La ignorancia no es bendición

Hace un año y medio escribí en este blog una nota sobre la educación en Uruguay haciendo énfasis en el problema gravísimo que tenemos respecto la capacidad del sistema educativo de lograr los objetivos para los que esta diseñado: brindar a todos los uruguayos la oportunidad de una educación de excelente calidad y con el mayor grado de equidad posible (Educación, equidad y la búsqueda del desarrollo). La discusión a nivel de gobierno, sistema político y actores sociales relevantes (mayormente los gremios de la educación) parece no haber avanzado en términos sustantivos luego de todo este tiempo. Incluso, luego de un breve acuerdo educativo que no llegó a mayores y una desmedida discusión respecto de un programa –en mi opinión– sin mayores pretensiones reales de cambio estructural en el sistema educativo (ProMejora), hemos vuelto a foja cero.

Estamos parados en medio de la sociedad de la información y del conocimiento. Es decir, una sociedad donde las tecnológicas de la información son  cada vez más importantes y donde el analfabetismo tecnológico será un problema tal vez mayor que el analfabetismo funcional tradicional. En este contexto, nuestros problemas educativos son grandes. Dos canarios en una mina: el primero, nuestros niveles de matriculación neta en Secundaria, según datos del Banco Mundial (Figura 1), son similares a los de México, y la distancia que nos aleja de Republica Dominicana es similar de la que aleja a Brasil de nosotros. Nótese el universo de países que cobran relevancia para comparar nuestro desempeño. La lógica comparada nos ayuda a pensar detenidamente en las implicaciones concretas de nuestra situación actual. México, país inmenso, muy diverso, con una inequidad social mucho más alta que la nuestra, problema profundo de infiltración del narcotráfico en las estructuras sociales, políticas y económicas, con un porcentaje no menor de población indígena que vive en zonas selváticas de difícil acceso; y Uruguay, país pequeño, suavemente ondulado y de escasa población. 




Segundo canario en la mina: los resultados de PISA de Uruguay, para 2009 (Figura 2), se han mantenido constantes respecto de los de 2003, mientras que México (o Brasil para el caso), han logrado mejoras sustantivas y, en el caso de México, los resultados son hoy comparables a los nuestros. La comparación con México es buena, porque hay que recordar que como la prueba PISA mide a los estudiantes matriculados, nos permite ver nuestro desempeño en relación a un país con similar nivel de matriculación. Cuando nos comparamos con países que tienen al 100% de nos jóvenes en edad liceal en el sistema, tenemos que considerar que si nuestra prueba PISA también midiera a quienes no están matriculados, entonces es razonable pensar que nuestros resultados empeorarían considerablemente.

 El caso uruguayo ilustra una regularidad empírica largamente constatada en las ciencias sociales: modificar instituciones es usualmente más difícil que crearlas. Esto es así, mayormente, debido a los intereses de los actores involucrados y la imagen social de dichas instituciones. Brasil ha expandido el sistema de educación primaria durante los últimos 20 años para paliar el déficit histórico en su tasa de completitud de primaria (y secundaria), mayormente construyendo escuelas donde no las había. El problema de Uruguay a nivel de educación secundaria es de una naturaleza diferente: las instituciones existen pero no logran adaptarse a la nueva estructura de riesgo, no logran retener estudiantes.

No voy a reiterar lo que diversas notas en nuestro blog (ver sección de Temas) han subrayado una y otra vez sobre la relevancia del problema educativo para el desarrollo social y económico, así como para la formación de ciudadanos. Sin embargo, parece evidente que no es posible salir de este problema sin lograr un pacto político y social amplio detrás de un proyecto solido. En esta ecuación tenemos dos elementos necesarios pero no suficientes por si mismos: avanzar en un pacto político y social, dejando de usar el problema educativo para generar réditos políticos de corto plazo; y un proyecto solido de transformación del sistema. Ninguno de los dos parece asomar en el horizonte, y de seguir de este modo, parece poco probable lograr convertir este periodo de crecimiento en un proceso de desarrollo sostenido.  

Revisando Mitos: Inclusión, Ideología y Representación Política en el Siglo XXI*

Por Iris E. Acquarone y Gonzalo Di Landro Tiempo de lectura: 10 a 15 minutos —