolla enteramente en la web, a
través de acciones virtuales (Vegh 2003). Aunque hay elementos de activismo
en línea (o clictivismo como
se le ha dado a llamar) que se asemejan a la acción colectiva fuera de red,
tiene elementos distintivos como los bajo costos de participación (recursos,
tiempo, seguridad) y acceso (Earl and Kimport, 2011). Desde que el hashtag
#boycottqatar2022 se lazó en la web ha sido tendencia, siendo promovido
incluso por parte de hinchas en partidos en la previa al mundial (camino
inverso al que estamos más habituados, en este caso el activismo no-virtual
apoya un movimiento virtual). Sin embargo, un
estudio del hashtag #boycottqatar2022 cuenta que estas
campañas, lejos de ser un fenómeno global e inclusivo, provinieron fuertemente
de una elite de inclinación “progresista del norte global”, teniendo
más preponderancia en Twitter que en otras redes sociales.
Estos “gestos performáticos” de protesta generan un correlato crítico que deja de manifiesto tensiones latentes. Aún quedan varios partidos por jugarse y
es probable que se susciten más protestas en los próximos días. Queda por verse
su repercusión, el destino de sus protagonistas, su capacidad de trascender el interés inicial y su grado de articulación con movimientos sociales o actores
fuera de la cancha (en la calle, en las redes). De ello depende su impacto y
efectividad a futuro, más allá de poner los temas en la agenda. Son protestas que necesitan del espectáculo para viabilizares
y queda abierta la pregunta si esa interdependencia no las anula como tal. Pero
mientras tanto, ¿el espectáculo debe continuar?
Agradecimientos
A Fernanda Page-Poma y Florencia Dansilio por los intercambios que nutrieron estas reflexiones.
Referencias
Earl, J. (2003). Tanks, Tear Gas, and
Taxes: Toward a Theory of Movement Repression. Sociological Theory, 21(1), 44–68.
Eral, Jennifer and Katrina Kimport. 2011. Digitally
Enabled Social Change: Activism in the Internet Age. Cambridge, MA:
MIT Press.
Klandermans, B. (1997). The social psychology of
protest. Oxford: Blackwell Publishers.
Ratliff, T. N., & Hall, L. L. (2014). Practicing the Art of
Dissent: Toward a Typology of Protest Activity in the United States. Humanity
& Society, 38(3), 268–294.
Tarrow. 1998. Power in movement. Cambridge:
Cambridge University Press.
Vegh, S. (2003). “Classifying forms of online activism: the case
of cyberprotest against the World Bank” en M. McCaughey and M.D. Ayers
(eds) Cyberactivism: online activism in theory and practice. New
York: Routledge, pp. 71-95
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