Con la nota del jueves 18 de diciembre cerramos el cuarto año de Razones y Personas. Desde su comienzo en febrero de 2011, hemos compartido en este espacio 180 notas de reflexión sobre diversos temas de la realidad uruguaya. Desde octubre de este año, muchas de nuestras notas pueden leerse también en La Diaria. Damos las gracias a todos y a todas quienes dan vida a este proyecto colectivo leyendo y comentando las notas. Retomaremos en febrero con el ritmo habitual de una nota semanal cada jueves. Mientras tanto los invitamos a releer y comentar las notas del 2014 y anteriores. Les deseamos un muy buen 2015.
La Crisis de la Guerra Contra las Drogas Desde Uruguay
Nota de Guzmán Castro
En estos días se celebra el primer año de la ley que regula el mercado de cannabis en Uruguay. El proceso que tuvo su clímax con la aprobación de la ley No. 19.172 se ha caracterizado por una hiper-visibilización global -sorprendente aún en la era del Uruguay celebridad de Mujica. Es que a medida que el fracaso de la “guerra contra las drogas” (GCD de ahora en más) se instala como un sentido común, el novel régimen canábico uruguayo oficia de vanguardia en una posible (aunque no segura) ola de transformaciones en la vida socio-política de las drogas.
El caso uruguayo es,
al mismo tiempo, producto y parte constitutiva de una crisis global
en el campo de las drogas. Una crisis gestada en la acumulación de
contradicciones, oscuras y evidentes, de la GCD y encarnada de la
forma más macabra en los cuerpos de 43 estudiantes mexicanos
arrastrados al infierno de la violencia narco-estatal.
Lamentablemente, las vidas de los 43 de Ayotzinapa, invaluables e
irrecuperables, son sólo la punta
del iceberg. La GCD no ha cumplido, ni de cerca, con los
objetivos que le dieron su razón de ser. La producción, el tráfico,
el consumo y la violencia relacionada a las drogas ha aumentado
ininterrumpidamente en las últimas cuatro décadas. Por otro lado,
los dispositivos médico-policiales de GCD sí han sido efectivos en
la represión, exclusión, y estigmatización de “indeseables”
sociales para el orden imperante -cortados por clase, edad, etnia,
color y género.
Cuando la
desestabilización de la GCD gana terreno de la mano de alternativas
políticas antes impensables (entre ellas la uruguaya) y el paroxismo
de violencia que sufren países como México y Guatemala (pero que no
es ajeno al resto de la región), debemos preguntarnos cómo
aprovechar una crisis donde, a decir de Gramsci, lo viejo no acaba de
morir y lo nuevo no acaba de nacer. Mejores mapas conceptuales pueden
ayudar en esta tarea.
La GCD en tres niveles
La GCD es una red de
estrategias y tecnologías destinadas al control de la producción,
el comercio y el consumo de (algunas) drogas. Esta “guerra,” de
génesis borroso pero generalmente trazado a la explosión de
dispositivos punitivos a comienzos de la década de 1970, opera en
tres niveles: de políticas públicas, programático y filosófico.
En un primer nivel están
las políticas públicas específicas puestas en marcha para “atacar”
el “problema” de la droga. La serie de disposiciones legislativas
que en casi todo el continente penan la tenencia y el consumo de
drogas ilegales a través del sistema carcelario o la internación
médica son un ejemplo.
Es a nivel programático,
sin embargo, donde se estructura el “problema de las drogas” que
las políticas públicas tratan de resolver. Ningún problema social
es naturalmente un problema. Basta recordar que en las
primeras décadas del siglo XX la cocaína era producida legalmente
por la farmacéutica alemana Merck (de ahí la “merca”) que
importaba esas amarillentas tortas de pasta básica de cocaína del
Perú, para luego vender el producto -en ese entonces médico- en
farmacias. O que, hasta los primeros años del siglo XX, Gran Bretaña
financiaba gran parte de su imperio en el sudeste asiático con las
ganancias del monopolio de opio. ¿Son las drogas un problema
económico, científico, policial, médico, o moral? ¿Quién tiene
la legitimidad para actuar sobre este problema y bajo qué métodos,
objetivos, normas, y reglas de juego? ¿En quién deberían
materializarse estas intervenciones? El entramado de preguntas y
respuestas que conforman el problema de la droga y legitiman las
políticas públicas se define a nivel programático.
Debajo de los dos primeros
niveles están las “filosofías públicas,” profundamente
institucionalizadas y muchas veces invisibles. Es aquí donde la
arbitrariedad histórica y contingente de todo orden social se
naturaliza.i
El tercer nivel suele ser fuertemente normativo, asentado en
dicotomías como bueno/malo, moral/inmoral, social/anti-social. Estas
cosmovisiones (worldviews o Weltanschauung)
legitiman los dos primeros niveles y son mucho más estables -aunque
en momentos de crisis pueden resquebrajarse.
Volvamos al caso uruguayo.
En lo que respecta al cannabis, Uruguay ha sufrido radicales cambios
a nivel de políticas públicas y transformaciones más modestas a
nivel programático (por ejemplo, el avance de paradigmas de
reducción de daños y un desplazamiento del aparato punitivo fuera
del consumidor y hacia el comercio ilícito). Aunque el tercer nivel
es el más difícil de evaluar en el corto plazo, parecería que
también hay cambios en marcha de la mano de una normalización del
consumo que parecía impensable hace apenas unos años. Ahora bien,
estos cambios se limitan al campo de la marihuana. El resto de las
drogas ilegales no parecen, por el momento, moverse en paralelo
(vuelvo a este problema más adelante).
Los “viajes” de la
GCD
Las drogas son commodities
globales por excelencia. Es lógico, entonces, que la historia de la
GCD, especialmente en América Latina, esté signada por flujos de
ideas y recursos, y por intervenciones y exportaciones
transnacionales -regidos en buena medida por los vaivenes de la
política exterior estadounidense. Pero las tecnologías de control
al centro de la GCD no fueron “transferidas” de forma cristalina.
Más bien han “viajado” de Norte a Sur. La diferencia reside en
que los objetos, tecnologías y políticas que “viajan” nunca se
mantienen intactos, sino que mutan en el proceso de montaje con un
contexto local determinado.
Sería un error entonces
hablar de una GCD (error en el que caen gran parte de los
estudios de la GCD en América Latina). En realidad existe una
diversidad de campos de regulación que emergieron de estos procesos
de montaje.
A principios de la década
de 1970, Uruguay se suma a una campaña anti-droga promovida por
Estados Unidos. El “lobby” estadounidense -en forma de comisiones
de narcóticos que visitaron el país, traspaso de “información”
a medios de comunicación, y presión directa sobre los más altos
escalafones gubernamentales- fue clave en la activación de un
“problema de la droga” que hasta 1972 no aparecía en la agenda
pública.ii
El gobierno de Juan María Bordaberry, buen discípulo de Guerra
Fría, cumplió con las demandas del Norte. En 1972 se crea una
comisión de toxicomanía en el país. Al año siguiente se forma la
Brigada de Narcóticos en el seno de la Dirección Nacional de
Inteligencia, y en octubre de 1974, en línea con el resto de la
legislación anti-drogas en la región, el Consejo de Estado aprueba
la ley No. 14.249.
Argentina vivió un
proceso parecido, aunque no igual. El “problema de la droga,”
como ha demostrado Valeria Manzano, se articuló como parte de la
amenaza subversiva. Drogas y Montoneros eran, en el discurso de las
fuerzas del orden conservador, parte de una misma amenaza social.
Mientras que en Uruguay la comisión encargada de redactar la ley de
“narcóticos” estuvo integrada en su mayoría por médicos (y la
Dra. Adela Reta), en Argentina esa labor fue delegada al Ministerio
de Bienestar Social, al mando del mismísimo padre de la Triple A,
José Lopez Rega. No es que en Uruguay no hayan habido intentos de
relacionar subversión y drogas. La prensa conservadora, grupos como
la JUP, y alguna que otra figura política lo intentaron sin éxito.
Quizás la diferencia más importante es temporal. Para 1973, año
clave en la llegada de la GCD a la región, la "subversión" en Uruguay estaba ya diezmada, mientras que en Argentina la lucha armada recién
empezaba a radicalizarse.
De estos diferentes
procesos fundacionales nacieron campos de regulación muy distintos.
Es paradigmático que, en plena dictadura, la ley 14.249
descriminalizó la tenencia de drogas para consumo personal -una
normativa excepcional a nivel mundial. Claro que en la práctica el
estado uruguayo se ha cansado de reprimir a los usuarios de drogas
haciendo un uso arbitrario de la legislación. Sin embargo, estas
diferencias fundacionales tuvieron consecuencias de largo plazo.
Mientras en Argentina todavía se pelea por descriminalizar el uso,
en Uruguay se pudo avanzar mucho más radicalmente gracias a este
precedente. Simplificando una historia compleja, las características
del campo de regulación de drogas en Uruguay permitieron una
resistencia a la GCD que hasta el momento no ha podido ser replicada
en el país vecino.
La historia del
presente de los campos de regulación importa hoy. La crisis
global de la GCD no va a generar efectos homogéneos. El futuro de la
regulación de drogas en la región va a ser el resultado del montaje
entre procesos transnacionales (una política exterior estadounidense
menos dogmática dados sus propios cambios domésticos, el
recrudecimiento de la narco-violencia, experimentos como el uruguayo,
entre otros) y contextos locales con trayectorias institucionales muy
distintas.
¿Hacia dónde vamos?
Concluyo con tres
reflexiones:
- La GCD puede cambiar o mantenerse estable en cualquiera de los tres niveles. Cambios a nivel de políticas públicas y programáticos son los más factibles. Sin embargo, la lucha de fondo tiene que apuntar a transformar las filosofías públicas en la base de la GCD. Mientras se mantengan, siempre va existir la posibilidad de acondicionar las tecnologías de la GCD para reprimir y estigmatizar a alguien más -como es el caso con el “pastabasero” en nuestro país y como parece estar pasando con la heroína en Estados Unidos.
- Los contextos locales importan, y mucho. Es entonces primordial estudiar la historia del presente de la variedad de campos de regulación: sus orígenes y evolución en los intersticios entre lo local y lo global (un camino que, muy recientemente, algunos en la línea de la “nueva historia” de la droga en América Latina han empezado a emprender).
- No hay un solo camino de resistencia a la GCD. Tampoco hay soluciones mágicas. Es difícil, sin embargo, pensar en alternativas que sean peores a lo que ya hemos tenido. El trabajo de resistencia debería ser pensado como un proyecto democrático y emancipatorio, de imaginación colectiva, donde aquellos sobre los que tradicionalmente ha caído el peso de la GCD -organizada por elites auto-nominadas con el monopolio sobre “el problema de la droga”- ganen una voz cada vez más legítima. En este sentido, el movimiento social detrás del nuevo régimen canábico en Uruguay tiene ya bastante para enseñar, aunque cada sociedad deberá imaginar y librar sus propias luchas.
iSimilar
a las “mentalidades” en Foucault, las “doxas” en Bourdieu, o
el “sentido común” en Gramsci.
iiLa
información que sustenta estos argumentos proviene de una
investigación en curso sobre los orígenes de la GCD en Uruguay.
Eleccciones uruguayas y mitos griegos
Sin embargo, hay grietas
en esta ídilica imágen. El Presidente saliente advirtió que dinero
del narcotráfico podría
haber ingresado en la campaña electoral. Un
edil de la oposición fue procesado por
vínculos con el narcotráfico. El medio online
Sudestada, utilizando información proporcionada por la Corte
Electoral detectó una
serie importante de violaciones a la regulación electoral,
particularmente en términos de financiación de las campañas
políticas. Las repercusiones de esta noticia
llevaron a admitir a la Corte Electoral que era incapaz de
controlar a los partidos y los fondos que estos reciben.
La información pública demuestra a su vez que los partidos no
presentan su contabilidad de manera sistemática, complicando
cualquier operación de control social como señala un reciente
estudio de Victoria Terán. Las estimaciones
realizadas por estudios realizados por Daniel Chasquetti y Rafael
Piñeiro * afirman que aproximadamente el 75 % del dinero en las
campañas viene de fondos privados. La publicidad que los medios de
comunicación realizan (y sus costos) también son parte de la caja
negra del sistema.
¿Cuál es el
problema? El dinero en política es un fenómeno difícil de
estudiar. A diferencia de la influencia que tienen los votos de los
ciudadanos en la elección de un candidato (la cuál es bastante
observable) , la cantidad de dinero, de quien viene y cómo influye
es difícil de estimar. Algunos estudios en los Estados Unidos
muestran como las maquinarias de recaudación de fondos influyen en
el despegue y eventual éxito de algunas campañas. Trabajos como el
“Explorador
de influencia” de la Fundación Sunlight
muestra como el dinero que ciertos actores ¨contribuyen¨al proceso
electoral norteamericano y a la aprobación de ciertas regulaciones.
Pero aún en contextos donde la información está relativamente
disponible, es difícil de saber exactamente como el dinero juega en
campaña y después de ella. El presupuesto más simple ( e inocente)
es que el dinero compra influencia y acceso a quienes deciden como
afirman
Casas y Zovatto en un estudio sobre América Latina.
Este acceso de quien contribuye es obviamente mayor que el de otros
grupos e individuos en la sociedad que no lo hacen y puede
traducirse en la adopción (o no) de determinadas normas que
favorezcan a ciertos grupos.
En Uruguay los partidos
políticos tienen un prestigio ganado fruto del devenir histórico
del país y la creencia establecida en diversos ámbitos acerca del
rol positivo que cumplen en la democracia. Frente al argumento de la
necesidad de controlarlos, la respuesta usual es que, debido a la
competencia existente entre los partidos uruguayos, se controlan los
unos a los otros de forma eficiente. Usualmente quienes abogan por
mayor transparencia son considerados “anti-políticos” y
portadores de una actitud ¨moralizante¨ frente al ejercicio del
poder (del cuál en la citada visión tienen casi un monopolío).
Sin embargo este anticuado debate debe cesar frente a la evidencia:
el garante del sistema es incapaz de vigilar lo que pasa y la
mayoría de los aportes a los partidos vienen de lugares que no se
conocen.
Las soluciones frente
este problema son múltiples. Las mismas incluyen un regulador con
poderes, normas que obliguen a los partidos a liberar más
información y control social adecuado. También requiere repensar el
financiamiento de los partidos con fondos públicos y su espacio en
los medios. Es un combo que como señalan algunos colegas requiere
de una solución a la “Ulises
encadenado”.
Ulises ató sus manos para prevenir que el canto de las sirenas le
costará su vida, de la misma forma que los partidos debieran limitar
de quien reciben fondos para asegurar su independencia. La solución
“a la Ulises” depende de que los partidos en el poder den el
primer paso. También hay una solución alternativa: a la “Narciso”.
Preso de su supuesta belleza Narciso murió ahogado al caer en el
lago. Y ese es el riesgo del discurso auto-complaciente que se sabe
afortunado en el contexto regional y para el cuál “todo está bien
como está”. Para bien o para mal dinero, influencia y política
irán juntos por largo tiempo. La manera en que este tema se resuelva
dirá mucho de la supuesta madurez y sofisticación, tanta veces
proclamada, de nuestro sistema político.
Fabrizio Scrollini
* Las afirmaciones de
ambos autores se dieron en el marco del evento En
la caja negra de la democracia uruguaya
organizado por AUCIP el 19 de Setiembre de 2014 y forman parte de sus
respectivos trabajos de investigación presentados en dicho evento.
Repensando la Democracia Directa en Uruguay
Nota de David Altman
Difícilmente podamos entender a cabalidad la política uruguaya post-1985 sin prestar atención a los mecanismos de democracia directa, sus discusiones, sus interpretaciones, y obviamente, sus decisiones. Los referéndums y las iniciativas populares son y han sido una de las columnas vertebrales de la democracia uruguaya: estos instrumentos-- independientemente de sus resultados--son pedagógicos, democráticos y soberanos. Habiendo concluido el pasado domingo 26 de octubre el voto #39 de nuestra historia de decisiones directas (aunque este número cambiaría un poco de acuerdo en cómo se cuenten), estoy convencido que el país debe hincarles el diente para hacerles ciertas mejoras y ajustes.
Si
en mí estuviese la posibilidad de mencionar algunos cambios
institucionales para mejorar la calidad de nuestra democracia directa
(y por ende la democracia en general), estas serían mis propuestas:
- Se separará todo acto eleccionario de autoridades (representantes y ejecutivo) de cualquier acto de democracia directa para evitar la contaminación de una sobre la otra. De lo contrario corremos el riesgo de presidencializar la democracia directa, o viceversa. Es decir, es razonable pensar que el constituyente pensara que el hecho que las iniciativas se voten de forma concurrente con la próxima elección nacional tiene como objetivo no malgastar los siempre limitados recursos del estado. Pero las elecciones de autoridades y los votos populares responden a lógicas radicalmente distintas y es sensato considerarlas de forma independiente. En la práctica, mi propuesta es que la calendarización en caso de referéndum seguirá como hoy día y en caso de iniciativa popular de reforma constitucional, estas deberían ser, de acuerdo a nuestra rica tradición electoral, el último domingo de noviembre del año siguiente una vez aprobadas las firmas por la Corte Electoral. No se votarán Iniciativas Populares durante el año de elecciones nacionales.
- Se harán más coherentes las exigencias en términos de firmas necesarias para calificar una iniciativa popular de reforma constitucional y un referéndum contra las leyes. Si bien la inclusión de los mecanismos de democracia directa en Uruguay se ha ido desarrollando desde la constitución del año 1934, esta integración no ha sido necesariamente consistente. Por ejemplo, aún no he encontrado una respuesta satisfactoria a la pregunta de por qué, en términos de firmas, es mucho más fácil iniciar una reforma constitucional (10% del registro cívico) que el ir contra una simple ley (25%!). Esto no tiene sentido; parece que el constituyente no mantuvo una proporcionalidad o lógica legal en el rango de importancia de los distintos mecanismos. Obviamente, debería ser más “difícil” reformar la Constitución, documento máximo que rige todo el funcionamiento democrático e institucional de la república, que derogar una simple ley. Consecuentemente:
- Se aumentará el número de firmas necesarias para una iniciativa popular de reforma constitucional a un 15% aproximadamente del registro cívico.
- Se disminuirá el número necesario de firmas para referéndums contra las leyes del 25% del electorado de hoy a un 10% (aproximadamente) de adhesiones ciudadanas.1
- En cada voto directo, el ciudadano tendrá todo el rango alternativas de posible respuesta: podrá hacerlo por la afirmativa, la negativa, o inclusive podría votar en blanco (sin incluir voto alguno en el sobre) o anular el voto (incluyendo el SI y el NO simultáneamente). Es decir, existirá papeleta por el NO en caso de iniciativa popular de reforma constitucional. De esta forma, nos evitamos la tediosa discusión sobre la interpretación de lo qué quiso decir el que no incluyó la papeleta del SI junto a su voto.2 De existir una papeleta por el “no” sabríamos a ciencia cierta, cuantos ciudadanos apoyan la norma, cuantos la rechazan, y cuantos son indiferentes. Estos números son de crucial importancia para los hacedores de política pública.
- En relación a los referéndums se eliminaran los “actos de adhesión” (producto de una auto-declarada incapacidad de la Corte Electoral en los años ochenta para validar una masiva entrega de firmas), evitando “votar a ver si votamos”, las campañas desmovilizadoras (y todo el riesgo sobre las personas que conllevan), y una potencial presión indebida sobre los que van o los que no van a votar.3
- La aprobación de una iniciativa popular de reforma constitucional estará supeditada a que los votos por “si” sean la mayoría simple y representen por lo menos el 35% del registro cívico—cifra estable desde la Constitución de 1942—para que esta sea vinculante (hoy día, representarían unos 910.000 votos aproximadamente). Actualmente, la exigencia de la mayoría absoluta de los ciudadanos participando en los comicios hace que las iniciativas populares corran con una enorme desventaja frente al status quo y que consecuentemente, las probabilidades de ser aprobadas sean, ceteris paribus, notablemente bajas. La aprobación de un referéndum será por mayoría simple.
Estoy
convencido que estas simples reformas revitalizarán y mejorarán
substancialmente el funcionamiento de la democracia directa (y
representativa) en el país. Obviamente, quedan muchas dimensiones
sin tratar en esta columna (financiamiento, difusión-propaganda,
etc), pero que por motivos de espacio solo podré abordar en futuras
contribuciones.
En
un contexto que se prevé con ricas discusiones sobre ciertos
aspectos institucionales (ballotage, tipo listas, etc), no debemos
olvidarnos de estos fundamentales flashes de soberanía popular que
nos caracterizan como República.
David Altman
1 Estas cifras “entonarían” nuestras exigencias al derecho
comparado internacional. A modo de ejemplo, en los más de 20
estados de los Estados Unidos que permiten mecanismos de democracia
directa iniciados por la ciudadanía, se requiere aproximadamente
una adhesión del 8% del número total de votantes en la última
elección para gobernador del Estado para realizar un referéndum o
reforma constitucional. En Suiza, una iniciativa popular de reforma
constitucional a nivel federal, tiene una exigencia de 100,000
firmas, lo que representa un 2% aproximadamente de la ciudadanía y
un referéndum la mitad (1%); virtualmente lo mismo se repite en los
26 cantones (departamentos). En Italia se requiere medio millón de
firmas para un referéndum, lo que equivale a un 10% de los
ciudadanos.
2 Posiblemente, dependiendo del lado que uno esté en debate de turno
tendrá efectos sobre cómo se interpretarán estos “silencios”.
En esta última oportunidad, los que estaban en contra de la norma
de bajar la edad de imputabilidad, tenderán a ver un acto de
convicción popular que evitaba exprofeso la reforma constitucional.
Los que apoyaban la reforma, argumentarán que no se le puede
imputar un deseo específico a los que no votaron y que
consecuentemente no se puede decir que la mayoría dijo NO, sino que
simplemente la reforma no supero el umbral necesario.
3 Sobre
los actos de adhesión ya exprese mi opinión (negativa) en Mayo del
2013. Ver:
https://www.academia.edu/3618692/Sobre_la_Promoci%C3%B3n_de_un_Refer%C3%A9ndum_y_Actos_de_Adhesi%C3%B3n_en_Uruguay
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