Los
autores de esta nota son Guillermo Carlomagno y Gonzalo Zunino
Quince años de
crecimiento económico ininterrumpido pueden hacer olvidar la importancia
fundamental, para las economías pequeñas emergentes y abiertas, de tener una
macroeconomía sólida y un régimen cambiario verdaderamente flexible. Esta nota
resalta ese punto a la luz de los acontecimientos recientes en Argentina y pone
en valor la importancia de estos aspectos como mecanismos para evitar crisis
económicas.
Los acontecimientos
recientes en Argentina se explican por una peligrosa combinación de desequilibrios
macroeconómicos acumulados, retroalimentados entre sí, y que no fueron corregidos
en tiempo y forma desde la política macroeconómica.
El resultado de la
cuenta corriente (que refleja la diferencia entre los ingresos generados
internamente y los gastos en consumo e inversión del total de la economía,
barras rojas de la figura 1), indica que Argentina ha necesitado financiar su
creciente exceso de gasto interno mediante la entrada de capitales del exterior,
y/o mediante la pérdida de reservas del Banco Central. Este exceso de gasto,
que en 2017 alcanzó los 5 puntos del PIB (casi 31 mil millones de dólares) se
explica totalmente por el abultado y creciente déficit del sector público
(barras azules) que en 2017 superó los 6 puntos del PIB.
Necesitar un financiamiento externo de 31 mil
millones de dólares para una economía como la argentina, macroeconómicamente
muy volátil y que ha pasado por un episodio de default reciente, impone una vulnerabilidad enorme. Los episodios recientes
constituyen, ni más ni menos, que la materialización de dicha vulnerabilidad. Por
razones diversas, el financiamiento externo se redujo drásticamente y exceso de
gasto ya no se pudo financiar como se venía haciendo.
¿Qué podría haber hecho
la política macroeconómica para reducir esta vulnerabilidad y evitar el
desenlace ocurrido? La situación de
partida y la “gradualidad” de los ajustes fue el problema.
El gobierno de Macri
recibió una economía con un tipo de cambio claramente atrasado, un déficit
fiscal muy importante y un nivel de inflación también muy alto. El pecado mayor
del nuevo gobierno, a nuestro modo de ver, fue no haber admitido un ritmo de
devaluación mucho más alto desde el principio. Es decir, el error fue no dejar
flotar al tipo de cambio. Ello hubiese corregido el déficit de cuenta corriente
y reducido la vulnerabilidad externa (con el costo de retrasar el control de la
inflación).
Al lento proceso
devaluatorio se sumó que el déficit fiscal continuó empeorando y con ello las
necesidades de financiamiento se hicieron crecientes.
La solución de urgencia
fue realizar todo el ajuste cambiario (o buena parte de él) en tres días y pagar tasas de interés
elevadísimas para frenar la corrida cambiaria. Lo que queda por delante en
Argentina es un ajuste fiscal enorme que tendrá importantes costos políticos y
deprimirá el nivel de actividad. El panorama económico de corto plazo para Argentina
no es nada alentador.
Esta historia hubiese sido
muy distinta si la reversión del contexto intencional que comenzó en 2014
hubiese encontrado a Argentina macroeconómicamente sólida.
¿Qué podemos aprender
desde el otro lado del río sobre la situación en Argentina?
La lección más
importante que nos dejan los episodios recientes en Argentina, y la reversión
del ciclo positivo que está teniendo lugar desde 2014, es la importancia
crucial de tener equilibrios macroeconómicos más o menos sólidos y un tipo de
cambio flexible. Esto resulta fundamental para evitar que la parte negativa del
ciclo económico se convierta en un episodio de crisis o recesión prolongada.
En el caso uruguayo, la flexibilidad cambiaria, junto
con la solidez macroeconómica al momento del ajuste cíclico que comenzó en 2014
resultaron elementos fundamentales para que dicho ajuste no se transformara en
un episodio de recesión como ocurrió en los países vecinos. En este sentido, cabe
destacar que a comienzos de 2014 el déficit global del sector público uruguayo era
apenas superior al 2% del PIB, lo que permitió enfrentar el deterioro fiscal natural
relacionado a la desaceleración sin grandes consecuencias. Por otra parte,
debido a una regulación financiera mucho más efectiva que la existente previa a
la crisis de 2002, la economía uruguaya pudo registrar una devaluación del
orden del 40% entre comienzos del 2014 y finales del 2015 sin que esto derive
en problemas financieros generalizados.
Evitar que los ajustes cíclicos se transformen en
crisis económicas es crucial para el bienestar de la población. Los episodios
de crisis conllevan un elevadísimo costo social: Implican retrocesos en materia
de pobreza e indigencia que luego derivan en problemas de exclusión social y
destrucción de capital humano que resultan muy difíciles de revertir una vez
que se retoma el crecimiento.
En materia de convergencia a las economías de mayor
desarrollo, los episodios de crisis son también muy costosos. El gráfico 2 es
muy ilustrativo en este sentido; los episodios recesivos a comienzos de la
década del 2000 implicaron perder todo el acercamiento a las economías de mayor
desarrollo logrado durante la etapa de crecimiento de la década de los noventa.
De igual forma, especialmente en el caso de Brasil, pero también en Argentina,
los episodios ocurridos en los últimos años nuevamente implicaron retroceder casi
todo lo avanzado en la década previa en materia de convergencia.
En el caso de Uruguay, la llegada de la corrección
cíclica en 2014 implicó simplemente un estancamiento en el proceso de
convergencia. Estos resultados nos llaman la atención sobre que la convergencia
al desarrollo se juega en parte aprovechando las etapas cíclicas de crecimiento
acelerado, pero evitar los ajustes recesivos cuando llegan los tiempos
difíciles puede ser aún más importante. Para esto último, la solidez
macroeconómica y la flexibilidad cambiaria resultan indispensables.
En resumen, la lucha por mantener la solidez
macroeconómica es muy valiosa en términos económicos y sociales. Evitar crisis
profundas tiene consecuencias muy positivas sobre la población en su conjunto,
pero particularmente sobre los sectores de la población más
desfavorecidos.
Vivimos tiempos en los que el mundo y la región están
siendo fuentes de inestabilidad relevantes y la solidez macroeconómica será
determinante para evitar consecuencias graves. En este sentido, aunque resulta
poco probable alcanzar la meta de déficit fiscal de 2,5% del PIB al cierre de
este período de gobierno, es necesario continuar los esfuerzos para cumplir con
esta meta e incluso tender a niveles menores al 2%.
Guilllermo Caromagno y Gonzalo Zunino
Guilllermo Caromagno y Gonzalo Zunino