Una propuesta de política educativa a partir de una teoría simplista




Suele afirmarse que el problema del abandono en educación media está sobre-diagnosticado. Esto sería cierto si los investigadores coincidieran en una teoría integradora, respaldada por una acumulación empírica creciente. En mi opinión, la situación es más modesta: hay muchos estudios, algunas líneas de acuerdo y propuestas de política razonables, pero no un marco analítico común que permita, al menos, acotar el área de debate y, en términos de políticas, buscar alternativas más factibles que “una reforma integral del sistema educativo”.

Por ejemplo, sabemos que la reprobación se asocia fuertemente al abandono. Por lo tanto, podríamos recomendar una solución que funcione (eliminar la reprobación) sin saber del todo por qué funciona, y exponiéndonos a efectos no deseados (una baja en los aprendizajes). Divisar y poner a prueba explicaciones sobre el mecanismo que conecta reprobación y abandono podría contribuir a buscar soluciones más eficaces.  

La mayor parte de las investigaciones sobre trayectorias educativas pueden clasificarse en dos grupos: 1) los que identifican un conjunto de “factores asociados”, a través de la estimación de efectos de variables sobre la probabilidad de experimentar determinados eventos (deserción, finalización, etc.); 2) los que reconstruyen el sentido de la escolaridad para los jóvenes en relación con su origen social, su trayectoria familiar, el curso de vida y las formas de representar la realidad.

Ambos tipos tienen sus problemas. El primero corre el riesgo de limitarse a aislar una lista de factores sin posibilidad de reconstruir una teoría general del fenómeno. El segundo sobrevalora, en mi opinión, las declaraciones de los propios sujetos y, aunque se apoya en teorías prestigiosas (como la teoría de la reproducción de Bourdieu o la teoría de la experiencia de Dubet), lo hace de forma ilustrativa, sin someterlas a contrastación sistemática.

El problema fundamental no está en las técnicas de investigación, sino en la ausencia de una meta-estrategia apuntada a poner a prueba un modelo teórico. El centro de este modelo, sugiero, debería ser el “actor” y sus criterios de decisión. Esto no es trivial, ya que gran parte de la sociología que aún hoy se aplica en la educación tiende a privilegiar otras explicaciones: la estructura social, la cultura, la dominación o el poder (por citar algunos conceptos). En la vereda de enfrente, la teoría económica suele utilizar un modelo de actor que no actúa, es decir, que se guía por un conjunto de preferencias fijas, donde “más siempre es mejor”. Ninguna de estas dos aproximaciones le otorga al actor, en sentido estricto, capacidad de agencia.

Propongo partir del hecho que los actores sociales cuentan con un conjunto de capacidades cuya existencia es por lo menos complicado negar a priori. 1) Capacidad de pensar en el futuro; 2) Capacidad de saber qué es lo que quiere; 3) Capacidad de imaginar vías de acción que conecten con aquello que quiere; 4) Capacidad de pensar en las probabilidades que tiene de acceder a lo que quiere por dichas vías; 5) Capacidad y disposición para seleccionar, dentro de las vías posibles (tomando en cuenta las restricciones materiales en las que vive), aquellas que entienda más convenientes (con mayores retornos y menores riesgos de fracaso). Estas capacidades y disposiciones no necesariamente suponen que el sujeto cuenta con la mejor información objetiva sobre cómo se conectan medios y fines; pero suponen que tienden a elegir las opciones más convenientes bajo ciertas restricciones de información.

Se trata de un actor tendencialmente racional, o racional en última instancia. Este esquema no es nuevo; ha sido propuesto, en líneas generales, por Diego Gambetta en su libro de 1987 “Were They Pushed or did They Jump? Individual decisions mechanisms in education”, retomando los aportes de sociólogos analíticos como Merton y Boudon, y ha sido ampliamente desarrollada por la sociología analítica posterior. Lo novedoso sería intentar aplicarlo al problema de la deserción en la educación en Uruguay.

Este modelo no implica que todos los jóvenes actúan racionalmente en todas sus decisiones, pero sí que, considerados en su conjunto, e independientemente del sector social que provengan, el principal elemento en común que tienen sus decisiones educativas es esta capacidad de elegir las mejores alternativas percibidas para lo que imaginan.

Como puede verse, el esquema está abierto a que, en las decisiones individuales, incidan elementos “no racionales”, por ejemplo, culturales (“valores antiescolares”) o expresivos (“rebeldía”), pero esto no es parte fundamental del esquema; su pertinencia debe argumentarse empíricamente y probablemente tenga efectos limitados. Por ejemplo, si se parte de un esquema donde la principal explicación está en que los sectores populares y los sectores medios tienen distintos “valores” hacia la educación, sería muy difícil explicar la enorme expansión de la educación entre los sectores populares durante el siglo XX. Asimismo, hoy sería muy difícil explicar por qué un porcentaje elevado de jóvenes de sectores medios abandonan la escuela media antes de terminarla.

Otro ejemplo: algunas teorías sobre el abandono en los sectores populares suelen enfatizar la dimensión experiencial. Serían el aburrimiento o la falta de sentido de la educación lo que impulsaría a los jóvenes a abandonar. Sin embargo, muchos jóvenes de sectores populares y de clase media se aburren (quizá todos) y pierden de vista el sentido de estar en la escuela, sin que por ello abandonen. Otros procesos los sostienen, cuya ausencia en los desertores quizá podría ser la explicación detrás de la eficacia causal del “aburrimiento”. Además, hay un problema práctico: ¿Qué recomendación de política podría emerger de un hallazgo como la “falta de sentido”? ¿Cómo podría solucionarse este problema, que debería implicar desde una reforma curricular hasta un cambio radical en las formas de dar las clases, si ni siquiera se puede negociar razonablemente con el gremio docente los criterios de asignación de horas? Quizá sea mejor buscar mecanismos sobre los que se tenga alguna posibilidad de incidir.

Este esquema tampoco supone aceptar que las condiciones para esta racionalidad (acotada) estén igualmente presentes en todos los grupos sociales. En los sectores marginales o excluidos, es claro que en ocasiones no hay opciones educativas, debido a la fuerza de las restricciones materiales. También es probable que, en situaciones de privación material extrema, incluso la capacidad para tomar decisiones “razonables” esté comprometida. No obstante, la mayoría de los jóvenes que cursan educación secundaria no se encuentra en una situación de exclusión o marginación, y es a esta mayoría a la que podría aplicarse este esquema.

Bajo este esquema, el joven (y/o su familia) consideran cuatro elementos básicos para tomar decisiones educativas: 1) Preferencias de inserción ocupacional a futuro (no necesariamente ocupar los puestos de mayor jerarquía, y donde incluso lo ilegal o una carrera política pueden ser alternativas atractivas); 2) El nivel educativo mínimo que maximiza la probabilidad de alcanzar dicha preferencia (lo que depende de una evaluación de la situación del mercado ocupacional); 3) La probabilidad de aprobar dicho nivel en un tiempo razonable (que depende de la percepción de las propias capacidades académicas); y 4) Los costos económicos de finalizar dicho nivel.

Este esquema podría explicar, por ejemplo, por qué luego de reprobar un alumno tiene muchas más probabilidades de abandonar la educación media. La reprobación representa información nueva sobre el elemento “3”:  sus capacidades, tal vez menores a las que creía inicialmente, para graduarse en tiempo razonable (o terminar, a secas); también incrementa el elemento “4”: los costos directos e indirectos esperados de seguir estudiando, porque supone prolongar la situación de estudiante al menos un año. Esto indica que, además de desincentivar la reprobación en secundaria, deberían buscarse mecanismos que fortalezcan las capacidades básicas y la autoconfianza académica de los alumnos en peor situación académica.

Dentro de este esquema, las políticas dominantes apuntan a incrementar “3” (las expectativas de aprobar, mediante la mejora de los resultados de aprendizaje o la reducción de las exigencias para promover el grado), o a reducir “4” (los costos, mediante transferencias condicionadas, becas u opciones más flexibles de educación). 

Ante su insuficiencia, las teorías que apuestan a dotar de sentido/atractivo intrínseco a la educación no sólo tienen el problema de su puesta en práctica, sino que enfatizan la idea de un joven centrado exclusivamente en el presente, cuyo reducido horizonte temporal exigiría una gratificación inmediata por parte de la escuela. Mi posición es que, si bien no debe descartarse a priori esta idea, es posible que este fenómeno sea un efecto de un punto que ha recibido poca atención: la falta de información sobre las exigencias del mercado laboral en relación a la educación media completa (es decir, el elemento "2" mencionado antes). Concretamente, es posible que muchos jóvenes abandonen porque – de manera especial, pero no exclusivamente, en los sectores populares – no cuentan con la información que haga visible la necesidad de completar la educación media para acceder a empleos mínimamente satisfactorios. Frente a esto, el “sentido inmediato” es sólo la última barrera.

En esta línea, es posible proponer una línea de intervención concreta, que puede tener lugar tanto dentro como fuera de las instituciones educativas: exponer a los estudiantes a información de calidad sobre orientaciones educativas, carreras, y sus rendimientos en el mundo del trabajo. Tanto en Europa como en América Latina comienza a acumularse evidencia empírica, de tipo experimental, que avala la eficacia de esta intervención. No se trata, por supuesto, de una política que pueda revertir completamente el problema (hay, como vimos, otros factores involucrados); no es, tampoco, heroica, en el sentido que no requiere una transformación total del sentido de un sistema que ha demostrado ser resistente a los cambios más diminutos. Pero tiene algunas virtudes que la hacen atractiva: costos reducidos; poca probabilidad de resistencia por parte de los docentes; posibilidad de difundirse vía redes informales entre los propios jóvenes. Habría que probarla a gran escala.

Razzias No more: convivencia y festividad en Montevideo Rock

https://www.flickr.com/photos/lauro/2719278323/
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"Yo siempre quiero lo que no puedo tener

y es por eso que me tengo que esconder.

Esta noche no salgas a la calle,
esta noche, noche, noche, porque
¡Razzia!, ¡Razzia!"
Letra de la canción Razzia
de la banda Guerrilla Urbana

Este 1 y 2 de diciembre se realiza en Montevideo luego de 31 años el remembrado festival Montevideo Rock, el cual está pensado como parte de los "festivales por la convivencia". Las entradas se agotaron apenas salieron a la venta, pero ¿será que los concurrentes se acuerdan del original?

El primer festival se realizó en noviembre de 1986, organizado por la Intendencia colorada de la época al mando de Jorge Luis Elizalde y patrocinado por "Coca-Cola". Se torna necesario entender que esta época se caracteriza por ser de transición, del fin de la dictadura cívico-militar, pero me rechina el término "restauración" porque si hubiese sido así, sería una continuación de lo mismo y aunque algunas conductas represivas policiales siguen manteniéndose en el tiempo, como las "razzias", este período habilitó la emergencia de otras expresiones y producciones culturales y artísticas, aunque hayan durado poco. Dado que fue una época marcada por un lado, por la intencionalidad de construir una "nueva democracia", es decir, algo así como un nacimiento socio-político y cultural nuevo, diferente, mientras que por otro lado, está marcada por la disconformidad y la decadencia.

Al considerar la conformación o configuración de la emergencia de lo que se enmarcaría como un espacio contracultural marcado por la fuerte presencia del punk-rock en contraposición al canto popular, debemos considerar a los jóvenes que son quienes lo conforman, estos jóvenes de la época de los 80´, que logran desprenderse de las “imágenes sociales dominantes”, en torno a las actitudes políticas que marcaron la generación joven de los años 60 y principios de los 70. Éstos jóvenes fueron “...miembros de un clima histórico que nos habla de otra forma de estar en el mundo, de vivir sus dimensiones, en relación con códigos, estructuras del sentir y del pensar distintas.” (Urresti, Clacso 2000, Pp. 181).

Las diferencias en los niveles de participación juvenil comparado con las generaciones anteriores, corresponde a la vivencia de una distinta socialización política, dado que los agentes socializadores y los contextos son distintos. En este sentido y haciendo referencia a las ideas de Rafael Bayce, podríamos caracterizar que estos jóvenes que dan lugar a la subcultura Under, poseen ciertas representaciones sociales en torno a la política, dado que han visto los fracasos políticos vividos por la generación de sus padres, a su vez han visto las consecuencias de la lucha armada y han sabido heredar el retorno al Uruguay deteriorado, "pero que les generó expectativas contagiadas del delirio colectivo de la transición." (1989:76).

A pesar de que este campo contracultural se configura en oposición al campo cultural conformado por la órbita militante de los 60 y 70, no significa que no tenga un posicionamiento político. De hecho y según Gabriel Delacoste la "contracultura de los 80" no estuvo exenta de una voluntad "combativa" (2016:26). Dado que "El odio a la dictadura y la resistencia a una policía que los perseguía en razias, era una marca identitaria fuerte (…)" (2016;26). El fuerte rechazo de esta contracultura a la cultura que en algún momento fue de resistencia, construida por la izquierda, buscó ser tanto estético como político, es decir, considero que el cuerpo tiene aquí un rol fundamental, la vestimenta, el cuerpo, son elementos que la contracultura utiliza para oponerse y transgredir.

Uno de los principales integrantes de esta contracultura es el Rock Nacional, con bandas como Los Estómagos, Los Traidores, entre otros, fueron quienes supieron canalizar y transmitir el discurso contracultural (Muñoz y Delsignore; 1991). En este campo cultural, el Punk y su estética del "no future" estaban muy presentes en el "proyecto político" de los jóvenes de esa época, quienes lo manifiestan en el documental del CEMA "Mamá era Punk", cuando al ser entrevistados afirman querer irse del país (Muñoz y Delsignore; 1991).


La primer publicación de la revista "Gas Subterráneo", comienza presentando a esta generación de los ochenta como: "Somos una generación ausente, no estamos en los registros, ni siquiera en la historia. Nuestra ausencia somnoliente, de la cual recién somos (in) conscientes comienza lentamente a extinguirse, el efecto de la anestesia se nos está yendo y esa gran barra de hielo en la que estamos insertos, muestra los primeros signos de derretimiento."[1]

Esta "generación ausente" que comenzaba a realizar su "registro", es la caracterizada por Rafael Bayce como Dionisíaca, caracterizada por que: "(…) están en contra de todos los modelos políticos ofrecidos y de todos los resultados que han generado en términos de convivencia concreta y real." (1989:79).  Esta especie de entramado de experiencias culturales y estéticas, buscó generar una respuesta de resistencia a la "cultura nacional" y a la dictadura (Delacoste, 2016), busco ser contra- hegemónica. Esto último, puede generar cierta contradicción, ya que esta contracultura, se encuentra de cierta forma permeada por la cultura de "masas global" identificada como la cultura norteamericana (Delacoste, 2016).

El campo contracultural emerge en ese ímpetu por plantear otra cosa, por ende, va a canalizar el descontento de una gran parte de la población con respecto a las construcciones culturales que acarreaban desde el período dictatorial. Todo esto tiene que ver con el primer Montevideo Rock que se realizó en nuestra ciudad, aunque lo organizaran los colorados y la plata la pusiera Coca-Cola.

En diciembre no van a estar bandas emblemáticas como los Traidores, pero un gran número de bandas de Rock, entre ellas Buitres antiguos Estómagos, van a conglomerarse para tocar en este festival. Claro que hoy se reivindica la convivencia, mientras que en los ochenta, la convivencia en Montevideo estaba difícil, había que lidiar con los policías y las razzias.

Bibliografía

Araújo, Ana María; et al. (coordinadores) (1991). Jóvenes: Una Sensibilidad Buscada. Montevideo: Nordan Comunidad.
Balardini, Sergio (Comp.) (2000) La Participación Social y Política de los Jóvenes en el Horizonte del Nuevo Siglo. Buenos Aires: CLACSO, Diciembre de 2000.
Bayce, Rafael (1989) Cultura Política Uruguaya. Desde Batlle hasta 1988. FCU. Montevideo. Capítulo VII “Las subculturas políticas alternativas y competitivas por la hegemonía en 1988: CP5 (SCP A, B y C)”
De Giorgi, Álvaro y Demasi, Carlos (coordinadores) (2016) El Retorno a la Democracia. Otras Miradas. Montevideo: Fin de Siglo Editores, Espacio Interdisciplinario Universidad de la República.

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[1] Generación Ausente y Solitaria, GAS Subterráneo, Mayo 87. En la Biblioteca Digital de la Biblioteca Nacional: http://bibliotecadigital.bibna.gub.uy:8080/jspui/handle/123456789/43176

De banquetes e invitados: Algunas reflexiones sobre el divorcio entre academia y públicos lectores

Por Aldo Marchesi y Vania Markarian


"Democratic oranges" por Marcelo Druck (CC BY-NC-ND 2.0)
En nuestro país, la feria del libro, organizada todos los años por los empresarios del rubro, es desde hace cuatro décadas un lugar de encuentro de la cultura. Todos sabemos que el término admite muchos significados, pero a los efectos de estas reflexiones digamos que la cultura incluye a todas las expresiones del conocimiento y la creación que se pueden materializar en libros (y en otros soportes y formatos, claro; esto es sólo para avanzar con nuestra idea). Desde esa definición, la feria ha sido, entonces, espacio de encuentro del público lector con el periodismo, la literatura, la ilustración y las diversas ramas de la academia. Sin embargo, una rápida revisión del programa de la última edición nos muestra un vacio que nos parece sorprendente. En los catorce días de actividades hubo una ausencia notoria de académicos vinculados al mundo de las ciencias sociales, las humanidades y las ciencias en general. Para resumirlo: en 209 actividades, cada una de las cuales contaba con tres o cuatro expositores (autores, comentaristas, presentadores, etc.), encontramos no más de quince integrantes del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), uno de los principales mecanismos con que cuenta el país para promover el desarrollo de la investigación científica y una de las formas más claras de visualizar cuántas personas se dedican a esa actividad en nuestro medio. Quince en 700, por decir algo...

El listado del SNI nos muestra que ese notorio vacío no se debe a que no existan especialistas en las más diversas ramas de la ciencia (aunque somos pocos, menos de los necesarios, menos de los que tienen otras sociedades, también es verdad). En la última década se han impulsado varias iniciativas tendientes a promover la investigación (aunque, también es cierto, el país carece todavía de una política científica clara y sigue dedicando pocos fondos a su fomento). El SNI, en particular, promueve, según dice su página, “mediante la evaluación periódica, la categorización y el incentivo económico de los investigadores, la producción de conocimiento, transversal a todas las áreas, y el fortalecimiento y la expansión de la comunidad científica nacional”. En efecto, Uruguay cuenta hoy, a diez años de su creación, con más de 1500 investigadores activos categorizados en el Sistema, de los cuales 139 pertenecen a las humanidades y 319 a las ciencias sociales.

¿Cómo se explica esta paradoja de que en un momento de incentivos a la investigación y políticas de reconocimiento a los investigadores éstos tengan un lugar tan limitado en un evento, como la feria, que procura la divulgación del conocimiento?

Podemos ensayar dos explicaciones. Una apunta a los que organizan la fiesta y la otra a los invitados al banquete.

Por un lado, en la industria de los libros, los libreros, los dueños de las editoriales, parecen convencidos de que lo académico no vende. Esa afirmación cancela posibles conversaciones acerca de la importancia de divulgar diversos trabajos que se producen en la academia y que tienen interés público. De hecho, si uno atiende a los informativos y a las notas de prensa constantemente encuentra menciones a investigaciones desarrolladas por miembros del SNI que sirven para fundamentar tal o cual punto de una noticia o para explicar las implicancias de muchos temas de debate público. Pero eso no parece tener una correlación en los libros que se producen en Uruguay. Es cierto que las dimensiones pequeñas limitan la posibilidad de desarrollar un mercado académico de libros como ocurre en otros países. Asimismo, una tendencia editorial hacia el éxito de ventas en el corto plazo con libros sensacionalistas también parece erosionar la posibilidad de un encuentro entre lo académico y un público lector más general. Sin embargo, en Uruguay existe una larga genealogía de intelectuales públicos que habilitaría una mayor presencia de los académicos en la produccion editorial. Obviamente que sus libros no se venderían como los de Harry Potter pero es claro que hay lectores interesados en las temáticas nacionales sobre las que estos académicos tienen algo que decir. En menos palabras: si nos invitan al banquete, nuestra conversación podría ser amena.

Del otro lado, es innegable que el avance de la especialización y el desarrollo autónomo del trabajo académico han disminuido los incentivos para que estos investigadores dediquen tiempo y energía a una contribución pública de ese tipo. La implantación de sistemas de evaluación cada vez más complejos, con instrumentos relativamente sofisticados que tratan de comparar a través de disciplinas y áreas temáticas, es un componente esencial de esta situación. La evaluación entre pares para la publicación en revistas y, en general, para el desarrollo de la carrera académica es un mecanismo excelente que tiende a asegurar la calidad de nuestra producción. Sin embargo, la existencia de varios sistemas diferentes y con requisitos cada vez más precisamente definidos presenta problemas. Por un lado, está la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII), tanto a través del SNI como de diversos fondos concursables. Por otro, la Universidad de la República, donde trabaja la gran mayoría de los miembros del Sistema, con las evaluaciones de renovación docente, las del Régimen de Dedicación Total, las de los llamados de la Comisión Sectorial de Investigación Cientifica y varias ofertas para desarrollar proyectos o funciones específicas (entre las que se incluye la extensión, ahora como algo codificable). Y todavía no es claro qué pasara en este sentido con el nuevo Estatuto del Personal Docente, actualmente en discusión.

En todo caso, esta multiplicación de instancias de evaluación ha puesto a muchos académicos a hacerse expertos en la entrega de informes o en desarrollar estrategias para cumplir con esta diversidad de exigencias que muchas veces no son plenamente reconciliables. Para peor, los sistemas de evaluación, especialmente los de la ANII pero no sólo, están cada vez más estandarizados y muchas veces atienden más a la forma que al contenido, es decir, más a lo que puede cuantificarse que a la relevancia científica y social de lo que se hace. De hecho, las evaluaciones cualitativas de la actuación intelectual son cada vez más parcas, con el extremo de casi sustituirse por un mero ranking o un numerito que pretende resumir años y logros de lo que debería ser una trayectoria creativa. Estamos en una disyuntiva. Nuestra comunidad académica debe discutir en serio la pertinencia de los sistemas de evaluación que está implementando, sobre todo en relación a un trabajo, el intelectual, que tiene que tener un componente grande de relevancia social y, si se nos permite, otro igualmente importante de placer individual y colectivo, así como defender sus propios tiempos (o morosidades). De lo contrario, cuando y si nos invitan a la fiesta, estaremos demasiado ocupados llenando formularios y actualizando currículums.


Municipios pa’ todos o pa’ naides


Alan Levine Puzzle Blocks CC0 1.0 Universal (CC0 1.0)
Aunque no ocupe un lugar imporante en la agenda, la creación de los municipios como un nuevo nivel de gobierno ha tenido un fuerte impacto en la vida política a nivel local, sobre todo en el interior del país. De todas formas, quedan un muchas cuestiones para discutir sobre esta reforma que poco a poco viene avanzando. De todas estas, hay una que creo que es crucial: ¿cómo se crean los municipios?

En total se establecieron 89 municipios para el 2010, y ese número se amplio a 112 para el 2015. Pero el punto interesante es que los mecanismos que establecen cómo se crean dejaron un territorio totalmente heterogéneo, ya que no hay municipios en todo el país y, salvo tres departamentos que tienen todo su territorio municipalizado (Montevideo, Canelones y Maldonado), en el resto de los departamentos los municipios no representan el total del territorio. Sobre este problema de la heterogeneidad, quiero discutir algunas cuestiones en dos claves para argumentar porqué creo que se tiene que municipalizar todo el país: una en clave de derechos y otra en clave política.

Antes de eso, voy a presentar cuáles son los mecanismos de creación. La ley ha sido bastante amplia a la hora de establecer los criterios por los cuales se pueden crear estas instituciones. Concretamente son tres las formas definidas por la ley. La primera es la más clara -y ha sido la forma por la cual se han creado la mayor cantidad de municipios- y refiere directamente a la población de cada localidad. Para el 2010, se crearon en todas aquellas localidades que contaran con más de 5000 habitantes; luego, para el 2015, en localidades con más de 2000 habitantes, en este criterio se excluyen a las capitales departamentales. Un punto importante: este mecanismo está agotado, ya se municipalizó todo el territorio que cuenta con estas características y, por tanto, por mandato de la ley ya no se van a crear nuevos municipios a menos que ocurran cambios demográficos significativos.

Los restantes mecanismos -que llamaremos segunda y tercera- son por iniciativa de los ciudadanos y por iniciativa de los actores políticos. La iniciativa ciudadana se instrumenta por medio de la recolección de firmas de un 15% de los habilitados para votar de una localidad. Aunque existieron intentos en algunos casos este mecanismo no tuvo resultados todavía.
Por su parte, la tercera forma indicada, y que va a ocupar una buena parte de la columna, es la creación voluntaria de municipios por iniciativa de los Intendentes con anuencia de la Junta Departamental. Acá sí hay varias experiencias sobre las que más adelante voy a profundizar.


Sobre la cuestión de derechos. En un Estado como el uruguayo, donde tenemos un sistema de leyes que nos rige a todos por igual, el hecho que no existan municipios en todo el territorio tiene como consecuencia que existan impedimentos que la población no municipalizada encuentra para poder ejercer el conjunto de derechos políticos y de ciudadanía. Hay ciudadanos que pueden elegir representantes en tres niveles –nacional, departamental y municipal- mientras que otros lo pueden hacer solo en dos niveles, por el mero hecho de que no les toca ser parte de un territorio municipalizado por decisión normativa o por voluntad política. Por tanto, hay algo así como ciudadanos de primera que votan por gobiernos locales y ciudadanos de segunda que no tienen ese derecho. Este es el primer punto que me lleva a argumentar porqué es necesario municipalizar todo el territorio.

Sobre la cuestión política. La segunda razón no es normativa como la anterior, sino de carácter político. Como mencioné anteriormente, los Intendentes tienen posibilidades de crear municipios de acuerdo a su criterio y, por tanto, la oportunidad de profundizar o no el proceso queda en sus manos. En este sentido, es abundante la literatura que se basa en los incentivos que tienen los actores políticos en todos los niveles de gobierno para profundizar la descentralización. Estos incentivos están fundados en los beneficios que se pueden obtener si se descentraliza el poder. El razonamiento es simple, si las elites políticas centrales perciben que los cuadros políticos sub nacionales tienen posibilidades de lograr una victoria electoral que se traduzca en un beneficio directo para sus intereses, entonces buscarán profundizar el proceso, sino no lo harán.

Esto puede estar pasando con los municipios, los Intendentes pueden crear gobiernos locales de acuerdo a intereses políticos. Si ven una forma de consolidar su poder político territorial por medio de la victoria de su partido, profundizarán el proceso descentralizador, sino van a preferir el status quo. Analizando los 29 casos de municipios creados de forma voluntaria por los Intendentes en 2009 y 2014, en 20 de ellos las posiblidades de que perdiera a nivel municipal el partido del gobierno departamental eran muy bajas[1]. Esto es lo que ha pasado en estas dos primeras elecciones, pero posiblemente, se profundice a medida que los actores departamentales empiecen a visualizar que el tener un municipio de un mismo color puede ser una buena estrategia. 

Por tanto, creo que se tiene que cerrar la canilla, y pensar en una reforma a la ley que diseñe un criterio estandarizado para crear municipios con el objetivo de la municipalización total del país. Por supuesto que ese criterio tiene que tomar en cuenta cuestiones que hacen a la vida  social de los territorios, pero no debe dejar solamente al juicio del intendente de turno la posibilidad de crear o no gobiernos locales, porque eso puede generar una ampliación de los muncipios con criterios que poco tienen que ver estas cuestiones, sino más bien con razones políticas, perforando el territorio de manera arbitraria. Pero además porque este sistema está afectando los derechos políticos de los ciudadanos.




[1] Tomo en cuenta resultados de las elecciones pasadas

Una muy peleadora reflexión electoral sobre las propuestas en educación, o de cómo somos el perro que se persigue la cola

Autor: Pablo Menese Camargo Advertencia Soy sociólogo. Perdón. Advertencia adicional En febrero, me propusieron escribir para Razones...