Desde hace un par de semanas la noticia denunciando
explotación de empleadas domésticas de nacionalidad boliviana en una casa de
Carrasco se volvió virulenta en las redes sociales. En esta nota quiero
analizar los significados del repudio generalizado a esa situación porque creo
hablan de una baja pero creciente
tolerancia a la desigualdad, crecimiento que muchos no queremos ver ni asumir. También
habla de una cierta hipocresía entre las clases medias que tendemos a ver más
la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio.
La denuncia legal fue realizada por la organización Cotidiano
Mujer al Ministerio de Trabajo en el marco de la labor que
viene realizando con mujeres migrantes que llegan al país de forma irregular y
cuyos derechos son vulnerados en sus lugares de trabajo. La noticia me indignó
como a muchos pero no me sorprendió. Hace poco, realizando trabajo de campo,
nos encontramos con una situación muy parecida de otra empleada boliviana,
quien además de mostrar una situación de vulnerabilidad y explotación en su
lugar de trabajo como doméstica, nos relataba experiencias de racismo y
discriminación en la ciudad[1]. Eso
nos hizo pensar en el impacto que la
regulación laboral que ha logrado el Sindicato Único de Trabajadoras Domésticas
desde 2006 podría estar teniendo en la demanda por empleadas que ofrezcan mano
de obra más barata y más sumisa, y cuya condición de vulnerabilidad como
migrantes irregulares les dé pocas posibilidades de salida. También en redes de
trata de personas. Y en cómo racismo y clasismo están presentes en nuestra
sociedad “hiperintegrada”.
Pero hoy quiero enfocarme principalmente en la repercusión de la
noticia. El repudio generalizado nos habla de una sociedad con baja tolerancia
a la desigualdad donde situaciones de explotación o de fuertes asimetrías
sociales no son aceptables. (La acción inmediata del Estado inspeccionando la
casa e iniciando una investigación también es indicador de ello.) Esto nos
diferencia, concretamente, de sociedades donde el trato desigual y explotador del
servicio doméstico está naturalizado. Nadie protestaría por esto en muchos
países de la región.
Pero la noticia, su viral contagio en las redes sociales y,
principalmente, los comentarios que la acompañaron, nos hablan también de unas
clases medias y medio altas, en gran parte de izquierda o progresistas, que, a
pesar de ser cada vez más tolerantes a la desigualdad en sus prácticas, ven en
el “Carrasco Feudal” un enemigo fácil. Muchos
de los comentarios que circularon denotaban un clasismo hacia arriba que nos
deja ir a dormir en paz con nuestra conciencia pero que evita pensar en que la
fragmentación social crece y nuestra aceptación de ella también.
La tolerancia a la desigualdad se extiende cada vez más entre las clases
medias. Esto podemos verlo por ejemplo, siguiendo con el empleo doméstico, a
partir de las historias de empleadas domésticas que trabajando en hogares de
clase media y medio-alta también tienen problemas para hacer ejercer sus
derechos laborales. Historias del tipo “trabajé 23 años con mis patrones; me
decían que era parte de la familia, y me echaron porque un día reclamé el pago
de un aguinaldo” o “la tengo inscrita en BPS pero por menos de lo que le
pago”, no son sólo propias de la clase
alta.
A esto podemos sumarle la deserción que las clases medias han hecho de
espacios públicos, barrios heterogéneos y educación pública. Ni que hablar del
miedo al otro y la sensación de inseguridad frente al otro más pobre. Frases
como “Yo fui a la escuela pública y creo que la escuela pública es muy
importante pero como quiero darle una buena educación a mis hijos y la escuela
pública está tan mal, los mando a una privada”, fueron comunes en mis recientes
entrevistas con profesionales universitarios empleados y microempresarios. Esta
“salida” de lo público se opone a lo que Hirshman llamaba “voz” refiriéndose a
la opción de las clases medias por protestar y reclamar mejor bienes públicos,
y “lealtad”, es decir la opción por quedarse en lo público. En ese sentido,
parece que ya tiramos la toalla.
Finalmente, la mayor tolerancia a la desigualdad también se expresa a mi
juicio en la creciente insatisfacción con los programas de asistencia a los más
pobres, impresión que me traje de las entrevistas y que parece corroborada por
el último estudio del Barómetro de las Américas donde Uruguay se destaca como
uno de los países de la región donde con más vehemencia se cree que quienes
reciben asistencia del gobierno son perezosos.
Y quienes piensan esto no son precisamente las clases altas. Tienden a
ser las medias y las más bajas.
¿Cuál es el compromiso de las clases medias con la equidad, los
servicios de cobertura universal, los impuestos para apuntalar medidas
redistributivas? [2]
¿Y cuáles son las condiciones de trabajo de sus empleadas domésticas? Creo que
debemos aprovechar la indignante noticia para pensar en la sociedad que
queremos, porque la de “cercanías” ya está lejos.
Video: Micky
Vainilla, personaje de Diego Capusotto, comediante argentino,
que ironiza acerca de la relación de las clases altas con los más pobres, criticando
actitudes racistas y clasistas.
[1] Entrevista realizada por Denise
Courtoisie en el marco del proyecto que coordino sobre tolerancia a la
desigualdad en dos ciudades de América Latina.
[2] Todas estas dimensiones son señaladas como
importantes por Ruben Kaztman, quien más ha reflexionado sobre este tema de la tolerancia a la desigualdad. Ver Kaztman, Ruben. 2007. La calidad de
las relaciones sociales en las grandes ciudades de América Latina: viejos y
nuevos determinantes. Pensamiento
Latinoamericano, 1.