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Michael Burawoy, un inspirador.
Michael Burawoy con el equipo de Global Dialogue en Español por varios años en ¿2013? (en Bogotá Colombia) y en 2023 (ASA, Philadelphia). Foto de la izquierda, de izquierda a derecha: Andrés Castro (hoy terminando su doctorado en Duke), Sebastián Villamizar (hoy editor de Ciencias Sociales para Nature), Michael Burawoy y María José Álvarez. A la derecha los mismos, más viejos pero sabios y Maricarmen Hernández que pasaba por ahí y se nos unió a escapar de la conferencia.
El 3 de febrero pasado murió Michael Burawoy, uno de los sociólogos más
importantes del siglo XX, no solo por el impacto de su propia investigación
sino por la energía que contagió a todos los que lo conocimos. Murió de pronto
y nos dejó pasmados. Lo recordaré riendo. Porque su mejor atributo era el
sentido del humor, negro, pícaro, sagaz. Y lo mejor, sabía reírse de sí mismo. Y
convengamos que siempre sorprende y es bienvenido ver a la bibliografía reír.
Su mayor contribución a la sociología fue en el ámbito de lo que en algún momento se llamó sociología industrial y luego del trabajo. De ahí destaco un libro hermoso: Manufacturing Consent, donde Michael muestra, con observación participante y con teoría gramsciana, por qué la conciencia de clase no aparece tan frecuentemente como la teoría marxista supondría. Sus trabajadores compañeros en una fábrica de motores en Chicago en la que se empleó para entenderla desde adentro, no querían ser trabajadores revolucionarios, querían ser buenos trabajadores y padres dignos. Y así, en el día a día, se fabricaba el consenso en lugar del espíritu crítico que el viejo Marx hubiera esperado con tal proximididad y condiciones de injusticia. La imaginación metodológica de ese libro es todo, porque tuvo la suerte o la agudeza de que en esa misma fábrica se había escrito una tesis doctoral treinta años antes. Y pudo comparar. ¿Quién dijo que la etnografía era estática?[1] Hace poco, le pasé ese libro a un estudiante del doctorado en derecho y maestría en sociología que está haciendo un trabajo interesantísimo sobre call centers. Le resultó muy relevante, e irreverentemente me escribió: “Gracias por mandarme leer ese libro del siglo pasado. Muy bueno.” Le conté a Michael. Se rió (siempre era posible escuchar su carcajada recordada a través de los emails) y me contó que una vez en Brasil, en un auditorio, alguien le dijo “¿Usted es Burawoy?. Yo pensé que ya estaba muerto!”
Este no fue su único trabajo sobre ese tema. Tiene una etnografía anterior sobre
una mina de cobre en Zambia, donde también se hizo contratar para investigar el
mundo del trabajo, de primera mano, en el pasaje del capitalismo colonial al
postcolonial. El título de ese libro es muy diciente: El color de la clase. Allí habló de relaciones raciales intersectadas
con clase social. De hecho, por su piel blanca y privilegiada y su origen
inglés no pudo trabajar en la primera línea como quería. Le dieron trabajo,
pero como administrativo. Incansable y curioso, también aprendió húngaro (¿el
más difícil de los idiomas?) para poder entender el mundo postsoviético. Si
algo cambiaba en el capitalismo, él tenía que estar ahí. Así que hizo
observación participante en dos industrias, la producción de acero y de
máquinas. Y escribió sobre las transformaciones en la fábrica en el mundo post
comunista. Otro título maravilloso: El pasado radiante.
Es claro de dónde sacó él su idea, muy citada, del estudio de caso ampliado en la etnografía. Cada uno de sus casos en profundidad es
un caso, pero no un caso en sí mismo, sino un caso con todas sus conexiones con
el afuera y un caso que habla de procesos más amplios. Si bien no le
recomendaría aprender húngaro a ningún estudiante antes de hacer la tesis (es
curioso pero mi tutor Markoff también aprendió francés para poder ir a Francia
luego a estudiar a los campesinos de la revolución francesa), creo que esto de
encontrar el caso que responde a la pregunta y no al revés muestra un tipo de
curiosidad y honestidad intelectuales que no son tan frecuentes y que debemos
admirar e imitar en la medida de nuestras posibilidades.
Michael amaba enseñar y ser mentor. Tuvo muchos estudiantes que siguieron
con esta lógica de estudios de la primera línea de la fábrica en distintas
transformaciones. En algún momento cuando estaba en Pittsburgh recuerdo una
candidata a profesora que había sido su estudiante, presentando una tesis sobre
el nuevo mundo del trabajo en la entonces recientemente abierta China.
Lo conocí mucho más tarde en su vida, cuando era presidente de la
Asociación Internacional de Sociología y como tal vino a Colombia. Lo invitamos
para un congreso nacional en Cali. Le gustaba más charlar con los estudiantes y
tomar cerveza con ellos afuera del congreso que ser el invitado estrella. Pero
cuando presentaba ante auditorios grandes, nos cautivaba a todos. Fue ahí que
me convenció de trabajar gratis y por muchos años. ¿Cómo decirle que no? Como presidente de la ISA estaba promoviendo
que las sociologías locales se conocieran entre sí. De esa idea, surgió Global Dialogue, una revista maravillosa que por muchos años ha
llevado breves notas de la sociología japonesa al inglés y de ahí al chino y al
español. Así como yo, caímos varios por todo el mundo, embelesados con el ánimo
de Michael y la misión de conocernos más y dar a conocer más. Editamos, con mis
estudiantes maravillosos Andrés Castro y Sebastián Villamizar, y por un tiempo
Kathy Gaitán también, la revista en español. Conseguimos artículos de América
Latina para incluir y darlos a conocer. Fue un trabajo bello, con sentido.
Aprendimos de sociología polaca, de las granjas de maternidad en la India, de
los campos de refugiados palestinos en Siria y en el Líbano. Y nos dimos cuenta
de cuánto nos falta aprender y comparar.
Por esos años, Michael se dedicó a promover la Sociología Pública, su
segunda gran contribución, aunque yo diría que menor que la de la sociología
del trabajo en el capitalismo moderno. Fue algo que encontró yo creo para
aglutinarnos en distintos lugares del mundo, desde sus roles primero de
presidente de una American Sociological Association que sabía no solo insular sino
también excesivamente academicista o aislada y consideró que había que sacarla
al debate público, y luego de la International Sociological Association. A mi
esa idea siempre me pareció poco novedosa desde América Latina, como lo obvio.
Recuerdo decirle, “eso es lo que hacemos acá casi todos”, por el multiempleo,
por la militancia, por el trabajo en consultoría en política pública porque
interesa o porque es la única fuente de financiación para la investigación. Le
encantaba conocer cómo se hacía sociología en otros lados. Propició un debate
interesante, sobre todo creo yo, en la sociología americana. Y a los que lo
hacemos en piloto automático nos dio un marco, una legitimidad si se quiere. En
2013 desde la Universidad del Rosario organizamos un curso de Sociología Pública en Colombia imitando uno que Michael había dado en Berkeley.
Lo abrió él, virtual antes de que la virtualidad fuera costumbre.
La generosidad de Michael con sus estudiantes, con los míos, con todo el
que se acercara pidiendo comentarios era inmensa. Tenía tiempo para todos. Siempre
digo que los comentarios rigurosos de los textos son el trabajo de cuidado más
importante en la academia, esa retroalimentación que sirve para llevar un
trabajo más allá. Siempre agradecí su lectura minuciosa y sus comentarios
estimulantes en un momento en que los necesitaba mucho. El multitasking
académico de nuestras universidades, donde no existe la idea de proteger a un
profesor para que escriba, sino que hay que hacer y hacer todo el tiempo, me
había sacado la esperanza de algún día poder publicar mi tesis como libro. Su
lectura volvió a encender la llama. Y él no era mi profesor, ni mi tutor, ni mi
mentor ni nada de eso. Era un amigo generoso. Eso. De los que hay por ahí algunos,
que están detrás del trabajo de los otros siempre. Por suerte, conozco varios. Recuerdo
escribirle en pandemia preocupada de cómo estaba. Un tipo mayor, que vivía
solo, me inquietaba. Me dijo que estaba muy bien, enseñando como loco y
cuidando mucho a sus estudiantes porque había varios en problemas. Así era él.
Un tipazo.
Su curiosidad infinita hacía que fuera buen conversador y viajero. También
hizo que se metiera, siendo director del departamento de sociología en
Berkeley, en el curso de un profesor francés joven que venía con ideas nuevas
de un tal Bourdieu del que Michael no sabía nada, pues este autor de tanta relevancia
en Francia y de tanta difusión en nuestros países hispanoparlantes llegó tarde
al inglés y por lo tanto a la sociología americana. Era Löic Wacquant. Michael
se metió en su seminario. Y contaba muerto de risa como Löic le hacía leer los
memos que escribía cada semana como cualquier estudiante y le decía que no
había entendido nada.
Voy a terminar con un ejemplo de su honestidad intelectual, porque creo que
es esa su mejor característica como académico. En 2013, Michael escribió un
artículo reflexionando sobre sus 40 años de etnografía industrial en Zambia,
Estados Unidos, Hungría y Rusia. Habla allí de los errores que cometió y de las
falacias a las que está sujeta la etnografía, su método predilecto de
investigación. Nos habla de la falibilidad de todas las metodologías y advierte
que deberíamos dedicar más tiempo a examinar las limitaciones de nuestros
métodos y menos a atacar las limitaciones de los demás. Chapeau viejo
lindo, amigo, pal, como decía él porque nunca se le olvidaban esas
palabras de su Inglaterra natal.
[1]
Aquí, un comentario del
autor de la primera tesis, Donald Roy, sobre el libro de Michael. Hermoso.

Tomado de Razones y Personas. Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución 3.0 No portada.